lunes, 24 de septiembre de 2018

365 QUEJÍOS (140) – EL PAÍS EN EL QUE NUNCA HUBO FRANQUISTAS


Si exceptuamos los ultras que cada año se manifiestan el 20-N (y no son muchos), parece como si en este país el franquismo se hubiera mantenido en el poder durante 40 años de puro milagro. Al parecer no tenía ningún grupo social que lo apoyara y solamente se mantuvo por la fuerza. Usted y yo, y cualquier persona medianamente inteligente sabe que el franquismo se mantuvo porque dispuso del apoyo de un sector importante de la población. Ningún gobierno se ha mantenido nunca durante tanto tiempo gracias a la represión. Pero desde el 20-N de 1975, los franquistas –esto es, los que apoyaron al régimen de Franco, activa o pasivamente- han dejado de existir. Por eso, cuando el PSOE antepone a cualquier otra medida el traslado de los restos de Franco del Valle de los Caídos a un cementerio particular, el PP –que encarnó al franquismo sociológico- le da el nihil obstat. Toda la izquierda lo considera un acto de fe democrático, mientras que Ciudadanos, en esto también, o no sabe/no contesta, o apoya la apertura de una tumba. Me quejo de que en este país, no solo los capitales financieros son volátiles, sino los franquistas. Algo falla.

Falla, en primer lugar que, a 40 años de la muerte de Franco, todo lo que supuso ese régimen es historia, no política. Platón se preguntaba, no sin razón, cuándo un montón de arena, empieza a ser un montón. La pregunta que procede aquí es: ¿cuándo la historia empieza a ser historia? Me pongo en 1960, yo tenía ocho años. La Segunda Guerra Mundial había terminado hacía quince y la Primera iba por los cuarenta años desde la firma del Tratado de Versalles. Incluso la Guerra Civil Española había concluido veintiún años antes. Se nos enseñaba como “historia”. Y es que era historia. La historia es la crónica de las acciones de los hombres. Puede interpretarse pero no rectificarse. La política es el día a día. Se hace en lo cotidiano. La historia solamente puede entenderse; la política, en cambio, se construye de continuo siguiendo la línea del tiempo. La “cumbre de las Malvinas” es historia y nada hará que podamos olvidar que Aznar firmó allí la muerte de millones de personas y la inestabilidad permanente de la región en los quince años siguientes. La elección de Trump será historia cuando se pueda juzgar su mandato, lo que ocurrirá de aquí a algo más de dos años, en las elecciones siguientes. Zapatero sería historia de no hacer optado por ser historieta, anécdota y por su bajo perfil político. Creo que se entiende lo que quiero transmitir.

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La izquierda perdió en la Guerra Civil. Fundamentalmente por su mala cabeza desde el D+1, esto es, a partir del 15 de abril de 1931. Sustituir a la brava un régimen por otro, de la manera que se hizo, corre el riesgo de entrañar efectos secundarios. El mismo 18 de julio de 1936 fue uno de estos efectos que estaban en el ADN de la República. En aquellos años, y basta con examinar al azar cualquier hemeroteca digital de la época, nada funcionaba, ni nada funcionó. Incluso, hoy, los historiadores de izquierda o independentistas tienen dificultades en analizar lo que ocurrió. De hecho, toda la izquierda (y, no digamos, los nacionalistas), ante la imposibilidad de ser objetivos y, por tanto, salir malparados, optan por la negación. Como cuando a un tipo le dicen que está desahuciado, morirá en breve, y su primera actitud es la negación. Los manuales de izquierda sobre esa época retuercen la historia, niegan la historia y se obstinan en ensalzar la república. Los hechos de octubre de 1934 (que los legionarios bautizaron como “huevos a la asturiana y gallina catalana”) los llegan a interpretar, no como un golpe de Estado contra a legalidad, sino como una defensa de la República que había caído en manos de la derechona de la época (negando el derecho a que gobernara una mayoría electoral de derechas). En el fondo, lo que se percibe en la historiografía de izquierdas sobre la guerra civil y el franquismo es optar por negar la derrota y las causas que llevaron a la misma. Así que, además de construir teorías abstrusas, hay que desmontar cualquier recuerdo del franquismo, salvo los paredones. Y en eso están. Pero falta la piedra angular: el Valle de los Caídos. El conjunto monumental es demasiado bello para que pueda ser asumido como el simple reflejo de una época. Hay que restarle todo valor histórico. Es curioso que nadie se preocupe de los restos de José Antonio y solamente se hable de los de Franco. Creo que, finalmente, aprovecharán para sacarlos a los dos. Es como matar dos pájaros de un tiro.

Nunca he sido franquista y sólo durante unos meses me consideré falangista (allá por 1974), así que no soy sospechoso de concomitancias con el “ancien régime”. Pero ahí está, bajo la cúpula de los Inválidos, el impresionante féretro de Napoleón rodeado del nombre de todas sus batallas. Y Napoleón puso a sangre y fuego a toda Europa, desestabilizó el continente, fue golpetero como el que más, declaró a la primera de cambio guerras de conquista y, para colmo, puso a todos sus hermanos al frente de los reinos-títeres que iba creando. Si en Francia hay un personaje que merecería que sus huesos se arrojaran a una letrina, ese sería Napoleon. Y ahí lo tienen, visitado por millones de turistas. ¿Qué decir de Sir Winston Churchill, alma negra donde las haya, bestia sedienta de sangre con un puro encajado en las mandíbulas y cuyas estatuas huelen a alcohol y a sangre? Tiene calles, monumentos y placas por todo el Reino Unido, e incluso en alguna ex colonia. Son historia. Ver uno de estos lugares incita a profundizar en la historia, nos animan a informarnos. Es bueno que existan, por mucho que sus titulares sean puros sátrapas o asesinos de masas. La izquierda española, en cambio, no quiere que se analice el franquismo, no quiere que se le valore, que se le juzgue: exige una condena total, sin reservas, sin paliativos y sin análisis alguno. Quiere, simplemente, que desaparezca para que se olvide así el destrozo inmenso, absoluto y deprimente que fue la Segunda República.

En Portugal, salvo en los primeros momentos de la revolución de los claveles, la izquierda no ha pretendido nada similar. En varias poblaciones he visto monumentos a los soldados muertos en las guerras coloniales. Son muchos los que recuerdan el Estado Novo de Oliveira Salazar sin intentar negar sus claroscuros. He visto los nombres de los soldados muertos en Angola o Guinea Bissau, en Mozambique. No he visto en nuestras grandes capitales los nombres de los asesinados por el FPolisario o por los marroquíes en Ifni. Es como si no existieran porque honrarlos sería desmerecer a los que les mataron… y, ya se sabe, que eran pueblos jóvenes y que les mataban “en nombre de la libertad”.

Toda esta cuestión en torno al Valle de los Caídos me paree una cortina de humo de un ZP versión 2.0. Otro tontorrón ambicioso con proyectos de reformador social. Otro feministo cuyo pensamiento político es como un cuaderno en blanco y que sigue la inercia de la izquierda: la vía de la negación, el confundir política con historia, el no discernir entre plagio, copia y creación. La muestra de que la clase política española no puede producir nada que tenga el lejano eco de un “estadista”. Me quejo de que nuestros políticos son meros propagandistas con un punto de ignorancia, no sólo histórica, sino cultural, muy por debajo del conocimiento que daba el honesto bachillerato franquista. En otro tiempo me quejaba de que a tipos como el Sánchez y sus mariachis, los elegía un pueblo apático; con éste ni siquiera me puedo quejar de esto: es el presidente al que nadie eligió.