Infokrisis.- El tiempo del tripartito catalán se acaba. Sea cual sea el resultado de las elecciones de noviembre, la próxima legislatura en ningún caso será igual a la anterior. En realidad, estos últimos siete años de política catalana han estado presididos por la parálisis permanente. En lugar de ser un período en el que la izquierda haya aplicado políticas sociales, en realidad se ha limitado a hacer con mucha menos habilidad lo que hubiera hecho CiU de seguir en el poder: atizar el nacionalismo. Si a esto unimos que la inmigración se ha duplicado en los años del tripartito, que no se han adoptado medidas anticrisis, para colmo, la corrupción que había surgido bajo el pujolismo ha salido espectacularmente a la superficie y, finalmente, que opus magnum del tripartito, el nou Estatut, difícilmente saldrá indemne de la prueba del Tribunal Constitucional, todo ello hace que los siete años de tripartito sean siete años perdidos.
En 2003, cuando se convocaron las elecciones catalanas, venció el PSC por apenas 7.000 votos, pero CiU obtuvo 4 escaños más. El cansancio de más de dos décadas de pujolismo y el hecho de que el liderazgo de Artur Mas no estuviera suficientemente asentado hizo que, por primera vez, la izquierda catalana (PSC e ICV) pactaran con un partido de izquierda independentista (ERC) que había obtenido una subida importante (11 escaños más). A la hora de buscar combinaciones para estructurar un gobierno, las conversaciones llevaron a la firma del llamado Pacto del Tinell, sin el cual sería imposible comprender estos últimos siete años de política catalana.
La “doctrina” del Pacto del Tinell
Suscrito el 14 de diciembre de 2003 por PSC, ERC e ICV, el Pacto del Tinell tenía como intención darles un programa común y estructurar un gobierno de coalición formado por estas tres fuerzas políticas. Dado el espectacular ascenso de ERC este partido parecía ser el árbitro de la situación (Carod Rovira utilizó recordó constantemente en el mes que medió entre las elecciones y la firma del Pacto del Tinell que ellos tenían la “llave de la gobernabilidad de Catalunya”). Se intentó inicialmente un “gobierno de concentración” formado por todos los partidos salvo por el PP, que no fue posible dado que CiU exigía la presidencia al haber obtenido más escaños, cargo al que aspiraba también Maragall argumentando haber obtenido más votos… La segunda posibilidad, el acuerdo entre nacionalistas de CiU e independentistas de ERC tampoco fue viable en la medida en que las exigencias de cada parte parecían excesivas a la otra. Así pues se llegó a la tercera posibilidad: un gobierno de izquierdas formado por socialistas, independentistas y ecosocialistas.
Vale la pena recordar la situación que se daba en la política española en aquel momento. La política nacional estaba dominada por dos temas: las elecciones madrileñas y el debate contra la guerra de Irak. Aznar gobernaba cómodamente amparado en una mayoría absoluta. Se acaban de celebrar las elecciones autonómicas en Madrid (26 de octubre de 2003) que dan la victoria al PP, después de que el 25 de mayo anterior la defección de dos diputados socialistas hiciera imposible la formación de un gobierno de izquierdas.
Después de una primera legislatura (1996-2000) en la que Aznar se había visto obligado a pactar con CiU (pasando del “Pujol enano, habla castellano”, al “yo hablo catalán en familia”), a partir de la obtención de la mayoría absoluta se enrocó en una oposición cerrada contra los nacionalismos periféricos. Esto, unido a la política belicista y al alineamiento favorable a los EEUU en los meses previos a la invasión de Iraq, generó un amplio margen de hostilidad contra Aznar en Catalunya. Aún así era evidente que la economía iba bien y nadie dudaba que con el sustituto de Aznar, Rajoy, el PP volvería a ganar las elecciones. El liderazgo de Zapatero en la oposición era excepcionalmente débil, suscitaba pocos entusiasmos y ya había recibido el calificativo de “bambi” emanado de las propias filas socialistas.
Es en esas circunstancias en las que hay que enmarcar el Pacto del Tinell. Forzado por ERC, pero sin excesiva oposición por parte de PSC e ICV, el Pacto acordó la reforma del Estatuto de Autonomía y exigir un nuevo marco de financiación autonómica. Existía la impresión de que gobernando Aznar en Madrid durante otros cuatro años el “nou Estatut” jamás saldría adelante y, por tanto, ERC pensaba en poder movilizar amplias masas populares jugando la carta del victimismo.
Desde principios de los años 90, Carod-Rovira sostenía la teoría de que la independencia de Catalunya solamente sería posible cuando el PSC adoptara una posición nacionalista. De ahí que Carod estuviera mucho más predispuesto a formar un gobierno de coalición con el PSC en lugar de con CiU: el hecho de que el PSC aceptara no suponía, para Carod, saciar las ambiciones y el hambre de poder atrasada de los cuadros del PSC (como de hecho era en realidad…) sino que este partido se había volcado definitivamente hacia el nacionalismo catalán. Para Carod la independencia de Catalunya dependía precisamente de los socialistas: en el momento en que estos incorporaran tesis socialistas, la independencia estaría al alcance de la mano. El planteamiento de Carod tenía una objeción: los socialistas hubieran aceptado cualquier cosa y la contraria para situar a Maragall en la plaza de Sant Jaume y no estaban dispuestos a discutir la “doctrina Carod” que era, por lo demás, una ficción dogmática.
Maragall, que ya había sido candidato en 1999, repitió nuevamente al frente de la lista simplemente por su obstinación y… porque no existía ningún otro candidato con perfil suficiente como para sustituirlo. Montilla, el sustituto eventual, todavía no era suficientemente conocido por el electorado. En filas socialistas se preveía que Maragall ganaría las elecciones de 1999 con Montilla como segundo de abordo y, tras estar dos años presidiendo la Generalitat, dimitiría por obvios “motivos de salud” para dejar el testigo a Montilla. Esta “hábil” estrategia no contaba con la tozudez de Maragall del cual, en aquel momento, abundaban los rumores sobre su estado de salud y distintos testimonios que aludían a estados de confusión mental que sufría (luego debió reconocer un principio de Alzheimer), además, quienes lo habían visto en ruedas de prensa, conferencias y en su entorno se sabía que frecuentemente su conversación se volvía errática, divagante, contradictoria e incoherente.
A pesar de todo eso, el pacto se firmó el 14 de diciembre de 2003 por Pasqual Maragall (cuyo estado aleatorio de confusión mental pronto pudo advertirse), Carod-Rovira (preso de su doctrina independentista dogmática) y Joan Saura (progre entre los progres y empeñado en no advertir que estaba dejando la pancarta por el coche oficial).
Los acuerdos del Tinell fueron cuatro: "Más y mejor autogobierno. Más calidad democrática", “Un nuevo impulso económico para Cataluña", "Cataluña, una nación socialmente avanzada" y "Una nueva política territorial y ambiental"… de todo este programa solamente en torno al tercer punto se lograron concentrar esfuerzos. De ahí surgió el nuevo Estatuto. Finalmente, una cláusula establecía la prohibición de que cualquier partido negociara con el PP, tanto en la Generalitat como a nivel estatal. Ese fue el inicio del aislamiento del PP del que Zapatero se benefició durante los cinco años siguientes.
El primer tripartito: unidimensional
Cinco días antes de las navidades de 2003, Maragall tomó posesión como President de Catalunya y tres días después se daba a conocer el nuevo gobierno (formado por 8 miembros del PSC, 5 de ERC y 2 de ICV). Saura fue consejero de Relaciones Institucionales y Carod-Rovira “conseller en cap”. Carod, que había llegado con ideas nuevas, provocó la primera grave crisis al entrevistarse con Josu Ternera y otros miembros de ETA en Perpiñán pactando una “tregua” para Catalunya que excluía al resto del Estado. Una vez conocido el episodio, se supo que había acudido a espaldas de Maragall, lo que supuso su salida del gobierno.
