Que yo recuerde fue Luis Roldán el que alegó en su currículo
ser ingeniero superior y luego resultó que apenas había pisado una facultad. Se
supo, como se sabe todo en España, tarde. Aquello llamo la atención, pero no
fue alarmante, como máximo, un rasgo más, excéntrico, de un personaje, de por
sí estrafalario. Hoy tengo la sospecha de que eso es la norma en la clase política.
Vaya por delante que no tenemos a una clase política particularmente brillante.
Los mejores entre los del PP, imitando a Fraga, suelen ser opositores natos.
Ahí estaba Rajoy con su flamante oposición de registrador de la propiedad. Bien
por él. Nadie puso en duda su título, ni la justeza de la oposición que le dio
el título. Felipe era un abogadillo de pocos pleitos, Suárez un escalador
criado al calor del franquismo. Aznar otro abogadillo, sino recuerdo mal y en
cuanto a ZP parece que también obtuvo el título aunque no le sirvió más que
para dar clases en la universidad durante un corto período de tiempo. Y en eso
que tras el registrador de la propiedad llega un economista doctorado. Los más
benévolos vienen a decir que 180 páginas de su tesis doctoral era un simple
plagio. Me lo creo. Es Pedro Sánchez, un trepa de la democracia, como Suárez lo
fue del franquismo. Me quejo de que entre ambos, el nivel de la clase política
ha ido descendiendo hasta extremos de la indigencia moral y cultural.
Verán. Tengo un hijo que cursó estudios de ingeniería
informática, Presentó el trabajo de fin de carrera ante una sala vacía en la
que solamente nos encontrábamos sus padres, sus hermanos, una vecina que lo
apreciaba mucho y su tutor. Eso fue todo. Luego se fue a Canadá, estudio un
master en Montreal especializándose en videojuegos, cuando presentó el trabajo
de fin de master, en la sala estaban presentes cazatalentos de las principales
empresas informáticas del país. Ese mismo día tuvo trabajo fijo. ¿Ven cuál es la
diferencia? En otros países existe un nexo entre universidad y empresa. Esa es
la garantía de que los cerebros más brillantes encuentren pronto trabajo. En
España ese nexo es inexistente: si vales, vales y búscate la vida, si no vales,
dedícate a la política y falsea tu currículo. Tal es la diferencia.
En España, la clase política está aquejada de “titulitis”.
Cuando empezó a sonar el nombre de Puigdemont (un ilustre desconocido llegado
desde las profundidades de la provincia de Lérida), miré su currículo. Acababa
de ser nombrado presidente de la Generalitat de Cataluña y, textualmente se
decía en el Wikipedia que “había estudiado filología catalana y periodismo”.
Era sospechoso, porque no se indicaba ni el curso, ni ningún otro dato, sino
que se pasaba pronto a decir que había sido director del Catalunya Today… El
currículo estaba redactado de manera engañosa y torticera: quien lo leyera se
llevaba la impresión de que Puigdemont era un cerebrito capaz de estudiar dos
carreras renunciando a ser el pastelero jefe en la empresa familiar creadora de
los “Borratxos d’Amer” y de los “Capricis d’Amer”, especialidades del horno.
Para todo aquel que mirara el currículo con detenimiento era evidente que
Puigdemont si tenía algo era el bachillerato y para de contar. En los días
previos a su elección como presidente de la generalitat, una empresa
especializada maquilló su currículo y –dato igualmente importante- borró todo
rastro de su esposa –una rumana de pasado nebuloso llegada a una provincia en
la que abundaron durante un tiempo chicas con ese mismo pasado- de la red.
Asunto resuelto: Puigdemont era un filólogo y periodista felizmente casado con
una actriz rumana… Desde entonces se ha demostrado que todo esto era falso.
Pero el independentismo cuida a los tontos propios y de esto apenas se ha
hablado o ha constituido materia reservada.
Luego vino el Caso Cifuentes en el que lo peor, no fue el
numantino interés de la subsodicha en “sostenella y no enmendalla”, sino el que
se vieran implicados altos cargos de la universidad. Entre esto y los casos de
corrupción, el PP se vino abajo y subió apoyado por una mayoría a lo
Frankenstein, el que pasará a la historia como el “okupa de la Moncloa”. Es un
tipo curioso el tal Sánchez. De esos que, hasta ahora, nunca han salido elegidos
en una lista. Siempre ha ocupado puestos en las partes medias de las listas
electorales, allí donde se empezaba a dudar si el candidato saldría elegido.
Nunca salió elegido. Por los pelos. Pero bastó que alguno de los que si lo
habían sido pasaran a otro cargo o simplemente dimitieran de su escaño para que
lo ocupara Sánchez. Tampoco nadie lo ha elegido y ahí lo tienen en La Moncloa
para demostrar las excelencias de la democracia española.
Me fui hará quince días de España, de vacaciones. Es la
mejor forma de no sufrir el “síndrome postvacacional” de septiembre: irse de
vacaciones ese mes. Me fui sin hacer mucho caso de las noticias: se falseaba el
número de asistentes al 11-S indepe, fijándose para ulteriores años el tope mínimo
en “un millón”, y me fui con la polémica cruzada de que todos habían falseado
sus expedientes universitarios y sus tesis doctorales. Leo en la distancia que
la polémica continúa y que, efectivamente, Sánchez es el mediocre que todos
pensábamos que era, el mismo mediocre que a falta de una tesis propia, copia la
primera que encuentra, se olvida de poner comillas en textos que no son suyos y
obtiene un título “cum laude”, demostrando porqué la universidad española está
desvalorizada y porqué las empresas ni siquiera se toman la molestia de asistir
a las exposiciones de los doctorados. Creo, incluso, que a la mayoría de
catedráticos, la tesis de doctorado les importa un pijo porque saben
perfectamente lo que hay: “otro que no será el nuevo Keynes” u “otro al que le
faltan condiciones para ser un jurisconsulto de campanillas”… parecen desear
que acabe cuanto antes la tesis y pague la comida de rigor.
Esto es España, aquí no hay más cera que la que arde. La
titulitis es un mal endémico nacional. La mayoría de masters pagados a precio de
oro no sirven ni para que el diploma oculte una mancha de humedad de la pared.
Impresionan a los paletos. Conocí un periodista de Onda Rambla que coleccionaba
masters: los cambiaba por publicidad. Estaban firmados por la “Universidad
Ortodoxa de Miami” y por otros centros improbables. Era el único miembro del
Opus Dei que entró en la masonería pensando que eran trampolines para la
promoción personal. El título de periodista lo falsificó simplemente
fotocopiándolo y cambiando el nombre. Hoy, ese tipo, un perfecto cero a la
izquierda, puede llegar a presidente del gobierno. Más que para quejarse, es
para desesperarse.