Hacia mediados de los años 60, Editorial Mateu, en donde
había algunos camaradas, publicó “¡Arriba Europa! Un imperio de 400 millones de
hombres”. Debió caer en mis manos hacia 1969. Su fácil lectura hizo de él un
texto de referencia en los diez años que siguieron. Intenté ponerme en contacto
con Joven Europa – España, del que quedaba un delegado en Santander, Pedro
Vallés, que me indicó que el movimiento ya no existía pero que hasta no hacía
mucho se había publicado una revista, La
Nation Europeenne. Había llegado tarde a la cita europea que planteaba
Thiriart. De todas las formulaciones del neofascismo ensayadas después de la
guerra perdida, reconozco en Joven Europa, la idea más brillante, incluso
seductora. Con el tiempo llegaría a
conocer y a colaborar con algunos de los redactores de La Nation Europeenne. En los 80 y 90 leí distintas tesis –la de
Yannick Sauveur- y libros consagrados a Thiriart, así como ediciones de sus
obras, distintas entrevistas (especialmente la realizada por Bernardo Gil
Mugarza), pero reconozco que segundas partes nunca fueron buenas y que lo mejor
de Thiriart está expresado en el libro al que aludía antes.
Lo importante de esa obra era: la perspectiva europea. Desde
que la leí y atendí a sus argumentos asumí el hecho, doloroso pero no por ello
menos cierto, de que el período de los Estados-Nación había quedado atrás y que,
a partir de 1945, con un mundo bipolarizado, solamente podía existir una
“tercera fuerza” continental. Después del “Estado-Nación”, vienen los “grandes
espacios continentales”, de la misma forma que antes, existió el Reino
unificado, antes el Imperio con sus reinos y antes la estructura feudal. El
resto de ideas de Thiriart me gustaron, me interesaron, incluso tratamos de
llevarlas a la práctica (la idea del “movimiento europeo integrado” que
defendía el optometrista belga y que pusimos en práctica en lo que se conoció
abusivamente como “internacional negra”), pero nada comparable a habernos
metido en la cabeza a muchos que 1945 había marcado el inicio de un nuevo
período histórico en el que solamente los bloques continentales iban a estar a
la altura de ese tiempo. Por lo demás, la experiencia de Joven Europa, demostró
el fracaso de muchas de sus tesis. Tras la experiencia de La Nation Europeenne
Thiriart se retiró desencantado y desengañado. Solamente volvió a dar señales
de vida cuando se inició el declive de la URSS.
Había un problema con Thiriart: sus obras eran más
interesantes que él. Perdía en las distancias cortas. Pero el mayor de los
problemas era que ocultaba sus fuentes. En realidad, lo que él proponía no era
nuevo: tenía dos fuentes originarias. De un lado las ideas sobre el “nuevo
orden europeo” concebidas por el Ministerio de Asuntos Exteriores del Tercer
Reich y de otro las ideas de los “no conformistas franceses de los años 30” que
tuvieron fuerte presencia en Bélgica. La primera influencia, claro, era
“inconfesable” y Thiriart tuvo la lucidez de acompañarla de una leve crítica a
sus mentores: esos querían una “Europa alemana” y él sostenía la necesidad de
una “Europa-europea”. Curiosamente, la experiencia de la Unión Europea
demuestra que el país con más vitalidad industrial es aquel en torno al cual
termina siempre por gravitar Europa… Thiriart sostenía que la idea del Mercado
Común Europeo era la “menos mala” de todas las concepciones de Europa. Fue muy
criticado por eso, pero ahí está la idea. Y, tal como podía esperarse, el
potencial económico, industrial y tecnológico alemán, unido a su base
demográfica es lo que ha terminado por hacer, dentro de la UE, a Alemania como
potencia hegemónica, dueña del terreno y a países como España, su periferia.
Que yo recuerde, Thiriart no mencionó a los “no conformistas”, aunque citó a
algunos de ellos, pero su pensamiento, altamente tributario de esta corriente.
Cuando reapareció Thiriart a mediados de los 80 (paso por
Barcelona y finalmente lo conocimos, quizás hacia 1990), nos sorprendió su
pragmatismo… que entraba en contradicción con los errores cometidos en la
dirección de Joven Europa y de La Nation
Europeenne. Contaba historias de las que se podían extraer algunas
conclusiones, pero se había convertido en un “profeta de la geopolítica”. Fue
en los 80 cuando la “geopolítico” empezó a atraer la atención de muchos de
nuestro ambiente. Olvidando que la geopolítica era una “ciencia auxiliar de la
política”, inclinaba pero no determinaba, pasó a ser el elemento central de la
concepción de algunos. Y, desde el punto de vista geopolítico estaba claro que
entre naciones oceánicas y naciones continentales, entre el comercio y el
Estado, entre el poder naval y el poder
terrestre, la mayoría de los que se interesaron por esta temática terminaron
alineados en el “eurasismo”… Thiriart entre ellos. De hecho, en sus escritos
posteriores a La Nation Européenne, Thiriart ya demostraba una predisposición a
asumir las tesis geopolíticas y el alineamiento con la URSS. Y, claro, lo que a
muchos de nosotros nos había llamado la atención y ganado era el “Ni USA, ni
URSS: Europa” que era como decir “ni capitalismo, ni comunismo”. El problema
del “segundo Thiriart” fue su “realismo geopolítico”.