Apenas 100 días después de la formación del nuevo gobierno catalán se producen los atentados del 11-M de 2004 y la agitación que siguió en los tres días siguientes. Estos episodios tuvieron como primera consecuencia política la pérdida de las elecciones por parte del PP y la victoria inesperada de Zapatero (que, en el fondo había sido elegido secretario general del PSOE en la creencia de que la inevitable derrota electoral de 2004 acabaría con él sin que ninguno de los barones del PSOE que aspiraban a ocupar la presidencia del gobierno, se quemaran…). Todo esto supuso dos fenómenos: la extensión del Pacto del Tinell a todo el territorio nacional con el aislamiento del PP incorporada como consigna por el zapaterismo y el que el asunto de un nuevo estatuto dejara de ser un tema victimista (por la oposición cerrada que le habría deparado Aznar) para pasar a ser una realidad. Hay que decir que, llegado a este punto, no existía ni la más mínima demanda social de un nuevo estatuto y que, en estos últimos siete años, nunca se ha manifestado, ni siquiera en los momentos de mayor tensión o en el propio referendo para su aprobación.
El ascenso de Zapatero a La Moncloa, supuso una ayuda para Maragall. En efecto, Zapatero había llegado a la secretaría general del PSOE gracias al bloque de votos del PSC y estaba en deuda con este partido. Subía el presidente del gobierno con la promesa de una “España plural” que encajaba perfectamente con el concepto de Maragall de “federalismo asimétrico”. De ahí que Zapatero se comprometiera a aprobar el estatuto que surgiera del Parlamento catalán, tras lo cual se reformaría la constitución convirtiendo al senado en “cámara territorial” y la vertebración del Estado estaría próxima al federalismo maragallano…
A partir de ese momento, todos los esfuerzos del gobierno tripartito catalán se concentraron en la redacción del Estatuto. Mientras el barrio de El Carmelo se hundía, apareció el “escándalo del 3%” (porcentaje de los contratos de obra pública cobrado por los gestores de la Generalitat como precio por otorgar esos mismos contratos). En el curso de un debate en el parlamento catalán, tras usar la palabra Artur Mas, Maragall contestó “Su problema es el 3%” aludiendo a estos cobros de estas comisiones institucionalizados por CiU. Mas reaccionó virulentamente amenazando con romper el consenso sobre el nuevo Estatuto en caso de que se hicieran más alusiones a este espinoso tema. Maragall rectificó y ni siquiera se creó una comisión parlamentaria para investigar el cobro de estas comisiones.
Pronto se percibió que las medidas ecologistas propuestas por ICV animaban precisamente a las empresas a abandonar Catalunya y deslocalizarse, se percibió que ERC se había convertido en una fuente de problemas (durante el viaje a Israel, Carod-Rovira se negó a participar en el homenaje a Yitzhak Rabin –primer ministro laboralista asesinado- por no encontrarse la bandera catalana presente; pocas horas antes, Carod se había fotografiado con una corona de espinas, ERC había insistido con un énfasis excesivo en el reconocimiento internacional de las selecciones deportivas catalanas).
De ahí que, de todo el primer tripartito solamente se salvara la redacción del Estatuto. Pero con matices, porque, finalmente, no fue el Tripartito quien lo gestionó en Madrid, sino… Artur Mas quien acudió a La Moncloa para pactar con Zapatero aspectos del proyecto para evitar que entraran en contradicción con la constitución española. Y, además, el Estatuto fue objeto de la ruptura del primer tripartito, aprobándose con la hostilidad de ERC. Antes, tras una larga gestación en el Parlament, el texto fue aprobado el 30 de septiembre de 2005 tras un acuerdo in extremis firmado entre el tripartito y CiU sobre financiación autonómica y enseñanza.
El 18 de junio de 2006 se convocó el referéndum sobre el Estatuto después de que fuera aprobado por las Cortes Generales de España el 10 de mayo de 2006. El resultado fue decepcionante para el tripartito: apenas votó la mitad del electorado (48,85%), y de los votantes el 20’76% lo hizo en contra y el 5,34% en blanco. Sobre 6.500.000 de catalanes apenas 1.882.650 habían apoyado, menos de un 30% de la población. Esto indicaba un peligroso alejamiento entre la población y la clase política catalana, pero golpeaba especialmente al tripartito… uno de cuyos partidos, ERC, incluso había recomendado el voto negativo.
El segundo tripartito
A pesar de los modestos resultados del referéndum y de que los consellers de ERC habían sido expulsados del tripartito al recomendar el No en la consulta, al conocerse el resultado de las elecciones anticipadas que siguieron el 1 de noviembre de 2006, se volvió a reconstruir, contra todo pronóstico, la misma fórmula de gobierno.
Nuevamente CiU volvió a vencer en número de votos, mejorando los resultados obtenidos en 2003, pero insuficientes para gobernar. El PSC, ante el deterioro de la salud de Maragall y sus actitudes cada vez más erráticas, optó por presentar como candidato a Montilla. Se trató de unas elecciones-espectáculo entre las que destacó el “folla’t a la dreta” de los jóvenes de ICV, el desnudo del candidato de Ciutadans (que indicaba el estado de indigencia de esta coalición) y la firma ante notario de que CiU no pactaría con el PP.
La historia de este segundo tripartito ha sido completamente gris e irrelevante y el problema de fondo ha radicado precisamente que se ha limitado a hacer más “nacionalismo”, contrariamente a lo que se podía esperar de una coalición “de izquierdas”.
CiU venció en esta ocasión en número de votos y de escaños (48% y el 32% de los votos). De los tres miembros de tripartito solamente ICV ganó escaños (quedando con un total de 12), mientras ERC perdía 2 y el PSC 5. En cuanto al PP perdió un escaño y Ciutadans ganó 3. Ya por entonces surgieron las primeras propuestas de los que luego se llamaría “sociovergencia” (“gran coalición” entre PSC y CiU), sin embargo, el PSC temía el “abrazo del oso” que podía propinarle el nacionalismo moderado así que optó por revalidar el tripartito por puro afán de supervivencia de los dos partidos derrotados e incluso del ICV que, aún subiendo, seguía siendo irrelevante.
Inicialmente sorprendió que Joan Saura ocupara la Consellería de Interior. Resultaba incomprensible que una personalidad ultraprogresista hasta la náusea, estuviera a cargo de los mossos d’esquadra. Inmediatamente se filtró la maquiavélica explicación: a la vista de que ICV era el único partido del tripartito que había obtenido buenos resultados, se trataba… de erosionarlo situando a su coordinador en la Consellería más expuesta. De hecho, la gestión de Saura ha sido constantemente criticada en estos últimos años (incendio en la Horta de Sant Joan, denuncias por maltrato en las comisarías de los mossos, caos generado por las nevadas con cortes de energía eléctrica que llegaron a prolongarse durante 10 días, intervenciones de los mossos d’esquadra criticadas por el propio Saura…). Lo que debía haber sido una maquiavélica maniobra para erosionar a ICV se convirtió en un foco erosión de todo el tripartito (que hoy sólo sigue siendo defendido por ICV como opción válida).
Hacia principios de 2010 los socios de ICV en el tripartito ya intuían que ellos iban a pagar los errores y horrores de Saura. Ernest Maragall, hermano del ex president y dirigente del PSC, pasó al ataque certificando en enero la defunción del tripartito (del que dijo que “se había convertido en un artefacto inestable, sin vigencia más allá de su mandato actual al renunciar a encarnar un proyecto integral de país”), ERC, por su parte, atacó por boca de Jordi Huguet quien propuso una “gran coalición” (PSC, ERC, CiU) de la que, obviamente, quedaba excluida ICV. Los últimos doce meses de tripartito están suponiendo un año de desintegración y coronan la parálisis de los seis años anteriores al tiempo que extiende un certificado de mala gestión dada la angustiosa situación que vive la población catalana indefensa ante una crisis económica especialmente dura en Catalunya (y mucho más para sus jóvenes) y por la llegada masiva de inmigración islámica ante la complacencia de Montilla.
Con más pena que gloria este segundo tripartito, agotado desde su mismo inicio, fruto de las impotencias de unos y de las ambiciones desmedidas de otros, paralizado en su tarea de gobierno, continuista en relación a los 23 años de pujolismo, está muerto, enterrado y en putrefacción. Se sabe de su existencia porque, de tanto en tanto, se le oye alguna declaración especialmente sobre el recurso presentado por el PP ante el Tribunal Constitucional (y que ha supuesto, en la práctica, la consideración del PP como algo ajeno a Catalunya).
