Infokrisis.- Nos ha llamado la atención las resistencia de cierta extrema-derecha residual a reconocer la realidad del cambio climático, como si hubiera asumido gustosamente su marginalidad política y su eterno papel de outsiders, aunque asumiendo esta tendencia tan racialmente española a ir de “enteraos”. Eso nos anima a dedicar algunas líneas a este problema que, nos gusto o no, nos afecta a todos.
El capitalismo de hoy se parece al de los años 30 como un huevo a una castaña: la II Guerra Mundial, el crecimiento económico sostenido durante casi 30 años en la postguerra, la aparición de las multinacionales, la primera crisis del petróleo, el final de la Guerra Fría, finalmente la globalización y la crisis económica resultado de ella. El capitalismo que se vivía en 1936 tiene poco que ver con el que se vive en 2010. Nadie en los años 30 tenía preocupaciones ecologistas,, ni se caía en la cuenta de que en llos 75 años anteriores la destrucción de la biósfera ha sido un subproducto del capitalismo liberal y del capitalismo de Estado.
En efecto, ante el cambio climático hay dos posiciones: la de quienes defienden que existe y la de los “negacionistas”. A fin de cuentas, en ambas hay también mucho de la eterna manía española de “ir de enteraos” (siempre he dicho que España es un país de enteraos; aquí todo el mundo sabe de todo y basta tomarse una caña en un bar para ver como el mismo tipo que habla sobre la alineación del Real Madrid opina también sobre la estrategia norteamericana en Afganistán, justo antes de sentar cátedra sobre Belén Esteban y su duelo con Anne Igartiburu…).
La primera opinión sostiene que existe cambio climático. Pruebas no faltan: el deshielo de los polos y de los glaciares es mesurable por metros cuadrados. Esta opinión es sostenida por ecologistas tradicionales y por conversos recientes al ecologismo. Existe en ese ambiente cierta tendencia natural hacia lo apocalíptico y, por tanto, una selección teleológica de noticias tendentes a demostrar la realidad del cambio climático, a pesar de que algunas sean temerarias y carentes de base científica. Es lo que decía el Buda: “si una cuerda se tensa demasiado se rompe, si no se tensa no suena”. Los ecologistas de estricta observancia la han tensado con cierta frecuencia cayendo en catastrofismos y exageraciones. Pero estas exageraciones no pueden ocultar el hecho fundamental de que hay un cambio climático en marcha.
Sin embargo, si bien nadie duda de que hay en marcha un cambio climático, la duda estriba en si es de naturaleza antropogénica o natural (si se debe a actividad solar, cambios sutiles en las corrientes oceánicas, campo magnético terrestre o cambios gravitacionales del planeta). En este último caso, nos dicen, habría poco que hacer.
En nuestra opinión, el origen del problema es antropogénico y, a partir de ahí, se generan automáticamente efectos naturales. Por ejemplo, reducir la masa forestal del planeta (algo igualmente innegable y mesurable) implica modificar la composición de la atmósfera. Si millones de hectáreas amputadas a los bosques dejan de realizar la función clorofílica… es evidente que la composición de la atmósfera planetaria quedará modificada. Es evidente, así mismo, que si el casquete polar se derrite, se modifica la salinidad de las aguas de la que dependen las corrientes marinas que influyen directamente en el clima. La paradoja, en este terreno, es que un “calentamiento del planeta” puede generar una nueva edad glaciar en la medida que las corrientes marinas que circulan de Atlántico Norte a Atlántico Sur son los elementos que permiten que determinadas zonas del planeta (Europa, entre otras) tengan una temperatura benigna. Y, como hemos dicho, el deshielo polar (y de los glaciares) es, igualmente, mesurable y demostrado fehacientemente sin ninguna voz en contra.
