lunes, 24 de septiembre de 2018

365 QUEJIOS (146) – PAGAR O NO PAGAR, HE AHÍ LA CUESTIÓN


Que yo recuerde debió ser a finales del milenio anterior cuando subir al metro o al ferrocarril de cercanías, se convirtió en una competición deportiva. Primero, cuando existían tornos, daba la sensación de asistir a una carrera de saltos de obstáculos. Luego fue todavía peor porque se colocaron puertecillas que impedían el salto, pero que se abrían y cerraban a tal velocidad que si alguien atrás se pegaba a tu culo, equivalía a que le pagaras el billete. Era desesperante. Y sigue siéndolo, porque, a pesar de todos estos obstáculos, quienes se empeñan en pasar sin pagar, lo consiguen mediante los procedimientos más simples. Colocar a un segurata no sirve de nada, porque pronto entiende que no puede hacer nada contra los cientos de personajes que diariamente han decidido viajar en transporte público sin pagar el billete. Así que opta por hacer como que no ve nada y situarse en zonas distantes de los lugares críticos. Estoy constatando hechos que en Cataluña, por ejemplo, se han convertido en habituales.

Existen líneas, la R1, por ejemplo de cercanías y todas las líneas de Metro sin excepción en la que, prácticamente, paga el 50% de los viajeros e, incluso, en algunos trayectos, no debe superar al 25%. Claro esta que me quejo de esto, porque, habitualmente, somos usted y yo los que debemos financiar muy a pesar nuestro el billete de otros. Solamente los que pagamos soportamos las subidas anuales de precio del billete. Es una forma de financiar a la inmigración masiva que, tras entrar ilegalmente, ha entendido que tiene carta blanca para hacer lo que quiera en los transportes públicos.
La primera vez que cogí en Canadá un transporte público, me sorprendió el que la entrada era libre. Existe un expendedor de billetes, una pequeña maquinita, casi imperceptible para validarlo y uno ya se encuentra en el interior del transporte.

Pequeño detalle: en las  instrucciones se indica que es “necesario validar el billete por el honor” (pour l’honeur). Y la gente lo valida, porque su honor está en juego. En España, por no saber, ya ni siquiera se sabe lo que es el honor. Y nadie parece preocupado por enseñarlo. Claro, me dirán algunos, pero es que Canadá es un país de tradición anglosajona y, por tanto, todo funciona mucho mejor, incluso la conciencia cívica de la gente. Es discutible que en todo el mundo anglosajón las cosas sean así, pero en cualquier caso doy fe que eso ocurre en Canadá (país en el que incluso los borrachos y los mendigos se comportan con educación y civismo).

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La sorpresa me ha venido en Oporto. Vale la pena fijarse en todo lo que ocurre en Portugal porque, a fin de cuentas, es un país hermano y está situado, no en el otro extremo del Océano, sino compartiendo territorio peninsular. Hay casi tanta distancia de Barcelona a Madrid como de Madrid a Lisboa. Así que, al menos en teoría, lo que nos une es mucho más de lo que nos separa. En este viaje a Portugal estoy permaneciendo con los ojos bien abiertos, atento a cualquier detalle que me demuestre como son los portugueses y hacia donde evoluciona la sociedad portuguesa. En el Metro de Oporto me han sorprendido varias cosas. La primera de todas es que es un medio de transporte que te lleva a cualquier punto de la ciudad, incluido el aeropuerto. No es un Metro completamente subterráneo, sino que en muchos tramos circula por la superficie, y entonces se parece más a un tranvía que a un Metro. Parece lógico, porque no siempre es necesario que un medio urbano circule por el subsuelo (el coste se encarece). Algunas estaciones son extremadamente simples. Carecen incluso de personal y no hay vigilantes de seguridad en lugar alguno, pero, eso sí, al entrar uno puede ver la maquinita para validar el billete… por el honor. Ni tornos, ni puertecillas que se abren y se cierran, simplemente un aparato para subir con la satisfacción de haber pagado por el servicio. Todos pagan, incluso un buena mujer que subió a uno de los “convoios” casi cuando partía y no pudo validar el billete, se dio mucha prisa en bajar en la estación siguiente y validarlo como si en ello le fuera la vida. Y Portugal está a la vuelta de la esquina.

Llevo quince días sin ver velos islámicos y, créanme que es un descanso para la vista. Llevo quince días viendo unos niveles tolerables de inmigración, no veo recién llegados contrabandeados como “refugiados” y subvencionados a costa del Estado. Supongo que alguno habrá (Portugal está en la Unión Europea que obliga a estas pantomimas) pero ni es escandaloso, ni es algo que la sociedad portuguesa no pueda soportar. Y la gente paga sus billetes del transporte público. Es una pequeña diferencia, pero si en España la tendencia es a que solamente paguen voluntariamente miembros de la clase media, autóctonos y maduros, en Portugal, sin controles, se paga “por el honor”. Claro está que, de tanto en tanto, te sorprende algún revisor. ¿A alguien le extraña? La última vez que vi a un revisor en la R1 de la costa catalana, iba acompañado de cuatro seguratas y antes de que el tren partiera en cada estación, gritaba: “Que bajen los que no lleven billete”… y el andén volvía a llenarse de esos simpáticos y productivos africanos, campeones de salto en la valla de Melilla o pasados por “refugiados”, decenas, probablemente cientos en alguna ocasión. Y es que en África subir a un transporte público “por el honor” debe querer decir lo mismo que hacerlo aquí “por la patilla”.

Me quejo de que España y Portugal están evolucionando por líneas divergentes y la dirección emprendida por España es completamente inviable. Suban a un ferrocarril metropolitano de cada país y lo comprenderán.

http://eminves.blogspot.com/2018/07/iberia-alternativa-mision-y-destino-de.html