Era un caso
perfecto: un misil ruso caído sobre territorio polaco que causaba dos muertos.
El “casus belli” perfecto para generar una Tercera Guerra Mundial. Justo
cuando se reunía el G-20 en Bali. Era el momento más oportuno y, a pesar de que
los objetivos del G-20, en principio, son meramente económicos, allí estarían
los mandatarios de los países más influyentes del mundo. Era un momento
providencial para desencadenar ese conflicto en el que Zelensky, más allá de la
propaganda, puede evitar su derrota. Pero todo ha salido mal.
Durante unas
horas se mantuvo la expectativa: a fin de cuentas, la OTAN había declarado una
y mil veces que, como se tocara un pelo a un país miembro, la respuesta
militar contra Rusia sería contundente. Así que, a lo largo del día de
ayer, volvió a planear sobre el mundo la sombra de una Tercera Guerra Mundial.
Primero a Biden le hicieron leer una declaración en la que aseguraba que
faltaban datos para pronunciarse. Luego, la CIA confirmó que el misil no era
ruso, pero que los dos muertos era una pareja de ancianos polacos. En las
primeras horas del 16 de noviembre empezaba a circular la noticia de que se
trataba de un misil ucraniano. Zelensky, poco después, explicaba que debería
haber caído en Polonia como resultado de la proliferación de misiles lanzados sobre
“las ciudades ucranianas” la última noche. En realidad, seguramente lo único
cierto es que se ha producido una lluvia de misiles rusos, pero -y esto es
lo importante- no lanzados aleatoriamente sobre ciudades indefensas, sino sobre
la infraestructura de comunicación y los centros de producción y transporte de
energía ucranianos. El país lleva varios días con cortes continuos de luz y,
los especialistas dan como hecho, que reconstruir todas estas infraestructuras
llevará años. Si la guerra se prolonga unas semanas más, Ucrania retrocederá
a la sociedad pre-industrial en materia de energía.
Ahora se entiende
perfectamente las retiradas estratégicas rusas presentadas como grandes
victorias ucranianas. Y también se entiende la desesperación de Zelensky ante
el invierto que se avecina. Empieza a ser consciente de que la negociación es
el único camino que tiene por delante. Así que ha optado a la desesperada: lanzar
un mísil sobre Polonia capaz de provocar la intervención militar de la OTAN, lo
único que, a estas alturas, puede salvarle de la derrota cuando las operaciones
psicológicas van perdiendo eficacia,.
Las
operaciones psicológicas pueden ganar batallas en el terreno de la propaganda,
pero los hechos son los hechos: existe una asimetría entre Ucrania y Rusia que
la “ayuda occidental” no podrá nunca llegar a compensar. Es cierto que el “complejo petrolero-militar-industrial” norteamericano
precisaba de una guerra, preferentemente en un escenario alejado de su territorio
y sin el riesgo del demoledor retorno de marines en bolsas de plástico. Así que,
si Zelensky ponía los muertos, los EEUU, podían ayudarle a enfrentarse a
Rusia. Y Zelensky aceptó: era perfectamente consciente de que su integración
en la OTAN y en la Unión Europea (ese entramado burocrático sin personalidad en
la política internacional, hoy verdadera prolongación de la OTAN, esto es, de
los intereses del Pentágono), iban a obligar a Rusia a tomar medidas. Debía de
saber -si es que no es completamente imbécil y si sus servicios de inteligencia
están bien informados- que Moscú no toleraría misiles a menos de 1000 km de las
torres del Kremlim. Se negó a negociar, siguió adelante con su plan y tuvo la guerra
que el verdadero poder de los EEUU quería.
La retahíla de “victorias
ucranianas” con las que el agit-prop de Zelensky nos viene obsequiando
en las últimas semanas, de repente, se ha evaporado. Las victorias no eran
tales, sino retiradas estratégicas rusas en lugares difíciles de defender
que se recuperarían en el curso de las negociaciones.