La intervención del capitalismo en este proceso es evidente: en su frenesí productivista, en apenas 150 años se están quemando aceleradamente las reservas de hidrocarburos que la humanidad ha ido forman durante cientos de miles de años. El petróleo se conocía, como mínimo, desde los tiempos bíblicos y ya entonces servía para alumbrar lámparas, pero fue sólo a partir de la Guerra de Secesión Americana (1860-64) cuando empezó a utilizarse masivamente. Han bastado 150 años para que se alcanzara el Pico de Hubert, a partir del cual apenas queda petróleo entre 30 y 50 años (no hay seguridad de las reservas de petróleo, ya que muchos países han falseado sus cifras). Dejando aparte que, desde los plásticos hasta los carburantes, la civilización moderna vive del petróleo, desde tiempos muy antiguos ya se sabía que su combustión produce residuos. Esos residuos, desde la revolución industrial son lanzados a la atmósfera y, de la misma forma, que puede lanzarse sal a un recipiente y ésta se diluye, a partir de cierto punto, el agua ya es incapaz de disolver las concentraciones de cloruro sódico que se depositan en el fondo. La diferencia de un vaso y de la atmósfera, estriba solamente en que el primero es un circuito cerrado, mientras que la atmósfera es un circuito abierto: todo lo depositado en las capas altas de la atmósfera o bien vuelve a caer sobre la corteza terrestre o queda en suspensión en la atmósfera: tal es el origen del efecto invernadero. Se trata de sulfatos, metano, compuestos clorofluocarbonados, CO2 y derivados del nitrógeno. Siempre los ha habido en la atmósfera, sólo que desde la Revolución Industrial su porcentaje ha crecido extraordinariamente. Por ejemplo, las concentraciones de CO2 han elevado sus concentraciones de 280 ppm en 1880 a 365 en 1998, el resto de gases ha experimentado un crecimiento igual o similar. Quienes duden pueden consultar este enlace: LINK
Así pues, existe una relación íntima entre el desarrollo capitalista y el impacto medioambiental generado por su sistema de producción y consumo. Dudarlo sólo tiene equivalente con dudar de las tesis copernicanas en el primer tercio del siglo XVI, cuando ya solo algunos fanáticos seguían sosteniendo que el Sol giraba en torno a la Tierra. Pero hay algo mucho más importante: ¿Quiénes dudan de la realidad del cambio climático?
No dudan, desde luego, los que viven y trabajan del campo. Yo uno de ellos. Cada día oigo en las conversaciones entre campesinos frases del género: “No había visto nunca este tiempo”, “El clima de ha vuelto loco”, frases que huelgan aportar confirmaciones y datos científicos porque presuponen una sabiduría ancestral de quienes dependen del clima para su actividad agrícola. Pero las confirmaciones científicas no faltan (léase el documento citado anteriormente y cuyo link se añade).
Ante la cada vez creciente pérdida de vigor de los argumentos “negacionistas”, su estado mayor conjunto (especialmente el Club de Bildelberg, pero también la Trilateral) han adoptado una nueva política: ya que los satélites geoestacionacionarios situados sobre el casquete polar han medido con una precisión milimétrica el deshielo, ahora se trata de atribuir este deshielo a… causas naturales. No importa que ningún asteroide haya estrellado sobre la Tierra y alterado su rotación modificando el clima, no importa que algunas tesis no confirmadas aludan a la actividad solar como generadora del cambio climático. Y, por supuesto, mucho menos importa que el Pico de Hubert se haya alcanzado (según algunos hace ya 5 años, según otros hace 10) y que entre 30 y 50 años faltará petróleo cuando aún no esté dispuesta una energía de sustitución; lo que importa es que siga el espectáculo y que el mecanismo de producción-consumo no se detenga. Para que este proceso rinda buenos beneficios es fundamental el crecimiento energético o de lo contrario podría producirse un parón industrial y una bajada brusca del PIB, concepto fetiche de la modernidad. Así pues, dado que ya no se puede negar la realidad del cambio climático –y solo un “enterao” sería capaz de hacerlo– lo que se hace es atribuirlo a “causas naturales”. Así queda salvaguardado el PIB y el rendimiento del capital.
Tal es la actitud que han tomado los estados mayores de las multinacionales y sus voceros mediáticos. En España, por ejemplo, el cambio climático es negado con especial énfasis por el entorno de Giménez Losantos y por los medios liberales que, no contentos con que la última crisis económica haya supuesto el fracaso más rotundo de sus tesis “anti-intervencionistas” (es el Estado el que, interviniendo en la economía, ha salvado a la banca y al propio sistema capitalista… al menos en la primera fase de la crisis cuando aún quedan por salir el 45% de los activos tóxicos) siguen empeñados en que el mercado lo regula todo… incluido el clima.
En su dogmatismo estúpido, los Rodríguez Braun o todo el grupo liberal que sigue a Losantos, está empeñado en demostrar no sólo que el cambio climático no existe, sino que no debería existir, pues no en vano, el cambio climático es irreductible a las leyes del mercado (la única a tener en cuenta, por encima, por supuesto, de las leyes de la física y la química).
