lunes, 1 de octubre de 2018

365 QUEJÍOS (154) – EVOLUCIONES Y PREOCUPACIONES (3)


Supe de la existencia de Julius Evola en 1969. No había nada traducido en España. Un camarada italiano me envió Orientamenti y quedé fascinado. No eran más de 16 páginas, densas, pero claras. Para entenderlo había que asumir un concepto: “Tradición”. Yo tenía entonces cierta reserva: el carlismo era “la tradición” en España y me parecía en aquellos años algo arcaico. Yo –y toda nuestra generación– estaba “por la revolución”. Cualquiera que fuera. Evola me enseñó que su propuesta era una síntesis de tradición y revolución. Por eso, seguramente, me interesó. Luego traduje –malamante, hay que decirlo Los hombres y las ruinas que me había enviado Maurice Bardéche con el título extemporáneo de Les hommes parmi les rovines. Y luego vino El fascismo visto desde la Derecha a partir de una traducción francesa muy buena. Sin darme cuenta, había traducido la “obra política” de Evola. Tardé poco en hacer otro tanto con Revuelta contra el mundo moderno, a petición de un editor poco serio. En cuanto a las “obras técnicas” de Evola, fueron editadas en diversas ocasiones por empresas convencionales: Martinez Roca, EDAF, Plaza&Janés, Olañeta… La tradición hermética, El misterio del Grial, Metafísica del Sexo, La doctrina del despertar… Finalmente, mi querido Francis García y yo tradujimos por cuenta de Ediciones Thor, Cabalgar el Tigre.

Evola fue uno de mis maestros de pensamiento. Quizás el más importante. En los años 70 conocía solamente la “parte política” del corpus evoliano. Incomparable, entre otras cosas porque respondía a los grandes problemas de nuestro tiempo que habían nacido después de 1945. Pero no había tenido tiempo de leer convenientemente las otras obras técnicas, ni siquiera el Rivolta. Aproveche mi estancia forzada en la prisión parisina de La Santé para leerlas con detenimiento. Así que, en los años 80, fui “evoliano de estricta observancia” y contribuí, por lo mismo, a la difusión del pensamiento de René Guenón en España. Hoy soy muy crítico respecto a la obra de Guénon (no dio ni una en sus “desembocaduras”) y me gustaría hacer alguna precisión sobre Evola.

¿Para qué puede servir el estudio del pensamiento evoliano? Durante mucho tiempo –como los de Ordine Nuovo– creía que para inspirar una “política de derechas”. En los 70 y, sobre todo en los 80, me sentí muy ligado a la “parte política”. Hoy creo que es necesario conocerla, pero resulta, simplemente, inaplicable. Era una política que todavía resultaba viable en la Europa de las entreguerras y, en el límite, hasta finales de los años 40, cuando todavía sobrevivían en el viejo continente algunas “estructuras tradicionales”. Hoy han desaparecido, por tanto, no hay puntos de apoyo. Por otra parte, no existe ninguna posibilidad de reconstruir un movimiento inspirado por Evola, como fueron Ordine Nuovo y Avanguardia Nazionale, ni siquiera estructurar una tendencia evoliana dentro de un gran partido como fue el MSI. Él mismo Evola se dio cuenta de que el suelo faltaba bajo sus pies cuando escribió Cabalgar el Tigre: que era, a la vez, tanto un análisis crítico de la modernidad, como una propuesta de actitud personal ante la decadencia.


El Evola del Rivolta contro il mondo moderno nos muestra cuál es nuestra identidad y qué mitos y etapas nos han llevado desde los orígenes a la decadencia moderna. Las dos partes de la obra son imprescindibles: la descripción de “la tradición” y la morfología de la historia desde tiempos míticos hasta la Guerra Fría. Brillante, espectacular, conmovedor y emocionante en ocasiones. Muchos que lo leímos en nuestra juventud, sencillamente, nos extasió, quizás porque estaba dotado de una coherencia de hierro. Creo recordar que incluso en los primeros años 90 seguía considerándome “evoliano”. Solo evoliano.

