Cuando se está fuera de España, lo que ocurre en la Patria se
redimensiona y adquiere, casi siempre, un tamaño más próximo al real. Reconozco
que en Cataluña es difícil hacerse una idea de lo que está ocurriendo y más si
se elige TV3 como canal de paso obligado.
Lo llevo diciendo desde hace años: en Cataluña no pasa nada. Bueno, pasa algo:
que los nacionalistas de ayer, independentistas de hoy, no se resignan a que su
opción sea irrelevante desde las últimas elecciones generales para el gobierno
de la nación. Pasa que el nacionalismo que no desemboca en la independencia
carece de sentido. Y pasa que la creación de nuevas naciones pequeñitas es cosa
del anteayer. Así pues, no me voy a quejar de nada de todo eso. Me quejo de que Cataluña se parezca cada
vez más a la película Atrapado en el
tiempo y que cada 11-S vuelva a ser una reedición del Día de la Marmota.
Y eso sí es para quejarse.
En 1977 le dije a Blas Piñar: “Dentro de 10 años el 20-N se celebrarará en un teatrito”. Me
equivoqué por muy poco. Yo iba a los 20-N. El 20-N de 1977 fue “el de la lluvia”.
Llovió a cascoporro y todos nos mojamos hasta las entrañas. El año anterior, el
76, yo estaba colgado de los güevos del caballo de Felipe IV (del IV no del VI)
y la plaza estaba llena en dos tercios. Sin embargo, certifico que en los dos
20-N siguientes aquello se disparó:
pasadas las primeras elecciones democráticas la afluencia empezó a ser masiva
hasta el 20-N de 1981, a partir de ahí empezó el declive por mucho que El Alcázar proclamara que habían
asistido 1.000.000 de personas en 1980 y 1.500.000 en 1981. Además, después del 23-F ya daba igual los que se
concentraran allí: la democracia ya estaba consolidada y la incapacidad de la
derecha franquista para pensar en términos políticos hizo que su potencial
fuera a parar al PP en donde se terminó diluyendo con el paso inexorable del
tiempo.
Si menciono el 20-N, en el post 11-S, es por la “guerra de
los números”: en 2011 se llegó a dar la
cifra de 2.000.000 de asistentes a una manifestación a la que, difícilmente,
debieron ir más de 300.000 personas (que no son pocas). Cifra análoga a la
del “mejor 20-N” (quizás el de 1979 ó 1980). El Alcázar, con toda su prosopopeya patriótico franquista llegó a
sacar un extra titulado La manifestación
más grande jamás contada…
Con el 11-S pasa algo parecido. Hay una guerra de cifras:
los organizadores consideran un fracaso todo lo que baje de 500.000 de
asistentes (y nunca han sido tantos), así que maquillan las cifras. No es raro. Todos lo hacen. Lo que pasa es que
llegar a multiplicar por 7 los asistentes (como se hizo el 2011 dando la cifra
de 2.000.000 de manifestantes) parece algo exagerado e increíble: como si
1/3 de la población catalana hubiera asistido. Poco después hubo elecciones
catalanas y los votos independentistas sumados no llegaron a esa cantidad (se
quedaron en 1.800.000, así que…). Este
año la cifra oficial es de 1.000.000 de manifestantes (mejor redondear…) aunque
todos sabemos que no ha llegado ni en broma a esa cifra. De hecho lo sabe
todo el mundo, menos el pringao que está en medio y tiene la sensación de ser
un átomo minúsculo en un océano de gente. Este año el problema que han tenido
ha sido que la manifestación se ha hecho en una zona fácilmente mesurable y lo
más objetivo es reconocer que no han podido asistir más de 250.000 personas.
Que no son pocas.
A pesar de las
belicosas declaraciones del troglodita que ejerce de “honorable”, un verdadero “tigre
de calçots”, lo cierto es que se ha tratado de una diada a la defensiva y en la
que lo único que se ha pedido es “la libertad de los presos”. Yo coincido
casi con los manifestantes: los presos
no pueden quedarse eternamente como “preventivos”, es preciso que el juicio se
vea y que se vea rápido. A pesar de que el “tiempo jurídico” no es el mismo
que el “tiempo político”, personalmente sé lo que desgasta un año de cárcel,
especialmente si se ignora la condena o se ignora cuánto más se va a permanecer
en el chopano. Así que no estaría de más que el gobierno instara a los
tribunales a ponerse las pilas y si el juzgado que lleva el caso precisa más
funcionarios que los tenga, si precisa más fotocopiadoras que se las pongan,
pero un proceso que se dilata tanto es, en esto como en todo, inadmisible.
Decía al principio que esto recuerda el Día de la Marmota. Se
conoce la película de Bill Murphy y Andie MacDowell: un periodista displicente
entra en un bucle temporal del que no puede escapar. Cada día vivirá los mismos
hechos, pero tendrá la ocasión de rectificar su comportamiento hasta que,
finalmente, se convierte en un tipo que logra seducir a su productora porque ha
alcanzado el nivel requerido de humanidad. Y todo sucede el Día
de la Marmota. Es una muy buena película que me recuerda lo que ocurre
en Cataluña y lo que les ocurre a los independentistas.
Cada año tienen la
ocasión de rectificar y cada año imprimen un pequeño giro a su guión. El
11-S de 2017 se celebraba para apoyar el seudoreferéndum del 1-O. Todo era
triunfalismo. El año anterior, se celebró para impulsar la unión de todas las
fuerzas políticas tras el “procés”. Ahora
lo que se busca es “liberar a los presos”. El que viene se protestará por las
multas multimillonarias y las condenas que les habrán caído. Habrá habido
elecciones en el Estado y el camino a la independencia seguirá cerrado por la
constitución. Cataluña, región otrora industrial, seguirá siendo el paraíso
turístico para visitantes en chancletas y en busca de botellón y porrito
barato. Las empresas que se fueron no volverán. Y las defecciones, que están
siendo ahora por vía de ausentarse sin dejar señas, dejarán paso a las
defecciones acompañadas de recriminaciones públicas.
Todo lo que no avanza,
retrocede. Cuando al lumbreras de turno se le ocurrió tirar adelante la “vía
del referéndum”, hacia 2010, Cataluña entró en el bucle: cada 11-S se repite lo
mismo pero con un ligero cambio de escenario. Desde las detenciones de
septiembre de 2017, la cosa no ha progresado, todo lo contrario: muestra
divisiones internas irreconciliables, Quim Torra ni siquiera tiene partido, es
diputado por Junts per Catalunya, disidente de ERC, no se integró en el PDCat y
va de independentista indepe o de independiente independentista… Sergi Pàmies
en La Vanguardia dice hoy que “el mensaje es la constancia”. Si La
Vanguardia fuera un período con un mínimo sentido de la ironía, donde dice “constancia”
hubiera puesto “día de la marmota”.
La película fue inmejorable, pero ni Quim Torra, ni
Puigdemont son Bill Murray ni Andie
MacDowell. Fundamentalmente, de eso me quejo: la película tenía guión, lo que está ocurriendo en Cataluña es que, año
tras año, nadie entre los indepes, tiene valor para reconocer el fracaso y
salir del bucle formado por autocompasión, victimismo, apelación a unas masas
que irán disminuyendo (como ocurrió en los 20-N) y agitación, no de los
partidos políticos, sino de TV3, el RAC y Catalunya Radio. Me quejo de que
el Día de la Mazrmota indepe nunca saldrá del bucle: salir implica reconocer que el tiempo del nacionalismo ha pasado.