viernes, 26 de octubre de 2018

365 QUEJÍOS (179) – PATRIOTISMO – TESTIMONIALISMO – SALIR DE LA NEVERA


Si usted quiere dar testimonio de algo, apúntese a una secta religiosa. Lo hará con fanatismo, obcecación y entrega. Pero, si esta es su línea, no se dedique jamás a la política o se estrellará. La política (la que merece ese nombre) es lucha, creación, destino. Es, en definitiva, algo dinámico y creativo. Podría aplicarse a la política auténtica el verso de Machado “se hace camino al andar”, acompañando de la recomendación de que el andar sea paso a paso, que los pasos dados en el futuro sea consecuencia de los anteriores y no ir de saltito en saltito, de aquí para allá, tratando de seducir en este ambiente y luego en aquel otro diciendo, justo lo contrario de lo proclamado antes. Si ese es el comportamiento de “un político”, es que le conviene, más bien, el nombre de “oportunista sin principios” o “mendicante de votos”. No sé en otra época, pero hoy el que se las da de “político” vendería a su madre por un voto. En nuestra época ya no tienen lugar, ni los que quieren dar testimonio de las doctrinas de otra época, ni los que creen verdaderamente en una doctrina de carácter universal. La política se ha quedado como terreno exclusivo de los oportunistas sin principios, de los maniobreros especialistas en el dribling, o de los artilleros de distancias cortas. Por eso soy y me declaro “apolítico”. Me quejo de que la política digna de tal nombre, es un Guadiana que pasa, en estos momentos y desde hace ya mucho, por una fase de ocultación.

¿Patriotismo? ¿Habéis visto en lo que se ha convertido “ser español”? Mirad en vuestro entorno y decirme si podréis llevar una camiseta en la que se lea “orgulloso de ser español” sin sentir algo de vergüenza. Decirme si podréis repetir aquella frase de “ser español es una de las pocas cosas series que se pueden ser en el mundo”, sin abochornaros. Mirad en lo que se ha convertido nuestro país: es la negación de lo que un patriota podría concebir: está en las antípodas. Se diría que el concepto que podemos hacernos del más sano patriotismo o de nuestra propia historia está por completo ausente o pertenece a otra época. En cualquier caso, ya no corresponde a la realidad.



Personalmente, creo que el “drama histórico de España” procede de ocho siglos de Reconquista que agotaron a nuestro pueblo (ya se sabe: en las guerras mueren siempre los mejores, los emboscados son los que firman la paz). Luego, llegaron aquí, los Habsburgo y más tarde los Borbones, con ideas propias que no respondían a la realidad de un pueblo agotado por ocho siglos de choques con los moros y que, para colmo, descubre América. Unas décadas después y ya estábamos en las guerras de religión. No solamente, España salió agotada y maltrecha del happy end que supuso Granada en 1492, sino que, además, nos dio por “salvar a la cristiandad” difundiendo el catolicismo entre los indios y cargando contra los protestantes (en 1977, un fuerzanuevista me decía, en plena transición: “La culpa de todo es de los protestantes”). El cenit del imperio español fue la garantía de que más dura sería la caída. Y esa caída dura todavía hoy.

Inolvidable el Discurso a las Juventudes de España y la frase con el que termina su primera parte: Ledesma -de patriotismo indudable- califica los últimos 200 años de nuestra historia como “gigantesca pirámide de fracasos” (y los enumera). Al visionario le faltaba todavía por conocer lo que ocurriría en los 80 años siguientes. Hoy, podemos añadir a la pirámide de fracasos: los 40 años de franquismo, cuyo fracaso se evidencia por los 40 años que siguieron, los nuestros, en los que las energías patrióticas ya han alcanzado el nivel de irrelevancia, más allá del patriotismo futbolero o de cierto resquemor contra los payasos que, en un momento de crisis, aprovechan para acelerar la centrifugación del país. Ser (o sentirse) patriota en España, no es ninguna ganga.

No hay más que tres salidas. La primera es la inacción: "sí, esto está pero que muy mal, simplemente, me voy a casa y ahí me las den todas", “Todo deja de interesarme y ya llegará el “líder” que resuelva el cipostio en el que está embarcado el país. Y, entonces, que me llamen, que le votaré”. La solución tiene un prurito optimista: nada garantiza que vaya a salir un líder carismático con capacidad para atraer a las masas y, no sólo eso, sino con lucidez, fuerza y energía suficiente como para entender los problemas de la modernidad y proponer salidas lúcidas. Desengañaros: eso ya no existe. Julius Evola decía que, en la modernidad, aunque surgieran líderes de ese estilo, nadie sería capaz de apreciarlos como tales

