martes, 30 de octubre de 2018

365 QUEJÍOS (183) – “EMPODERAMIENTO” Y FILOSOFÍA DE LA ESTUPIDEZ


Del zapaterismo se recordarán muchas cosas y ninguna buena. En esa época irrumpieron ridiculeces “de género” (“todos y todas”, “miembros y miembros”) pero ninguna fue tan elaborada como el neologismo que un buen día soltó Zapatero sin poder evitar una sonrisa, (como diciendo, “¿a que esto no os lo esperabais?”): el palabro era “empoderamiento” y seguramente un “intelectual” como ZP lo habría leído en El Correo de la UNESCO, panfleto que realmente puede considerarse como el transmisor de todos los virus ideológicos salidos de los laboratorios del progresismo mas extremo. Hoy la palabra se ha integrado en el vocabulario de todos los postulantes de las ideologías de género. Me quejo de que la neolingua progresista hace de este neologismo la piedra angular de su construcción ideológica. Así que, atento a él, porque, quien lo utiliza, no cabe la menor duda: he ahí a un progre.

Desde luego, “empoderarse” es mejor que “discriminación positiva” que, en sí mismo, contiene una contradicción. Si la discriminación es un término que viene acompañado de connotaciones negativas, “positivizarlo” lo hace vulnerable. Así pues, para sustituir este concepto, tan confuso como atacable, el progresismo creó este otro que, además, sugiere fuerza, decisión, voluntad: “empoderamiento”. Así, a lo que en el fondo es lo mismo que “discriminación positiva” se le otorgó otra connotación: daba la sensación de que aprobar leyes de “discriminación positiva” suponía reconocer la debilidad de algunos “colectivos”. Y así era, en efecto: recordar a las “ministras de cuota” (la Viviana Aido, la Leire Pajín y demás), no podían evitar sentir que estaban ahí, no por sus capacidades reales, sino para cubrir una cuota. Así era, de hecho. En Francia, hay “universitarios de cuota”, habitualmente procedentes de países africanos, que se han dado cuenta de lo humillante que resulta que todos tus compañeros sepan que no estás ahí por su puntuación y tus notas… sino porque perteneces a una “cuota”, como si fueras un minusválido mental. Así que se sustituyó esta idea que sugería “debilidad” por esta otra que evocaba “fuerza”, “vigor”: se sugería que los mismos “colectivos” que ocupaban un lugar subalterno en la sociedad, ellos mismos eran capaces de “igualarse” al resto.

Por que aquí de lo que se trata es de realizar el ideal de la IGUALDAD, cueste lo que cueste. Entenderán ahora que Julius Evola y Thomas Molnar, entre otros, sugieran que el origen de todos los males que afectan a la modernidad procede de las ideas de 1789 y del “trilema” “libertad – igualdad – fraternidad”. Ciertamente, para los revolucionarios de 1789 consideraban todos estos términos de una manera muy diferente a cómo se ven ahora. Para ellos eran simples eslóganes contra las pautas del “ancien régimen”: “orden – autoridad – jerarquía”. ¿Libertad? Hacer lo que cada uno quiera, mientras no fastidies al vecino. ¿Igualdad? El Rey y la aristocracia no son superiores a nadie. ¿Fraternidad? Para fraternidad la que se da en las logias masónicas (frecuentemente transformada en complicidad). El dogma liberal-democrático era suficientemente ambiguo como para que cada cual lo interpretara a su manera y hubiera siempre algún “osado” (osado de hacer el oso) que viajara al final de la noche, esto es, a las consecuencias extremas de la “igualdad”.

Porque no se trataba solamente de disfrutas de idénticos derechos, sino, además de que fuéramos iguales exactamente en todo, negásemos diferencias de edad, capacidad y sexo, incluso vocación y tendencias naturales, para alcanzar una igualdad, total y absoluta: como la de los granos de arena en las arenas del desierto que han alcanzado ese criterio y ninguno destaca por encima de otro. El problema es que, en metafísica se dice que cuando dos cosas son exactamente iguales, sin ningún matiz que los distinga, no son dos cosas, sino una misma cosa. Por lo tanto, la “igualdad” será el camino más directo hacia lo masificado, lo indiferenciado, esto es, la transformación de las sociedades en hormigueros o colmenas.



