viernes, 17 de agosto de 2018

365 QUEJIOS (110) – EL 11 DE SEPTIEMBRE DE CADA AÑO


Los indepes llevan preparando desde hace algunas semanas el 11-S. Se diría que para ellos, la vida es un ciclo que se mide de 11 de septiembre de un año, a 11 se septiembre del siguiente. Pero lo que ha ocurrido en estos 365 días no ha jugado de ninguna manera a favor de la jaculatoria indepe, sino todo lo contrario. El peor jugador resulta ser siempre aquel que no se quiere enterar de que ha perdido la partida. Y los peores contrincantes son quienes no le dicen claramente que se ha quedado desplumado. Pues bien, dado que esto es lo que ha ocurrido en este último año, de lo que me quejo es que vamos a asistir a otro fenomenal circo indepe dentro de un par de semanas. Calentando motores están. Me quejo de que estos no mejoran, ni con los años, ni con los patinazos, ni con la pérdida de calidad de su clase política, ni siquiera con el repliegue de sus sostenes populares. Sé que es vano quejarse, porque un indepe es un indepe y para él solamente existe su fijación obsesiva: la independencia de Cataluña.

Lo que ha ocurrido este último año es que el 11 de septiembre de 2017, los independentistas todavía podían albergar una esperanza (el 1 de octubre habían convocado un referéndum y lo ganarían de calle, porque nadie había propaganda en contra y, además, lo había colocado la única autoridad válida en Cataluña, la Generalitat… que no era una entidad colaboradora del Estado Español en la gobernabilidad de una región, sino el gobierno de una nación que se había “construido” como quien construye un lego), pero hoy resulta imposible pensar en la “vía del referéndum”. Item más. En 2003, Carod-Rovira, decía que en 2014 Cataluña sería independiente… han pasado cuatro años desde la fecha icónica y Cataluña sigue siendo una región del Estado Español. Salvo que, claro, está el reloj independentista funcione con retraso.

Lo que me temo es que los indepes no se han enterado que su reloj no va con cuatro años de retraso sino con algo más de siglo y medio. Se hubieran podido independizar en el siglo XIX, cuando a España le salían sarampiones por todas partes y la formación de nuevas naciones era un sin parar, incluso en Europa. Pero entonces, la burguesía catalana hacía negocios demasiado buenos con el resto del Estado y el Estado la amparaba mediante un proteccionismo que iba bien para las dinastías burguesas catalanas, pero encarecía los productos para el resto de españoles. Nació el federalismo y del federalismo el regionalismo y, luego, del regionalismo, el nacionalismo y en su fase senil, el independentismo. 

No se crean, el independentismo catalán, es cosa relativamente reciente y solamente encontró su hueco cuando se hundió la dictadura y se hundió la monarquía. Es decir, cuando entró en crisis una idea de España. Pero, incluso entre 1931 y 1939, en este terreno a la República se le puede reprochar que se dejó engañar por el independentismo: se tomó el régimen estatutario como una forma de crear una administración de proximidad catalana en la que delegar asuntos del Estado a resolver en esa región. Pero Macià y su panda de alucinados, se lo tomaron como una especie de etapa previa a la independencia. No fue por casualidad que Cataluña se convirtiera en la región más turbulenta del Estado en ese período, por mucho que se aludiera al “oasis catalán” entre febrero y mayo de 1936 (se decía que en Cataluña había menos asesinatos políticos que en el resto del Estado… pero se olvidaban los muertos del 6 de octubre de 1934). Durante la guerra civil, el caos superó en Cataluña y durante los tres años, a cualquier otra zona de España.

Luego vino la democracia y el nacionalismo volvió a intentarlo: primero un régimen autonómico y luego, cuarenta años después de haber catalanizado con vaselina y fórceps, el país, ala, pedimos la independencia después de un referéndum que nos aseguramos, claro está de ganar… (por algo hemos tardado 40 años en hacer campaña mediática continua…). ¿Cuál era el problema? El problema es que no estábamos ni en 1848, ni estábamos en 1919, ni siquiera en 1945, ni tan sólo en los años 80, sino que estamos en el siglo XXI, el siglo de la globalización postnacional. Sólo eso. A buenas horas se despiertan estos queriendo tener una nación a sus hechuras. Cuando la fórmula Estado-Nación ha pasado a mejor vida.

Lo que ha derrotado al nacionalismo independentista no es el Estado Español (como máximo sería la Unión Europea), lo que lo ha derrotado es la marcha de la historia. Pero son fanáticos. Así que no hay que hacerse ilusiones. “Fanático” es un término que procede de “fanum”, templo: es, pues, un hombre de fe. Y da testimonio de su fe, poniendo colgajos en los balcones (todavía quedan banderolas del 1-O que animan a votar sí…) y realizando una romería anual. Mira por dónde, el 11 de septiembre. El aniversario en que el pueblo de Barcelona culminó la defensa de la causa austriacista, es decir, la presencia de un Habsburgo para la Corona de España

Así que, no puede ser una romería en la que se hagan valer derechos históricos, sino más bien de una fiesta colorista propia de julays y julaievs, pubillas y fadrins de pueblo, maestrillos con alumnado sumergido lingüísticamente incluido y padres de expresión lánguida y de carácter endeble, funcionarios de la Gencat y nipotes con cuentas cifradas en Andorra o en las Caimán, conversos y conripios (son así, yo qué quieren que les diga). No sé qué año hicieron una cadena desde el Pirineo al Ebro (rota por varios lugares), el otro año un gran X, y este año parece que quieren hacer una ola que salga en el Guiness de los récords. 

¡Ánimo! Estoy seguro de que lo conseguirán y de que, de paso, en veinte años, que seguirán con estas fiestas, obtendrán el Guiness a los más cabezones. Se lo merecen. A los que llevan décadas sin enterarse que han sido derrotados por la historia (¡y de qué manera! ¡y desde el 11 de septiembre de 1714!). Me quejo de que estos fanáticos de sus dogmas sigan siendo tomados en serio por alguien. Ni siquiera son un riesgo, son la irracionalidad personificada. Tomároslos como lo que son: la imagen misma de lo irracional y de la derrota.