sábado, 16 de octubre de 2010

Ultramemorias (VIII de X) Visicitudes políticas en la transición (17ª parte). El misterio de los atracos del Frente de la Juventud

Había algo en el ambiente de aquella época –a principios de 1980- que inducía al vértigo. No era desde luego el mejor momento para tener al primer hijo de la serie y yo lo había tenido unos meses antes, ahora recién treintón. No hay nada  como tener hijos lo antes posible que luego, una vez adultos, te dan entera libertad para llevar una vida casi de pareja joven con la experiencia de la edad. Nada peor que esperar lo más posible para tenerlos, más allá de los 40 porque a poco que te descuidas, ellos van por la veintena y tú por la jubilación y entonces sí que cualquier diálogo es imposible. Y, luego, la biología es la biología y tanto el cuerpo de la mujer como los espermatozoides están para mejor parir cuanto menos usados.

Reflexiones sobre la paternidad no era lo que mi esposa y yo nos planteábamos en 1979, sino cómo salir adelante en un país que se caía. Se ha hablado mucho de las convulsa España de la transición aludiendo a la crisis política, pero mucho menos a la crisis económico-social tan solo comparable con la que estrenamos en otoño de 2007, oficialmente demorda hasta el verano del 2008. Aquella crisis era monstruosa sólo que apenas la percibíamos a la vista de cómo andaba la tensión política del momento. Cada año veía mi sueldo elevado un 10 y un 15%, sí, pero la inflación monstruosa de la época y las constantes alzas en los precios hacían que no me lucieran unas pocas pesetejas de más. Y para colmo, mi mujer se había quedado en paro. Mi padre murió en aquellos meses, con la satisfacción, eso sí, de haber conocido durante unos años a su nieto. Todos debemos pasar por ese amargo trance, pero es imposible olvidar esa imagen de un padre al que se ha admirado y querido y que nada fue capaz de sustituir ni en buenos consejos, ni en estilo, ni en inteligencia. En realidad, hubo algo de providencial en la muerte de mi padre que al menos se evitó el dolor de verme camino del exilio y en primera página de los diarios como “ultra más buscado” durante un período.

El período  que se abre, en lo personal, tuvo un alto coste que, a largo plazo, fue beneficioso para la forja de mi carácter. Ya se sabe aquello de que lo que no me derrumba me fortalece, formulación nietzschana del castizo, lo que no mata engorda.

Afortunadamente, la vida no es algo lineal sino con oscilaciones y, en ese período me pude aplicar la vieja máxima oriental que sostiene que “allí donde las montañas son altas, los valles son profundos”, lo que traducido querría decir algo así como que, cuando conoces a gente de alta talla ética, política y moral, siempre cerca, está algún hijoputa para recordarte cuál es el otro extremo de lo humano. Fue uno de esos tiempos de “pruebas” en las que no hay forma posible de engañarse: o uno se derrumba y muestra que no es más que un molusco (duro por fuera pero blandurrio por dentro) o que está hecho de la misma naturaleza del pedernal (con dureza y fuego interior, esto es, energía).

En todo ese ciclo que se inicia cuando tuve que huir saltando por una ventana y terminó seis años después cuando dejé atrás la Sexta Galería de la Cárcel Modelo de Barcelona, las pruebas fueron muchas, incluso muchas más de las que requería para darme cuenta de, hombre, algo de dureza si había adquirido, la justa y necesaria para comprobar que ocurriera lo que ocurriera en la vida, había que tomársela como una extraña aventura que cada día es susceptible de ofrecernos algún aliciente nuevo. Incluso el tipo de que decide tirarse de un quinto piso le queda el consuelo de haber volado sin alas durante un par de segundos.

Esos años me dieron la oportunidad de viajar a todo el mundo, de relacionarme con gente muy diversa, de hacer y aprender artes que no suelen estar al alcance de las vidas plácidas y sin tensión. Empecé el ciclo con un hijo y acabé con tres. Empecé con ilusión y terminé todavía más ilusionado por la vida. Conocí a miserables que valían menos que la bala que merecían y a gente extraordinaria que valía bastante más que todo el oro del mundo. Y a mujeres hermosas que me recompensaron con su amor, causando sobresaltos a mi sufrida esposa que hoy todavía sigue siéndolo treinta y cuatro años después. Aprendí oficios y aquilaté conocimientos, no hay clase social con la que no me haya relacionado. Dejé amigos en cuatro continentes y, por algún motivo, siempre logré conectar con los países en los que me encontraba. La morriña fue y sigue siendo algo desconocido para mí. ¿Cómo podría renunciar a unos años de dureza increíble que me enseñaron tantas cosas? Supe desde entonces que la vida hay que tomarla como viene, sin más, y que todo es relativo. Antes de que me hubiera encarrilado por el Zen y mucho antes de que hubiera memorizado el Sutra de la Gran Sabiduría, era perfectamente consciente de que todo es ilusorio, que el vacío es la forma y la forma el vacío, o como me había dicho tantas veces mi padre, citando el Eclesiastés, todo es vanidad de vanidades. Y si todo es así ¿para qué preocuparse excesivamentecon lo que viene y como viene dado?