En los años 60, un tal Paolo Freire, brasileño, elaboró una filosofía de la educación que supuso la liquidación del concepto mismo de educación como transferencia de conocimientos de un enseñante a un enseñado, es decir, desde donde había conocimientos al que tenía necesidad de tenerlos, base de la educación y de la enseñanza desde los presocráticos, situó en plano de igualdad a enseñantes y enseñados. De Freire parte todo el caos educativo de nuestros días, incluido el “aprender jugando”. Se ve el fuste del personaje. Pues bien, no contento con eso, fue también el origen de la “filosofía del empoderamiento”. Freiré identificó lo que llamaba “grupos vulnerables”: mujeres, niños, negros, incluso psiquiatrizados, marginados sociales, etc. Todos ellos, según él, ocupaban un lugar inferior al estándar de “poder”: hombres de clase media blanca. Por tanto, estos “colectivos” debían llegar al nivel del estándar y la función de los poderes públicos era animar a esos colectivos a que, reivindicación tras reivindicación, se las arreglaran para escalar más y más peldaños, hasta ocupar un nivel exactamente igual al de los varones de clase media blanca… Esa presión reivindicativa, desde abajo, debería ser completada por una “revolución desde arriba” que solamente podían operar sectores de la izquierda progresista (esa que en el mismo Brasil de Freire ha sido barrida y hecha fosfatina por Jair Bolsonaro hace un par de días) mediante… “discriminación positiva”.

Lo que se proponía en la práctica era que los “detentadores de la hegemonía social”, “pagaran” esa posición privilegiada que habían ostentado durante siglos, y la pagaran en todos los sentidos: haciéndose acreedores de “culpabilidad moral”, pagando mediante sus impuestos la “discriminación positiva”, cediendo por la fuerza de la ley a los grupos reivindicativos y aceptando su maldad consuetudinaria haciéndose perdonar, bajando la cabeza y sintiendo incluso vergüenza de lo que habían sido hasta ese momento o de aquello que la naturaleza les había otorgado (el género y la diferenciación sexual). A partir de ahí sabéis lo que ha ocurrido.

¿El error de esta teoría? Sería difícil encontrar en la historia de la sociología o de las ideas, una doctrina tan absolutamente distorsionada. No es por casualidad que nace en Brasil, país de la multiculturalidad y no en el gigante económico actual, sino en el Brasil de los años 60 que quería imitar las “políticas de integración racial” llevadas a cabo en EEUU por JFK. El error consiste en considerar que en una zona del Tercer Mundo de los 60 se dan las mismas circunstancias que el Primer Mundo en el siglo XXI. Ciertamente, la mujer negra, como la árabe, como la andina, necesitaban ser reconocidas en su dignidad… pero en Europa -y hace falta leer a J.J. Bachofen y su famoso libro sobre el matriarcado, o simplemente observar la estatuaria griega para comprobar que, en Occidente, a la mujer ya se le reconocía una dignidad y una altura, hasta el punto de haber sido elevadas al nivel de diosas (como madre: Detener, o como amante: Afrodita). Desde el momento en que las sociedades se convirtieron en complejas, sobrevino la “especialización” y las distintas tareas que derivaban de las distintas capacidades atribuidas a cada género por la naturaleza. Y eso duró hasta la sociedad burguesa y al concepto de familia burgués que se mantuvo hasta los años 60. No es el momento de hacer la crítica aquí a esta modelo, especialmente en su última formulación, pero sí recordar que la situación de la mujer en Europa era muy diferente de la que tenía la mujer en otras latitudes. Basta leer los relatos del Grial (siglo XI-XIII) para advertir que la mujer estaba ya “empoderada”… en nuestro ámbito, claro está.

Parece claro que, los y las ideólogas del “empoderamiento” no están hechas para dialogar, ni siquiera para descender al terreno de la real y explicar por qué en determinadas especialidades universitarias -por poner un simple ejemplo de fácil comprobación- la mujer apenas está representada y, sin embargo, en otras, es mayoritaria… en unos momentos en los que ni hay discriminación laboral, ni discriminación en el acceso a cualquier carrera. En su lugar, dan como hecho consumado la necesidad de “empoderarse”… esto es de exigir “discriminación positiva”, y hacerlo, a veces, con la histeria propia de caricaturas (miren a las FEMEN y luego me cuentan). A veces la Libertad no lleva necesariamente a la igualdad... y entonces ¿qué hacemos?

Lo más sorprendente del caso es que en los lugares en donde haría falta establecer una verdadera igualdad, en determinadas áreas geográficas -andinas, africanas y árabes- es donde la filosofía del “empadronamiento” es inexistente y a nadie se le ocurre levantar su bandera. Esta sífilis ideológica solamente la estamos sufriendo en Europa y solamente avanza sin oposición perceptible -mire usted por dónde- en nuestro país, de la mano, eso sí, de una izquierda que, tras haber perdido sus valores tradicionales, ha aceptado los que la UNESCO le ofrece a tontorrones troquelados por el zapaterismo, o bien a indigentes intelectuales allí donde la izquierda se difumina en el lado oscuro de la paranoia, la locura y la estupidez.

El día que estos triunfen, ya saben, la consigna es “quien no se empodera no mama”. Así que póngase en faena y a ver si entre todos podemos “empoderarnos” en tanto que varones, heterosexuales, de clase media y de raza blanca (con perdón)… Y es que “empoderamiento” y “corrección política” son (no diré culo y mierda por aquello del mal gusto) efecto y causa, respectivamente, de la filosofía de la estupidez.