El capitalismo de hoy se parece al de los años 30 como un huevo a una castaña: la II Guerra Mundial, el crecimiento económico sostenido durante casi 30 años en la postguerra, la aparición de las multinacionales, la primera crisis del petróleo, el final de la Guerra Fría, finalmente la globalización y la crisis económica resultado de ella. El capitalismo que se vivía en 1936 tiene poco que ver con el que se vive en 2010. Nadie en los años 30 tenía preocupaciones ecologistas,, ni se caía en la cuenta de que en llos 75 años anteriores la destrucción de la biósfera ha sido un subproducto del capitalismo liberal y del capitalismo de Estado.
En efecto, ante el cambio climático hay dos posiciones: la de quienes defienden que existe y la de los “negacionistas”. A fin de cuentas, en ambas hay también mucho de la eterna manía española de “ir de enteraos” (siempre he dicho que España es un país de enteraos; aquí todo el mundo sabe de todo y basta tomarse una caña en un bar para ver como el mismo tipo que habla sobre la alineación del Real Madrid opina también sobre la estrategia norteamericana en Afganistán, justo antes de sentar cátedra sobre Belén Esteban y su duelo con Anne Igartiburu…).
La primera opinión sostiene que existe cambio climático. Pruebas no faltan: el deshielo de los polos y de los glaciares es mesurable por metros cuadrados. Esta opinión es sostenida por ecologistas tradicionales y por conversos recientes al ecologismo. Existe en ese ambiente cierta tendencia natural hacia lo apocalíptico y, por tanto, una selección teleológica de noticias tendentes a demostrar la realidad del cambio climático, a pesar de que algunas sean temerarias y carentes de base científica. Es lo que decía el Buda: “si una cuerda se tensa demasiado se rompe, si no se tensa no suena”. Los ecologistas de estricta observancia la han tensado con cierta frecuencia cayendo en catastrofismos y exageraciones. Pero estas exageraciones no pueden ocultar el hecho fundamental de que hay un cambio climático en marcha.
Sin embargo, si bien nadie duda de que hay en marcha un cambio climático, la duda estriba en si es de naturaleza antropogénica o natural (si se debe a actividad solar, cambios sutiles en las corrientes oceánicas, campo magnético terrestre o cambios gravitacionales del planeta). En este último caso, nos dicen, habría poco que hacer.
En nuestra opinión, el origen del problema es antropogénico y, a partir de ahí, se generan automáticamente efectos naturales. Por ejemplo, reducir la masa forestal del planeta (algo igualmente innegable y mesurable) implica modificar la composición de la atmósfera. Si millones de hectáreas amputadas a los bosques dejan de realizar la función clorofílica… es evidente que la composición de la atmósfera planetaria quedará modificada. Es evidente, así mismo, que si el casquete polar se derrite, se modifica la salinidad de las aguas de la que dependen las corrientes marinas que influyen directamente en el clima. La paradoja, en este terreno, es que un “calentamiento del planeta” puede generar una nueva edad glaciar en la medida que las corrientes marinas que circulan de Atlántico Norte a Atlántico Sur son los elementos que permiten que determinadas zonas del planeta (Europa, entre otras) tengan una temperatura benigna. Y, como hemos dicho, el deshielo polar (y de los glaciares) es, igualmente, mesurable y demostrado fehacientemente sin ninguna voz en contra.
La intervención del capitalismo en este proceso es evidente: en su frenesí productivista, en apenas 150 años se están quemando aceleradamente las reservas de hidrocarburos que la humanidad ha ido forman durante cientos de miles de años. El petróleo se conocía, como mínimo, desde los tiempos bíblicos y ya entonces servía para alumbrar lámparas, pero fue sólo a partir de la Guerra de Secesión Americana (1860-64) cuando empezó a utilizarse masivamente. Han bastado 150 años para que se alcanzara el Pico de Hubert, a partir del cual apenas queda petróleo entre 30 y 50 años (no hay seguridad de las reservas de petróleo, ya que muchos países han falseado sus cifras). Dejando aparte que, desde los plásticos hasta los carburantes, la civilización moderna vive del petróleo, desde tiempos muy antiguos ya se sabía que su combustión produce residuos. Esos residuos, desde la revolución industrial son lanzados a la atmósfera y, de la misma forma, que puede lanzarse sal a un recipiente y ésta se diluye, a partir de cierto punto, el agua ya es incapaz de disolver las concentraciones de cloruro sódico que se depositan en el fondo. La diferencia de un vaso y de la atmósfera, estriba solamente en que el primero es un circuito cerrado, mientras que la atmósfera es un circuito abierto: todo lo depositado en las capas altas de la atmósfera o bien vuelve a caer sobre la corteza terrestre o queda en suspensión en la atmósfera: tal es el origen del efecto invernadero. Se trata de sulfatos, metano, compuestos clorofluocarbonados, CO2 y derivados del nitrógeno. Siempre los ha habido en la atmósfera, sólo que desde la Revolución Industrial su porcentaje ha crecido extraordinariamente. Por ejemplo, las concentraciones de CO2 han elevado sus concentraciones de 280 ppm en 1880 a 365 en 1998, el resto de gases ha experimentado un crecimiento igual o similar. Quienes duden pueden consultar este enlace: LINK
Así pues, existe una relación íntima entre el desarrollo capitalista y el impacto medioambiental generado por su sistema de producción y consumo. Dudarlo sólo tiene equivalente con dudar de las tesis copernicanas en el primer tercio del siglo XVI, cuando ya solo algunos fanáticos seguían sosteniendo que el Sol giraba en torno a la Tierra. Pero hay algo mucho más importante: ¿Quiénes dudan de la realidad del cambio climático?
