jueves, 29 de octubre de 2015

Diario de la Desesperanza (L)


Querido Diario:

Me he dado una vuelta desde donde resido en Sabana Sur hasta el centro de San José. En Costa Rica el sol sale a las 5:30 y se pone a las 17:30. Es bueno levantarse con el sol. He desayunado una papaya (llegan pocas a España y nunca saben como las de aquí). Estamos en temporada de lluvias, así que, desde que llegué, cada día, con mayor o menor intensidad llueve. Hoy ha diluviado por la mañana. Y eso que el cielo estaba particularmente luminoso y despejado. Inevitable, el regresar a casa encharcado. La vida no se detiene aquí por unos litros de más por metro cuadrado.  Me he habituado pronto a este clima. En realidad, con los tiempos que corren hay que habituarse a todo. No puede decirse que en ningún lugar del mundo, ni para nadie, sean tiempos tranquilos.

Esta época exige de nosotros un esfuerzo diario de adaptación. Mi padre, un enamorado de la aviación, nacido en 1898, aprendió a volar después de la Primera Guerra Mundial gracias a un piloto militar francés. Volaba en aquellos destartalados biplanos cuyas alas y fuselaje estaban cubiertos con tela barnizada. A lo largo de su vida siguió los progresos de la aviación. En 1969 la cápsula Apolo 11 alcanzó la Luna. Mi padre viviría todavía 11 años más. A lo largo de su vida vio el tránsito acelerado de la aviación, la transformación de los biplanos en monoplanos, del motor de hélice al reactor y del vuelo de los hermanos Wigth –apenas un salto de 20 metros- al trasbordador espacial. Cambios vertiginosos, sorprendentes, difíciles de asimilar.

Bien, pues estos cambios eran pocos comparados con los que está experimentando nuestra generación: en 1970 empecé a trabajar como funcionario: mi herramienta de trabajo era una máquina de escribir de “palancas”. Diez años después lo hacía con un IBM composer, electrónica “de bolas”. Poco después con máquina de “margaritas” (¿quién se acuerda de ellas?). En 1984 apareció el primer ordenador IBM-PC y diez años después –tras el ensayo del Ibertexto (lo dicho: ¿quién se acuerda de aquello?)– llegó Internet, cuando la telefonía móvil ya se había generalizado. Hoy estoy en un lugar remoto de Centroamérica, envío archivos por correo electrónico a una imprenta y a distintos medios.

Me acompañan siempre tres discos duros externos: uno de trabajo con una biblioteca electrónica de casi 12.000 “volúmenes” en PDF, otro de ocio con varios cientos de películas, documentales, teatro, cómics y un tercero con programas y herramientas de trabajo. Iphone, tablet, portátil y ordenador adaptable a monitor de TV con ratón y teclado inalámbrico, me acompañan: todo cabe en una mochila. A mis 63 años he pasado de una oficina con máquina de palancas a llevar la oficina en la mochila y disponer en ella de más capacidad de procesado y de almacenamiento que el que estuvo al alcance de la NASA cuando Neil Amstrong llegó a la Luna. Díganme si esto no es adaptación.
Pero hay algo que me preocupa: ¿cuánto tiempo podré seguir en la cresta de la ola de las nuevas tecnologías? (por qué sé que llegará un momento en el que ya no pueda “cabalgar” con la modernización tecnológica y ésta me rebase y me deje atrás). Y en segundo lugar: ¿qué esfuerzos de adaptación tendrán que hacer mi hijo y mi nieto en las próximas décadas? No albergo la menor duda de que mi nieto verá un mundo muy diferente al actual cuando tenga uso de razón, y más diferente aún cuando culmine su bachillerato. No logro hacerme una idea de cómo será el mundo cuándo él tenga mi edad, es decir, en el 2077… Ni siquiera sé, si el mundo de esa época será habitable. Ni si existirá capacidad humana de adaptación capaz de seguir los cambios que se avecinan a tal velocidad. Por no estar, ni siquiera estoy seguro de si el mundo del futuro será mejor. Albergo las más serias dudas. Y me molesta pensar que esta generación, y las que la han precedido, no han logrado mejorar nada más que las herramientas que utilizamos en nuestro trabajo.