Balance de los últimos siete años de política catalana
A lo largo de los 23 años de pujolismo se generaron una serie de vicios que finalmente estallaron en los últimos años de su gestión y estallados durante los dos tripartitos. No hay que olvidar que el pujolismo arrancó con el escándalo de Banca Catalana, entidad que entró en crisis en 1982. En aquel tiempo Banca Catalana era la mayor entidad financiera de aquella autonomía y en pocos días perdió el 38% de sus depósitos al rumorearse el anuncio de una suspensión de pagos. Las pérdidas fueron cubiertas con cargo al Fondo de Garantía de Depósitos y la entidad intervenida por el Banco de España. En 1984, el nombre de Jordi Pujol fue incluido en la querella presentada por la Fiscalía del Estado que debió prestar declaración. Los fiscales Mena y Villarejo presentaron la petición de procesamiento de los 18 exconsejeros del banco, entre ellos Pujol, por presuntos delitos de apropiación indebida, falsedad en documento público y mercantil y maquinación para alterar el precio de las cosas. Pero 33 magistrados de la Audiencia de Barcelona votaron en contra de procesar a Pujol cuya defensa consistió simplemente en erigirse como “imagen de Catalunya” y considerar que cualquier atraque contra él lo era contra Catalunya.
Sin embargo, a lo largo de su mandato, Pujol se fue erosionando a causa de su evidente oportunismo al pactar unas veces con el PP y otras con el PSOE, y en lo económico aplicó un programa neoliberal con las correspondientes privatizaciones, las externalizaciones de servicios y los conciertos, mientras se convertía en una tradición consuetudinaria al pujolismo la famosa cuestión del 3% en el cobro de comisiones. Así mismo, en los medios periodísticos catalanes -los que no estaban controlados directamente por la Generalitat o por CiU aceptaban no investigar casos de corrupción que pudieran perjudicar el buen nombre de Catalunya y al seny catalán- optaron por pasar de puntillas sobre todos estos episodios.
El resultado fue que durante el pujolismo Catalunya se convirtió en la zona del Estado en la que más y mejor corrupción arraigó -a poca distancia, eso sí, de Andalucía- y en donde los casos de corrupción pasaban casi completamente desapercibidos.
No es raro que en las elecciones de 2003, CiU perdiera votos a favor de ERC (su vaso comunicante). Una vez estrenada la gestión del tripartito se empezó a ver que con una ICV que carecía completamente de peso político, con una ERC sobredimensionada y con un president del PSC capidisminuido, el anhelo de parte de los votantes de este partido de desplazar el eje de la acción de gobierno de la permanente reivindicación nacional al encaramiento de los problemas sociales, no iba a ser posible.
Desde las primeras sesiones de debate sobre el Estatut se evidenció que para ERC la cuestión era apenas un mero trámite para avanzar un peldaño hacia la independencia de Catalunya. De la misma forma que un salchichón no puede comerse sino cortándolo de rodaja en rodaja, ERC había planificado la independencia en tres fases: el “Estatuto de Sau” (vigente hasta ese momento), el “nuevo estatuto” (que liquidaba prácticamente la presencia del Estado en Catalunya e incluía la definición de Catalunya como nación) y, finalmente, la independencia plena que el propio Carod anunciaba a diestra y siniestra que tendría lugar en 2014.
Sin embargo, las expectativas de ERC quedaron decepcionadas. No logró imponer su “estatuto de máximos” y lo que fue peor para ERC: dado que para aprobar la reforma del Estatut en el Parlament de Catalunya era necesario contar con los votos de CiU, éste partido -en crisis desde que fue arrojado del gobierno catalán- consiguió remontar el vuelo y convertirse en el factor central de la negociación que finalmente llevó a Artur Mas a La Moncloa pactando con Zapatero los recortes necesario para encajar el Estatuto con la constitución española.
A partir de todo esto no puede extrañar que al principio de este análisis hayamos calificado al tripartito de “continuista” en relación a los 23 años de pujolismo. La obsesión nacionalista de CiU había sido heredada por el tripartito a partir de ERC y del saturnismo de Maragall.
En Catalunya donde no existe problema lingüístico, ERC procuró reforzar la presión creando las, verdaderamente desagradables e insidiosas, “oficinas de delación lingüística”. Fue también ERC la que generó amplias protestas del mundo de la cultura al excluir de la Feria de Frankfurt a los escritores nacidos y residentes en Catalunya pero que utilizan la lengua castellana para escribir sus obras. Así mismo, fue ERC la que dilapidó tiempo, esfuerzos y fondos en la reivindicación de selecciones deportivas catalanas, la que abrió costosas “embajadas de la Generalitat” en una docena de países extranjeros… cuando la crisis económica ya despuntaba en el horizonte y podía percibirse a las claras el ocaso del modelo económico del aznarismo y de su versión neoliberal catalana.
A lo largo del primer tripartito solamente Maragall fue un poco más allá del reduccionismo nacionalista exigiendo un nuevo sistema de financiación autonómica, más equitativo que el existente hasta ese momento y que permitiera superar las carencias e insuficiencias de la Generalitat en materia de servicios sociales, educación y sanidad. Hay que decir que si Catalunya necesitaba más dinero era en gran medida por la llegada masiva de inmigrantes en número muy superior a cualquier otra autonomía. Sin embargo, el tripartito no cuestionó absolutamente ninguna de las medidas neoliberales aplicadas por Pujol, ni, por supuesto, se atrevió a investigar –en nombre de la famosa “omertá”- los casos de corrupción que aparecían un poco por todas partes como herencia del período anterior. Fue ERC la que más énfasis puso, precisamente, en bloquear la comisión de investigación sobre el escándalo del 3%. De hecho, si el Estatuto tiró adelante fue por el pacto llegado con CiU: apoyo a cambio de silencio en este espinoso asunto.
¿Dónde estaban las diferencias entre el tripartito y CiU? Simplemente era una diferencia de rostros: los proyectos eran prácticamente los mismos. La única, quizás, era que Pujol mantenía un fuerte liderazgo en la sociedad catalana, mientras que Maragall jamás lo tuvo y Montilla menos aún.
Cuando empieza la gestión del segundo tripartito y ERC sufre su primer retroceso, este partido empieza a sufrir disidencias: se refuerzas las plataformas soberanistas pero ya fuera del control de ERC (Candidaturas de Unidad Popular) y aparecen nuevos partidos (Reagrupament) con posibilidades de arrastrar a los sectores más soberanistas de ERC a la vista de que el Estatut, embarrancado en el tribunal constitucional durante cuatro largos años, no parece ser un camino más adecuado para la independencia. El Reagrupament, reforzado por Joan Laporta, ha llegado a presentar un proyecto de “Constitución Catalana” que excluye completamente al castellano (hablado hoy habitualmente por un 47% de la población) y permitiendo que residentes en las comunidades valencia, aragonesa y balear “adquieran la condición nacional de catalán” con solo solicitarla… Así pues, quienes no hablen catalán no serán considerados catalanes, pero quienes residan fuera de Catalunya y hayan nacido en otras comunidades autónomas pueden convertirse automáticamente catalanes con sólo solicitarlo. A nadie se le escapa que estas consideraciones vulneran un amplio repertorio de leyes nacionales e internacionales y casi suponen una caricatura más próxima a la “rauxa” que al tradicional “seny” catalán.
En torno a estas nuevas iniciativas se van concentrando sectores de la juventud y clases medias especialmente en la periferia de Barcelona que, desengañados de las vías parlamentarias y acuciados por la crisis económica, están intentando dar la batalla con “iniciativas populares” como los referendos independentistas que se vienen sucediendo (con escaso éxito, por cierto) desde el mes de septiembre de 2009. ERC hoy, en conclusión, ya no tiene la gobernabilidad de Catalunya como la tuvo en 2003.
Por lo demás, la crisis económica y la responsabilidad del zapaterismo en su negativa a reconocer la crisis primero, en su reacción tardía después y en su batería de medidas erróneas que han tenido como consecuencia la exacerbación de la deuda pública, han hecho que el Pacto del Tinell saltara por los aires. Hoy el PP (fuera de Catalunya) ya no está aislado. Quien está arrinconado y amortizado políticamente es precisamente Zapatero.
