lunes, 13 de agosto de 2018

365 QUEJÍOS (106) – MASCOTAS EXÓTICAS


Hubo un tiempo en el que la gente tenía compañía porque tenía familia o estaba integrada en una familia. ¿Mascotas? Sí, claro que había mascotas: no había masía que no fuera guardada por un perro, lo más intranquilizador posible. Y luego estaban los que criaban pajaritos en la terraza (recuerdo ahora, por algún motivo, al marido de la protagonista de Plaça del Diamant, la novela de Mercedes Rodoreda) o el indiano que volvía con un animalico de aquellas lejanas tierras (habitualmente una cacatúa o un titi). Luego se impusieron las peceras (decían que inducían serenidad) y más tarde los perros de tamaño medio y los gatos. Una vecina tenía infinidad de gatos y me llamaba la atención porque toda su casa olía de forma particular. Otra, antigua corista venida a más, daba de comer a los que recorrían ociosos el solar de al lado. Pero fue en los años 90 cuando empecé a percibir que estaban irrumpiendo un nuevo tipo de animales domésticos: las especies exóticas. Y de eso me quejo: de que cada vez hay más.

Entiendo que algunas de estas especies se tengan en el campo. Yo mismo, opté por tener dentro de casa un murciélago, simplemente, porque se comía cualquier insecto que pudiera entrar. Su eficacia era mejor que la de cualquier insecticida. La única molestia es que, mientras estabas viendo la tele o leyendo, pasaba una sombra negra oscilante. Eso quería decir que había detectado algún insecto y se preparaba para ejercer su oficio. Luego conocí a un chica que tenía pirañas en la pecera. Luego cambio la piraña por una iguana (que se escapó) y la última vez que la vi iba con un hurón… Pero hay muchas más especies exóticas que gozan del favor de quienes quieren estar a la última moda: el minicerdo, el erizo africano, el dragón barbudo, la boa constrictor, el camaleón, etc, etc.
Hace unos años, estaba leyendo en un parque público de Barcelona por pura casualidad. Apenas había gente, pero apareció una pareja con una especie de gusano peludo y con patas, muy nervioso y al que llevaban con una correa. Era un hurón. El parque es grande, pero había poca gente. La parejita con el hurón se preocupó de pasar cerca de todos los que nos encontrábamos allí para que vieran que tenían una mascota exótica… Por cierto, aquel verano hubo una epidemia de pulgas en los parques barceloneses.

¿Mascotas? En ciudad, pocas. Tal debería ser el principio. ¿Exóticas? Menos aún. ¿Motivo? Están fuera de su hábitat y puede ocurrir lo que ocurrió en el parque que mencionaba antes. Mientras leía me di cuenta de que de un árbol en concreto llegaba un estruendo particular. Pude entender pronto lo que ocurría: había una colonia de cacatúas, especie hasta ahora inédita en los árboles de Barcelona. Seguramente, algunas cacatúas se habían escapado de sus jaulas o de los domicilio de sus propietarios y habían formado una colonia de cientos de cacatúas. Caso a tener en cuenta, porque, en general, todas las especies exóticas tienden a ser “especies invasoras” en hábitats que no les corresponden.

Habitualmente, una mascota “hace compañía” y sustituye a la familia que no se tiene o que está lejos (o se ha alejado). Es un simple “objeto de ocio”. El problema es que es un objeto vivo y requiere cuidados, de la misma forma que genera riesgos. Claro está que quienes tienen alguna mascota “la quieren mucho”, pero, cuidado: estamos hablando de una especie animal, irracional y que no quiere ni deja de querer. Defiende porque tiene instinto territorial, se siente próxima de aquel que le da de comer (otra amiga, por cierto, era propietaria de una empresa criadora de grillas; sí, de grillos vivos que se servían como alimento para estas especies exóticas), pero, no nos engañemos, ni nos entiende, ni se comunica con nosotros, ni nos quiere… eso son fantasías de quien quiere justificar tener una mascota en plena ciudad. Todo es, claro está, discutible, pero el problema es que en las grandes ciudades la mascota se comercializa como cualquier producto de teletienda: MASIVAMENTE. Y hoy, hace falta solamente asomarse a la calle para ver que hay demasiadas mascotas y que no solamente hace falta que el propietario de una se agache a recoger la caca, sino que debería también llevar una botella de seis litros de agua, para arrojar el pis a la alcantarilla: especialmente en verano.

Pero lo que ya está fuera de discusión es que las mascotas exóticas deberían de estar simplemente prohibidas: no es su hábitat, no pueden estar. ¿Y los propietarios? Yo les recomendaría que tuvieran hijos, que si necesitan compañía se apuntaran a algún club y que si quieren introducir el exotismo en sus vidas viajen. ¿Mascotas en ciudad? No, por favor. Peces, quizás. ¿Exóticas? Menos aún.