viernes, 15 de octubre de 2010

La Colonización de Europa. Guillaume Faye. Capítulo II. CUANDO LOS CLANDESTINOS SE HACEN INEXPULSABLES

Como en Italia en 1998, donde, siguiendo el mal ejemplo de Francia, se procedió a una ola de regularizaciones, para " tener la paz con los ilegales" (siempre la política del avestruz), las regularizaciones (ilegales y derogatorias) de clandestinos tienen como resultado siempre animar nuevas llegadas de más ilegales.

Por otra parte, las regularizaciones hacen descender el número de las expulsiones legales. ¿No es más barato a corto plazo de regularizar que encarcelar? ¿para qué expulsar por avión con lo que cuesta? ¿Np es menor dejar correr al clandestino? Tras el asunto de los "ilegales de San Bernardo", donde los  clandestinos habían ocupado una iglesia parisina con acuerdo del párroco, que había conmocionado a los medios de comunicación, tras algunos desalojos tumultuarios, combinados con detenciones de delincuentes clandestinos multirreincidentes que habían sorprendido a la conciencia de los defensores de los derechos humanos en Francia, en Bélgica, en Austria, podemos decir en lo sucesivo que no sólo los europeos no se atreven ya a aplicar sus propias leyes, muy laxistas por otra parte, o el control sobre las fronteras, sino que tampoco se atreven a expulsar a la casi totalidad de los clandestinos. ¿Aplicar la ley es "inhumano", sabe usted? La ley, la democracia, la voluntad del pueblo quedan burladas, evidentemente, pero estamos acostumbrados, ya que se emplean precisamente para "cambiar de pueblo".

Tras las regularizaciones de junio de 1997, las expulsiones en la frontera de ilegales o de extranjeros delincuentes, como medidas de alejamiento, disminuyeron del 40 % en los doce meses siguientes. En 1996, 43.861 sentencias de expulsión han sido pronunciadas por la justicia y 12.330 cumplidas de facto, es decir, apenas un 28 %. En 1997 y 1998, la cifra de las expulsiones efectivas se hundió, cayendo a 7.200 según el Ministerio del Interior. El índice de ejecución de sentencias quedó en torno al 25%, por tanto la administración y la justicia "ya no se atreven a ejecutar sentencias de expulsión". No podemos  expulsar a los pobres colonos venidos del Tercer Mundo, ¿verdad?

Chevènement dio instrucciones precisas a los prefectos a finales de 1998 para que "sin papeles" no fueran inquietados ni siquiera cuando estuvieran en posesión de una convocatoria administrativa para examinar su petición de regularización. Incluso si se trata de delincuentes. Cuanta clemencia... Los múltiples recursos jurídicos de los "sin papeles" amenazados por una despedida en la frontera, son reforzados y ayudados por los medios de comunicación, por sus abogados, por las asociaciones, se benefician de plazos demasiado cortos de retención administrativa, negándose con frecuencia a confesar su nacionalidad, apoyados también por la conmiseración de jueces de izquierda, por la negativa de los pilotos a embarcarlos a la menor crisis simulada de nervio, todo lo cual contribuye a hacerlos inexpulsables de hecho..

Sin cesar se conceden moratorias que Le Monde califica de "prácticas generosas" con las que se obsequia a todos los que empiezan una huelga de hambre, o fundan "colectivos", ayudados por curas y por militantes trotskistas. Empieza entonces un "recurso jerárquico", al término del cual el 80% salen regularizados sin importar que se trate de delincuentes multireincidentes. Especialmente si son africanos o magrebíes, pero no polacos o serbios.

Actualmente, la mayoría de los extranjeros presentes en los centros de retención son clandestinos recién salidos de prisión. Pasando el plazo legal de detención, serán puestos en libertad en territorio francés. La camarilla inmigracionista se subleva contra la "doble pena" (aplicada, sin embargo, en todos los países del mundo) y conforme al derecho internacional público y al principio de las nacionalidades inscrito en la Carta de la ONU: un extranjero condenado, tras salid de prisión al término de su condena inmediatamente pasa a ser expulsable. Esta regla se aplica a todos los europeos condenados en otros continentes y es objeto de acuerdos de reciprocidad, pero no es aplicable en Francia, el "país de los derechos humanos". Pagamos caro este eslogan revolucionario estúpido y pronunciado entonces de manera completamente abstractamente y gratuita: "todo hombre tiene dos patrias, la suya y Francia".

