sábado, 20 de octubre de 2018

365 QUEJÍOS (173) – SI ES QUE ME OBLIGAN A SER MONÁRQUICO


Me quejo de la “recusación” que realizó el parlamentito independentista de Cataluña apoyado por En Comú-Podemos, de la figura de Felipe VI. Esto último me obliga a quejarme en primer lugar de un parlamentito independentista que ya solo sirve para escenificar “gestos” y encontrar tontorrones útiles que los apoyen. Pero mucho más me quejo de que tonterías de este tipo me llevan cada vez más a sentirme monárquico, incluso a mi pesar.

Reconozco que nunca me he sentido republicano y que, como máximo, he sostenido lo de “gato negro, gato blanco, lo importante es que cace ratones”: República o Monarquía, lo importante es que todos seamos felices y el país lleve una vida estable, sin sobresaltos y en bienestar y que éste quede garantizado para nuestros hijos y nietos.

Reconozco, igualmente, que, entre mis mentores doctrinales, la obra de Julius Evola fue decisiva y que este pensador era monárquico tradicionalista y, junto con Charles Maurras, los dos puntales de la doctrina monárquica en el siglo XX, como los Balmes o los Donoso fueron exponentes de la misma corriente en el XIX español, o Maeztu y Menéndez Pelayo.

Así mismo, reconozco que -contrariamente, a lo que se tiene tendencia pensar- José Antonio Primo de Rivera, no solamente no fue antimonárquico, sino que siempre estuvo en contacto con monárquicos, especialmente alfonsinos y que, para los que lo ignoren, el servicio de orden en el exterior del Teatro de la Comedia, en el acto fundacional de Falange estuvo compuesto por tradicionalistas y en el interior, sentados en la platea, abundaban los alfonsinos, justo en un momento en el que el propio José Antonio se presentaba en Cádiz, junto a Pemán y Carranza, como candidatos por la derecha alfonsina. Así que muy republicano no era y desafío a quien sea a que me saque una sola línea antimonárquica en las Obras Completas. El respeto de José Antonio a la monarquía alcanzó hasta los días en los que se instruía contra él el proceso de Alicante, exigiendo al secretario del tribunal que rectificara su alusión “al Borbón” (refiriéndose a Alfonso XIII) y "tratara con respeto al que había sido Rey de España". El choque Falange – Monarquía se produjo tras la guerra civil, cuando los falangistas que figuraban en el entorno de Serrano Suñer (los Ridruejo, los Merino, los Tovar, los Laín) advirtieron que, la embajada inglesa estaba pagando a los generales monárquicos para evitar que España entrara en guerra junto a Alemania. Los falangistas “legitismistas”, los Girón, los Raimundo, los Primo de Rivera, evitaron pronunciarse. Los primeros consideraban que solamente la entrada en guerra, garantizaría la posibilidad de realizar la “revolución nacional”. En una segunda fase, tras 1945, los alfonsinos de ayer, fascistizantes y fascistizados hasta ese momento, se convirtieron en “demócratas de casi toda la vida” y con ese talante figuraron en el “consejo asesor” de Don Juan de Borbón. Eso acarreó la hostilidad falangista.


Pero esta es otra historia y lo es porque ni Don Juan de Borbón, ni su hijo Juan Carlos I, fueron lo que se dice “grandes reyes” de España. Del primero solamente se conocen dos o tres manifiestos redactados por otros; y del segundo la contradicción de ver restaurada la monarquía por Franco, de ser elegido por el mismo Franco como candidato a la sucesión en la jefatura del Estado “a título de Rey”, y, al mismo tiempo de ser él quien estampara su firma en la Constitución que venía a ser la negación de todo lo anterior.

El otro día en el retrete leía en el Pronto (en ese trance, servidor recurre al Pronto o a los cuadernos de crucigramas) un largo artículo de Peñafiel en el que ponía de chupa de dómine a Juan Carlos I, le recordaba todas sus infidelidades conyugales, la pillada que le hizo la Reina Sofía regresando a la Zarzuela antes de tiempo, cuando el monarca estaba con el putoncillo de turno, luego el asunto de la periodista suiza que hizo que durante 15 días las leyes y decretos aprobados por el felipismo fueran firmados por un ploter y, finalmente, el asunto Corina. Recordaba Peñafiel que la familia Real griega no quiere ni oír hablar de Juan Carlos I y que el ex Rey Constatino no quiere ni verlo. Juan Carlos I, se mire como se mire, no fue un gran rey y posiblemente figure entre Fernando VII e Isabel II en la lista de catástrofes borbónicas.

Ayer se dieron los Premios Príncipe de Asturias. Me llamó la atención un hecho: el que Felipe VI no solamente no leyera su alocución, sino que modulara perfectamente sus palabras y que el discurso fuera, indudablemente, mejor que el de cualquier político mitinero en campaña. Sin olvidar que fue el Rey el que terminó apuntillando institucionalmente la charada del 1-O y declarándose inequívocamente por la unidad del Estado y contra el proceso secesionista.

Hoy, es difícil poner la mano en el fuego por nada ni por nadie y mucho menos por una institución que ha tenido como exponentes a verdaderos mentecatos. Sería absurdo negar que resulta imposible ver en la consorte a una reina Hay, pues, luces y sombras en la Zarzuela. Pero no es menos cierto que, España ha sido hecha por la monarquía y por el catolicismo. Del segundo queda poco y nada en el terreno político, casi se diría que el Vaticano está en liquidación por fin de temporada. La Corona sigue ahí. Frente a ello, hasta ahora, los períodos republicanos han sido de confusión, dolor, inestabilidad permanente, conflictos, centrifugación y, para rematarlo, masacres. No me pidan que me sienta republicano porque ésta no es la República Romana de los Escipiones y de César, de Cicerón y del Senado Romano (de la que un embajador griego decía que esperaba ver un foro de bárbaros y encontró una asamblea de reyes). Las Repúblicas nacidas en este desgraciado rincón del planeta han oscilado entre el fracaso y la catástrofe.

Si Juan Carlos I no fue un buen rey se debió a tres factores: su debilidad de carácter que le hizo oscilar como una caña al viento (justificando, además, esa actitud alegando que el rey debía estar por encima de las partes), su desinterés por lo que ocurría en el país puesto de manifiesto en una vida disipada, su círculo de amistades entre lo que podemos encontrar a los protagonistas de muchos escándalos financieros ocurridos en sus casi 40 años de reinado (desde Ruiz Mateos a Mario Conde,  pasando por el príncipe de Chokutua). Reconozco que siempre consideré a la reina mucho más seria y mucho más persona que a su esposo. El otro día en el retrete, me lo confirmó el artículo de Pronto. Pero no nos equivoquemos: Felipe VI no está hecho de la misma pasta que su padre.

Por si me quedara alguna duda, la recusación formulada por eso que se llama abusivamente “parlament de Catalunya”, me confirma en que algo bueno tendrá la monarquía cuando estos hooligans se sientes obligados a condenarla.