lunes, 15 de octubre de 2018

365 QUEJÍOS (168) - ¿EUGENESIA? POR SUPUESTO

A principios de noviembre se estrenará una película sueca, Journal 64, que vuelve a la carga con el tema de la eugenesia. Está protagonizada por los miembros del Grupo Q de la policía de Estocolmo (y es la cuarta de la serie), como las anteriores, interesante y con argumento bien armado. El fondo de la cuestión es el hecho de que en Suecia se practicón hasta 1945 esta técnica que, etimológicamente quiere decir “buen nacimiento”. Hoy, todo aquel que se las da de “bienpensante”, rechaza horrorizado cualquier técnica eugenésica. Será por eso que siempre me ha interesado y que, cada vez más, la considero imprescindible.

En el Proceso de Nuremberg se realizó la condena formal de la eugenesia. La habían practicado los nazis, la maldad personificada, y esto bastaba para erradicarla. Nadie chistó. Poco a poco, las medidas eugenésicas que habían sido adoptadas por los países más democráticas del mundo, fueron desapareciendo. Y así es como hemos llegado al punto actual. Vale la pena realizar algunas consideraciones y plantearnos sino sería bueno revisar aquella condena y, mucho más, sus implicaciones.

A primera vista si se define la eugenesia como el conjunto de técnicas de “buen nacimiento” que contribuyen a una “mejora de la raza” (y si algún alma sensible le molesta la palabra “raza”, cámbiela por “especie” y tan contentos), no parece que haya nada en ello de condenable: “mejorar la raza” o la “especie” es, en cualquier caso, más positivo que “degradar a la raza” o “empeorar la especie”. En la vida social la estabilidad permanente es pura ficción: condenar la “mejora de la raza” implica, por pura lógica, el que la “raza” (insisto, o la “especie”) no mejorarán… pero sí empeorarán. Que es justamente lo que estamos viendo.

Una sociedad que pretenda ser estable tiene que ser, como mínimo, coherente. Es fácil, por ejemplo, hacer imponer hábitos para una buena alimentación, insertar el deporte y la educación física entre los hábitos sociales, desterrar el consumo de drogas y cualquier adicción, evitar que proliferen seres desgraciados a los que será imposible dar una vida digna y cuya existencia estará siempre sometida a las limitaciones propias de organismo enfermos de nacimiento: basta con aceptar que una de las funciones del Estado es la SALUD de las poblaciones y que quien pone en peligro esa salud está cometiendo el peor de los delitos.

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Hoy, en cambio, nos venden alimentos que son pura química, a nadie le importa que un alcohólico transmita en sus genes síndromes que se manifiestan avanzada la edad del hijo y que no tienen cura, o que determinadas personas eternicen defectos hereditarios graves en su descendencia… total, todo se arregla con un subsidio. Es falso que se trata de un debate sobre bioética: es un debate social. Cuando no está claro cuál es el fin de un Estado -y hoy el fin de los Estado consiste solamente en facilitar una vida de lujo a su clase dirigente- no está clara ninguna de las funciones de ese mismo Estado: faltan argumentos sólidos, por ejemplo, para condenar la adulteración de los alimentos, las malas prácticas de vida, 

¿Acaso no tiene derecho un empresario del sector cárnico a rentabilizar su negocio vendiendo “preparados de carne” con el aspecto de carne picada para hamburguesas que sólo contiene un 15% de “carne”? ¿riesgos de obesidad mórbida? Existen, como existen establecimientos de fast-food en cada esquina. ¿Acaso no es una afirmación de libre comercio el colocar una antena de emisión de microondas para telefonía móvil encima de una guardería aun a sabiendas de que generará cánceres infantiles? ¿Con qué argumentos vamos a evitar que un alcohólico transmita a sus hijos síndromes que harán de ellos enfermos incurables durante toda su vida? A los Estados modernos, dados sus presupuestos de partida, les faltan argumentos para adoptar actitudes y medidas coherentes que contribuyan a la salud de las poblaciones. Todo sería más simple si el Estado asumiera -entre otras- como función la mejora de la salud física y mental de las poblaciones: eso haría que, constitucionalmente, incluso estuvieran condenadas prácticas especulativas, encarecimiento de la vivienda hasta precios absurdos, adulteración alimentaria, mala praxis médica