El único éxito que puede contar el tripartito, el acuerdo de financiación autonómica que benefició extraordinariamente a Catalunya, quedó empañado a raíz de la gravedad de la crisis y, sin duda, habrá que renegociarlo muy a la baja. Tanto la reforma del mercado de trabajo como la nueva ley de educación catalana se realizaron según parámetros neoliberales, favoreciendo en el primer caso a la enseñanza privada y en el segundo a los intereses de la patronal.
Si el primer tripartito evidenció la falta de autoridad y el descontrol de que era capaz de llegar Maragall, el segundo fue todavía peor. Educado en el zapaterismo, Montilla se ha negado a reemplazar a conseller requemados y carbonizados por la mala gestión de sus departamentos (Saura en Interior, Baltasar en medio ambiente, Ernest Maragall en educación), lo cual ha ido aumentando la sensación de parálisis en la tarea de gobierno.
Para colmo de males, la proximidad de las elecciones autonómicas y de las municipales y los palpables avances de la PxC cuyo eje de propaganda se centra en la necesidad de cerrar la entrada a más inmigrantes en Catalunya (algo que la población percibe como necesario) y a repatriar a los excedentes (algo que disminuiría el gasto social de la Generalitat y aliviaría la presión que está sufriendo la sociedad catalana, especialmente las clases trabajadores), está generando discordias y dudas en los grandes partidos. Mientras ERC, paradójicamente, es el partido más pro-inmigracionista, ICV está todavía anclado en el irredento “papeles para todos”, el PSC cultiva el voto marroquí, CiU está alarmado por el crecimiento de PxC y la segura pérdida de mayoría en alguno de sus filones tradicionales (especialmente en Osona).
Algunos ayuntamientos han intentado aplicar medidas propuestas por la PxC con el resultado de abrirse fricciones con sus direcciones barcelonesas enrocadas en lo políticamente correcto y dar pábulo a que se hable todavía más de la PxC.
Previsiones para noviembre
Las encuestas oficiales cierran el paso a la entrada de cualquier partido nuevo en el Parlament de Catalunya. Sin embargo, las encuestas privadas o realizadas por gabinetes de sondeos incluyen a Plataforma per Catalunya y a Reagrupament entre los partidos que se sentarán en las bancadas del nuevo parlamento a elegir en noviembre. Quien desaparece de todas las quinielas es Cuitadans que ha decepcionado ampliamente a su clientela.
Las estimaciones sobre la caída del PSC oscilan entre la “dulce derrota” y el “amargo desplome”, concediéndoles una pérdida de entre el 3 y el 10%. Otro tanto ocurre con ERC que si no ocurre un milagro puede perder entre el 30 y el 50% de los votos que obtuvo en 2006. Paradójicamente, el partido que se ha mostrado más catastrófico a lo largo de estos últimos cuatros años de gobierno puede subir entre lo casi imperceptible (0’5%) y lo moderado (no más del 2%). El triunfo augurado para CiU puede quedar empañado por el Caso Pretoria pero, aún así nadie duda de que rozará la mayoría absoluta sino la supera. En cuanto al PP, la gestión de Alicia Sánchez Camacho no logra que el partido remonte, sino que, por un lado se produce un goteo de cargos y de votos hacia PxC y, por otra apenas recupera votos que en su momento fueron a parar a Ciutadans.
Así las cosas, las quinielas están abiertas para el próximo noviembre. De lo que no cabe la menor duda, es que el tripartito es historia y será recordado en sus dos versiones como uno de los más lamentables períodos de autogobierno.
[recuadro]
Cooficialidad o conflicto: La cuestión lingüística y la cuestión política
El problema lingüístico aun siendo relativo, existe. Las cifras de utilización de una y otra lengua en 2009 indican que el uso del catalán hace tiempo que ha tocado techo. De hecho, el uso del castellano entre la población que reside en Cataluña sigue yendo muy por delante del que se hace del catalán, 45,9% por 35,6% como promedio. Pero si nos atenemos al área metropolitana de Barcelona, los castellanohablantes (53,8%) duplican a los catalanohablantes (27,8%), según las cifras manejadas por un diario tan poco sospechoso como es El Periódico, editado en dos ediciones castellana y catalana. Así mismo, el castellano también es ampliamente mayoritario en el Campo de Tarragona. En el resto de comarcas, en su mayoría zonas rurales, el catalán sigue siendo mayoritario… justo donde siempre lo ha sido.
La encuesta de El Periódico demostró algo sorprendente: entre los mayores de 65 años (que se habían educado en las escuelas franquistas y en un período en el que la lengua catalana, sin estar prohibida, no gozaba del favor gubernamental ni del apoyo de una institución de autogobierno) el catalán sigue siendo la lengua mayoritaria, pero en todos los demás grupos sociales (incluidos los menores de 40 años que ya recibieron enseñanza en catalán), domina el uso del castellano. En la categoría de jóvenes entre 15 y 29 años, que han utilizado en buena parte de su itinerario escolar el catalán como lengua vehicular de aprendizaje, se reproduce una diferencia de más de 12 puntos porcentuales a favor del castellano.
Es cierto que la mayoría de la población conoce ambas lenguas, pero el dominio del castellano es notoriamente superior (20 puntos porcentuales por delante) cuando se pregunta en qué idioma se habla o se lee habitualmente. La diferencia a favor del castellano es aún mayor cuando se pregunta a los encuestados en qué idioma escriben….
Estas cifras son de junio de 2009 cuando ya se habían cumplido casi seis años de tripartito. En su obsesión lingüística, el tripartito, y especialmente ERC, también ha fracasado.
[recuadro]
¿Por qué el PSC no se distancia de CiU?
Resulta significativo que en las elecciones generales catalanas, el PSC suela vencer, mientras que en las elecciones autonómicas siempre obtiene resultados mucho menores. La explicación es que buena parte de los electores socialistas predispuestos a votar ayer a Felipe González y hoy a Zapatero, se refugian en la abstención en las elecciones autonómicas cuando el PSC intenta mostrar un perfil “nacionalista”.
Dirigido por sectores de la pequeña burguesía catalana, el PSC desde su constitución siempre ha parecido estar más cerca del regionalismo catalanista que del socialismo de Pablo Iglesias. Esto le ha costado perder votos en las elecciones autonómicas, especialmente en el cinturón industrial de Barcelona. Ese mismo fenómeno ya se produjo con el PSUC, mayoritario en la transición en esa zona y que, a causa de sus alardes “nacionalistas” terminó, primero desdibujándose en beneficio del PSC y, más tarde, aportó lo esencial para acreditar el crecimiento del PP en el período 1999. Aun hoy las clases trabajadoras del cinturón industrial son castellanoparlantes e incluso en zonas como L’Hospitalet o Cornellá, o en el mismo Raval barcelonés, se oye antes hablar el árabe que el catalán.
Este posicionamiento del PSC hacia actitudes regionalistas fue el causante de que perdiera sucesivas elecciones autonómicas en los años 80 y 90 y que, a partir de 2003 no estuviera en condiciones de distanciarse de CiU en intención de voto para las autonómicas. Si en 2006, el PSC sufrió una sangría de votos hacia Ciutadans (partido autodefinido como “progresista y de centro-izquierda” pero al que realmente el único tema que toca es el lingüístico). Ciudadans ha estado compuesto por cuatro tendencias: los anti lengua catalana químicamente puros, castellanoparlantes sin orientación política; los socialistas castellanoparlantes, los libertarios contrarios a imposiciones lingüísticas; y, finalmente, los procedentes del PP o de la extrema-derecha sensibilizados por este tema). Pero el hecho de que a lo largo de estos cuatro años, Ciutadans ha votado sistemáticamente las propuestas del PP, ha terminado por romper este partido y situarlo ante su desaparición que tendrá lugar en noviembre de 2010, sin que UPyD –al que ha ido a parar parte de la militancia de Ciutadans- pueda sustituirle.