Lo que propone Evola es, siempre y en todo momento, aplicable de “puertas hacia adentro”, pero hoy carece de salida de “puertas hacia fuera”. Me explicaré. Si de lo que se trata es de adquirir una conciencia de sí mismo, una actitud ante la vida, unos caminos de realización interior… hay que leer toda la “obra técnica” de Evola. Y luego tener el valor de seguirla, simplemente, porque puede cambiar la vida. Pero si de lo que se trata es de “hacer política”, las propuestas de Evola, ya no pueden aplicarse tal como fueron enunciadas a mediados del siglo XX en su “obra política”. Es así de sencillo y así lo hemos comprobado. Y, cuidado con el análisis histórico que realiza porque puede derivar en comportamientos dogmáticos y sectarios, de los que Evola se habría reído pero que están ahí para evitar tocar una coma a la obra de este maestro.

La parte “técnica” de Evola, en cambio, ha resistido muy bien el tiempo. Es simplemente, imperecedera. La doctrina del despertar seguirá siendo considerada como la exposición más clara sobre el budismo, lo fue en el momento en el que se escribió. Otro tanto cabría decir del Metafísica del Sexo, del Misterio del Grial o de La Tradición Hermética.  Se trata de obras inactuales que estarán siempre en vigor y presentes en los catálogos de editoriales especializadas en países interesados por la cultura.

Evola es indica un camino a seguir que lleva inevitablemente conduce a actitudes y métodos propios del Zen, para quien quiera recorrerlo hasta el final y tener la “experiencia de la trascendencia”. A diferencia de corrientes esotéricas u ocultistas, no lo hace con una mentalidad o una intención sectaria: “esa dirección es buena, estúdiala y, si te convence, síguela”. Es más, desconfia de las sectas, gurús y profetas. Nos dice además: para seguir en pie, hace falta convencerse de que no hay clavos ardiendo a los que asirse, no existen “coberturas al nihilismo”, no existe “la fuente” de la que mana toda sabiduría espiritual. Si existió, se ha ocultado. Ha desaparecido toda posibilidad de contactar con ella. Pero queda el recuerdo en los textos clásicos, el estilo, incluso las prácticas interiores de meditación y ascesis para vivir la experiencia de la trascendencia. Y ese “estilo” puede revivirse en cualquier circunstancia de lugar y tiempo.

http://eminves.blogspot.com/2018/09/p.html

Evola expone las doctrinas tradicionales del universo indo-ario y nos dice: el Sol volverá como en el Solsticio de Invierno. Nosotros somos “hombres de tiempos de crisis”. No veremos el nuevo día, pero siempre podemos permanecer “en vela” y enseñar a otros a que estén, así mismo, en guardia, despiertos, esperando el “nuevo amanecer”. Esta sugestión, casi poética, es lo que hizo que muchos de nosotros, siguiéramos estudiando “la Tradición” y, no solamente eso, sino que quisiéramos “vivirla” en nosotros mismos.                  
                                                                     
Fue en el libro introductivo a Avanguardia Nazionale (que ha sido recientemente reeditado por Il Settimo Sigillo) en el que en las primeras páginas se aludía a la noción de “libertad” que luego reencontré en Los hombres y la ruinas. De hecho el primer texto está inspirado en el segundo y el propio Evola dio su nihil obstat. Era un pequeño párrafo iluminador: “la libertad se define como la capacidad de dominio sobre los instintos. Todo puede ser dominado a todo puede dominar al hombre, desde el heroísmo al miedo”… Alguien, en una isla desierta, sin leyes, ni estructuras opresivas, puede ser un esclavo de sí mismo, de sus propios instintos y de sus pulsiones más bajas. Reconozco que en ese momento entendí el lema de la Ciudad Libre de Esparta, “Solo el desprecio a la muerte da la libertad” y el grito de la Legión Española: “Viva la muerte”.

