Habrá algún humanista y universalista que recurrirá al
mantra políticamente correcto: “Les
tienes manía porque son pobres”… RESPUESTA:
NO, LE TENGO MANÍA PORQUE TOCAN MAL. Y MOLESTAN. En alguna ocasión he dicho
que me gusta el arte urbano. Siempre he admirado los murales que he visto en
algunas ciudades (y que nada tienen que ver con los grafitis), me han llamado
la atención estatuas vivas con sus coreografías, me he detenido en París, en
Vancouver y en Praga para oír a
conjuntos de jazz que tocaban en la calle… pero, créanme, odio profundamente a
los que en primer lugar TOCAN MAL, en segundo lugar TOCAN EN LUGARES DE MALA
SONORIDAD y, en tercer lugar, lo hacen EN VAGONES SATURADOS DE VIAJEROS. ME QUEJO DEL DESCONTROL DE ALGUNAS LÍNEAS
DE RENFE Y DE LOS MÚSICOS QUE PARECEN SALIDOS DE CONCURSO DE “A VER QUIÉN
DESAFINA MEJOR”.
Algunas líneas de cercanías la RENFE, especialmente de
aquellas en las que se puede subir y bajar del tren sin pagar billete, están
sobresaturadas de viajeros, pero también de “músicos urbanos”. No tienen
licencia, no tienen calidad para tocar, pero disponen de un acordeón y de un
amplificador a pilas sobre un carrito de la compra que escupen notas
desafinadas a todo volumen en el interior de los vagones. QUE QUEJO DEL SONIDO
ATRONADOR Y DE LA POCA PERICIA DE LOS ASPIRANTES A MÚSICOS. Pero, sobre todo, me quejo de que ni los servicios de vigilancia
privada, ni los conductores de los trenes (que disponen en todos ellos de
cámaras para no perderse detalles de lo que sucede en el interior), ni las
policías a las que les correspondería hacen nada para defender 1) la dignidad
de la profesión de músico, 2) la salud auditiva de los viajeros y 3) el
bienestar y la tranquilidad de los viajeros.
Hay dos tipos de seudo-músicos en estos trenes (hablo por la
R1 que recorre el Maresma): en un 90% de se trata de “romanichels” llegados de
Rumanía y de los que rumanos como Nastase, están contentísimos de que hayan
emprendido el camino hacia Occidente… Allí les llaman “lautari”, tocan en los
trenes mientras sus mujeres mendigan (a principios del milenio hubo epidemias
de pedigüeñas romanichels acompañadas de recién nacidos pidiendo limosna, así
que el Estado entró en funciones en defensa de la infancia: simplemente les dio
una subvención a cambio de que no mendigaran. El ayuntamiento de Sevilla llegó
a darles vivienda y subsidio a cambio ¡de que no delinquieran! Así se “resuelven”
los problemas en España (el caso llegó a ser denunciado en la BBC). No creo,
sinceramente, que hayan venido a pagar las pensiones de los abuelos, ni
siquiera a contribuir a aumentar la riqueza nacional: me da que están aquí porque
Francia e Italia se los quitaron de encima. El otro tipo es el rockero que se
cree émulo de Jhonny Rotten o el rapero empanao empeñado en que compruebes lo estúpido de sus composiciones. De estos me habré encontrado con un 10%.
Pero, sobre todo, de lo que me quejo es de la pasividad del
usuario español de cercanías: a pesar de
que algunos extranjeros incapaces de reconocer a un gitano rumano crean que
están oyendo música “tipical Spanish” (que los hay) y den unas monedas al
seudo-músico, lo cierto es que a la mayoría de viajeros les molesta el sonido
atronador (especialmente para los que están cerca del amplificador) e incluso
las molestias generadas por la falta de espacio en los meses de verano. Y ahí
están… mostrando las excelencias de la inmigración masiva y descontrolada y la
manga ancha de las autoridades (y de la propia RENFE).
Hay que decir que en el ferrocarril metropolitano de
Barcelona, no ocurre lo mismo: allí existe una selección para poder tocar en
los vagones y en las estaciones. Muchos de los músicos que lo hacen allí han
salido de conservatorios y es frecuente asistir a verdaderos conciertos que merecen
ser retribuidos. No los he pedido, pero me sorprenden y son de calidad.
Contribuyen a hacer más agradable el escenario urbano.
No es de esa música de la que me quejo, sino de los insoportables,
inaudibles, machacones y desafinados “lautari” llegados de Rumanía. Alguien
dirá que se buscan la vida. Que se la busquen en su país. O que se les obligue
a pasar por una escuela de música (preferentemente pagada la UNESCO).