EL PAIS PUBLICA UNA ENCUESTA ENVENENADA: EL 71% DE LOS CATALANES NO QUIEREN QUE ARTUR MÁS SIGA COMO PRESIDENTE DE LA GENERALITAT

Hasta ahora Artur Mas se ha escudado en que la candidatura que patrocinaba, Junts pel Sí, ha ganado las elecciones y que lo pactado era que él siguiera siendo presidente de la Generalitat. Ganó, sí, pero ya dijimos en nuestra primera crónica una vez se supieron los resultados electorales del 27-S que se trataba de una “victoria Pírrica”, es decir, de un triunfo en el que el vencedor resulta tan debilitado que, no sólo no puede explotar su victoria, sin que lo sitúa ante el abismo. Y, en efecto, la “digestión” de los resultados electorales está resultando cada vez más difícil para Artur Mas. El 71% de catalanes considera que no debería repetir como President. Y lo que es peor para toda su área política: el 51% de catalanes rechaza el pacto de Junts pel Sí y CUP, mientras que apenas el 42% lo aprueba. Cuando faltan 10 días para el debate de investidura, no está claro ni remotamente que Mas sea el próximo “Onorable”… Incluso entre los votantes de la CUP, el rechazo que genera Artur Mas tiene la misma intensidad que el que genera entre los del PP.

Hay otro dato de esta encuesta que todavía es más preocupante y que abunda en la dirección que hemos apuntado en los últimos cuatro días: el apoyo social al independentismo va disminuyendo progresivamente. Si el 27-S la distancia entre soberanistas y no-soberanistas era de apenas un punto de ventaja para los no soberanistas, ahora, apenas un mes después, es de ¡ocho puntos! Y alcanza los 18 puntos cuando se recuerda al entrevistado la posibilidad –certidumbre, en realidad- de que Cataluña quedara fuera de la UE en caso de independencia.

La conclusión es clara: tras cuatro años se lavado de cerebro intensivo, la opción soberanista ha ido perdiendo fuelle en el último año y especialmente a partir del 27-S. El 11-S ya pudo percibirse una disminución de los asistentes a la manifestación convocada por las entidades soberanistas. Oficialmente, los asistentes no disminuyeron… pero tampoco aumentaron. Y ese mismo día 11 empezó la campaña electoral. Desde entonces, y a la vista de cómo el soberanismo está llevando las cosas y, sin duda, a causa de la operación de la UDEF contra las cúpulas históricas de CDC, se están viendo mermados sus apoyos sociales. Es importante destacar que no es que se realice un trasvase de votos o de voluntades de una CDC tocada y hundida hacia ERC o a CUP, sino que es el soberanismo, en su conjunto, el que retrocede.

JUAN CARLOS I FUE EL MAYOR COMISIONISTA DE LA HISTORIA DE ESPAÑA, DICE GREGORIO MORAL. SIN DUDA ES EXACTO Y ESA ES LA CUESTIÓN: “DEL REY ABAJO, TODOS…”

Nunca he sintonizado con Gregorio Morán como periodista. Aunque él no lo confiese, en la transición escribió al dictado de quienes la promovían y las cloacas del Estado le facilitaron informes, en especial sobre la extrema-derecha que entonces se trataba de aislar (dio, como Xavier Vinader, crédito a informantes que eran mentirosos patológicos o simplemente colaboradores de los servicios de seguridad del Estado, y lo hizo a sabiendas de que los informes que le vendían eran pura basura; a Vinader se lo dije personalmente a él no he tenido ocasión).

De hecho, la transición hubiera sido imposible sin el concurso de los grupos mediáticos de la época: Cadena16, Cadena Zeta y PRISA. Él trabajaba para Cadena16. Su libro sobre Adolfo Suárez fue mucho más interesante. Su aportación a la película Siete Días de Enero, como la cinta en sí, era estúpida y malintencionada: dio, desde el principio una versión errónea y artificial de la transición (y no creemos que fuera ni inocente ni involuntaria, sino que deliberadamente contribuyó a presentar la transición justo como lo que no fue). La cosa tiene todavía más gracia porque hasta 1976 fue miembro del Partido Comunista de España. Hace tiempo que no leo sus artículos en La Vanguardia y dudo que tengan mucha audiencia.

Pero, de tanto en tanto, Morán se descuelga –ahora que ya no debe tener las servidumbres que tuvo en la transición- con alguna verdad como un templo. Por ejemplo, ésta de que el mayor comisionista del Reino ha sido Juan Carlos I. Nunca lo habíamos dudado, pero está bien que alguien lo recuerde. En realidad, si la corrupción se ha filtrado con tanta facilidad en el tejido del Estado ha sido como reflejo de las prácticas de la cúpula. Pocos dudan hoy de que Pujol y su tribu sean “presuntos culpables”, pero sería injusto no recordar que no hicieron nada más que seguir el ejemplo del monarca que “pilotó” la transición.

Dice Morán a El Confidencial a propósito de Juan Carlos I: Lo suyo con la corrupción fue un descaro. Los barcos… Todo, todo. Juan Carlos I fue, sin ninguna duda, el mayor comisionista que hubo en este país. Donde olía dinero, ahí estaba. Una obsesión que venía de Fernando VII, pura tradición borbónica. Lo gracioso es que lo justificaban diciendo que Juan Carlos I había tenido muchas dificultades económicas de joven. ¡Eso es una sucia mentira! Los Borbones no tuvieron dificultades económicas nunca”.