El PSC pensó que colocando a Montilla al frente de su cartel electoral autonómico, la presencia de un “nuevo catalán” nacido en Andalucía bastaría para aproximarse al sector castellano parlante de la sociedad, sin necesidad de modificar sus posiciones nacionalistas catalanas. No ha sido así, sino todo lo contrario. El breve ciclo de Ciutadans queda como testigo de ese fracaso.
(c) Ernesto Milá - infokrisis - infokrisis@yahoo.es - http://infokrisis.blogia.com - Prohibida la reproducción de este texto sin indicar blog de procedencia.
En 2003, cuando se convocaron las elecciones catalanas, venció el PSC por apenas 7.000 votos, pero CiU obtuvo 4 escaños más. El cansancio de más de dos décadas de pujolismo y el hecho de que el liderazgo de Artur Mas no estuviera suficientemente asentado hizo que, por primera vez, la izquierda catalana (PSC e ICV) pactaran con un partido de izquierda independentista (ERC) que había obtenido una subida importante (11 escaños más). A la hora de buscar combinaciones para estructurar un gobierno, las conversaciones llevaron a la firma del llamado Pacto del Tinell, sin el cual sería imposible comprender estos últimos siete años de política catalana.
La “doctrina” del Pacto del Tinell
Suscrito el 14 de diciembre de 2003 por PSC, ERC e ICV, el Pacto del Tinell tenía como intención darles un programa común y estructurar un gobierno de coalición formado por estas tres fuerzas políticas. Dado el espectacular ascenso de ERC este partido parecía ser el árbitro de la situación (Carod Rovira utilizó recordó constantemente en el mes que medió entre las elecciones y la firma del Pacto del Tinell que ellos tenían la “llave de la gobernabilidad de Catalunya”). Se intentó inicialmente un “gobierno de concentración” formado por todos los partidos salvo por el PP, que no fue posible dado que CiU exigía la presidencia al haber obtenido más escaños, cargo al que aspiraba también Maragall argumentando haber obtenido más votos… La segunda posibilidad, el acuerdo entre nacionalistas de CiU e independentistas de ERC tampoco fue viable en la medida en que las exigencias de cada parte parecían excesivas a la otra. Así pues se llegó a la tercera posibilidad: un gobierno de izquierdas formado por socialistas, independentistas y ecosocialistas.
Vale la pena recordar la situación que se daba en la política española en aquel momento. La política nacional estaba dominada por dos temas: las elecciones madrileñas y el debate contra la guerra de Irak. Aznar gobernaba cómodamente amparado en una mayoría absoluta. Se acaban de celebrar las elecciones autonómicas en Madrid (26 de octubre de 2003) que dan la victoria al PP, después de que el 25 de mayo anterior la defección de dos diputados socialistas hiciera imposible la formación de un gobierno de izquierdas.
Después de una primera legislatura (1996-2000) en la que Aznar se había visto obligado a pactar con CiU (pasando del “Pujol enano, habla castellano”, al “yo hablo catalán en familia”), a partir de la obtención de la mayoría absoluta se enrocó en una oposición cerrada contra los nacionalismos periféricos. Esto, unido a la política belicista y al alineamiento favorable a los EEUU en los meses previos a la invasión de Iraq, generó un amplio margen de hostilidad contra Aznar en Catalunya. Aún así era evidente que la economía iba bien y nadie dudaba que con el sustituto de Aznar, Rajoy, el PP volvería a ganar las elecciones. El liderazgo de Zapatero en la oposición era excepcionalmente débil, suscitaba pocos entusiasmos y ya había recibido el calificativo de “bambi” emanado de las propias filas socialistas.
Es en esas circunstancias en las que hay que enmarcar el Pacto del Tinell. Forzado por ERC, pero sin excesiva oposición por parte de PSC e ICV, el Pacto acordó la reforma del Estatuto de Autonomía y exigir un nuevo marco de financiación autonómica. Existía la impresión de que gobernando Aznar en Madrid durante otros cuatro años el “nou Estatut” jamás saldría adelante y, por tanto, ERC pensaba en poder movilizar amplias masas populares jugando la carta del victimismo.
Desde principios de los años 90, Carod-Rovira sostenía la teoría de que la independencia de Catalunya solamente sería posible cuando el PSC adoptara una posición nacionalista. De ahí que Carod estuviera mucho más predispuesto a formar un gobierno de coalición con el PSC en lugar de con CiU: el hecho de que el PSC aceptara no suponía, para Carod, saciar las ambiciones y el hambre de poder atrasada de los cuadros del PSC (como de hecho era en realidad…) sino que este partido se había volcado definitivamente hacia el nacionalismo catalán. Para Carod la independencia de Catalunya dependía precisamente de los socialistas: en el momento en que estos incorporaran tesis socialistas, la independencia estaría al alcance de la mano. El planteamiento de Carod tenía una objeción: los socialistas hubieran aceptado cualquier cosa y la contraria para situar a Maragall en la plaza de Sant Jaume y no estaban dispuestos a discutir la “doctrina Carod” que era, por lo demás, una ficción dogmática.
Maragall, que ya había sido candidato en 1999, repitió nuevamente al frente de la lista simplemente por su obstinación y… porque no existía ningún otro candidato con perfil suficiente como para sustituirlo. Montilla, el sustituto eventual, todavía no era suficientemente conocido por el electorado. En filas socialistas se preveía que Maragall ganaría las elecciones de 1999 con Montilla como segundo de abordo y, tras estar dos años presidiendo la Generalitat, dimitiría por obvios “motivos de salud” para dejar el testigo a Montilla. Esta “hábil” estrategia no contaba con la tozudez de Maragall del cual, en aquel momento, abundaban los rumores sobre su estado de salud y distintos testimonios que aludían a estados de confusión mental que sufría (luego debió reconocer un principio de Alzheimer), además, quienes lo habían visto en ruedas de prensa, conferencias y en su entorno se sabía que frecuentemente su conversación se volvía errática, divagante, contradictoria e incoherente.
A pesar de todo eso, el pacto se firmó el 14 de diciembre de 2003 por Pasqual Maragall (cuyo estado aleatorio de confusión mental pronto pudo advertirse), Carod-Rovira (preso de su doctrina independentista dogmática) y Joan Saura (progre entre los progres y empeñado en no advertir que estaba dejando la pancarta por el coche oficial).
Los acuerdos del Tinell fueron cuatro: "Más y mejor autogobierno. Más calidad democrática", “Un nuevo impulso económico para Cataluña", "Cataluña, una nación socialmente avanzada" y "Una nueva política territorial y ambiental"… de todo este programa solamente en torno al tercer punto se lograron concentrar esfuerzos. De ahí surgió el nuevo Estatuto. Finalmente, una cláusula establecía la prohibición de que cualquier partido negociara con el PP, tanto en la Generalitat como a nivel estatal. Ese fue el inicio del aislamiento del PP del que Zapatero se benefició durante los cinco años siguientes.
El primer tripartito: unidimensional
Cinco días antes de las navidades de 2003, Maragall tomó posesión como President de Catalunya y tres días después se daba a conocer el nuevo gobierno (formado por 8 miembros del PSC, 5 de ERC y 2 de ICV). Saura fue consejero de Relaciones Institucionales y Carod-Rovira “conseller en cap”. Carod, que había llegado con ideas nuevas, provocó la primera grave crisis al entrevistarse con Josu Ternera y otros miembros de ETA en Perpiñán pactando una “tregua” para Catalunya que excluía al resto del Estado. Una vez conocido el episodio, se supo que había acudido a espaldas de Maragall, lo que supuso su salida del gobierno.
Apenas 100 días después de la formación del nuevo gobierno catalán se producen los atentados del 11-M de 2004 y la agitación que siguió en los tres días siguientes. Estos episodios tuvieron como primera consecuencia política la pérdida de las elecciones por parte del PP y la victoria inesperada de Zapatero (que, en el fondo había sido elegido secretario general del PSOE en la creencia de que la inevitable derrota electoral de 2004 acabaría con él sin que ninguno de los barones del PSOE que aspiraban a ocupar la presidencia del gobierno, se quemaran…). Todo esto supuso dos fenómenos: la extensión del Pacto del Tinell a todo el territorio nacional con el aislamiento del PP incorporada como consigna por el zapaterismo y el que el asunto de un nuevo estatuto dejara de ser un tema victimista (por la oposición cerrada que le habría deparado Aznar) para pasar a ser una realidad. Hay que decir que, llegado a este punto, no existía ni la más mínima demanda social de un nuevo estatuto y que, en estos últimos siete años, nunca se ha manifestado, ni siquiera en los momentos de mayor tensión o en el propio referendo para su aprobación.