Los medios de comunicación, con Le Monde, Libération, Franc 2 a la cabeza cuentan sin cesar las historias edificantes de estas falsas víctimas, perseguidas por el moloch de una administración y de una policía supuestamente racistas. Sin evocar jamás su inexpulsabilidad de hecho. Un delincuente extranjero clandestino expulsable arrestado por la pólice estará mucho más protegido por camarillas diversas y asociaciones que el francés de origen que no pagó sus tasas, arrestado, en un aeropuerto. ¡Además, las pocas expulsiones en la frontera (¡hasta no el 10 % de las nuevas llegadas de clandestinos!), no son eficaces: los colonos expulsados vuelven menos de un año después, tal como muestran las estadísticas de las condenas del Ministerio de la Justicia, donde la proporción de los "resucitados" es impresionante.
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Observaremos la organización por los inmigrados mismos de "colectivos de sin papeles", a partir de 1998, que no vacilan en desafiar abiertamente el estado de derecho y ocupar por la fuerza edificios civiles. Se imponen, provocan, colonizan jugando sobre los buenos sentimientos, sobre la piedad de las poblaciones europeas. "No somos unos flujos migratorios, tenemos cada uno nuestra vida y nuestra historia", dice una de las octavillas del "tercer Colectivo".

En lo sucesivo, los clandestinos, advirtiendo la complicidad de sus colaboradores y la mansedumbre del Estado, pasarán a la ofensiva y abiertamente se burlarán de las leyes. Los inmigrados se organizan para imponer por la fuerza la presencia definitiva de los clandestinos, siempre en nombre de estos derechos humanos que tienen tan anchas las espaldas, evidentemente.

Quien podrá negar, después de todo eso, que no se trata de una colonización deseada e impuesta a los pueblos europeos.
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Y siempre, en la primera fila de los colaboradores encontramos a la jerarquía católica, que pone tanto ardor en desfigurar a la civilización europea como los primeros cristianos que destruyeron el patriotismo romano; pero también, hombro con hombre, encontramos a los Verdes, estos pseudosecologistas.

Los Verdes no se interesan por la lucha contra la polución: ciertamente prefieren las centrales térmicas o de fuel-oil a las centrales nucleares, pero su principal proyecto político en Europa es la apertura generalizada de fronteras a la inmigración, el "papeles para todos". En Alemania, obtuvieron en 1998 del gobierno del triste Schröder la naturalización casi automática, con derecho a la doble nacionalidad para los extranjeros instalados desde ocho años antes, reemplazando así el derecho de la sangre por la peligrosa fórmula francesa del derecho del suelo. "Los Verdes alemanes lamentan sobre todo, anota Jean-Paul Picaper en Le Figaro (16/11/1999), que los socialistas limiten la inmigración".

En materia de etnomasoquismo y en materia de colaboración con los colonizadores de Europa, los Verdes alemanes son los mejores. Pero gracias al trotskista Cohn-Bendit, Dany le Rouge, repintado de verde, tiene émulos en toda Europa.

En el curso de la campaña para las elecciones europeas de 1999, la apertura de las fronteras a toda inmigración y la regularización de los clandestinos estaban en el centro de las exigencias de Cohn-Bendit, Nöel Mamère y Dominique Voynet, junto a las presiones que ejercían sobre Jospin y a su estrategia de "fascisación" del pobre Chevènement. El 10 % de proposiciones para defender el medio ambiente, el 90 % para defender a los inmigrados, el 0 % contra el paro y el empobrecimiento. Dominique Voynet, ministro de medio ambiente, dirigió un "llamamiento al sentido común" a su gobierno, publicando un comunicado que precisaba simplemente: "la regularización de sin papeles se hace cada día ineludible, por generosidad o por realismo".

Con esto todo está dicho. Generosidad y realismo; pseudoderechos humanos y fatalismo. El desciframiento semántico de este mensaje da: "todo clandestino que entra en Francia tiene el derecho a quedarse allí por el simple hecho de formular la petición; aunque esto contravenga a la ley y la viole". Este género de declaración no cae en oídos sordos. Esta debilidad de las autoridades hacia los clandestinos, estos lagrimeos de los medios de comunicación hacia sus "desgracias", estas ayudas humanitarias aportadas gratuitamente a los "sin papeles", mientras son negadas a los europeos de origen en la miseria, constituyen para los candidatos a la entrada a Europa un estímulo poderoso.

Por todas partes en el Tercer Mundo, se están pasando la consigna: "Los europeos no se defienden, les damos lástima, no se atreven a expulsarnos, podemos ir pues a su casa ilegalmente sin gran riesgo". Siempre en la historia, una falta global de firmeza y de virilidad atrajo las agresiones y las invasiones.

Sobre todo de poblaciones que, por razones etno-culturales respetan sobre todo el lenguaje de la fuerza y desprecian el de la conmiseración

(c) Por la obra: Fuillaume Faye

(c) Por la ediicón en francés: Editions de l'Aencre

(c) Por la traducción al castellano: Ernest Milà - infokrisis - infokrisis@yahoo.es - http://infokrisis.blogia.com - Se prohibe la reproducción de este texto sin cirtar origen