A principios de noviembre se estrenará una película sueca, Journal
64, que vuelve a la carga con el tema de la eugenesia. Está
protagonizada por los miembros del Grupo Q de la policía de Estocolmo (y es la cuarta
de la serie), como las anteriores, interesante y con argumento bien armado. El
fondo de la cuestión es el hecho de que en Suecia se practicón hasta 1945 esta
técnica que, etimológicamente quiere decir “buen nacimiento”. Hoy, todo aquel que se las da de “bienpensante”,
rechaza horrorizado cualquier técnica eugenésica. Será por eso que siempre
me ha interesado y que, cada vez más, la considero imprescindible.
En el Proceso de Nuremberg se realizó la condena formal de
la eugenesia. La habían practicado los nazis, la maldad personificada, y esto
bastaba para erradicarla. Nadie chistó. Poco a poco, las medidas eugenésicas
que habían sido adoptadas por los países más democráticas del mundo, fueron
desapareciendo. Y así es como hemos llegado al punto actual. Vale la pena
realizar algunas consideraciones y plantearnos sino sería bueno revisar aquella
condena y, mucho más, sus implicaciones.
A primera vista si se define la eugenesia como el conjunto
de técnicas de “buen nacimiento” que contribuyen a una “mejora de la raza” (y
si algún alma sensible le molesta la palabra “raza”, cámbiela por “especie” y
tan contentos), no parece que haya nada en ello de condenable: “mejorar la raza”
o la “especie” es, en cualquier caso, más positivo que “degradar a la raza” o “empeorar
la especie”. En la vida social la estabilidad
permanente es pura ficción: condenar la “mejora de la raza” implica, por pura
lógica, el que la “raza” (insisto, o la “especie”) no mejorarán… pero sí
empeorarán. Que es justamente lo que estamos viendo.
Una sociedad que pretenda ser estable tiene que ser, como
mínimo, coherente. Es fácil, por ejemplo, hacer imponer hábitos para una buena
alimentación, insertar el deporte y la educación física entre los hábitos
sociales, desterrar el consumo de drogas y cualquier adicción, evitar que
proliferen seres desgraciados a los que será imposible dar una vida digna y
cuya existencia estará siempre sometida a las limitaciones propias de organismo
enfermos de nacimiento: basta con aceptar
que una de las funciones del Estado es la SALUD de las poblaciones y que quien
pone en peligro esa salud está cometiendo el peor de los delitos.
Hoy, en cambio, nos venden alimentos que son pura química, a
nadie le importa que un alcohólico transmita en sus genes síndromes que se
manifiestan avanzada la edad del hijo y que no tienen cura, o que determinadas
personas eternicen defectos hereditarios graves en su descendencia… total, todo
se arregla con un subsidio. Es falso que
se trata de un debate sobre bioética: es un debate social. Cuando no está claro
cuál es el fin de un Estado -y hoy el fin de los Estado consiste solamente en
facilitar una vida de lujo a su clase dirigente- no está clara ninguna de las
funciones de ese mismo Estado: faltan argumentos sólidos, por ejemplo, para
condenar la adulteración de los alimentos, las malas prácticas de vida,
¿Acaso
no tiene derecho un empresario del sector cárnico a rentabilizar su negocio
vendiendo “preparados de carne” con el aspecto de carne picada para
hamburguesas que sólo contiene un 15% de “carne”? ¿riesgos de obesidad mórbida?