El ascenso de Zapatero a La Moncloa, supuso una ayuda para Maragall. En efecto, Zapatero había llegado a la secretaría general del PSOE gracias al bloque de votos del PSC y estaba en deuda con este partido. Subía el presidente del gobierno con la promesa de una “España plural” que encajaba perfectamente con el concepto de Maragall de “federalismo asimétrico”. De ahí que Zapatero se comprometiera a aprobar el estatuto que surgiera del Parlamento catalán, tras lo cual se reformaría la constitución convirtiendo al senado en “cámara territorial” y la vertebración del Estado estaría próxima al federalismo maragallano…
A partir de ese momento, todos los esfuerzos del gobierno tripartito catalán se concentraron en la redacción del Estatuto. Mientras el barrio de El Carmelo se hundía, apareció el “escándalo del 3%” (porcentaje de los contratos de obra pública cobrado por los gestores de la Generalitat como precio por otorgar esos mismos contratos). En el curso de un debate en el parlamento catalán, tras usar la palabra Artur Mas, Maragall contestó “Su problema es el 3%” aludiendo a estos cobros de estas comisiones institucionalizados por CiU. Mas reaccionó virulentamente amenazando con romper el consenso sobre el nuevo Estatuto en caso de que se hicieran más alusiones a este espinoso tema. Maragall rectificó y ni siquiera se creó una comisión parlamentaria para investigar el cobro de estas comisiones.
Pronto se percibió que las medidas ecologistas propuestas por ICV animaban precisamente a las empresas a abandonar Catalunya y deslocalizarse, se percibió que ERC se había convertido en una fuente de problemas (durante el viaje a Israel, Carod-Rovira se negó a participar en el homenaje a Yitzhak Rabin –primer ministro laboralista asesinado- por no encontrarse la bandera catalana presente; pocas horas antes, Carod se había fotografiado con una corona de espinas, ERC había insistido con un énfasis excesivo en el reconocimiento internacional de las selecciones deportivas catalanas).
De ahí que, de todo el primer tripartito solamente se salvara la redacción del Estatuto. Pero con matices, porque, finalmente, no fue el Tripartito quien lo gestionó en Madrid, sino… Artur Mas quien acudió a La Moncloa para pactar con Zapatero aspectos del proyecto para evitar que entraran en contradicción con la constitución española. Y, además, el Estatuto fue objeto de la ruptura del primer tripartito, aprobándose con la hostilidad de ERC. Antes, tras una larga gestación en el Parlament, el texto fue aprobado el 30 de septiembre de 2005 tras un acuerdo in extremis firmado entre el tripartito y CiU sobre financiación autonómica y enseñanza.
El 18 de junio de 2006 se convocó el referéndum sobre el Estatuto después de que fuera aprobado por las Cortes Generales de España el 10 de mayo de 2006. El resultado fue decepcionante para el tripartito: apenas votó la mitad del electorado (48,85%), y de los votantes el 20’76% lo hizo en contra y el 5,34% en blanco. Sobre 6.500.000 de catalanes apenas 1.882.650 habían apoyado, menos de un 30% de la población. Esto indicaba un peligroso alejamiento entre la población y la clase política catalana, pero golpeaba especialmente al tripartito… uno de cuyos partidos, ERC, incluso había recomendado el voto negativo.
El segundo tripartito
A pesar de los modestos resultados del referéndum y de que los consellers de ERC habían sido expulsados del tripartito al recomendar el No en la consulta, al conocerse el resultado de las elecciones anticipadas que siguieron el 1 de noviembre de 2006, se volvió a reconstruir, contra todo pronóstico, la misma fórmula de gobierno.
Nuevamente CiU volvió a vencer en número de votos, mejorando los resultados obtenidos en 2003, pero insuficientes para gobernar. El PSC, ante el deterioro de la salud de Maragall y sus actitudes cada vez más erráticas, optó por presentar como candidato a Montilla. Se trató de unas elecciones-espectáculo entre las que destacó el “folla’t a la dreta” de los jóvenes de ICV, el desnudo del candidato de Ciutadans (que indicaba el estado de indigencia de esta coalición) y la firma ante notario de que CiU no pactaría con el PP.
La historia de este segundo tripartito ha sido completamente gris e irrelevante y el problema de fondo ha radicado precisamente que se ha limitado a hacer más “nacionalismo”, contrariamente a lo que se podía esperar de una coalición “de izquierdas”.
CiU venció en esta ocasión en número de votos y de escaños (48% y el 32% de los votos). De los tres miembros de tripartito solamente ICV ganó escaños (quedando con un total de 12), mientras ERC perdía 2 y el PSC 5. En cuanto al PP perdió un escaño y Ciutadans ganó 3. Ya por entonces surgieron las primeras propuestas de los que luego se llamaría “sociovergencia” (“gran coalición” entre PSC y CiU), sin embargo, el PSC temía el “abrazo del oso” que podía propinarle el nacionalismo moderado así que optó por revalidar el tripartito por puro afán de supervivencia de los dos partidos derrotados e incluso del ICV que, aún subiendo, seguía siendo irrelevante.
Inicialmente sorprendió que Joan Saura ocupara la Consellería de Interior. Resultaba incomprensible que una personalidad ultraprogresista hasta la náusea, estuviera a cargo de los mossos d’esquadra. Inmediatamente se filtró la maquiavélica explicación: a la vista de que ICV era el único partido del tripartito que había obtenido buenos resultados, se trataba… de erosionarlo situando a su coordinador en la Consellería más expuesta. De hecho, la gestión de Saura ha sido constantemente criticada en estos últimos años (incendio en la Horta de Sant Joan, denuncias por maltrato en las comisarías de los mossos, caos generado por las nevadas con cortes de energía eléctrica que llegaron a prolongarse durante 10 días, intervenciones de los mossos d’esquadra criticadas por el propio Saura…). Lo que debía haber sido una maquiavélica maniobra para erosionar a ICV se convirtió en un foco erosión de todo el tripartito (que hoy sólo sigue siendo defendido por ICV como opción válida).
Hacia principios de 2010 los socios de ICV en el tripartito ya intuían que ellos iban a pagar los errores y horrores de Saura. Ernest Maragall, hermano del ex president y dirigente del PSC, pasó al ataque certificando en enero la defunción del tripartito (del que dijo que “se había convertido en un artefacto inestable, sin vigencia más allá de su mandato actual al renunciar a encarnar un proyecto integral de país”), ERC, por su parte, atacó por boca de Jordi Huguet quien propuso una “gran coalición” (PSC, ERC, CiU) de la que, obviamente, quedaba excluida ICV. Los últimos doce meses de tripartito están suponiendo un año de desintegración y coronan la parálisis de los seis años anteriores al tiempo que extiende un certificado de mala gestión dada la angustiosa situación que vive la población catalana indefensa ante una crisis económica especialmente dura en Catalunya (y mucho más para sus jóvenes) y por la llegada masiva de inmigración islámica ante la complacencia de Montilla.
Con más pena que gloria este segundo tripartito, agotado desde su mismo inicio, fruto de las impotencias de unos y de las ambiciones desmedidas de otros, paralizado en su tarea de gobierno, continuista en relación a los 23 años de pujolismo, está muerto, enterrado y en putrefacción. Se sabe de su existencia porque, de tanto en tanto, se le oye alguna declaración especialmente sobre el recurso presentado por el PP ante el Tribunal Constitucional (y que ha supuesto, en la práctica, la consideración del PP como algo ajeno a Catalunya).