No dudan, desde luego, los que viven y trabajan del campo. Yo uno de ellos. Cada día oigo en las conversaciones entre campesinos frases del género: “No había visto nunca este tiempo”, “El clima de ha vuelto loco”, frases que huelgan aportar confirmaciones y datos científicos porque presuponen una sabiduría ancestral de quienes dependen del clima para su actividad agrícola. Pero las confirmaciones científicas no faltan (léase el documento citado anteriormente y cuyo link se añade).
Ante la cada vez creciente pérdida de vigor de los argumentos “negacionistas”, su estado mayor conjunto (especialmente el Club de Bildelberg, pero también la Trilateral) han adoptado una nueva política: ya que los satélites geoestacionacionarios situados sobre el casquete polar han medido con una precisión milimétrica el deshielo, ahora se trata de atribuir este deshielo a… causas naturales. No importa que ningún asteroide haya estrellado sobre la Tierra y alterado su rotación modificando el clima, no importa que algunas tesis no confirmadas aludan a la actividad solar como generadora del cambio climático. Y, por supuesto, mucho menos importa que el Pico de Hubert se haya alcanzado (según algunos hace ya 5 años, según otros hace 10) y que entre 30 y 50 años faltará petróleo cuando aún no esté dispuesta una energía de sustitución; lo que importa es que siga el espectáculo y que el mecanismo de producción-consumo no se detenga. Para que este proceso rinda buenos beneficios es fundamental el crecimiento energético o de lo contrario podría producirse un parón industrial y una bajada brusca del PIB, concepto fetiche de la modernidad. Así pues, dado que ya no se puede negar la realidad del cambio climático –y solo un “enterao” sería capaz de hacerlo– lo que se hace es atribuirlo a “causas naturales”. Así queda salvaguardado el PIB y el rendimiento del capital.
Tal es la actitud que han tomado los estados mayores de las multinacionales y sus voceros mediáticos. En España, por ejemplo, el cambio climático es negado con especial énfasis por el entorno de Giménez Losantos y por los medios liberales que, no contentos con que la última crisis económica haya supuesto el fracaso más rotundo de sus tesis “anti-intervencionistas” (es el Estado el que, interviniendo en la economía, ha salvado a la banca y al propio sistema capitalista… al menos en la primera fase de la crisis cuando aún quedan por salir el 45% de los activos tóxicos) siguen empeñados en que el mercado lo regula todo… incluido el clima.
En su dogmatismo estúpido, los Rodríguez Braun o todo el grupo liberal que sigue a Losantos, está empeñado en demostrar no sólo que el cambio climático no existe, sino que no debería existir, pues no en vano, el cambio climático es irreductible a las leyes del mercado (la única a tener en cuenta, por encima, por supuesto, de las leyes de la física y la química).
La mera posibilidad de que existiera un cambio climática implicaría que el Estado debería de intervenir rotundamente corrigiendo las consecuencias extremas del capitalismo en su actual fase de desarrollo: anteposición de la financiarización de la economía (especulación más que producción), de la globalización (es decir inestabilidad de los mercados) y de los beneficios del capital a la sostenibilidad ecológica del planeta. Por eso el capitalismo está tan interesado en negar la realidad del cambio climático. Aceptarlo implicaría que el Estado estaría obligado a intervenir la economía y por tanto a adoptar medidas antiliberales. El dogmatismo ideológico liberal combate a las necesidades de la vida en el planeta.
Así pues, a diferencia del ecologismo que centra su crítica en las consecuencias del proceso (la realidad del cambio climático), nuestra familia política, asumiendo que ese cambio se está produciendo por causas antropogénicas, debemos insertar este problema dentro de una perspectiva de crítica al capitalismo y a su inviabilidad.