Lo peor que puede ocurrir es que aparezca una opción nueva en el panorama político y la peña se lance a ella, como se lanzan a una gran almacén el día que se inician los descuentos, sin advertir siquiera que el producto está sobrevalorado, que genera más esperanzas de las que debería y que, en el fondo, en su interior, no todo está claro. El tipo que ha puesto en el congelador su patriotismo, y un buen día sale del congelador (mejor, indudablemente, salir de una nevera que de un armario) corre el riesgo de asumir la primera opción y no ser realista en su elección. Sí, me refiero a Vox. Creo -y lo voy a decir aquí- que Vox es "mejor" que otros partidos del panorama político español. Pero no hay que engañarse, en el mejor de los casos, Vox, servirá simplemente para que a la derecha del PP surja una fuerza a la que irán los descontentos del PP que hasta ahora, solamente tenían a Ciudadanos como alternativa. Si va más lejos, olé sus cojones, pero eso sólo el tiempo lo dirá.

La segunda opción es el testimonialismo. Ser “testimonialista” es decir: “me gusta jugar y perder”. El razonamiento es éste: “No tengo la más mínima opción de que mi aventurilla salga bien. Llevo cuarenta años ejerciendo de testimonialista, dando cuenta de ideales y programas que tuvieron vigencia hace más de ochenta años y que hoy siguen gustándome e, incluso, creo que son la única forma de resolver los problemas de España, y aunque sé que no voy a lograr nada, interesar a nadie más que a los de siempre y a alguna persona caritativa que me entregará su voto, lo cierto es que si supero los 10.000 votos en toda España, me daré con un canto en los dientes, y si alcanzo los 20.000 podré hablar de un “avance incontenible”…”. Inútil citar siglas y coaliciones por aquello de no encabronar a los que bastante tienen con afrontar la indiferencia generalizada.


Inevitable pensar en el relato de Michael Ende, La historia interminable: “lo que otros hicieron anteayer, volveré a hacerlo pasado mañana, aunque ayer ya comprobara que todo esfuerzo en esa dirección es inútil, porque, en el fondo no sé hacer otra cosa y tengo la sospecha de que, para mí, no hay un mañana...”. Hay dos motivos para esta actitud: el “providencialismo” (creer que se está asumiendo una “misión divina”, pensamiento propio de secta), la “cabezonería” (común en quien se ha habituado a tropezar con las mismas piedras y no tiene intención de dejar de hacerlo) y la “obsesión ideológica” (derivada de los admiradores “del libro”: la biblia, las obras completas, la web del grupo… como contenedores de la "verdad absoluta").

La tercera opción es lo que Gurdjieff llamaría la “opción del hombre astuto” y Evola, haciéndose eco de la sabiduría oriental, traslado a Occidente: “cabalgar el tigre”. No es malo que haya crisis porque las crisis indican que nos aproximamos a un final y, todo final, no deja de ser la liquidación de un mundo y el alumbramiento de otro. Así que, si yo no puedo cambiar el destino de mi país, que ese rumbo no termine cambiándome a mí. No se trata de asumir la última forma que revistió el patriotismo desde la generación del 98, sino de que las destrucciones que están teniendo lugar en torno nuestro, no terminen por arrastrarnos también y caigamos en el nietzscheano o dovstoyeskiano “si dios ha muerto, todo está permitido”. Se trata simplemente de poder mirar al rostro de Medusa de la modernidad sin quedar petrificado por ella. A veces, los testimonialistas, de tanto mirar para atrás, sobreviven al permanecer ajenos e ignorar el carácter de nuestro tiempo. Como Sigfrido que no tenía miedo, porque nadie le había enseñado lo que era el miedo, nuestros testimonialistas sobreviven porque no advierten que ya no hay dios que salve a este país y no han advertido que el enemigo (la globalización económica y el mundialismo cultural) es universal y su éxito radica en que penetra en el interior de las gentes. Al mirar atrás, no advierten la enormidad de lo que tienen por delante.

En cuanto a los que se fueron a casa y vuelven llamados por alguna nueva estrella rutilante en el firmamento político, solamente deseamos que no se la peguen y que una nueva decepción no afecte gravemente a su salud.

¿Qué recomendamos? Apolitia. Concepto clásico. Es la negación de la “polis” (la ciudad) y de su práctica (la política, πολιτεία, que incluye el concepto de constitución, derecho, régimen, “sistema). Es el estado de “personas sin ciudadanía”, de los que “están” en la modernidad, pero de los que no “son” de la modernidad. Nada que ver con el desinterés o con la actitud del que se fue a su casa y pasó de todo. Es, simplemente, la noción de que existe una “distancia interior irrevocable con esta sociedad y con sus valores y el no aceptar que se está ligado a ella por ningún vínculo espiritual o moral”. Si usted no cree en el testimonialismo, ni acaba de salir del congelador, esta es su opción.