Cuando estoy en España, evito al máximo bajar a Barcelona.
Lo que ocurre es que algunas veces resulta inevitable. Suelo ir en tren… la R1, línea de cercanías. Acaso la peor línea
de cercanías que alguien pueda concebir. A determinadas horas, creo que más
del 50% de viajeros va si billete. Pero no me quejo de eso –aunque también-
sino de los niveles de salvajismo que he llegado a ver en esa línea y que creo
es único en España. Esa línea ha dejado de ser un tren de cercanías y se ha
degradado en un borreguero de hace más de medio siglo: en efecto, en sus
vagones circula mucho ganao de la peor especie.
No me extraña que
cada año suban los billetes de RENFE: si cada vez pagan menos, alguien tiene
que pagar más. Por supuesto, desde 2006 ó 2007, RENFE ha renunciado a que
vayan revisores en el interior de los vagones. En aquellos años, ya intentaron
linchar a alguno que se obstinaba en ser riguroso en su trabajo. A esto siguió
la incorporación de seguridad, mucha seguridad en el interior de los trenes y
en las estaciones. Por supuesto no sirve para nada: en las estaciones, los
vigilantes tienden a ubicarse en los sitios menos expuestos y, deliberadamente,
se alejan de los lugares por los que se cuelan los que quieren ir sin billete.
Y los que iban en el interior de los trenes acompañando a los revisores hace
tiempo que han desaparecido. Si en alguna ocasión hay una pareja, se limita a
recorrer el tren de un extremo al otro, bajar en la siguiente estación y hacer
otro tanto con el siguiente. Así que, primera queja: LA “SEGURDAD” EN LOS
TRENES NO SIRVE ABSOLUTAMENTE PARA NADA. EN LAS ESTACIONES SIRVE AUN PARA
MENOS.
En Canadá cuando vas a subir a un tren, hay un cartel que
dice: Tickets pour l’honeur
(Billetes, por el honor). Ni hay revisor, ni tienes que marcar el billete a la
entrada, sino que simplemente, se te
dice que puedes subir al tren dado que “por tu honor”, se da por supuesto, que
tienes billete. En un país como España en donde el honor es algo que desde
los años 80 no cuenta y que se ha retirado de la vida pública, un cartel así
haría reír a los desaprensivos.
Pero lo peor no es que un cada vez más elevado porcentaje de
viajeros vaya sin billete, lo peor es el
ganao que corre por esa línea. Existen varios modelos:
1) aquel que sube al tren hablando por teléfono y 20
estaciones después sigue hablando a voz en grito (esto es particularmente grave
entre andinos, africanos, chinos y magrebíes).
2) Luego está el colgao, empanao de los pies a la cabeza,
con olor a porro ya impregnado hasta en el tuétano; hay que decir que es el que
da menos problemas, simplemente se queda frito destilando ese olor
característico que en la R1 ya es habitual y forma parte de la explosión de
olores que el viajero experimenta al subir a uno de estos trenes (orines,
sudores, porros).
3) También está el extranjero maleducado que ha salido de
uno de los 750 clubs de cannabis existentes en Barcelona y antes de subir ha
aprovechado para comprarse unas birras. Borrachuzos y colgados que no ahorran
gestos para molestar a los viajeros y que les importa un pito lo que se pueda
pensar de ellos o la sensación que puedan dar. Simplemente, no se enteran de
nada.
4) Luego está el payaso que se cree que todos tenemos la
obligación de escuchar su música. Música de mierda, claro está. Con móviles de
mala calidad, atronando en el vagón.
5) No pueden faltar el gitano rumano con su música infumable,
luego el rumano que pone pañuelos de papel con un mensaje escrito (que nunca me
he molestado en leer) y que al cabo de un rato vuelve para recoger los
beneficios (un día uno se olvidó un paquete cerca de mí, lo abrí y aquellos
pañuelos parecían papel de lija del nº 3). Y así sucesivamente.
En fin de semana es todavía peor y si es a altas horas de la
noche, peor todavía. Uno tiene la sensación de tener una experiencia similar a
la descrita por Joseph Conrad en El
Corazón de las Tinieblas (llevado al cine por Coppola en Apocalypse Now): a medida que la línea
avanza (el río Congo en la novela y el Mekong en la película), el entorno se va
haciendo cada vez más hostil y sombrío. Al final, el viajero tiene la sensación
de que ha conocido “el horror”. Eso es la R1. Una de las líneas que merecen figurar como una de las más insoportables
de los ferrocarriles mundiales.
DE ESO ME QUEJO Y SOBRE TODO DE QUE ESTO NO SEA UNA
SITUACIÓN ANÓMALA Y RECIENTE, SINO QUE LA LLEVO EXPERIMENTANDO CADA VEZ QUE
COJO ESTA LÍNEA, COMO MÍNIMO DESDE EL AÑO 2009… Porque lo peor de toda esta
historia es que los poderes públicos ya se han resignado a que estas situaciones
sean irreversibles. RENFE, por supuesto, aplaza la incorporación de nuevos
convoys más cómodos y modernos. ¿Para qué si dentro de unos días van a estar
destrozados, pintados y repintados por fuera y poblados por frekys y
monstruitos llegados de los cuatro rincones del planeta y los ciudadanos que
cada día acuden a su trabajo, pagan su billete, no dicen nada, protestan, ni se
rebelan? DE ESO SI QUE ME QUEJO.