Barcelona el 11 de septiembre de 1714 : si los que estaban
atacando Barcelona eran tropas borbónicas, los defensores deberían ser
republicanos independentistas... Eso se sugiere en las escuelas catalanas. Y
resulta que no. De hecho, los catalanes eran monárquicos a machamartillo y
querían que fuera el Archiduque Carlos de Habsburgo y Neoburgo, Carlos III de
España, quien se impusiera sobre la dinastía borbónica que, solo un siglo antes
se había apoderado –gracias, mira por dónde, a Pau Clarís, otro personaje hoy
exaltado en las escuelas públicas– del Rosellón y de la Cerdaña prohibiendo el
uso del catalán. No me voy a quejar de todas estos agravios históricos, ni voy
a recordar que el despegue industrial de
Cataluña vino, precisamente, después de 1714, sino que me quejo de que en las
escuelas catalanas de confunda GUERRA DE SUCESIÓN con GUERRA DE SECESIÓN. Porque
eso es, en definitiva, lo que ocurre: ciertamente “sucesión” y “secesión”
suenan parecido, pero nada más diferente que ambos conceptos. Existió una “guerra
de secesión”, claro está, pero en los EEUU, y siglo y medio después.
Reconozco que tengo un problema al interpretar este período
de nuestra historia: me siento,
emocionalmente, próximo a los Habsburgo y reconozco que en el período de los “grandes
Austrias”, España llegó a ser primera potencia mundial. Bien, pero eso
ocurría en el siglo XVI. Luego todo fue decayendo, quizás porque la tarea
imperial estaba fuera de nuestras posibilidades y, porque, tanto los Habsburgo como los Borbones, no se olvide, fueron dinastías
extranjeras que no acabaron de entender a los españoles y su situación
anímica. La Reconquista había dejado
agotado a nuestro pueblo y los Habsburgo nunca fueron capaces de elegir entre “España
potencia naval” o “España potencia continental”. Porque lo que estaba claro es
que no podía ser las dos cosas. Más claro lo tuvo Portugal que se erigió en
potencia naval sin dudarlo. Al llegar el siglo XVIII, el concepto imperial de
los Austrias se había quedado atrás. La historia es una apisonadora y lo que
sirvió hace 200 años, seguramente, hoy es inviable. La España de los Austrias,
la España tradicional se había ido agotando poco a poco. Era como si la formación de un Estado-Nación se hubiera detenido en
España a finales del siglo XV y, perdido el impulso, se hubiera querido
mantener una organización semifeudal en el siglo XVIII. La España de
aquella época demostraba tener una escasa posibilidad en “actualizarse”.
Lo que cambió con el
resultado de la Guerra de Sucesión fue que a una monarquía tradicional habsbúrgica,
le sucedió una monarquía tradicional borbónica. La historia dio un pasito
adelante en nuestro país y aquí se implantó todo lo que estaba de moda en el
mejor período de la Francia postmedieval. Antes decía que los borbones le fueron bien a Cataluña, porque durante dos siglos
procuró ir a lo esencial: trabajar. Desde que estalló la Revolución
Francesa hasta la crisis del 98, ese ciclo fue EL MÁS ESPAÑOL DE CATALUÑA. Los
catalanes estuvieron en primera fila en la “guerra del francés”, en la guerra
de la independencia, en la defensa de la América Hispana, en Cuba y en
Maracaibo, e incluso la última revuelta
ultramonárquica no estalló en Castilla sino en la montanya catalana, la “revolta dels malcontents” que estalló cuando
las fidelísimas huestes campesinas catalanas se alzaron para el
restablecimiento de la Inquisición, en defensa de Fernando VII y contra su
camarilla liberal, en un movimiento que preludió a las Guerras Carlistas.
Hacia mediados de los 80 del siglo pasado, no le había ido mal a Cataluña con los borbones, se perdió “autonomía”, pero se ganó prosperidad. Porque la prosperidad de Cataluña solamente llegó con los Borbones y se consolidó con los Borbones y, por muy independentista que se sea resulta difícil negarlo.
La historia es
inexorable: va hacia adelante (sí, ya lo sé, también va hacia el
precipicio, por eso Evola decía que no es aconsejable intentar parar un alud
poniéndose delante de la avalancha) y todo lo que sea proponer modelos del
pasado tiene el riesgo de concluir con la derrota. Vale la pena tener en cuenta
que hoy estamos en un momento histórico
de transición: el Estado-Nación que fue ha sido una fórmula de organización de
los pueblos desde la Revolución Francesa, ya no sirve. Se lo está comiendo la
globalización. Hace falta meditar
otras formas de Estado (a debatir esa temática le hemos dedicado un pequeño
trabajo Iberia). Si alguien cree que la noción de España que conoció en su
infancia puede sobrevivir durante mucho tiempo, se equivoca. De hecho, hoy ya está en ruinas y lo único que queda
es una estructura burocrático-administrativo-legislativa, pero “España”,
lamento decirlo, pero ha muerto, tanto como ha muerto Francia, Alemania, el Reino
Unido o Dinamarca. No hay independencia nacional posible cuando hay fondos
de inversión y empresas de la era de la informática que tienen capitales
próximos a los presupuestos generales de los Estados-Nación. Para que ahora
vengan un iluminado y nos diga que quiere constituir un nuevo Estado-Nación,
pequeñito y redondito y con una bandera de pacotilla entre colgajos amarillos…
Companys quería
sustituir el tratamiento de “molt honorable president” por el de “Excelencia”.
Y es que Companys, en realidad, era muy poco catalanista (como hoy reconocen
todos sus biógrafos). Oportunista sí, catalanista no. Pero entiendo a Companys:
se corría el riesgo de confundir “honorable”
con “orinable”. Se parecen, pero no deberían ser lo mismo. No es que me
queje de eso; me río de eso. De lo que me quejo es de que si alguien es capaz
de confundir “sucesión” con “secesión”, a partir de ahí ya resulta
absolutamente imposible mantener un diálogo serio.