Tardé algo más en comprender que todo esto era algo más que “poesía” o propuestas para una vida pretendidamente heroica. Alguien podía detenerse ahí… o bien tratar de interiorizar y vivir estas experiencias. En los años de exilio y prisión, creí –vanidad de vanidades– que estaba siguiendo una “vía heroica” que consistía en dar siempre un paso al frente, no dudar nunca a la hora de elegir la opción más comprometida e ir al lugar más complicado para traducir estas orientaciones en experiencias vitales. Y no reniego en absoluto de ellas. Una cosa es tener un ideal para vivir y una causa para morir y otra muy distinta llevarlo a la práctica. Yo creo que durante unos años, Evola me ayudó a vivir intensamente, jugando a la ruleta rusa. Una vez superada esa etapa, era absurdo permanecer en ella, especialmente cuando se tenía familia, hijos y necesidades vitales. Bastante tenía con no haberme roto los dientes en la aventura.

Evola me enseñó los valores y las prácticas que me sirvieron de soporte para esos años. Me encarriló por la vía del budismo zen en el que sigo acampando (eso sí, fuera de cualquier grupo organizado; y daré un consejo: si usted es guenoniano, evoliano, tradicionalista o está interesado en el Zen o en el budismo, háganlo, pero fuera de cualquier grupo organizado, o de lo contrario; háganlo con disciplina y dedicación, fórmense (que libros no faltan, gratuitos y de pago), pero no cometan el error de participar en grupos organizados. Si lo hacen, están perdidos, perderán el tiempo. Una “vida tradicional” puede experimentarse con tal de que uno tenga un muro blanco y un cojín.

Evola me enseñó otra cosa: a intentar ver el mundo tal cual es, sin prismas deformantes, sin fugas emotivas, sin calenturas emocionales, manteniendo la estabilidad interior incluso en las situaciones más desagradables (exilio, detención, tortura) tanto como en el análisis de la realidad y de sus rasgos (algo que me ha servido para poder analizar situaciones políticas y realizar valoraciones personales). Y es que una de las “vías de la tradición”, uno de los “caminos del despertar”, consiste en preguntarse continuamente ¿quién soy yo y cómo es lo que me rodea? Complemento a la otra fórmula de “vivir el aquí y el ahora”). Gracias a Evola, cabría añadir, conocí también la filosofía alejandrina y la filosofía estoica…

Conocí, en definitiva, con mucha más claridad que la que me podía ofrecer cualquier religión o secta, lo que era la “espiritualidad”. Pertenezco a una generación que perdió la fe al cerrarse el Concilio Vaticano II y que tuvo como educadores a pobres diablos que iban de “curas obreros”, hablaban del “compromiso cristiano" y habían sustituido el culto exterior por la demagogia social. La fe es algo que, cuando se pierde, ya no se recupera jamás. La vía que nos enseñó Evola –y que, más que enseñarnos, sintetizó y  expuso– no era la de ese impulso irracional del alma, la fe, sino el de “ensayo y error”. No tengas fe, vive la experiencia interior tal como te lo recomiendan los textos clásicos. Rectifica si te equivocas tantas veces como sea precios: RE, RE, RE...

A fin de cuentas, hoy me sigo considerando “evoliano” y, sin duda, Evola supuso la mayor aportación en mi formación doctrinal.

¿Y en la parte política? Eso ya es otra cosa: Evola, probablemente, hasta mediados de los 60 creía que el pensamiento tradicional podía aplicarse a la política. Escribió, en la “primera postguerra” para los jóvenes neofascistas que se manifestaron dispuestos a luchar “por el honor” asumiendo la herencia de la República Social y del fascismo de Saló. Esos jóvenes, a menudo heroicos, llevaban en sus venas la sangre de guerreros. Para ellos escribió sus Orientaciones y su obra política. Luego, cuando advirtió el proceso de “solidificación del mundo” en el seno del cual eran admisibles otras actitudes, les dedicó su Cabalgar el Tigre. A mí me queda el haber sido uno de los introductores de la obra de Evola en España y lo que es mucho más importante: el haber seguido las orientaciones interiores que nos propuso, incluida la carcajada dionisiaca y la serenidad de Apolo. Y sí, Evola es superior a Nietzsche y mucho mejor analista de la mitología clásica.

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