El Kremlim no ha variado sus objetivos desde el principio del conflicto:
1) Garantizar que los territorios ucranianos de mayoría rusófila serán integrados en la Federación Rusa y
2) Golpear las infraestructuras energéticas y de comunicaciones, hasta lograr el colapso de todo el país.
En las dos últimas
semanas, las noticias sobre los bombardeos rusos estaban tapados por la aparición
de “fosas comunes”, las denuncias de “crímenes de guerra” y las noticias de
victorias ucranianas. Pero, lo cierto es que ningún país puede soportar permanentemente
el martilleo continuo y la pulverización de sus infraestructuras. En la última
semana, estaba en el ambiente la idea de negociación. Zelensky decía que no
admitiría ninguna pérdida territorial; luego que Rusia debería de pagar todos
los daños causados. Y los rusos redoblaron sus bombardeos sobre los restos de
las infraestructuras ucranianas .
A algún estratega
de taberna -quizás al propio Zelensky- se le debió ocurrir desencadenar el “casus
belli”: un misil que obligara a la OTAN a intervenir directamente en el momento
en el que los jefes de Estado y de las economías y Bancos Centrales de los
países más poderosos del mundo, se reunían en Bali. Ocasión perfecta. Metida de
pata antológica.
A partir de
ahora, la imagen de Zelensky se va a ver muy deteriorada en Occidente: los
países europeos, están atravesando una crisis económica que promete ser de parecida
intensidad a la sufrida en 2007-2011, por un individuo que antepone su orgullo
y su permanencia en el poder, y no duda en generar situaciones capaces de
desencadenar un conflicto generalizado y destructivo a nivel mundial. Un hombre
que no es de fiar, ni para Europa, ni, por supuesto, para su propia gente: son ellos los que ponen los muertos, somos nosotros los que
notamos el peso del conflicto en la bolsa de la compra.
Me inclino a
pensar que Zelensky ha decidido él mismo lanzar el maldito misil sobre Polonia
por iniciativa propia. Ni siquiera los consejeros
más irresponsables del arteriosclerótico que se sienta en el despacho oval,
pretenden un conflicto generalizado en estos momentos. Saben que la estructura
social de los EEUU no lo soportaría y que sobre territorio norteamericano
podrían caer no solo mísiles rusos, sino coreanos, y China, probablemente,
vería el momento de liquidar cualquier competencia en la zona de Asia-Pacífico.
Nadie quiere una guerra de esas dimensiones; solamente Zelensky, el actor,
sin grandes conocimientos en materia militar, histórica, geopolítica o
tecnológica, un simple y jodido actor contratado solamente para encarnar el
papel de “líder” de un “pequeño país amenazado”, evitaría así, el desplome de
su gobierno, de su sociedad y el desastre final al que ha conducido su
aventurerismo.
Me atreveré a
hacer una previsión: a estas horas deben estarle tirando de las orejas a
Zelensky y diciéndole “Que no se vuelva a repetir… y ahora te sientas en la
mesa de negociaciones”. En Navidad: inicio de las conversaciones. Unos
meses de tira y afloja, altos el fuego que se romperán varias veces y,
finalmente, un acuerdo por el que el territorio ucraniano de mayoría rusa
votará su futuro, compromiso de que Ucrania nunca entrará en la OTAN, a cambio
de que la reconstrucción del país sea garantizada por países no occidentales.
Claro está, sin Zelensky. Este gran error del misil sobre Polonia lo pagará
caro y supone un punto de inflexión.
Y, ahora, prefiero
pensar en los dos ancianos polacos víctimas de esta triste provocación. Los
muertos siempre son las verdaderas víctimas. Muertos por la ambición y la
ignorando de un mediocre, uno de los Trudeau, de los Sánchez, de los Macron tan
habituales entre los mandatarios internacionales en los últimos tiempos. Promovidos
al puente de mando de sus respectivos países por su falta de carácter, su
servilismo hacia los poderosos, su ausencia total de ideas y su capacidad para
la mentira, la demagogia. Generan muertos. Vale la pena que los recordemos y
que recordemos también quién los han matado.