No me voy a quejar de que la estética que ha acompañado al
proceso independentista oscile entre el amarillo (habitualmente asociado a la mala
suerte), las cruces amarillas (ya de por sí suficientemente siniestras), el
flequillo de Puigdemont, y el flequillo cortado al hachazo de algunas
exponentes antipatriarcales de la CUP, o la cara de energúmenos de algunos y
algunas (aquí si que vale la pena hacer el distingo), exponentes del proceso
soberanista. Y no me voy a quejar de eso, porque hacer broma con el aspecto de
la gente se puede volver contra lo que se defiende: en todas partes cuecen
habas y la fealdad parece acompañar a la modernidad, tanto como el look, los
latigazos de botox, los remiendos estéticos de tetas y culo o los braquets. No;
me voy a quejar, ya que en el proceso
soberanista casi todo es simbólico, de que también los símbolos apuntan contra
él. Y me refiero a los símbolos de la belleza.
Dos cosas me han llamado particularmente la atención en dos
lugares de la ciudad de Barcelona asociados a la historia del independentismo. Sería difícil encontrar un monumento más
feo y más mazacote en la Ciudad Condal que el alzado en recuerdo de Francesc
Macià en la Plaza de Cataluña. El monumento, fue realizado por Josep Maria
Subirachs en 1991 y está situado en el centro neurálgico de la ciudad. Casi en
la desembocadura con Las Ramblas.
Se trata de una peana de hormigón armado en la que puede
leerse “Catalunya a Francesc Macià”,
aunque debería decir “Algunos catalanes a
Francesc Macià, que, por cierto, se creyó representar a toda Cataluña cuando
sólo representaba a una parte”. Pero, en fin, ahí está. Lo sorprendente es
lo que se levanta sobre la peana: un segundo mazacote de hormigón, triangular, con
el perfil de una escalera en la parte inferior e inacabado en la superior. Decía
el escultor -porque el monumento hacía falta explicarlo- que eso era “Cataluña”
(y, ciertamente, algunos dirigentes nacionalistas están hechos de la misma
materia: hormigón armado, en especial su rostro). La escalera era una alegoría
para decir que “Catalunya estaba siempre en marcha” y la parte superior, como
inacabada, sugiriendo que la “construcción nacional de Cataluña” es la historia
interminable. Delante de estos metros cúbicos de hormigón está un pequeño
monolito con el rostro de Francesc Macià, del que Vázquez Montalbán me decía
que parecía inspirado en el monstruo del Doctor Frankenstein. Algo de eso hay,
en efecto. En la parte trasera del triángulo superior, se encuentra una placa
de hierro, con las cuatro barras. Decía el pobre Subirachs que era el símbolo y
el escudo de Cataluña…
Item más: miren el monumento -o sus fotos- y miren la
escalera que colocó Subirachs. ¿No les parece que al estar en la parte
inferior, no es una escalera “ascendente”, sino “descendente”, como si en lugar
de llevar a lugares más elevados, condujera precisamente a los abismos y al
inframundo?
Pero esto no es lo más sorprendente. El monumento, en sí mismo, es horrible, un verdadero pegote en la plaza
de Cataluña; sin más. Pero oculta algo mucho más importante: detrás, dándole la
espalda se encuentra una de las más hermosas estatuas que puedan verse en la
Ciudad Condal: “La Diosa” de Josep
Clará. Se encontraba desde hacía muchos años en aquel espacio, pero en
1991, el alcalde de Barcelona -Pascual Maragall- en algún estado de euforia tan
habitual en él desde primera hora de la mañana (era famoso que sus mejores
ideas se le ocurrían con un gin-tonic a primera hora de la mañana en su
despacho del ayuntamiento), se le ocurrió instalar el mazacote allí. De
espaldas a la diosa. Si ustedes miran esa estatua de belleza clásica, de
frente, lo que verán es el “símbolo” del “escudo de Cataluña” que puso
Subirachs, protegiéndolo de… la Belleza: de espaldas al fundador del
independentismo político, Francesc Macià.
