Vaya por delante que el sábado estaba muy lejos de
Barcelona, pero que, aun estando cerca, tampoco hubiera acudido al acto público
de Vox. ¿Motivo? Desde que la política dejó de interesarme, las campañas
electorales me interesan todavía menos que antes. Y, aun así, votaré a Vox. A
pesar de los pesares. ¿Motivo? Vox tiene
razón en reivindicar que, ante el esperpento del “procés” han hecho lo que a
otros les hubiera correspondido hacer: llevar la acusación particular. Este
que ahora va de gallito y que dice que a él nadie le dice a la cara lo de “derechita
cobardona” es el que hablaba catalán en la intimidad y se arrodilló ante el
virrey de Cataluña desplazando a Vidal Quadras, por poner un ejemplo. Y en
cuanto a Ciudadanos, bueno, me temo que muchos de los que votaron a esta sigla en
las últimas autonómicas nunca volverán a hacerlo porque está demostrando ser el
típico partido centrista que va a remolque de las encuestas electorales y que,
para colmo, tiene -al igual que cualquier otro partido- un altísimo grado de
conflictividad interna y posiciones ambivalente (Valls hacia el pacto con el
PSOE y Rivera -hoy- hacia el pacto con el PP). Del PSC no vale la pena ni
hablar, hasta que se apee de eclecticismo o hasta que perdonemos y olvidemos
que fue él y Maragall quien subió un escalón el peldaño de la tensión con su malhadado
“nou estatut” que ha llevado hasta la actual historia interminable.
Reconozco,
finalmente, que si ese día me apetece y me va bien haré algo, de lo que estoy
convencido que, en principio, no sirve para nada: votar. ¿Qué por qué no
sirve? Por lo que ya dijo el mejor escritor francés del siglo XX, Louis
Ferdinand Céline: “Yo no voto, sé que los
idiotas son mayoría”… Ibsen en su pieza teatral, El enemigo del pueblo,
ya realizó una crítica a la democracia que todavía no ha sido rebatida.
Recomendaría se empleará 1 hora, 47 minutos y 42 segundos en verla en el enlace
indicado en youTube.
Claro está que uno de
los motivos -y, seguramente, el más fuerte- de votar a Vox es la “calidad” de los
que le ponen de chupa de dómine. La agresividad del independentismo más
descerebrado, de esos que gritan por la “libertad de expresión” mientras están
insultando y apaleando a otro, aislado -siempre aislado, sólo aislado- que
lleva una bandera que no es de su gusto, me resulta exasperante. Nunca he
podido soportar a las masas. Sigo en esto a Gustav Le Bon y a su Psicología
de las Muchedumbres (del que dejo también el link para bajar el
PDF, porque es otra de esas obras imprescindibles que, por sí misma, explican
lo peor de la democracia).
Veo algunos vídeos de cómo fue la concentración de Vox. No me hago una idea de si fueron 5.000, 15.000 o 25.000 los asistentes. Me dicen que algún helicóptero sobrevoló la zona (sin árboles) y pienso que, por tanto, los Mossos sí saben exactamente cuántos acudieron. Resulta significativo que las descalificaciones utilizan fotos manipuladas (realizadas una hora antes de que empezara el acto) y que exista silencio oficial sobre los asistentes. Lo que me hace pensar que fueron más que los tolerables por los partidos de izquierda y por el nacionalismo.
Aunque, claro está, las asistencias a los mítines no son
significativas. Lo significativo es que la Colau se preocupó de que el acto no
hubiera podido celebrarse en el Palau Sant Jordi (donde sí se podían contar
perfectamente los asistentes), que la prensa indepe y de izquierdas dice que el
acto “pinchó” y la que sigue a Casado evita pronunciarse sobre el número de
asistentes. Ninguno de mis amigos fue al
mitin, a pesar de que todos ellos, comparten anti-independentismo, necesidad de
regeneración del país, y de que todos ellos piensan votar a Vox. Obviamente, lo
que se pretende ocultando y enmascarando las cifras de asistentes es que no se
despierte en “efecto Vox” en Cataluña antes de las elecciones: que es como facilitar
el que siga existiendo la “derechita” del PP y los “blandiblups” de Cs. Porque,
con los de Vox está claro -al menos, de momento- que no pueden llevárselos al
huerto.