Eso es rigurosamente cierto… pero Morán elude llegar a la conclusión lógica: lo que surgió de la transición llevaba la corrupción en sus entrañas (como la Restauración llevaba el caciquismo). Aquellas aguas, trajeron estos lodos. El gran argumento de Morán para bendecir la transición y todo lo que trajo es que entonces se trataba de “ganar libertades”. Para “ganar libertades” se mintió. Muchos periodistas empezaron a mentir y a publicar informaciones cuya falsedad les constaba (él uno de ellos). Para “ganar libertades” se permitió que un pobre espabilado como era Juan Carlos I amasara en pocos años una inmensa fortuna a base de comisiones obtenidas en el ejercicio de su cargo. Durante décadas esto se ocultó y se le presentó como el “motor del cambio”. Ese ejemplo ha terminado generando el que presidentes autonómicos, ministros del gobierno del Estado, concejalillos de ciudades de tercera o cuarta división, por pura imitación siguieran por la senda trazada por Juan Carlos I. Seguramente para “seguir ganando libertades”.

Va siendo hora de que Morán y gentes como él reconozcan el fracaso de aquella época y de la construcción urdida entonces.

JUNIOR TAOFIKI O UN ASPIRANTE A CAMELLO EXPULSADO Y PROTEGIDO POR XIMO PUIG, PRESIDENTE DE LA COMUNITAT VALENCIANA…

La Vanguardia publica un caso de “interés humano”… Se llama Junior Taofiki y dice haber nacido en España… pero, por dejadez, añade, no pidió la nacionalidad española. Después de cometer un delito, fue expulsado a la tierra natal de sus padres: Nigeria. Se queja de que no conoce a nadie allí y que su lugar es España. La periodista que firma el artículo termina diciendo que su esperanza es… pedir asilo político. Evidentemente, en la historia de Taofiki no hay absolutamente ningún elemento sobre el que se pueda sostener tal pretensión.

Es más, fue expulsado de España, no por motivos políticos, sino por haber sido detenido con cocaína y éxtasis y huir de la policía. El artículo es lacrimógeno. Nos dice que pertenece a una “familia desestructurada” (la mayoría de familias africanas son así hasta el punto de que la célula básica de la sociedad africana no es la familia, sino la tribu, es la tribu la que educa a los hijos). Nos dice que apenas lo cogieron con “nueve pastillas de éxtasis y un gramo de cocaína” y que, por esas nimiedades, fue condenado a dos años y nueve meses de cárcel…

El artículo no nos dice nada, por ejemplo, ni de lo que estudió, ni de qué vivía, ni en qué trabajaba. No hace falta: si lo detuvieron con nueve pastillas de éxtasis y un gramo de cocaína, sabemos en qué trabajaba y de qué vivía. Y me pregunto: ¿no está mejor este país con un camellín menos? Tan claro debía estar el tema que la policía no admitió la fotocopia de la partida de nacimiento que les presentó Taofiki para justificar que él… que él “era español”. Para la policía el documento era una burda falsificación. No así para Ximo Puig, actual presidente de la Generalitat Valenciana, que creyó la veracidad en la historia de Taofiki y ni siquiera le interesaron los motivos por los que fue a dar con sus huesos a la cárcel. Era un africano subsahariano y, por tanto, había que creerle.

Taofiki está, como se dice en medios carcelarios, “currándose la página de la pena”. Sabe que la policía no le va a hacer caso. Es raro que lo expulsaran sin más antecedentes. Más raro aún es que no pidiera la nacionalidad si tenía derecho a ello. Sabe que solamente lo puede creer un político de izquierdas, de esos para los que un inmigrante, por el mero hecho de serlo, es puro y virginal. No es tonto el muchacho. Algo que no puede decirse de Ximo Puig (que le ha creído a pie juntillas) y de la periodista que ha publicado la historia en La Vanguardia (una historia que apesta).

En Lagos cometer un delito puede suponer recibir una paliza en plena calle, volverla a recibir en la comisaría, nuevamente en los calabozos del juzgado y pasar un período de prisión en una cárcel insalubre y masificada en donde incluso se pueden olvidar de ti. En España, en cambio, delinques una y otra vez y no pasa nada. Es más, te alimentan bien en prisión, te tratan como en tu país no te tratarían, te visten con ropa de marca y te alimentan, tienes cama confortable y sabes que cuando salgas puedes seguir delinquiendo y cobrando los 426 euros, recibiendo vales de comida del ayuntamiento, ayudas de las ONGs por tiempo indefinido. ¿Qué elijes? ¿Lagos o Valencia? Sólo un tonto elegiría Lagos. Taofiki no lo es. Quienes han creído su historia, en cambio, sí lo son.