Es como para meditar. Pero, ya se sabe, que “testimonio único, testimonio nulo” y
que, solamente esto no bastaría para establecer una ley estética aplicable a
Cataluña: “la Belleza y los indepes.cat se dan la espalda”. Otra estatua merece
ser tenida en consideración.
Ignoro los motivos por los que el llamado “Parlament de Catalunya”,
que debería ser más bien, “el parlamentito que utilizan algunos catalanes para
apretar las clavijas a otros”, se encuentra en el Parque de la Ciudadela.
Supongo que los indepes lo habrán elegido por aquello de los símbolos que tanto
les motivan. Allí, hasta mediados del siglo XIX estuvo instalado el fuerte de
la Ciudadela construido después de la derrota del candidato austriacista en la
Guerra de Sucesión y tras la caída de Barcelona en manos borbónicas. En la zona
del Barrio de la Rivera, cuentan, que tuvieron lugar los combates más duros y
que, en represalia, al triunfar los partidarios de la Casa de Borbón sobre la
Casa de Habsburgo, parte del barrio fue derribado y sobre sus ruinas se
construyó la fortaleza. No estoy seguro de si esta leyenda es cierta, porque,
más bien, la Ciudadela estaba algo así como 100 metros más allá de la zona
derribada (lo que hoy es el Borne), pero, en fin, pecata minuta en cualquier caso. Sea como fuere ahí está instalada
la institución, en un edificio que conocí cuando era Museo de Arte de Cataluña
y que ahora es para los indepes.cat el símbolo de la “soberanía del pueblo
catalán” y, para otros, un lugar que sirve para poco y que en sus cuarenta años
de existencia, ha hecho poco, pero, eso sí, ha facilitado una vida tranquila y
próspera a los que han calentado sus bancadas.
Y lo sorprendente viene a ser, aquí también, que justo en medio
del estanque que se encuentra ante este edificio, otra estatua, igualmente
sugerente, está instalada: El Desconsol, también de Josep
Llimona que recibió un premio en la V Exposición Internacional de Arte de 1903.
Es un desnudo femenino en posición de
increíble tristeza y abandono. Ni siquiera tiene fuerza y ánimo para mostrar su
rostro cubierto por una larga melena lacia. Es la melancolía y la tristeza
personificada. Hubiera sido difícil encontrar una estatua más adecuada para
instalarla justo delante de esa institución que jamás ha gozado de excesivo prestigio
y que el poco crédito que tenía lo ha dilapidado en el malhadado “procés”.
¡Ah, y lo más importante! El Desconsuelo está también,
como no podía ser de otra manera, de espaldas al parlamentito.
Así que si los indepes.cat quieren símbolos y todos sus
gestos son simbólicos (Macià apareció por la ventana del Ayuntamiento y desde
ahí proclamó la “República Catalana” el 14 de abril de 1931, creyéndose que, a
partir de ese día, Cataluña ya sería una “república independiente” y teniendo,
ominosamente, que declarar cuatro días después que se había tratado de un “símbolo”…
¿a que les suena la situación?) y, si para ellos, los símbolos son el amarillo
y sus colgajos, los sellos con la imagen del Rey invertidos y las declaraciones
rimbombantes pero “simbólicas”… ahí tienen otros símbolos: dos estatuas de espaldas a lo que representa para los indepes.cat el rien ne va plus de la excelencia: Macià
y el parlamentito.
Para mí, estos dos símbolos son el indicativo de que la
Belleza y el “procés” se llevan mal y se dan la espalda uno al otro. El símbolo
es la expresión sensible de una idea y estos dos símbolos me parecen mucho más
contundentes y universales que si tal o cual “lideresa” indepe se corta el flequillo
al hachazo, no se depila y considera el támpax como un símbolo patriarcal o si esta
o aquella no han llegado tarde al reparto de caras, o si Quim Torra hubiera
podido presentarse al concurso de Mister Neanderthal con sólidas esperanzas de
alzarse con el galardón, o si la Gispert hubiera ganado el casting de madre de
Dani de Vito en Tira a mamá del tren…
¿De verdad creen que
un proceso “simbólico” puede tomarse en serio? ¿Sí…? Pues también en este
terreno pueden dar la batalla por perdida.