Literaturas aparte, el año 1979 se inició para mí con una brutal piedra en el riñon, sin duda fruto de la situación de tensión que la precedió inmediatamente. Uno puede hacer que su cerebro absorba cualquier situación de tensión, pero la biología es la biología y tiende a reaccionar por su cuenta. El segundo cálculo renal afloraría en la celda 41 del Cuatro Módulo de La Santé. Y desde entonces mi cantera particular sigue excretando oxalato cálcico laminado en forma de bonitos cristales parduscos.

Todo el año 1979 y hasta junio de 1980 fue pródigo en episodios de activismo político. Tras el atentado a la Cafetería California 47 que nos marcó a todos, estaba claro que los medios eran en buena medida responsables de la oleada de odio que nos rodeaba y que que no hacían sino  excitarlo deliberadamente, entre otras cosas para ocultar aquel formidable caos que fue España en la segunda mitad de los 70. La falta de estructuras políticas en Fuerza Nueva generada un activismo incontrolable y mucho más violento que el del Frente de la Juventud y que, para colmo, unos descerabrados manipulados por vete a saber quién, iban a por nosotros. Así que había que responder y eso fue lo que hicimos, una respuesta que, en lo que se refiere al Frente de la Juventud fue bastante mesurada. Dejando aparte los primeros momentos del Frente en los que, efectivamente, la sigla se vio envuelta en episodios de violencia habituales, lo cierto es que tras el congreso todo pareció encarrilarse por la senda de la normalidad. Se multiplicaron los carteles, las revistas y las mesas de propaganda. La pregunta del millón era ¿de dónde salía el dinero para pagar local de Madrid, el esfuerzo propagandístico y las fianzas de muchos camaradas detenidos? La respuesta la sabíamos todos en aquellas época: ¿de dónde iba a proceder? De atracos, claro.

No es que nadie me dijera exactamente que el Frente estaba atracando para financiar su aparato. Es que era evidente. Llamaba, por ejemplo, a Juan Ignacio y le decía: “Oye, tengo que ir a retirar los carteles, ¿cómo andamos de dinero?” y él me respondía, “no te preocupes mañana lo tenemos”. Y al día siguiente (o al otro en algún caso), el dinero llegaba y era evidente que no por vía de apremio en el cobro de cuotas. Y así varias veces. Desde hacía tiempo sabía que siempre es importante preguntar poco y no meterse en terrenos que no son los que afectan a propio trabajo. Y mi terreno era la propaganda y la elaboración de carteles y documentos. Así que pierde el tiempo el odiador de turno que quiera ligar mi nombre a atracos.