Existen, como existen establecimientos de fast-food en cada esquina. ¿Acaso no es
una afirmación de libre comercio el colocar una antena de emisión de microondas
para telefonía móvil encima de una guardería aun a sabiendas de que generará
cánceres infantiles? ¿Con qué argumentos vamos a evitar que un alcohólico
transmita a sus hijos síndromes que harán de ellos enfermos incurables durante
toda su vida? A los Estados modernos,
dados sus presupuestos de partida, les faltan argumentos para adoptar actitudes
y medidas coherentes que contribuyan a la salud de las poblaciones. Todo sería
más simple si el Estado asumiera -entre otras- como función la mejora de la
salud física y mental de las poblaciones: eso haría que, constitucionalmente,
incluso estuvieran condenadas prácticas especulativas, encarecimiento de la
vivienda hasta precios absurdos, adulteración alimentaria, mala praxis médica…
Pero no: cada cual tiene derecho a hacer lo que le dé la
gana, sin pensar nada más que en sus derechos y en él mismo. ¿Mejorar la raza
adoptando medidas profilácticas? En absoluto, eso equivaldría a arrojar a los
niños con malformaciones por el precipicio como en la antigua Esparta. Pero no
estamos en Esparta ni en la Grecia del siglo VII a. JC. Aquí y ahora, existen
formas de anticipar la carga genética que llevará cada hijo.
Voy a poner un simple ejemplo: como se sabe, en España, las
condiciones de vida, el estrés y los aditivos alimentarios, han hecho que disminuya
la fertilidad (al Estado le importa un carajo, por mucho que una sociedad
cuando deja de tener instinto de reproducción es que ha entrado en pérdida). No hay problema: se traen inmigrantes y se
adoptan niños y asunto resuelto.
La adopción se convierte en negocio sometido a
las leyes del mercado: “comprar barato – vender caro”. No importa -como está
ocurriendo ahora en Cataluña, en donde sólo en Barcelona ciudad se han localizado 400 casos y ¡20.000 en toda España!-
si esos niños se compran en el llamado “cinturón del vodka”, en Ucrania. Son hijos de alcohólicos y todos ellos,
todos, han nacido con el SAF, Síndrome Alcohólico Fetal: microcefalia, ojos
separados, labio superior fino y la parte entre la boca y otras malformaciones
faciales y alteraciones en el sistema nervioso central que provocan problemas
neurológicos, intelectuales y de conducta… El 52% de las adoptaciones
realizadas en el “cinturón del vodka” tienen estos problemas. Pregunta: ¿los alcohólicos pueden tener
hijos y lanzar al mundo seres desgraciados? Respuesta eugenésica: los
alcohólicos tienen derecho a beber hasta reventar, es su opción y es su vida;
pero no tienen derecho a prolongar en sus hijos sus taras y sus problemas.
Miren ustedes el mundo que les rodea y díganme si no es lamentable el que una sociedad permita
prolongar enfermedades, dolencias y adicciones y que la “especie” se deslice
por la pendiente de la decadencia, sólo porque la “libertad” del individuo está
por encima de todo. ¿Y dónde dejamos
a la salud de la “especie”? ¿Porros? Hoy se sabe que su consumo reiterado
abre las puertas de la esquizofrenia. ¿Qué importa? Es más importante despenalizar
las drogas. ¿Vertidos tóxicos que generan disfunciones en el sistema hormonal y
cambios en la sexualidad de las poblaciones? Se crea una “ideología de género”
que lo justifique todo y, arreglados. ¿El esquizoide que dará vida a otros
seres desgraciados, el afectado con síndromes hereditarios que prolongará las
dolencias a su linaje? Síntomas de que hemos dejado atrás la barbarie… ¿El
especulador que hace imposible la vivienda e impide la vida normal a las
parejas jóvenes? ¿La empresa alimentaria que vende mierda etiquetada “sin
glutén” como muestra de su preocupación por la “salud”? Muestras de la
intocable libertad de comercio…
¿La eugenesia? El camino que lleva a Auschwitz… Por mucho que
se practicara en sociedades indudablemente democráticas hasta 1945… Y luego
están los cristianos que dicen que el “crecer y multiplicaros” por un lado y lo
intocable de la obra de Dios por otro, cierran el paso a cualquier “intervencionismo”
humano por mucho que pudiera contribuir a aliviar el destino de una comunidad. Así pues, regocijémonos: la “raza” no
mejora. La “especie” tan poco. Empeora, pero, eso sí, con entera libertad…