Balance de los últimos siete años de política catalana
A lo largo de los 23 años de pujolismo se generaron una serie de vicios que finalmente estallaron en los últimos años de su gestión y estallados durante los dos tripartitos. No hay que olvidar que el pujolismo arrancó con el escándalo de Banca Catalana, entidad que entró en crisis en 1982. En aquel tiempo Banca Catalana era la mayor entidad financiera de aquella autonomía y en pocos días perdió el 38% de sus depósitos al rumorearse el anuncio de una suspensión de pagos. Las pérdidas fueron cubiertas con cargo al Fondo de Garantía de Depósitos y la entidad intervenida por el Banco de España. En 1984, el nombre de Jordi Pujol fue incluido en la querella presentada por la Fiscalía del Estado que debió prestar declaración. Los fiscales Mena y Villarejo presentaron la petición de procesamiento de los 18 exconsejeros del banco, entre ellos Pujol, por presuntos delitos de apropiación indebida, falsedad en documento público y mercantil y maquinación para alterar el precio de las cosas. Pero 33 magistrados de la Audiencia de Barcelona votaron en contra de procesar a Pujol cuya defensa consistió simplemente en erigirse como “imagen de Catalunya” y considerar que cualquier atraque contra él lo era contra Catalunya.
Sin embargo, a lo largo de su mandato, Pujol se fue erosionando a causa de su evidente oportunismo al pactar unas veces con el PP y otras con el PSOE, y en lo económico aplicó un programa neoliberal con las correspondientes privatizaciones, las externalizaciones de servicios y los conciertos, mientras se convertía en una tradición consuetudinaria al pujolismo la famosa cuestión del 3% en el cobro de comisiones. Así mismo, en los medios periodísticos catalanes -los que no estaban controlados directamente por la Generalitat o por CiU aceptaban no investigar casos de corrupción que pudieran perjudicar el buen nombre de Catalunya y al seny catalán- optaron por pasar de puntillas sobre todos estos episodios.
El resultado fue que durante el pujolismo Catalunya se convirtió en la zona del Estado en la que más y mejor corrupción arraigó -a poca distancia, eso sí, de Andalucía- y en donde los casos de corrupción pasaban casi completamente desapercibidos.
No es raro que en las elecciones de 2003, CiU perdiera votos a favor de ERC (su vaso comunicante). Una vez estrenada la gestión del tripartito se empezó a ver que con una ICV que carecía completamente de peso político, con una ERC sobredimensionada y con un president del PSC capidisminuido, el anhelo de parte de los votantes de este partido de desplazar el eje de la acción de gobierno de la permanente reivindicación nacional al encaramiento de los problemas sociales, no iba a ser posible.
Desde las primeras sesiones de debate sobre el Estatut se evidenció que para ERC la cuestión era apenas un mero trámite para avanzar un peldaño hacia la independencia de Catalunya. De la misma forma que un salchichón no puede comerse sino cortándolo de rodaja en rodaja, ERC había planificado la independencia en tres fases: el “Estatuto de Sau” (vigente hasta ese momento), el “nuevo estatuto” (que liquidaba prácticamente la presencia del Estado en Catalunya e incluía la definición de Catalunya como nación) y, finalmente, la independencia plena que el propio Carod anunciaba a diestra y siniestra que tendría lugar en 2014.
Sin embargo, las expectativas de ERC quedaron decepcionadas. No logró imponer su “estatuto de máximos” y lo que fue peor para ERC: dado que para aprobar la reforma del Estatut en el Parlament de Catalunya era necesario contar con los votos de CiU, éste partido -en crisis desde que fue arrojado del gobierno catalán- consiguió remontar el vuelo y convertirse en el factor central de la negociación que finalmente llevó a Artur Mas a La Moncloa pactando con Zapatero los recortes necesario para encajar el Estatuto con la constitución española.
A partir de todo esto no puede extrañar que al principio de este análisis hayamos calificado al tripartito de “continuista” en relación a los 23 años de pujolismo. La obsesión nacionalista de CiU había sido heredada por el tripartito a partir de ERC y del saturnismo de Maragall.
En Catalunya donde no existe problema lingüístico, ERC procuró reforzar la presión creando las, verdaderamente desagradables e insidiosas, “oficinas de delación lingüística”. Fue también ERC la que generó amplias protestas del mundo de la cultura al excluir de la Feria de Frankfurt a los escritores nacidos y residentes en Catalunya pero que utilizan la lengua castellana para escribir sus obras. Así mismo, fue ERC la que dilapidó tiempo, esfuerzos y fondos en la reivindicación de selecciones deportivas catalanas, la que abrió costosas “embajadas de la Generalitat” en una docena de países extranjeros… cuando la crisis económica ya despuntaba en el horizonte y podía percibirse a las claras el ocaso del modelo económico del aznarismo y de su versión neoliberal catalana.
A lo largo del primer tripartito solamente Maragall fue un poco más allá del reduccionismo nacionalista exigiendo un nuevo sistema de financiación autonómica, más equitativo que el existente hasta ese momento y que permitiera superar las carencias e insuficiencias de la Generalitat en materia de servicios sociales, educación y sanidad. Hay que decir que si Catalunya necesitaba más dinero era en gran medida por la llegada masiva de inmigrantes en número muy superior a cualquier otra autonomía. Sin embargo, el tripartito no cuestionó absolutamente ninguna de las medidas neoliberales aplicadas por Pujol, ni, por supuesto, se atrevió a investigar –en nombre de la famosa “omertá”- los casos de corrupción que aparecían un poco por todas partes como herencia del período anterior. Fue ERC la que más énfasis puso, precisamente, en bloquear la comisión de investigación sobre el escándalo del 3%. De hecho, si el Estatuto tiró adelante fue por el pacto llegado con CiU: apoyo a cambio de silencio en este espinoso asunto.
¿Dónde estaban las diferencias entre el tripartito y CiU? Simplemente era una diferencia de rostros: los proyectos eran prácticamente los mismos. La única, quizás, era que Pujol mantenía un fuerte liderazgo en la sociedad catalana, mientras que Maragall jamás lo tuvo y Montilla menos aún.
Cuando empieza la gestión del segundo tripartito y ERC sufre su primer retroceso, este partido empieza a sufrir disidencias: se refuerzas las plataformas soberanistas pero ya fuera del control de ERC (Candidaturas de Unidad Popular) y aparecen nuevos partidos (Reagrupament) con posibilidades de arrastrar a los sectores más soberanistas de ERC a la vista de que el Estatut, embarrancado en el tribunal constitucional durante cuatro largos años, no parece ser un camino más adecuado para la independencia. El Reagrupament, reforzado por Joan Laporta, ha llegado a presentar un proyecto de “Constitución Catalana” que excluye completamente al castellano (hablado hoy habitualmente por un 47% de la población) y permitiendo que residentes en las comunidades valencia, aragonesa y balear “adquieran la condición nacional de catalán” con solo solicitarla… Así pues, quienes no hablen catalán no serán considerados catalanes, pero quienes residan fuera de Catalunya y hayan nacido en otras comunidades autónomas pueden convertirse automáticamente catalanes con sólo solicitarlo. A nadie se le escapa que estas consideraciones vulneran un amplio repertorio de leyes nacionales e internacionales y casi suponen una caricatura más próxima a la “rauxa” que al tradicional “seny” catalán.
En torno a estas nuevas iniciativas se van concentrando sectores de la juventud y clases medias especialmente en la periferia de Barcelona que, desengañados de las vías parlamentarias y acuciados por la crisis económica, están intentando dar la batalla con “iniciativas populares” como los referendos independentistas que se vienen sucediendo (con escaso éxito, por cierto) desde el mes de septiembre de 2009. ERC hoy, en conclusión, ya no tiene la gobernabilidad de Catalunya como la tuvo en 2003.
Por lo demás, la crisis económica y la responsabilidad del zapaterismo en su negativa a reconocer la crisis primero, en su reacción tardía después y en su batería de medidas erróneas que han tenido como consecuencia la exacerbación de la deuda pública, han hecho que el Pacto del Tinell saltara por los aires. Hoy el PP (fuera de Catalunya) ya no está aislado. Quien está arrinconado y amortizado políticamente es precisamente Zapatero.
El único éxito que puede contar el tripartito, el acuerdo de financiación autonómica que benefició extraordinariamente a Catalunya, quedó empañado a raíz de la gravedad de la crisis y, sin duda, habrá que renegociarlo muy a la baja. Tanto la reforma del mercado de trabajo como la nueva ley de educación catalana se realizaron según parámetros neoliberales, favoreciendo en el primer caso a la enseñanza privada y en el segundo a los intereses de la patronal.