Luego supe que los atracos los realizaba en el Frente un pequeño grupo de gente joven, unos echaos p’adelante. Había algunas filtraciones. Algún amigo madrileño me indicó que era relativamente conocido que el Frente se financiaba por este método y en Valencia, donde el grupo local de la organización dio uno de estos palos, me llegó la información por la doble vía de un camarada que conocía el episodio por sus protagonistas y por una amiga de las víctimas. El problema no era que lo supiera yo, sino que empezaba a pensar que era completamente imposible que esta actividad no hubiera llegado a oídos de la policía. Era imposible que la policía desconociera que el Frente había comprado un lote de revólveres Arminius de 38 mm y, entre otras cosas, era imposible porque la operación la realizó un aeromozo de Iberia… que informaba puntualmente a la policía hasta el punto de que cuando se produjo la redada a principios de 1981, la policía disponía de la numeración de todas las armas compradas e iba preguntando: “Vamos a ver, chaval, el 38 con la numeración BO-3123584 ¿quién cojones lo tiene?”. Esto sin olvidar que el Frente, como cualquier otra organización de aquella época, tenía en Madrid y luego en Barcelona, infiltrados de todos los servicios de seguridad del Estado. Era absolutamente imposible que estos atracos pasaran desapercibidos para la policía, el CESID y la Guardia Civil. Y la cosa era todavía más increíble si tenemos en cuenta que el ministro del interior Rosón había especificado en una reunión de mandos provinciales de la policía que “después de ETA y del GRAPO, el Frente de la Juventud es la organización más peligrosa”, algo que sabíamos porque el padre de uno de nuestros militantes era jefe superior de policía de una provincia castellana. El registro de los bolsillos del hijo a su padre, nos facilitó datos importantes sobre lo que se cocía en Interior. Y si nos situaba en tercera posición en el ranking de peligrosidad era porque conocía perfectamente las armas, las municiones y las actividades del Frente. Había pues algo muy extraño en todo esto.
Mi primer pensamiento era que la policía nos estaba dejando actuar para, en un momento dado, asestar el golpe definitivo –Rosón y todos los que han pasado por Interior desde que tengo uso de razón política, siempre han sido muy amigos y han buscado el gran titular en primera página- en cuanto las circunstancias lo requirieran. Pero pasaban las circunstancias y no ocurría –para mi asomblo- nada. Caía asesinada Yolanda González, el Batallón Vasco Español asesinaba a media docena de personas… eran buenos momentos para alardear de éxitos de la “policía democrática” ante la extrema-derecha. Y sin embargo, nada. El golpe demoledor de la policía a los grupos de acción del Frente se demoraba. En esto hablé con Juan Ignacio.

“Oye, no sé si eres consciente de que la policía tiene que saber exactamente de dónde sale el dinero. ¿Por qué no hacen nada?”. La respuesta fue críptica: “No te preocupes, eso está controlado”. A pesar de estar dicha con afabilidad y tono de buena camaradería, lo cierto era que no daba lugar a réplica, especialmente porque, como ya he dicho, preguntar demasiado siempre es mala cosa. Creí –o quise creer- que era posible que algún camarada, bien situado en el grupo antiatracos, bloquease la investigación, o simplemente la llevase él directamente, desviándola hacia otros parajes. En cualquier caso, Juan Ignacio me dio la impresión de estar totalmente tranquilo en esa dirección.

Y así siguieron saliendo carteles, ejemplares de la revista, adhesivos, gadgets para vender en los puestos de propaganda, etc. La competencia en este terreno era mucha, especialmente en Madrid. La escisión del Frente con ser la más importante, no había sido la única; año y medio después, el que era secretario general del sindicato de Fuerza Nueva (Fuerza Nacional del Trabajo), Antonio Asiego, un malagueño que procedía de los hedillistas, se iba con armas y bagages y, de paso, con el dinero de las cuentas del sindicato y con todo el material (llaveros, pegatinas, insígneas) que fue capaz de enconrar a su paso. De hecho, FNT en ese período, más que sindicato parecía un bazar de chapas y adhesivos. No sé, por cierto, porque una idea recurrente en la ultra es eso de montar un sindicato propio a la primera de cambio. Cómo si hubiera espacio para ello y como si a cada sigla política debiera corresponder necesariamente una sigla sindical. Esa fiebre sindical todavía dura hoy. FNT en Barcelona llegó a tener cienta implantación gracias a la actividad de su responsable, Carmelo Amezcua. Amezcua era un tipo exuberante y con carisma andaluz. En cierta ocasión, en el curso de un mitin con Blas, en el que él actuaba, extendió su parlamento más de lo que solía corresponder a un telonero causando vivas muestras de inquietud en Blas y en la corte madrileña que le acompañaba. Cuando llevaba más de una hora perorando, Amezcua advirtió que algo no iba bien y lanzó al público aquella pregunta inefable que quedó inscrita en los anales de la ultra local: “¿Zuz guzta? ¡Poz zigo…!”. Y siguió hasta casi generar una ambolia entre la cúpula piñarista.

Debió ser hacia el 14 de junio cuando Fuerza Nueva volvió a convocar una manifestación en Barcelona, un año después de aquella en la que había quemado a Xavier Vinader en efigie. Sólo que, en esta ocasión, el gobierno civil de Barcelona la prohibió con el débil argumento de que se preveían incidentes violentos con la extrema izquierda independentista. Era cierto en el curso de aquel año, todo el empuje que habían perdido la extrema izquierda marxista, parecía haberlo ganado las distintas siglas independentistas, especialmente el PSAN e IPC. Pero, a decir verdad, se trataba de gentes de muy escasa combatividad que jamás se hubieran atrevido a acercarse a una manifestación de Fuerza Nueva, salvo con escolta policial. Ya he dicho que en aquella época considerábamos a los independentistas catalanes como la cobardía personificada y era frecuente que en nuestras conversaciones saliera a colación el chascarrillo de la última vez en la que habían corrido delante nuestro como liebres que llevaba el diablo. Por lo demás, si fuera cierto que se preveían incidentes, la obligación del gobierno civil era salvaguardar el derecho a la libertad de manifestación de Fuerza Nueva, pero dado que se hubiera demostrado por segundo año consecutivo que el partido tenía cierta fuerza en Barcelona, y que era capaz en aquel momento de movilizar como mínimo tanto como cualquier otro partido, esto hubiera resultado un desdoro para las siglas democráticas y, no digamos para la UCD que en aquel momento solamente era capaz de movilizar a sus cargos electos en Catalunya en dos autobús de 60 plazas y si el partido se hacía cargo del viaje y de los bocatas.

