“Boia chi molla!”
fue una consigna italiana que popularizó Avanguardia Nazionale durante la
revuelta de Reggio Calabria. La traducción directa sería “Verdugo el que ceda” y, en cualquier caso, es una invitación a
mantener la resistencia ante un poder establecido. Es la estrategia que
mantiene hoy Quim Torra. Y ha fracasado:
porque si la independencia es imposible –y lleva ya un decalage temporal de
cuatro años en relación a la fecha icónica de 2014 enunciada por Carod-Rovira–,
lo razonable sería dar la batalla por perdida. ¿Porqué el independentismo no
quiere asumir la derrota y ha pasado a una estrategia resistencialista? Me
quejo de que el independentismo catalán, va a la deriva desde hace un año y no
se ha dado cuenta de que es hora de pasar página. Me quejo de que el Estado
tampoco tiene arrestos suficientes para recordarles su situación de fracasados
y la situación puede eternizarse. Vale la pena meditar sobre la hora catalana
en estos momentos previos al 11-S.
Un año es tiempo suficiente
para comprobar el fracaso de un proyecto político. Obviamente, Puigdemont
no lo reconocerá jamás y para él, el independentismo sigue yendo de victoria en
victoria. Situado más a su derecha, Quim
Torra, encarna el ala más cavernícola, reaccionaria y ultramontana del
independentismo, y va un poco más allá: para él, el referéndum del 1-O fue
legítimo, sus resultados incuestionables y Cataluña es una república
independiente a la que solamente la intolerancia castellana impide tener un
asiento en la Asamblea General de las Naciones Unidas... Así de simple.
Artur Mas, por su parte, calla para siempre, tras el palo jurídico-económico
por el anterior seudo-referéndum del 9-N. Los Pujol cuentan sus dineros,
inexplicablemente, tranquilos. De los “dos Jordis”, personajes irrelevantes, se
acuerdan solo unos pocos balcones. Y un año a la sombra es tiempo más que
suficiente como para que el más inteligente de toda esta peña (aunque también
el más emotivo), Oriol Junqueras, reconozca públicamente que la fase del
“optimismo independentista” ha periclitado. El humo de los canutos impide que
la CUP se entere de algo más que de dónde han colocado el tiesto y el librillo
de papel de fumar. Y la población que ve TV3, más engañada que un niño en noche
de Reyes, cree que esto ya es una república y esperan el discurso de Torra en
la ONU. Los mentores del “procés” quieren demostrar que la cosa sigue viva: y
es por eso que han adoptado la consigna del “Boia
chi molla!” y su corolario: “non
mollare” (no ceder).
Pero es evidente para
cualquier observador mínimamente avisado que el independentismo ha entrado en
una fase que podríamos calificar como de “hipertrofia amarillista”. Los que
colocaban lazos amarillos, en efecto, parecen haberse vuelto locos desde que
plagaron las playas de cruces amarillas. En youTube hay videos colocados
por ellos mismos en los que vemos sus propias casas invadidas por lazos.
Demuestran tener poco trabajo y menos imaginación y una vida triste y patética.
Los colgajos afean Cataluña, pero, recuerdan
(y en especial a ellos) que hay una docena de presos indepes que se las van a
ver con la justicia y que les va a caer un palo del que Artur Mas les podría
contar por dónde les va a doler (en la butxaca). Hay gente que se rinde con
banderas blancas, otros eluden pensar en la derrota colocando lazos amarillos.
Pero el sentido es el mismo: nada más alejado de las “banderas victoriosas” que
los colgajos amarillos.
¿Tienen posibilidades
de éxito en un próximo futuro? Absolutamente no. La vía insurreccional les está
vedada (cuando no se tiene fuerza social suficiente, ni combatividad y se
está habituado a practicar el victimismo desde generaciones, la insurrección, es
una quimera). La vía electoral es
difícil que les lleve mucho más allá de donde les ha llevado en una situación
muy favorable. Si cuarenta años de “normalización lingüística” han hecho
avanzar el uso del catalán como lengua habitual a un 35-37% de la población, es
difícil que avance mucho más. Es decir, la vía de la cultura catalana tampoco
les va a llevar mucho más lejos. En Europa no han conseguido hacer avanzar su
causa (de hecho, ha retrocedido, si tenemos en cuenta que la Liga Nord prestaba
hace una década apoyos que ya no presta desde el poder).
¿Es posible un cambio en la geometría política del Estado Español?
Imposible: de las fuerzas parlamentarias, solamente Podemos podría contemplar la posibilidad de un referéndum y,
veremos lo que queda de Podemos en
las próximas elecciones. En cuanto al PSOE, dentro de sí tiene un ala jacobina
que se desgajaría ante cualquier cambio de actitud y, disminuido en Andalucía y
Cataluña la mayoría absoluta es una quimera remota; sólo gobernará en
coalición, nunca más en solitario (lo de ahora es una anomalía
circunstancial) y solamente puede hacerlo con Ciudadanos (cuyo “principio
de razón suficiente” es el antiindependentismo) o con el PP (si llega a
reconstruirse será en función de los valores propios de la derecha unionista).
Así pues, la lucha del independentismo es una lucha sin esperanzas que se puso
en marcha cuando los Carod y los Mas se equivocaron en su diagnóstico de que la
crisis económica de 2009 abría una etapa de debilidad del Estado Español. Otros
muchos elementos entraban en la ecuación y no los tuvieron en cuenta.
Ahora queda “resistir” (la ideología del “Boia chi molla!”) que consiste en afear
cada día un poco más Cataluña con millones de lazos amarillos colocados por unos
pocos cientos de desocupados obtusos.
¿Hasta cuándo? Hasta que Torra sufra una crisis histérica, suelte cuatro
soflamas para agradar al tendido y le caiga otra vez el 155 (después de las
elecciones generales, claro). O hasta que se produzca el desplome electoral de los
indepes (todo nacionalismo que no logra sus aspiraciones, antes o después,
desaparece o se minimiza) que se producirá antes o después. ¿Y por qué?
Porque a pesar de que los sufridores de TV3 no se enteren: el siglo XXI es el siglo de la globalización, en el que la fórmula de
la Nación-Estado, el principio de las nacionalidades enunciado por Woodrow
Wilson hace 100 años, y el nacionalismo romántico del siglo XIX, son cosas del
pasado. Van contra la historia, por mucho que griten “Boia chi molla!”. Es lo que tiene la historia: que no retrocede y,
si lo hace, es en su aspecto grotesco.
Torra aspira a ser un Frankenstein
con la cabeza del doctor Robert y su frenología supremacista
catalana, el corazón con el latir de Estat Catalá de 1936 y las manos de Miquel Badía y de Daniel Cardona, con la verborrea de Eugeni Xammar, con
un proyecto siempre frustrado situado entre Prats de Molló y el 6 de octubre de 1934. Un Frankenstein hecho de despojos de pobres
mediocridades en su época y que hoy solamente recuerdan los más freakys entre
los indepes. Apa nois, a fer l’onada el proper 11-S i ja ho sabeu: “Botxi
el que cedeixi!”. Me quejo de que estos no se enteran de nada. Y la pregunta del millón es “¿quién le pondrá
el cascabel al gato? ¿Quién de entre los capos indepes será el primero en
reconocer que la partida se ha perdido? Nadie quiere ser el “verdugo”, el
“botxí” de algo que está más muerto que la momia de Tutankamon…