Pero lo más significativo fueron las agresiones y la “movilización
antifascista” organizada por la CUP. Como se sabe, la CUP ha fracasado en todas
sus convocatorias de huelga general de las que he dicho en otras ocasiones, que
no han pasado de simples embotellamientos en el mejor de los casos. La CUP
siguen pensando que existe una “república catalana” y que el resultado del 1-O
lo avala: “Guanyem y guanyarem…”,
dicen.
Uno de los rasgos del
complejo edípico (porque los indepes lo padecen al negar a su padre, el Estado
Español, porque se acuesta con mamá, la Generalitat de Catalunya) es la
negativa a reconocer la realidad. Esa realidad que un modesto Mosso d’Esquadra
se encargó de resumir: “La República no
existe, imbécil”. Los CDR, a falta
de mejor causa (¿hacia dónde puede tirar un independentista que creía en las
bondades del “procés” ahora que ya no existe “procés”, ni orientaciones, ni
consignas, ni estrategia?) tiran por la vía fácil del “antifascismo”. Claro
está que, para ellos, “fascismo” es todo lo que no sea independentismo (el
imbécil o el sujeto marcado con pulsiones edípicas lo es hasta el final).
Mucho menos admisible son las declaraciones de la Colau en
plena campaña electoral pero que reflejan, en el fondo, la certidumbre de que
se han acabado los buenos momentos a la izquierda del PSOE y que el “efecto
indignados”, no solamente hace mucho que acabó, sino que el tiempo del reflujo
ya ha llegado.
Estos últimos días he andado por el Alto Empordà. Cadaqués,
sin duda, la más surrealista de los pueblos de la zona, azotados
intermitentemente por la Tramontana (el viento que vuelve loco), muestran una
ciudad a la altura de Dalí, aun cuando Dalí hubiera abominado de toda esta
locura: Cadaqués se ha convertido en “Villa
Lacito”. Alguien se ha preocupado de poner decenas de miles de lacitos amarillo
pálido (ni siquiera son del amarillo Nápoles, el único que apreciaba Dalí y
que está ausente en todo el proceso, en beneficio de ese amarillo tristón) en
todos los lugares, incluso en los más abandonados. Cualquier psicólogo sabe que
ese acto solamente puede haberlo realizado un obsesivo-compulsivo
diagnosticado. Hasta llegar a Cadaqués por la única carretera de acceso, pueden
verse todo tipo de pintadas dramáticas que auguran persecuciones, tiranías y
procesados directos a campos de exterminio… pero los bares y los restaurantes
siguen repletos y ajenos a todo esto. He visto turistas fotografiando los lazos
y los demás rastros de la obsesión independentista, bromeando sobre quién
podría estar hasta tal punto tan pillao para colocar miles de lazos en lugares
intransitados… No lo entienden. Yo sí.
La imposibilidad de
cristalizar el proyecto independentista en algo concreto y la proliferación de “signos”
y “símbolos” (todo en este independentismo es “simbólico” e, incluso, Macià
en 1931 cuando proclamó la independencia de la República Catalana una semana después
también alegó que se había tratado de un “símbolo”). El símbolo es la expresión
sensible de una idea y de un estado de ánimo. El independentismo, ante la imposibilidad de alcanzar sus fines, está derivando
hacia el “modo secta” (menos numerosos, más radicales, más chalados) uno de
cuyos rasgos es ver la realidad como “símbolo”. Los “signos” -ya que hablamos de signos- son
cada vez más claros: la manía obsesiva compulsiva y el complejo de Edipo, puede
tratarse clínicamente.
No hay pastillas milagrosas, pero esta patología social ha
sido insertada por TV3 y por la oficina de la gencat de subsidio al chalado (y
existen varias con múltiples y pomposos nombres). En las próximas elecciones, ERC va a ser el partido mayoritario en
Cataluña (habrá atraído a buena parte del PDCat y de la CUP), pero eso no
cambia mucho las cosas: hoy por hoy, ERC es un partido sin estrategia, cuyo
programa empieza y termina con esa independencia. Lo importante, en
Cataluña, es ver cómo quedan los demás partidos no independentistas. El
cansancio por los lacitos y del estilo de programación de TV3 hará el resto.
Joaquín Costa decía
que España precisaba un “cirujano de hierro”, ahora, más parece que Cataluña -y, más en concreto, el independentismo- precise un “psiquiatra de pórfido”.