Fuerza Nueva no se tomó muy a pecho la prohibición. En aquel momento, si no recuerdo mal, se había producido otra retahíla de esas convulsiones intermitentes que tan habituales eran y habían saltado algunos de los mandos de Fuerza Joven. Nosotros en cambio vimos la posibilidad de llegar allí donde el partido renunciaba a llegar: así que mantuvimos la convocatoria de la manfiestación. Se trataba simplemente de realizar una “manifestación relámpago” que, para nosotros debía constituir un pequeño ejercicio de guerrilla urbana. Ya se sabe: morder y huir.

El local de UCD estaba situado en la Diagonal a la altura de calle Villarroel y la cita fue en plaza Calvo Sotelo, después rebautizada Frances Maciá. Se trataba de cortar el tránsito en la Diagonal, lanzar unos cócteles molotov y bombas de humo sobre el local de UCD, organizar un atasco que impidiera a la policía llegar hasta el lugar de los incidentes y dispersarse. Era como decirle al gobernador civil: puestos a evitar incidentes, toma dos tazas. El cojonímetro seguía marcando la agenda.

Debieron asistir entre 75 y 100 jóvenes, parte de los cuales del Frente, otros de Fuerza Nueva y los habituales indendientes. Las cosas salieron como estaba previsto. Se arrojaron clavos al duelo dispuestos de tal manera que siempre quedaba alguno boca arriba, botes de humo a mansalva, y más que “cócteles molotov”, lo que se arrojó fue una garrafa molotov, de esas conocidas como damajuana que al estallar generó una bola de fuego que durante un segundo nos dejó fascinados por lo que éramos capaces de hacer. Recuerdo que fue en un estudio sobre la guerrilla urbana en EEUU donde supe de la existencia de esos artefactos incendiarios llamados allí “black power bomb”. Se atravesaron algunos coches y entre los botes de humo, los coches con dos, tres y hasta cuatro ruedas reventadas y el fuego de la damajuana, el embotellamiento debió llegar de la Zona Universitaria a Pueblo Nuevo y restablecer la normalidad del tráfico duró seguramente más de hora y media. Lamentablemente, lo que no habíamos calculado era que los militantes que no pertenecían al Frente actuarían por su cuenta. Emborrachados por lo que podríamos llamar la “estética de los incidentes” se mantuvieron en la zona bastante más tiempo del aconsejable y, finalmente, algunos furgones policiales lograron llegar a calles adyacentes y detener a tres de los manifestantes que ostentaban signos externos.

En los días siguientes se colgaron varios cientos de carteles en “Solidaridad con los patriotas presos” y de paso, los que quedaban de remesas anteriores de propaganda del Frente de la Juventud. Una semana después a eso de las 6:30 de la mañana alguien llamó al timbre en mi casa. Era evidente que se trataba de la policía. Estaba aquel día albergando a una pareja de exiliados italianos en casa, así que hubo que actuar rápidamente. Mientras mi mujer les cerraba la puertas en las narices, los dos italianos y yo saltábamos por la ventana interior, nos introducíamos por la claraboya de una academia a la que accedimos por uno de los amplios y despejados patios del ensanche y salimos por el lado opuesto de la manzana. El italiano que con las prisas había saltado descalzo tuvo la fortuna de encontrar unos zapatos en la escuela. Lo de la italiana fue peor porque se dejó en sujetador y, opulenta de carnes, a cada paso parecía que se le despendolaran las tetas.

Recuerdo que en el momento en el que estaba saltando por la ventana, el único pensamiento que afloró a mi mente fue: “Por fin, ahora sí; ahora ha llegado la hora de la verdad”.

© Ernesto Milà – Infokrisis – Infokrisis@yahoo.es – http://infokrisis.blogia.com – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar procedencia.