Me quejo de que la
tasa de errores a la hora de devolver el cambio en los comercios está subiendo
desmesuradamente en los últimos años. Compras una barra de pan que cuesta
ochenta céntimos, pagas con un billete de cinco euros y te devuelven dos veinte
euros… ¿Y los otros dos euros? Pueden ocurrir dos cosas: que lo adviertas o que
no lo adviertas. Lo sorprendente es que si lo adviertes y reclamas, quien te ha
dado el cambio, ni siquiera examina las monedas que le muestras: te devuelve
los dos euros sin mediar disculpa y con expresión de acordarse de tus muertos.
Simplemente, te ha querido engañar. Si no lo adviertes, los dos euros van a
parar a la caja B de su bolsillo. En las grandes ciudades esto se ha convertido
en el pan de cada día.
Uno tiene que permanecer constantemente en guardia para
evitar que le timen pequeñas cantidades. Ciertamente, no es como para presentar
una denuncia, pero la reiteración es lo suficientemente grave como para pensar
que hay cientos de personas al día a los que les hacen el mismo truco y no lo
advierten. ¿A qué se debe todo esto?
Personalmente lo atribuyo a tres causas:
1) La formación de
primaria en matemáticas es tan básica y poco exigente que una parte de los
alumnos salen de las aulas sin saber realizar una simple resta. No lo hacen
por mala fe, sino que se equivocan. Lo digo, porque en alguna ocasión, me ha
ocurrido lo contrario: he visto que me daban más cambio del que correspondía.
Problema grave que, por sí mismo, denota el fracaso de nuestro sistema de
enseñanza. Los niños van pasando de curso en curso a pesar de tener las
asignaturas suspendidas. Y al final resulta que no les sale un cálculo
diferencial-integral simplemente porque no tienen facilidad para multiplicar ni
restar…
2) Ha aparecido un
grupo social nuevo, bruscamente, en los últimos veinte años, que está habituado
en sus países de orígenes a realizar este tipo de trucos o bien que ha llegado
con la idea de que en España todos atamos los perros con longaniza así que ni
siquiera nos preocupamos, si damos un billete de cinco, de veinte o de cincuenta
euros, del cambio. Como nos sobra el dinero, no lo miramos. E incluso, como
algunos españoles de a pie es, por término medio, son algo paradillos, aunque
lo advierta, prefiere no reclamar. Sí, me estoy refiriendo a la inmigración.
Siempre ha dicho que los inmigrantes son mucho más “listos” que los de aquí,
que tienen más instinto de supervivencia. Y lo ponen en práctica con mucha
facilidad, no sólo en los cambios, sino en las reclamaciones y la exigencia de
beneficios sociales.
3) Y luego está,
claro, la mezquindad salarial que también influye. Determinados empleos se
realizan a cambio de salarios de miseria. El empleado debe compensar de
alguna manera esta carencia y lo hace, simplemente, buitreando cambios a los
clientes que es menos comprometedor que escatimando productos del propio
comercio. Cuando trabajaba en radio, aquello era un hervidero de becarios sin
sueldo o con sueltos que no cubrían ni siquiera los transportes que utilizaban:
no era raro que CD que llegaba a la emisora regalado por las distribuidores y
para que se emitiera en el curso de los programas, se lo quedaran los becarios.
La sala de archivo de CDs era periódicamente sometida a saqueo hasta el punto
de que Luis del Olmo, en Onda Rambla, optó por contratar un segurata para
evitar el expolio (prefería pagar uno de estos servicios, antes que subir 100 o
200 euros el “salario” a los becarios…).
Sea cual sea el motivo que induce a unos empleados a
sistematizar los errores en la devolución de los cambios, de lo que me quejo es
de tener que estar permanentemente en guardia. La base para la sostenibilidad
de una sociedad es la confianza entre vecinos, no el estar permanentemente en
situación de “prevengan” como se decía en la mili. Y además, reconozco que
estoy harto de decirle a la de la panadería: “Me has dado mal el cambio” o de
ver como uno de cada X clientes se ve obligado a repetir la misma frase. Estos
harto de listos, de listillos y de listones. ¿A quién no le ha pasado esto?