Pero no: cada cual tiene derecho a hacer lo que le dé la gana, sin pensar nada más que en sus derechos y en él mismo. ¿Mejorar la raza adoptando medidas profilácticas? En absoluto, eso equivaldría a arrojar a los niños con malformaciones por el precipicio como en la antigua Esparta. Pero no estamos en Esparta ni en la Grecia del siglo VII a. JC. Aquí y ahora, existen formas de anticipar la carga genética que llevará cada hijo.

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Voy a poner un simple ejemplo: como se sabe, en España, las condiciones de vida, el estrés y los aditivos alimentarios, han hecho que disminuya la fertilidad (al Estado le importa un carajo, por mucho que una sociedad cuando deja de tener instinto de reproducción es que ha entrado en pérdida). No hay problema: se traen inmigrantes y se adoptan niños y asunto resuelto. 

La adopción se convierte en negocio sometido a las leyes del mercado: “comprar barato – vender caro”. No importa -como está ocurriendo ahora en Cataluña, en donde sólo en Barcelona ciudad se han localizado 400 casos y ¡20.000 en toda España!- si esos niños se compran en el llamado “cinturón del vodka”, en Ucrania. Son hijos de alcohólicos y todos ellos, todos, han nacido con el SAF, Síndrome Alcohólico Fetal: microcefalia, ojos separados, labio superior fino y la parte entre la boca y otras malformaciones faciales y alteraciones en el sistema nervioso central que provocan problemas neurológicos, intelectuales y de conducta… El 52% de las adoptaciones realizadas en el “cinturón del vodka” tienen estos problemas. Pregunta: ¿los alcohólicos pueden tener hijos y lanzar al mundo seres desgraciados? Respuesta eugenésica: los alcohólicos tienen derecho a beber hasta reventar, es su opción y es su vida; pero no tienen derecho a prolongar en sus hijos sus taras y sus problemas.

Miren ustedes el mundo que les rodea y díganme si no es lamentable el que una sociedad permita prolongar enfermedades, dolencias y adicciones y que la “especie” se deslice por la pendiente de la decadencia, sólo porque la “libertad” del individuo está por encima de todo. ¿Y dónde dejamos a la salud de la “especie”? ¿Porros? Hoy se sabe que su consumo reiterado abre las puertas de la esquizofrenia. ¿Qué importa? Es más importante despenalizar las drogas. ¿Vertidos tóxicos que generan disfunciones en el sistema hormonal y cambios en la sexualidad de las poblaciones? Se crea una “ideología de género” que lo justifique todo y, arreglados. ¿El esquizoide que dará vida a otros seres desgraciados, el afectado con síndromes hereditarios que prolongará las dolencias a su linaje? Síntomas de que hemos dejado atrás la barbarie… ¿El especulador que hace imposible la vivienda e impide la vida normal a las parejas jóvenes? ¿La empresa alimentaria que vende mierda etiquetada “sin glutén” como muestra de su preocupación por la “salud”? Muestras de la intocable libertad de comercio…

¿La eugenesia? El camino que lleva a Auschwitz… Por mucho que se practicara en sociedades indudablemente democráticas hasta 1945… Y luego están los cristianos que dicen que el “crecer y multiplicaros” por un lado y lo intocable de la obra de Dios por otro, cierran el paso a cualquier “intervencionismo” humano por mucho que pudiera contribuir a aliviar el destino de una comunidad. Así pues, regocijémonos: la “raza” no mejora. La “especie” tan poco. Empeora, pero, eso sí, con entera libertad