Podía discutirse, podía argumentarse, pero –tal como he resaltado en mi pequeño estudio sobre IBERIA, lo cierto es que, países como España y Portugal, son continentalmente europeas, pero, sobre todo Portugal, tiene una inequívoca vocación atlántica. Y, si de lo que se trata de, además, de discutir sobre geopolítica como estrategas de casino, fijarse en aspectos culturales, históricos y lingüísticos, incluso en la marcha última de los acontecimientos, los habitantes de la Península Ibérica tenemos el derecho de decir: “Eurasia” es demasiado diversa, demasiado contradictoria y demasiado plural como para poderla considerar como algo más allá de una “ficción geopolítica”. Mucho más en este momento de “hispananización” de los EEUU que, en apenas 20 años cambiará radicalmente la fisonomía de aquel país. En 2050, toda América (salvo Canadá), en realidad, Iberoamérica. Españoles y portugueses tenemos el derecho a decidir si nuestra vocación es continental u oceánica y si nuestro destino está en Europa o en Iberoamérica. No es, desde luego, el problema de Alemania ni el de Rusia, pero si la opción de los pueblos peninsulares.
Podía discutirse, podía argumentarse, pero –tal como he resaltado en mi pequeño estudio sobre IBERIA, lo cierto es que, países como España y Portugal, son continentalmente europeas, pero, sobre todo Portugal, tiene una inequívoca vocación atlántica. Y, si de lo que se trata de, además, de discutir sobre geopolítica como estrategas de casino, fijarse en aspectos culturales, históricos y lingüísticos, incluso en la marcha última de los acontecimientos, los habitantes de la Península Ibérica tenemos el derecho de decir: “Eurasia” es demasiado diversa, demasiado contradictoria y demasiado plural como para poderla considerar como algo más allá de una “ficción geopolítica”. Mucho más en este momento de “hispananización” de los EEUU que, en apenas 20 años cambiará radicalmente la fisonomía de aquel país. En 2050, toda América (salvo Canadá), en realidad, Iberoamérica. Españoles y portugueses tenemos el derecho a decidir si nuestra vocación es continental u oceánica y si nuestro destino está en Europa o en Iberoamérica. No es, desde luego, el problema de Alemania ni el de Rusia, pero si la opción de los pueblos peninsulares.
Thiriart, en el fondo, era presidente de la asociación
mundial de optometristas. Si iba a China ejerciendo tal cargo y se entrevistaba
con un notable del gobierno chino, inmediatamente el giro de su visión política
internacional quedaba teñido por el encuentro con Chu-en-Lai. Si iba a Egipto y
hablaba con Nasser, acto seguido, pasaba a apoyar a la resistencia palestina y
a vender antisemitismo bajo la patina de antisionismo. Si lograba nuevos amigos
en Rusia, salía –como salió a mediados de los 80- el Thiriart “eurasista”… Los
que habíamos reconstruido su trayectoria desde finales de los 50, nos dimos
cuenta de esta tendencia errática Todo dependía de algo tan subjetivo como a
dónde le llevaba su cargo de presidente mundial de los optometristas. A finales
de los 70 ya había dejado de creer en Thiriart y a principios de los 80
critiqué sus posiciones posteriores a Jeune Europe. Por entonces, su “hombre en
España” había dejado de ser Pedro Vallés, vuelto a la Falange santanderina y
pasado a ser un tal Cuadrado Costa que me dedicó algunos que otros insultos
antes de suicidarse (con todo Cuadrado expresó su opinión sobre mi
interpretación del “segundo Thiriart”, pero cuando escribió sus notas sobre
Ramiro Ledesma, simplemente, mintió, realizó una selección maniquea de textos y
construyó un Ramiro que jamás existió… Dado que en los 80 la figura de Ramiro
había sido muy olvidada por los historiadores, lo escrito por Cuadrado ha sido
considerada como “canónica”, hasta que me encargué de mostrar sus carencias y
errores. Thiriart, a todo esto, cuando lo conocimos, ni siquiera se había
enterado de que Cuadrado se había suicidado. Se limitó a decir algo así como
que le parecía un tipo depresivo capaz de quitarse la vida.
Hoy mantengo cierta simpatía hacia Thiriart, pero reconozco
que, incluso la idea europea en la que me introdujo hoy tiene muy poco que ver
con la del “¡Arriba Europa!”. El empacho de geopolítica todavía les dura a
algunos y su obra puede ser considerada como uno de las aportaciones al
“eurasismo”. Todo lo cual no quita la importancia que tuvo Thiriart en el
período de Joven Europa y el haber intentado poner en marcha un movimiento
integrado a nivel europeo.