Si el primer tripartito evidenció la falta de autoridad y el descontrol de que era capaz de llegar Maragall, el segundo fue todavía peor. Educado en el zapaterismo, Montilla se ha negado a reemplazar a conseller requemados y carbonizados por la mala gestión de sus departamentos (Saura en Interior, Baltasar en medio ambiente, Ernest Maragall en educación), lo cual ha ido aumentando la sensación de parálisis en la tarea de gobierno.
Para colmo de males, la proximidad de las elecciones autonómicas y de las municipales y los palpables avances de la PxC cuyo eje de propaganda se centra en la necesidad de cerrar la entrada a más inmigrantes en Catalunya (algo que la población percibe como necesario) y a repatriar a los excedentes (algo que disminuiría el gasto social de la Generalitat y aliviaría la presión que está sufriendo la sociedad catalana, especialmente las clases trabajadores), está generando discordias y dudas en los grandes partidos. Mientras ERC, paradójicamente, es el partido más pro-inmigracionista, ICV está todavía anclado en el irredento “papeles para todos”, el PSC cultiva el voto marroquí, CiU está alarmado por el crecimiento de PxC y la segura pérdida de mayoría en alguno de sus filones tradicionales (especialmente en Osona).
Algunos ayuntamientos han intentado aplicar medidas propuestas por la PxC con el resultado de abrirse fricciones con sus direcciones barcelonesas enrocadas en lo políticamente correcto y dar pábulo a que se hable todavía más de la PxC.
Previsiones para noviembre
Las encuestas oficiales cierran el paso a la entrada de cualquier partido nuevo en el Parlament de Catalunya. Sin embargo, las encuestas privadas o realizadas por gabinetes de sondeos incluyen a Plataforma per Catalunya y a Reagrupament entre los partidos que se sentarán en las bancadas del nuevo parlamento a elegir en noviembre. Quien desaparece de todas las quinielas es Cuitadans que ha decepcionado ampliamente a su clientela.
Las estimaciones sobre la caída del PSC oscilan entre la “dulce derrota” y el “amargo desplome”, concediéndoles una pérdida de entre el 3 y el 10%. Otro tanto ocurre con ERC que si no ocurre un milagro puede perder entre el 30 y el 50% de los votos que obtuvo en 2006. Paradójicamente, el partido que se ha mostrado más catastrófico a lo largo de estos últimos cuatros años de gobierno puede subir entre lo casi imperceptible (0’5%) y lo moderado (no más del 2%). El triunfo augurado para CiU puede quedar empañado por el Caso Pretoria pero, aún así nadie duda de que rozará la mayoría absoluta sino la supera. En cuanto al PP, la gestión de Alicia Sánchez Camacho no logra que el partido remonte, sino que, por un lado se produce un goteo de cargos y de votos hacia PxC y, por otra apenas recupera votos que en su momento fueron a parar a Ciutadans.
Así las cosas, las quinielas están abiertas para el próximo noviembre. De lo que no cabe la menor duda, es que el tripartito es historia y será recordado en sus dos versiones como uno de los más lamentables períodos de autogobierno.
[recuadro]
Cooficialidad o conflicto: La cuestión lingüística y la cuestión política
El problema lingüístico aun siendo relativo, existe. Las cifras de utilización de una y otra lengua en 2009 indican que el uso del catalán hace tiempo que ha tocado techo. De hecho, el uso del castellano entre la población que reside en Cataluña sigue yendo muy por delante del que se hace del catalán, 45,9% por 35,6% como promedio. Pero si nos atenemos al área metropolitana de Barcelona, los castellanohablantes (53,8%) duplican a los catalanohablantes (27,8%), según las cifras manejadas por un diario tan poco sospechoso como es El Periódico, editado en dos ediciones castellana y catalana. Así mismo, el castellano también es ampliamente mayoritario en el Campo de Tarragona. En el resto de comarcas, en su mayoría zonas rurales, el catalán sigue siendo mayoritario… justo donde siempre lo ha sido.
La encuesta de El Periódico demostró algo sorprendente: entre los mayores de 65 años (que se habían educado en las escuelas franquistas y en un período en el que la lengua catalana, sin estar prohibida, no gozaba del favor gubernamental ni del apoyo de una institución de autogobierno) el catalán sigue siendo la lengua mayoritaria, pero en todos los demás grupos sociales (incluidos los menores de 40 años que ya recibieron enseñanza en catalán), domina el uso del castellano. En la categoría de jóvenes entre 15 y 29 años, que han utilizado en buena parte de su itinerario escolar el catalán como lengua vehicular de aprendizaje, se reproduce una diferencia de más de 12 puntos porcentuales a favor del castellano.
Es cierto que la mayoría de la población conoce ambas lenguas, pero el dominio del castellano es notoriamente superior (20 puntos porcentuales por delante) cuando se pregunta en qué idioma se habla o se lee habitualmente. La diferencia a favor del castellano es aún mayor cuando se pregunta a los encuestados en qué idioma escriben….
Estas cifras son de junio de 2009 cuando ya se habían cumplido casi seis años de tripartito. En su obsesión lingüística, el tripartito, y especialmente ERC, también ha fracasado.
[recuadro]
¿Por qué el PSC no se distancia de CiU?
Resulta significativo que en las elecciones generales catalanas, el PSC suela vencer, mientras que en las elecciones autonómicas siempre obtiene resultados mucho menores. La explicación es que buena parte de los electores socialistas predispuestos a votar ayer a Felipe González y hoy a Zapatero, se refugian en la abstención en las elecciones autonómicas cuando el PSC intenta mostrar un perfil “nacionalista”.
Dirigido por sectores de la pequeña burguesía catalana, el PSC desde su constitución siempre ha parecido estar más cerca del regionalismo catalanista que del socialismo de Pablo Iglesias. Esto le ha costado perder votos en las elecciones autonómicas, especialmente en el cinturón industrial de Barcelona. Ese mismo fenómeno ya se produjo con el PSUC, mayoritario en la transición en esa zona y que, a causa de sus alardes “nacionalistas” terminó, primero desdibujándose en beneficio del PSC y, más tarde, aportó lo esencial para acreditar el crecimiento del PP en el período 1999. Aun hoy las clases trabajadoras del cinturón industrial son castellanoparlantes e incluso en zonas como L’Hospitalet o Cornellá, o en el mismo Raval barcelonés, se oye antes hablar el árabe que el catalán.
Este posicionamiento del PSC hacia actitudes regionalistas fue el causante de que perdiera sucesivas elecciones autonómicas en los años 80 y 90 y que, a partir de 2003 no estuviera en condiciones de distanciarse de CiU en intención de voto para las autonómicas. Si en 2006, el PSC sufrió una sangría de votos hacia Ciutadans (partido autodefinido como “progresista y de centro-izquierda” pero al que realmente el único tema que toca es el lingüístico). Ciudadans ha estado compuesto por cuatro tendencias: los anti lengua catalana químicamente puros, castellanoparlantes sin orientación política; los socialistas castellanoparlantes, los libertarios contrarios a imposiciones lingüísticas; y, finalmente, los procedentes del PP o de la extrema-derecha sensibilizados por este tema). Pero el hecho de que a lo largo de estos cuatro años, Ciutadans ha votado sistemáticamente las propuestas del PP, ha terminado por romper este partido y situarlo ante su desaparición que tendrá lugar en noviembre de 2010, sin que UPyD –al que ha ido a parar parte de la militancia de Ciutadans- pueda sustituirle.
El PSC pensó que colocando a Montilla al frente de su cartel electoral autonómico, la presencia de un “nuevo catalán” nacido en Andalucía bastaría para aproximarse al sector castellano parlante de la sociedad, sin necesidad de modificar sus posiciones nacionalistas catalanas. No ha sido así, sino todo lo contrario. El breve ciclo de Ciutadans queda como testigo de ese fracaso.
(c) Ernesto Milá - infokrisis - infokrisis@yahoo.es - http://infokrisis.blogia.com - Prohibida la reproducción de este texto sin indicar blog de procedencia.