Está ahí: es el Rey de la casa y manda más que cualquier
otro de sus miembros. Todo se lo merece y todo lo dan. Todo se lo consienten:
quiere un perro, le compran un perro, aun a sabiendas que serán otros quienes
lo tendrán que cuidar, quiere un videojuego nuevo, se lo compran porque, de lo
contrario, insistirá una y otra vez hasta agotar nuestros nervios. Lo merece
todo para que sea feliz. ¿Quién es? Es el llamado “niño emperador”, un
verdadero síndrome psicológico, que tiene unas características cada vez más
frecuentes en la sociedad española. Casi es el producto de un desvarío
freudiano. Me quejo de dos cosas: de que
haya cada vez más “niños emperador” y me quejo también de que haya cada vez
menos padres que merezcan este nombre.
Para educar a los hijos -esto es, para ser padres- no basta
con querer tener hijos y amarlos con locura. Se supone que cuando se decide
tener hijos estos factores ya están presentes, pero si bien son necesarios, no
son en absoluto suficientes: porque, además,
hace falta tener la dureza, la claridad de miras, y la decisión para EDUCAR.
Dureza para no transigir, ni aceptar nada que se desvíes del objetivo (preparar
al niño para la vida), claridad de miras para saber hacia dónde se quiere
educar y de qué forma hacerlo y decisión porque habrá que superar muchos
obstáculos, entre ellos, ver cómo se [mal]educan a otros hijos o, incluso, como
el Estado genera un sistema educativo al fracaso educativo.
Cuando las sociedades
eran más estables, los padres educaban a sus hijos, tomando el ejemplo de cómo
les habían educado a ellos. Ahora, cuando la inestabilidad se ha insertado en
el alma de las sociedades de todo el mundo, los padres ya han perdido el norte:
no saben, ni nadie les enseña a educar a sus hijos. En realidad, debería
existir una “escuela de padres” e impartirse con carácter obligatorio cursos
para “gestionar la paternidad”, como hay cursos prematrimoniales. Pero, mejor
no, ¿quién daría esos cursos? El Estado anda perdido, la Iglesia carece de
influencia efectiva y no existen instituciones privadas. Así que los padres optan por todo aquello que mantiene al niño
tranquilo y, aparentemente, feliz. Y un buen día se dan cuenta de que están
aquejados del síndrome del “niño-emperador”.
La cosa consiste en que el niño desarrolla unos rasgos muy concretos: no tolera ningún
tipo de preisón ni de incomodidad, se aburre, tiene ataques de ira, rebietas
que pueden llegar a la violencia y que frecuentemente alcanzan el insulto. Para
ellos solamente existe su ego y su propiedad. Todo lo que está fuera de ellos,
les resulta molesto, peligroso, incomprensible y la empatía es algo que no está
presente en su constitución personal. Allí donde van exigen que todos estén
pendientes de ellos, en todo momento. Carecen de sentimiento de culpa y son
incapaces de adaptarse a situaciones nuevas. Para colmo, a pesar de que se les
dé todo lo que piden y se consienta en hacer su santa voluntad, son tristes,
permanentemente enfadados, ansiosos, practican el chantaje emocional… y todo
para salirse simplemente con la suya.
El síndrome está
clínicamente tipificado. No es una ficción de conservadores reaccionarios como
el que suscribe, sino una enfermedad contemporánea que afecta a los más
pequeños de la casa y que está cada vez más presente. Las interpretaciones
a porqué ahora ha aparecido este enésimo problema psicológico, no terminan de
ser convincentes porque todas, más o menos, están elaboradas desde el comedimiento
de la corrección política. Y ya se sabe que todo lo que se mueve hoy en el
mundo está sometido al “libertad,
igualdad, fraternidad”, del que solamente cuenta el primer término que se
reduce a “hacer lo que a uno le dé la
puta gana”. Se conviene que el síndrome aparece en padres sobreprotectores:
pero, claro, cuando se tiene 1,2 hijos por pareja ¿cómo no se va a ser
sobreprotector?
Seguro que todos nosotros conocemos a algún “niño emperador”.
Lo que no suelen decir los psicólogos es
que los rasgos que lo caracterizan están muy próximos a los que muestran los
psicópatas: de hecho el “niño emperador” es un estadio inferior que puede –o
no- degenerar en psicopatía. Pero de lo que se trata, a fin de cuentas, es cómo
detener este crecimiento hipertrófico de esta enfermedad psicológica infantil.
¿Remedios? No…
remedios no hay mientras se mantenga el mismo paradigma político-cultural de “libertad-igualdad-fraternidad”.
En realidad, el “niño emperador” es la cristalización de lo que da de sí dicho
lema en materia educativa. Mientras no exista un cambio de paradigma social –“orden-autoridad-jerarquía”,
no estaría mal- el número de “niños emperador” irá creciendo y los padres, lo
único que pueden hacer es tratar de no sobreprotegerles y mostrarse firmes.
Es decir, apenas nada. Me quejo, a fin
de cuentas, de que ser padres hoy es una tarea heroica.