Establezcamos un axioma (proposición suficientemente
evidente como para no necesitar demostración): LOS NIÑOS ESPAÑOLES SON MÁS
CHILLONES QUE EN CUALQUIER OTRO PAÍS DEL MUNDO (incluidos los países más
chillones del tercer mundo). Me quejo de eso: NO SABEMOS EDUCAR LA VOZ DE
NUESTROS NIÑOS. CUANDO JUEGAN, LO HACEN A TRAVÉS DE ONOMATOPEYAS Y ALARIDOS.
Cualquier viajero sabe que esto ocurre solamente en España. Harina de otro
costal es explicarse el por qué.
En cierta ocasión, sentado en un restaurante, la niña de
apenas tres años de la mesa de enfrente empezó a gritar, sus padres y
familiares no la calmaban así que comenté en voz alta lo inútiles que eran y
que ni siquiera se preocupaban de educar a su hija para que no molestara en los
locales públicos. Por increíble que pueda parecer, los padres –que me habían
oído perfectamente- prefirieron abandonar el local antes que enseñar a la niña
que en lugares públicos no se chilla. En los últimos años, confirmando la
anécdota, debo decir que no he visto a padres que se esforzaran en educar la
voz de sus hijos (que es como educarlos a ellos mismos). Da la sensación de que
la actual generación de padres considera que cualquier reconvención, regañina o
simplemente intento de rectificar el carácter de su vástago, vaya a castrarlo y
sea algo inhumano. El resultado es que, cuando alcanzan los 14 años, ya resulta
imposible que aprendan a modular la voz.
Por lo demás, una de las muestras del fracaso educativo de
la enseñanza primaria es que en España, los niños se comunican POR
ONOMATOPEYAS, MUCHO MÁS QUE CON FRASES CONSTRUIDAS MEDIANTE VOCABLOS. Y
esto, también, es algo que solamente
existe en España. He contado en varias ocasiones que, en cierta ocasión, en
Praga, dentro de un par, en la mesa de al lado, estaban sentados merendando un
grupo de cuatro niños de 12-13 años ¡y hablaban entre ellos! ¡ni gritaban, ni
se comunicaban por onomatopeyas, ni mediante alguna red social! ¡ESTABAN
HABLANDO! Era algo que hacía tiempo no veía en España. En otra ocasión, en
Québec, en un fast-food en el que me encontraba, entraron como 90 jóvenes
escolares. Me horroricé: algo así en España equivalía a tener que evacuar el
local ante los gritos, los chillidos, las peleas, la música, etc… Al cabo de
poco rato vi que los profesores tenían perfectamente controlada la situación:
TODOS ELLOS SE COMPORTARON CÍVICAMENTE.
¿El balance? ESTAMOS FORMANDO ENERGÚMENOS A FUERZA DE
RENUNCIAR A EDUCARLOS. Educar quiere decir RECTIFICAR las tendencias y
transmitir hábitos sociales correctos. Implica, naturalmente, ejercer presión sobre
el niño: pero es rigurosamente necesario. O de lo contrario, lo que va creciendo
es una raza asilvestrada incapaz de vivir en sociedad y de comunicarse de
manera racional. ESTO ES LO QUE TENEMOS HOY. Corresponde a los sociólogos y
educares explicar cómo hemos llegado hasta ese punto. Pero es una situación que
resulta imposible de soportar.
En mi pueblo, procuro no salir a la misma hora que sueltan a
los niños de los colegios. Cada día que veo el espectáculo de los niños saliendo
de la escuela, no sé por qué, recuerdo aquellas películas del Oeste en las que
se producía una estampida de búfalos. Pues lo mismo.
LO ESENCIAL PARA MANTENER LA CONTINUIDAD DE UNA SOCIEDAD ES
ESTABLECER CÓDIGOS DE COMUNICACIÓN ENTRE SUS MIEMBROS: CUANTO MÁS SOFISTICADOS
SON ESOS CÓDIGOS Y MÁS ELABORADOS, MAYOR ES EL NIVEL CULTURAL Y EDUCATIVO DE
ESA SOCIEDAD –implica que todos sus miembros se han esforzado en alcanzar unos
mismos estándares aceptados por todos- CUANDO MÁS SIMPLES, PRIMITIVOS Y ONOMATOPÉYICOS
SON ESOS CÓDIGOS, MÁS PRIMITIVA ES UNA SOCIEDAD. Si hemos de vivir los
decibelios que emiten las jóvenes generaciones, hay que reconocer que la
sociedad española se ha degradado al nivel de los neandertales recién bajados
del árbol.
La generación en la que me eduque y la generación en la que
he educado a mis hijos eran capaces de gritar más y mejor que la de ahora. PERO
SABÍAMOS CONTROLAR EL SONIDO, MODULAR LA VOZ Y SUBORDINAR NUESTRO IMPULSO A LA
NORMA SOCIAL ACEPTADA DE NO CAUSAR MOLESTIAS A LOS VECINOS. De eso me quejo. De
que de esto ya no quede ni rastro.