Mañana hará un año
que fallecieron 16 ciudadanos, en Cataluña, en el curso de un atentado
yihadista. Dado que estábamos a 44 días del “referéndum” del 1-O, ninguna
de las autoridades de la Generalitat estaba dispuesta a que 16 asesinatos
quitaran protagonismo a la fase final del “prucés” o, lo que era peor: que se
dudara de que la Generalitat y su policía habían gestionado la crisis a las mil
maravillas. Y, para colmo, lo que hubiera sido más terrible –por encima de
cualquier otra cosa- es que el crimen hubiera servido para estimular la “islamofobia”.
Así que se armó una manifestación de protesta, que casi fue otra manifestación
independentista, en donde salirse del guión, se condenaba con la expulsión,
precedida por una pancarta que decía: “No
tenemos miedo”. Pero lo teníamos. En realidad, toda Cataluña, estaba,
literalmente, cagada, por lo que había ocurrido aquel 17-A. Me quejo de que
todavía hoy nadie quiere reconocer lo
que pasó.
¿Y qué pasó? Pasó lo
que tenía que pasar. Que la zona en donde la autoridad del Estado es más débil
en toda Europa, la zona con más acumulación de islamistas, la zona que cuenta
con un servicio policial improvisado y criticable en todos los sentidos, esto
es, el eslabón más débil de Europa, en donde, además, las autoridades regionales
estaban embarcadas en un proyecto quimérico, fue la zona elegida para un nuevo
atentado yihadista. Dos meses antes había publicado un estudio sobre el
terrorismo islámico y establecido que Cataluña era la zona por donde entraría.
Blanco y en botella. No podía ser de otra manera.
Todavía hoy se discute lo que ocurrió. Como siempre, la
versión oficial, no es la que más satisface a todos. No se entiende bien, cómo
es que el imán de Ripoll se establece en Alcanar, para atentar en Barcelona. Y
no se enciende porque Ripoll y Alcanar están situados en los extremos de
Cataluña, una completamente al norte y la otra en el extremo sur, casi tocando
con Castellón. Y, además, el atentado iba a ser en el centro de Cataluña: en
Barcelona. Así pues, tres furgonetas deberían haber trasladado una tonelada de
un explosivo artesanal, realizado con bombonas de butano, por carreteras de
mucho tráfico, en algunos tramos vertiginosas y con controlar policiales por
alcoholemia… y, para colmo, el explosivo era inestable y debía trasladarse bajo
un sol de plomo veraniego.
Afortunadamente, el explosivo les estalló en las narices y
los supervivientes debieron modificar los planes. Intentarían un atropello
masivo. Pero esto no era el plan original. Basta
mirar las inmediaciones de Alcanar para entender que, desde la urbanización
hasta la central nuclear de Vandellós 2, apenas hay 60 km por una carretera
recta, sin tráfico, discreta… y que podría haber puesto a las puertas de la
central unas furgonetas explosivos que, sin duda, hubiera dejado sin luz a
buena parte de Cataluña, Aragón y Valencia y quizás arrojado residuos nucleares
a la atmósfera en los momentos en los que la aviación rusa, machacaba a las
posiciones del DAESH en Siria. Puestos a minimizar –y en éste, como en
todos los atentados yihadistas, de lo que se ha tratado siempre es de minimizar
su importancia- era mejor aludir a un atropello masivo en las Ramblas que a un
atentado contra una central nuclear.
Sea como fuere, lo importante es que los mozos de escuadra no
estuvieron a la altura. Tomaron la explosión de Alcanar como un accidente
fortuito. Si la CIA o maría santísima les alertó antes es algo que quedará a
título de inventario. Lo cierto es que la
difusión del islamismo radical está descontrolado en Cataluña. Así que no puede
extrañar que tantos las autoridades autonómicas, como la Colgau y el propio Rey
Felipe V1, optaran por una actitud “viril”: “no tenemos miedo”. Pero lo tenían.
Y Cataluña lo tenía también, por mucho que se hiciera todo lo posible por
quitar hierro al crimen.
Me quejo de que en un
año no hemos mejorado nada. Este año el número de islamistas ha ido creciendo
en Cataluña. Es ostensible y evidente. El Estado no ha hecho nada para
recuperar autoridad en esta región y la aplicación del 155 lo único que hizo
fue peligrar la llegada de subsidios a los indepes.
Hoy ya han restablecido el canal. Cada vez se ven más velos islámicos en las
calles. Y al día siguiente del atentado
era posible ver los rostros alegres de marroquíes, especialmente jóvenes, que
estaban visiblemente orgullosos de haber logrado aterrorizar a la gente. Era su
revancha. Pero, eso sí, no teníamos miedo, porque todas las autoridades se
habían puesto de acuerdo en el eslogan.
No me quejo de que queden todavía puntos oscuros del 17-A
por explicar. Ni siquiera me quejo de aquel peripatético abrazo entre un
electroimán y el padre de una víctima, escenificando que aquí no pasaba nada, y
que no habían de quedar reservas ni resquemores. Me quejo de que, como en todo atentado, hay víctimas y verdugos. Y todo
lo que no sea llamar asesino al verdugo, es engañarse. Me quejo de que todas
las autoridades participaron en este fraude. Me quejo de que, a fin de cuentas,
la manifestación de protesta por el atentado, la convirtieron en una
manifestación contra la islamofobia.
Como si se hunde un puente y protestamos contra la inseguridad en el
tráfico aéreo… De eso me quejo.