¿Qué podemos aportar? En primer lugar la crítica al capitalismo y a su sistema de producción; y para ello, los textos clásicos de nuestra familia política aportan algunos elementos básicos, pero sería inútil encerrarse en ellos solamente porque en 80 años el capitalismo ha evolucionado de manera endiablada y hoy reviste un aspecto totalmente diferente a los años 30. Así pues es preciso estar en condiciones de actualizar y sistematizar la crítica al capitalismo y a la globalización.
Por otra parte, es preciso asumir que el capitalismo no puede crecer indefinidamente especialmente cuando el planeta tiene unas posibilidades limitadas de crecimiento. Aún en el supuesto de que la energía fósil fuera sustituida por centrales nucleares… el Uranio y sus isótopos se agotarán igualmente antes de 30 años. Es preciso asumir la idea de que ha concluido la era del petróleo barato y que de ahora en adelante, será energéticamente asumible aquello que tienda a disminuir la dependencia del petróleo.
A partir de ahí puede inferirse que la globalización ha fracasado porque era solamente sostenible en una hipótesis de petróleo barato ad infinitum. Pero la llegada al Pico de Hubert ha cambiado la perspectiva: el petróleo se acaba. Ya no será posible fabricar en China un producto que traído en barco se consumirá en Bobadilla. La diferencial en salarios y en seguros sociales será compensada con el encarecimiento del transporte. La globalización habrá sido la pesadilla de un cuarto de siglo. Será necesario relocalizar de nuevo industrias; será preciso consumir alimentos de proximidad. Se habrá acabado el sabotaje deliberado en la calidad de los productos para hacerlos perecederos y sustituibles por otros. Será necesario olvidarnos del furor consumista (recordad a ZP recomendando en las últimas elecciones: “¡Consumid, consumid!”. No es que se impongan política de austeridad, es que serán las únicas que podrán aplicarse serán ese tipo de políticas.
El péndulo está cayendo de nuevo hacia el otro lado. A partir de ahora hace falta pensar cómo va a ser una sociedad post-liberal y post-abundancia…
© Ernest Milà - http://infokrisis.blogia.com - infokrisis@yahoo.es - Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen
Así pues, a diferencia del ecologismo que centra su crítica en las consecuencias del proceso (la realidad del cambio climático), nuestra familia política, asumiendo que ese cambio se está produciendo por causas antropogénicas, debemos insertar este problema dentro de una perspectiva de crítica al capitalismo y a su inviabilidad.
¿Qué podemos aportar? En primer lugar la crítica al capitalismo y a su sistema de producción; y para ello, los textos clásicos de nuestra familia política aportan algunos elementos básicos, pero sería inútil encerrarse en ellos solamente porque en 80 años el capitalismo ha evolucionado de manera endiablada y hoy reviste un aspecto totalmente diferente a los años 30. Así pues es preciso estar en condiciones de actualizar y sistematizar la crítica al capitalismo y a la globalización.
Por otra parte, es preciso asumir que el capitalismo no puede crecer indefinidamente especialmente cuando el planeta tiene unas posibilidades limitadas de crecimiento. Aún en el supuesto de que la energía fósil fuera sustituida por centrales nucleares… el Uranio y sus isótopos se agotarán igualmente antes de 30 años. Es preciso asumir la idea de que ha concluido la era del petróleo barato y que de ahora en adelante, será energéticamente asumible aquello que tienda a disminuir la dependencia del petróleo.
A partir de ahí puede inferirse que la globalización ha fracasado porque era solamente sostenible en una hipótesis de petróleo barato ad infinitum. Pero la llegada al Pico de Hubert ha cambiado la perspectiva: el petróleo se acaba. Ya no será posible fabricar en China un producto que traído en barco se consumirá en Bobadilla. La diferencial en salarios y en seguros sociales será compensada con el encarecimiento del transporte. La globalización habrá sido la pesadilla de un cuarto de siglo. Será necesario relocalizar de nuevo industrias; será preciso consumir alimentos de proximidad. Se habrá acabado el sabotaje deliberado en la calidad de los productos para hacerlos perecederos y sustituibles por otros. Será necesario olvidarnos del furor consumista (recordad a ZP recomendando en las últimas elecciones: “¡Consumid, consumid!”. No es que se impongan política de austeridad, es que serán las únicas que podrán aplicarse serán ese tipo de políticas.
El péndulo está cayendo de nuevo hacia el otro lado. A partir de ahora hace falta pensar cómo va a ser una sociedad post-liberal y post-abundancia…
© Ernest Milà - http://infokrisis.blogia.com - infokrisis@yahoo.es - Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen