Reconozco que no perdí ni un solo minuto en seguir la moción de
censura presentada por Vox a través de Ramón Tamames. Mi simpatía por él y por la vida, pero se sabía como iba a
terminar. El viejo profesor de economía no sería elegido presidente y Sánchez,
después de explayarse en lo bien que lo va haciendo, daría la orden a sus
diputados y a los de ese ente en putrefacción que es Podemos, para que
apretaran el botón del NO. En cuanto a lo que podía decir Tamames, es,
probablemente lo que diría cualquier persona con un mínimo de sensibilidad
política, con ojos y visión, con entendimiento y sea capaz de entender la
situación actual. Lo dicho: no valía la pena perder ni dos minutos en seguir el
espectáculo. Opté por ver una película de género negro español que recomiendo a
todos: Muerte al amanecer, de José María Forn, estrenada en 1959.
Aquellos eran espectáculos y no los que nos regala el parlamento.
Vaya por delante que considero que Pedro Sánchez es, no solamente
el peor presidente que hemos elegido los españoles, sino el personaje más
desaprensivo que aparece diariamente en los medios de comunicación, incluso por
delante de Jorge Javier Vázquez. Pero su ciclo termina irremisiblemente. Habrá
nuevas elecciones y a la vuelta de año y pico, Sánchez será historia, se
dedicará a disfrutar de los réditos obtenidos en esta etapa, aparecerán
escándalos protagonizados por su entorno, y seguiremos discutiendo durante muchos
si habrá conseguido superar a Zapatero en el ranking de personaje más nefasto
en la política española.
La moción de censura de Vox me sugiere cuatro reflexiones.
1) No era ni siquiera necesario presentarla.
2) De presentarla, debería haber sido Abascal quien la defendiera.
3) Cuando un presidente se encuentra políticamente desahuciado hay que dejarlo caer, como fruta madura.
4) Pensar que algún problema puede resolverse en el parlamento, es pensar en un mundo sin gravedad.
1) MOCIÓN RAZONABLE PERO INÚTIL
¿Recuerdan el chiste aquel de “me gusta jugar y perder”, “¿y cuándo
ganas?”, “debe ser la hostia”? Presentar una moción de censura cuando se
sabe, de antemano, que la votación está perdida, es un brindis al sol. Vox lo
sabía y decidió que lo mejor era presentar la moción para erosionar al
presidente y promocionar la propia sigla. Y es que, en democracia, nada se hace
sino es para erosionar el contrario y beneficiarse políticamente. El día a día
político desde principios de año ha estado marcado, por este orden: 1) por la
ley del “si solo es si”, 2) por la ley trans de la que se empiezan a conocer
los efectos más caricaturescos, 3) por el escándalo “del Tito Bernie”. A lo
que, en breve, se añadirán los efectos caóticos de la “ley de mascotas”, que
promete ser de la misma catadura que las anteriores promovidas por Podemos.
Sin olvidar que la inflación “subyacente” que percibe el ciudadano
de a pie en su cesta de la compra o a la hora de repostar, no es la que indican
las cifras oficiales. Y lo dice alguien que cada año guarda los tickets de
compra: de febrero de 2022 a febrero de 2023, el gasto en alimentación ha
aumentado del orden de un 30%. Los alimentos se han encarecido. Los supers
retornan al viejo sistema ya ensayado en la crisis 2007-2011 de reducir el peso
de los productos, bajar la calidad y mantener el precio o subirlo
imperceptiblemente. Es una mala señal. Y no hay forma de que el ciudadano
piense, cada vez que entra en un super o en un badulaque, que las cosas van
pero que muy mal.
Políticamente, no es bueno que nada distraiga al ciudadano del
desbarajuste legislativo que se produce cada vez que el parlamento escupe una
ley, ni que se olvide de la inflación, efecto directo de muchos factores
encadenados, el primero de todos, es la ausencia de una política económica
digna de tal nombre y de las consecuencias económicas de políticas
internacionales erráticas o seguidistas con respecto a las consignas emanadas
por el Pentágono. Y una moción de censura, distrae la atención de los
ciudadanos: da al gobierno, la oportunidad de echar balones fuera, explicarse,
justificarse, presentar su gestión como brillante.
2) ABASCAL DEBIÓ DEFENDER LA MOCIÓN
La aventura política de Tamames se encuentra en su estación
término. Se inició en el Partido Comunista de España; se habló incluso de él
como sustituyo del verdugo de Paracuellos, Carrillo. Pero lo vio claro: el comunismo
terminó cuando los intelectuales empezaron a criticarlo. Optó por ponerse al
margen. Y, con el paso de los años, el demócrata representante de la Junta
Democrática, pasó al otro extremo del arco político. Sigue siendo un demócrata,
incluso es posible que siga teniendo una sensibilidad social de izquierdas,
pero está a la derecha de la derecha en sus críticas al pedrosanchismo. Como
economista -y es bueno, desde luego, mucho mejor que Sánchez- sabe lo que hay y
sabe que estamos al final del camino, donde ya solamente puede haber
perspectivas sombrías, gobierne quien gobierne. Pero Abascal, es el futuro para
Vox. Es su líder máximo, su gran timonel, su ayatola. Debería haber sido él
quien presentara la moción, si es que ésta -naturalmente- hubiera resultados
imprescindible (que no lo era).
¿Por qué no lo ha hecho? Quizás para sacar como ariete a un hombre
procedente de izquierda que podría tener como efecto el convencer a antiguos
electores de izquierdas que el futuro ya no está en esa banda del espectro.
Quizás para evitar salir erosionado si las cosas se torcían durante la moción.
Quizás por falta de seguridad ante un choque directa con Sánchez. Vaya usted a
saber. Un error y un menoscabo a su liderazgo.
Voz debería contentarse con mantener una cuota de votos que le
permita disponer de una cómoda situación parlamentaria en la próxima
legislatura. Feijóo terminará requiriendo el “apoyo exterior” de Vox si quiere
gobernar, salvo que, en su miopía, se sume al “cordón sanitario” frente a Vox
que piden algunos “demócratas”. Pero, lo más probable, dadas las actuales
encuestas de intención de voto, es que Feijóo necesite los votos de Vox. Los
tendrá, claro, pero la cuestión es que, a diferencia de Rajoy que, a fin de
cuentas era un tipo ingenioso, imaginativo, maniobrero y gallego, en el mejor
sentido de la palabra, Feijóo, en sus declaraciones públicas, resulta soso,
poco imaginativo, cambia de opinión como de traje: no olvidar que entró en el
cargo proponiendo un acuerdo con el PSOE y excluyendo a Vox, para, pocas semanas
después, seguir proponiendo ese acuerdo con el PSOE, pero liberado del “peso
del pedrosanchismo”; sostener que su primera opción de pacto era el PSOE y,
finalmente, tras los despechos, beligerancia y traiciones de Sánchez y el
silencio de los barones socialistas, aceptar que gobernaría en minoría apoyado
por los votos de Vox “sin comprometerse”. No olvidemos tampoco que Feijóo fue
el genio que propuso, mientras era presidente de la comunidad autónoma gallega,
la vacunación OBLIGATORIA. Ese es Feijóo.
Lo más probable es que llegue al poder y que decepcione. En primer
lugar, a su propio partido. En segundo lugar, a la sociedad. Finalmente, obtenga
solamente la aceptación de los centros de poder que gobiernan hoy en Occidente:
las big-tech, las corporaciones, las empresas de inversiones y, por supuesto,
al Pentágono. Pero, parece improbable que Feijóo sea capaz -incluso que tenga
la intención- de resolver los disparates realizados en estos últimos años. No
se ve tampoco cómo podría resolver la quiebra del sistema educativo, la caída
de calidad de los servicios públicos, empezando por la sanidad, restablecer la
racionalidad en el tema de la inmigración masiva, resolver los problemas de
delincuencia y orden público, restablecer una política exterior en el Magreb,
vencer la corrupción generalizada en todos los niveles de la administración e,
incluso, en el deporte, disminuir la deuda, generar confianza en los
inversores, etc, etc, etc. Feijóo es, sin duda, el primer presidente del gobierno
español del que podrá esculpirse un epitafio antes de que jure el cargo: “Núñez
Feijóo, llegó, decepcionó, rompió su propio partido”.
Porque esa es la ocasión que debe esperar Vox: no fiarse de mociones
de censura, no fiarse en la posibilidad de crecer electoralmente poco a poco,
sino aprovechar el momento en el que el PP entre en crisis interior -lo que
inevitablemente ocurrirá entre seis meses y un año después de llegar al poder-
y empiece a cundir el desánimo, especialmente entre los “peperos” que no
figuran en las listas de ministros o entre los elegidos por Feijóo. Ayuso
estará allí para encabezar una oposición interior. Vox debe de ser capaz y
estar en condiciones de tender puentes a la derecha del PP. Debe procurar, más
que ganar votos o afiliación, estimular la ruptura en el interior del PP y, a
partir de ahí, “sumar”: si bien no es probable que Ayuso termine ingresando en
Vox, si sería mucho más lógico asistir a la construcción de un nuevo partido o
de un “frente de la derecha” que aislara a lo que quedase del PP después del
paso de Feijóo por la presidencia del gobierno.
3) DEJAR CAER EL NINOT QUE LA FALLA YA ESTÁ PLANTADA
En 2003 vimos como los marines entraban alegremente en Bagdad y
derribaban la estatua de Saddam Hussein. Fue una escenificación inútil: Saddam
Hussein estaba políticamente muerto desde el momento en el que decidió aceptar
euros a cambio de su petróleo. A pesar de que su estatua siguiera hoy enhiesta
en la entrada de Bagdad, ya no habría rastro de él, ni de su régimen. Y esto me
recuerda lo ocurrido con la moción de Tamames. ¿Para qué tratar de derribar la
estatua de Pedro Sánchez si, él mismo, poco a poco, está entrando, con paso
firme y decidido, en el basurero de la historia? Creo que con una cerrada
oposición parlamentaria a los disparates legislativos de PSOE/UP, creo que, con
estimular continuas movilizaciones en la calle, creo que, con campañas de concienciación,
con la utilización de medios de comunicación, ganando a la sociedad civil, se
podría garantizar “el día después”, cuando el pedrosanchismo sea historia.
