domingo, 19 de agosto de 2018

365 QUEJÍOS (113) – LA RAZA DE LOS TERTULIANOS


Los años 80 fueron la edad de oro de tertulianos. Su ocaso se produjo al iniciarse la guerra de Irak, cuando todos, absolutamente todos los opinadores, fuera cual fuera la opinión que habían mantenido hasta ese momento, todos sin excepciones, fueron las correas de transmisión de aquel juicio que todos, Aznar el primero, sabía que era falso: la existencia de “armas de destrucción masiva”, con la que justificar la invasión de Irak. Unos pocos años antes, a menor escala, también hubo unanimidad cuando alguien decretó que Serbia esta oprimiendo al “pueblo de Kosovo” y que era preciso detener la carnicería (que nunca existió) con bombardeos masivos de la OTAN. Le cupo al carpetovetónico sociata, Luis Solana, el ejercer como telefonista entre el Pentágono y las bases militares americanas. Desde entonces, nunca, absolutamente nunca más volvimos a creer ni en su sinceridad, ni en sus buenas intenciones, ni siquiera en su capacidad de análisis o en que, simplemente, supieran de lo que estaban hablando. Me quejo de que esa certidumbre ha ido aumentando con el tiempo.

Hoy, el opinador que se precie debe, necesariamente, defender las ideologías de género y la inmigración masiva. De lo contrario, nunca accederá al “cuerpo de zapadores” de la Brunete Mediática. De tanto en tanto, en algún programa, que quiere alardear de “objetividad”, especialmente en especiales informativos, se abren las puertas a “disidentes”. Solamente aparecerán una vez en su vida en los medios. Frecuentemente, esta objetividad se completa –en Cataluña lo hemos visto recientemente- colocando en el mismo saco a eventuales opinadores-petardos y a opinadores disidentes, como diciendo, “vean lo que opinan los que no son independentistas”. Siempre el tonto, eclipsa al que presenta argumentos asumibles. Lo importante, para la industria de la opinión políticamente correcta, es nunca presentar la opinión disidente como bien argumentada y si –como en el caso del independentismo catalán- los sectores disidentes son importantes, hay que desvalorizarlos poniendo en el mismo plano al chalado analfabestia con la opinión ponderada y argumentada.

Digan lo que digan los que aparecen regularmente en los espacios televisivos, es que no muestren sus opiniones personales, ni su capacidad crítica, sino que deben encarnar las posiciones de los distintos partidos mayoritarios. Deberá haber, necesariamente, una opinión de centro-derecha, otra de centro-izquierda, otra de centro-centro y, como máximo una situada ligeramente más a la derecha y otra levemente más a la izquierda. Eso es todo. Sus opiniones deberán coincidir con las cuatro opciones mayoritarias. Durante 40 años, la “banda de los cuatro” estuvo formada por PP, PSOE, PNV y CiU. En los últimos cinco, esta composición se ha alterado: visto lo aportado por los nacionalistas regionalistas y visto que la aparición de Cs y Podemos, ha desvalorizado completamente lo que podían aportar los primeros, estas dos siglas han tomado la sustitución. Lo importante es no cuestionar el régimen autonómico, seguir defendiendo la ficción de que es ineludible y confirmar a diario el hecho de que nuestra constitución es una gozada y da gloria verla de joven que está y de lustrosa… cuando todos saben que, desde mediados de los años 80 había quedado prematuramente avejentada.

Dado que los programas del corazón han establecido que el televisionario se engancha a pares en disputa, la figura de dos tertulianos que se llevan como el perro y el gato se ha trasladado a los opinadores. Es necesario que, de tanto en tanto, especialmente sobre temas poco interesantes, estallen rifirrafes controlados, parezca que están por llegar a las manos y algunos simulen ataques de nervios y enfatizar sus posiciones. Combates con tongo. Créanme. Cosas que tiene la sociedad del espectáculo. Como cuando las ruedas de los trenes chirrían algo más en algún tramo de los raíles. Son mercenarios, nada más.

Finalmente, el tertuliano debe tener determinados reflejos condicionados. Por ejemplo: si se trata de un atentado islamista, se tratará de destacar que la población a reaccionado sin caer en la “islamofobia” y se denunciará con el mismo énfasis al que prendió la mecha de la bomba que al que recordó que, mira por donde, era de profesión islámica y venía del norte de África. Si se trata de “migrados”, no habrá que aludir a lo que es evidente, que buscan la sopa boba, sino a su condición de “refugiados”. Si son manteros, se destacará que “de algo tienen que vivir”. Se insinuará que todos se van a integrar con una facilidad pasmosa y que, de hecho, el que muestren voluntad de trabajar ya indica su “potencial”. Ningún tertuliano que quiera aparecer otra vez pondrá en duda que han venido para pagar la pensión del abuelo. Y, claro, nunca se destacará que la única causa que ha hecho crecer en los últimos 20 años el primitivismo, la delincuencia, la violencia de género, en Europa, el único fenómeno nuevo que podría explicarlo, es precisamente la llegada de estas buenas gentes angelicales y con las que hemos contraído una deuda tan grande que deberemos anteponer a la que tenemos con nuestros hijos o con nuestros mayores…


¿Tertulianos? Ninguno tiene honestidad suficiente para decir: “Sobre este tema, coño, es que no tengo ni repajolera idea”. O aquello otra de “Sobre esto, prefiero no opinar, para no perder las amistades”. O incluso reconocer: “Tengo mi opinión, que no es la vuestra, ni la dirección del programa, pero me van bien los euracos que pillo, así que permitidme que no la exponga”.

¿Tertulianos? Su período dorado ha quedado muy lejos: vendedores de humo, tan desinformados como el ciudadano medio, ciegos que guían a ciegos, correas necesarias de transmisión para mantener esa ignorancia y desinformación, reflejos engañosos de una libertad de expresión que circula entre límites estrechos… conformistas sin principios y, frecuentemente, sin criterio. ¿Una tertulia? Cambiar de canal. Cerrad la tele. Forjaros vosotros mismos vuestra opinión. Me quejo de que el pensamiento crítico ha desaparecido