Podemos intuir cuáles van a ser las medidas del PSOE para
mantenerse precariamente en el poder en este próximo ciclo electoral que
comienza en un par de meses: comprar el voto mediante más y más subsidios y
subvenciones, crear nuevos votos favorables nacionalizando a inmigrantes, a nietos
de republicanos, a sefarditas. Sin olvidar, por supuesto, las artimañas
habituales: difusión de bulos, mentiras, difusión del miedo a la derechona, compra
al peso de carne de tertulianos, fraude en los votos por correo, etc, etc. Y,
aun así, seguiría dominando en la calle el mismo sentimiento que se escucha hoy
en todos los rincones: “todo está más caro, cada vez hay más corrupción”.
Vox haría bien en multiplicar en estos momentos su actividad a
nivel de calle: la moción de Tamames ha suscitado poco entusiasmo en la opinión
pública, llega cuando la “política” ocupa un interés muy secundario entre los
españoles, no pueden pensarse que, después de décadas de ineficiencia del
parlamento, lo que allí se debata tenga algún impacto directo en la opinión
pública. Vox tiene que formar cuadros, reconocer que no todo lo que tiene es
aceptable, que han ido a parar allí muchos residuos y mediocridades de experiencias
anteriores y que debe de forjar una línea política y, sobre todo, una
estrategia y un modelo que proponer a los españoles. Sabemos que se opone al
pedrosanchismo y eso está bien. Nos dicen que son “fachas”, “ultras”, “trogloditas”,
“antifeministas”, “excluyentes” y demás adjetivos tan ligeramente utilizados
por la progresía. De ser ciertos, son buenas bases de partida… Pero hace falta
hablar un lenguaje y tocar unas temáticas capaces de interesar a la gente joven
preocupada por su futuro. En los próximos 10 años, la sociedad va a cambiar
como no lo ha hecho en el último siglo: sería bueno que Vox presentara una
alternativa a la Agenda 2030, que hablara claro sobre los problemas que plantea
este proyecto globalista y mundialista. Y, falta mucho por hacer en esa
dirección. De hecho, apenas hay aporte alguno en la web de Vox sobre la
materia.
4) LOS PROBLEMAS NUNCA SE RESUELVEN EN LOS PARLAMENTOS
Pero, además, Vox -y, de hecho, toda la derecha populista europea-
deberían de pensar que la política y la solución de los problemas presentes y
los que aparecerán en el futuro, ya no puede depender de parlamentos inoperantes,
situados a espaldas de la sociedad. Si nos fijamos en que las instituciones más
desprestigiadas en España son los partidos políticos y los sindicatos, seguidos
por el parlamento, nos daremos cuenta del drama de este país: sus instancia
representativas no son consideradas como tales por la mayoría de la población.
La ruptura entre la “España real” y la “España oficial”, nunca ha
sido tan patente como ahora. Y esto solamente puede resolverse mediante una
reforma constitucional en profundidad. Así pues, basta ya de repetir el mantra
de “que se cumpla la constitución”… Mejor sería reconocer que la constitución
nació en circunstancias muy complicadas, fue un acuerdo entre distintas clases
políticas con un interés de homologación a los estándares europeos traídos en
el furgón de los vencedores en 1945, y que ya desde la época de Felipe González
eran perceptibles sus puntos débiles y sus carencias: en materia de
vertebración del Estado, en materia de división de poderes, en materia de
representación, sin olvidar que el “garantismo” de nuestro sistema judicial,
avalado por la constitución, no está ahí para garantizar los derechos del “choro”
o del “robagallinas”, sino de una clase política que, cada vez se
muestra más desaprensiva, cleptomaníaca y depredadora.
No; hay que acabar con todo esto. Y el primer paso consiste en
reconocer que nuestro sistema constitucional debe ser reformado. No se trata de
cambiar de gobierno, no se trata de ganar unos pocos votos, no se trata de
tratar de derribar la estatua vacía de Pedro Sánchez, ni siquiera de asegurarse
una presencia en un futuro gobierno de Feijóo. Se trata de reformar todas las
estructuras de este país, después de haber mostrado la capacidad suficiente
para elaborar una alternativa y de tener el valor para aplicarla.
No voy a ser yo quien anime a votar a Vox en las próximas elecciones. Solamente diré que, después de haber votado a la derecha azulada pepera, después de haber transitado por el voto de la izquierda socialdemócrata, de la izquierda socialista-ecologista, de la izquierda “indignada” primero e “inclusiva” después, tras haber votado a cada una de las variedades taxonómicas de nacionalismo, independentismo y regionalismo… cuando ya se han visto desfilar a todas estas opciones, va siendo hora de que el elector sea consciente de que la única opción que no ha experimentado sea el voto a Vox, más que nada, para probar algo diferente.
Por que Vox ¿es diferente? ¿o es más
de lo mismo? Sinceramente, espero que lo primera sea lo cierto.