Info|krisis.- El programa de Podemos es bastante ambiguo en la cuestión de la vertebración del Estado. Los
términos “Cataluña”, “Euzkadi”, “independencia”, “nacionalismo”, no aparecen en
ningún lugar. Por otra parte, si bien es cierto que Pablo Iglesias no ha
defendido a ETA en ninguna ocasión, no es menos cierto que Podemos ve con “simpatía” la celebración de
referendos sobre el derecho de autodeterminación. Todo esto es completamente
incoherente con su opción antiglobalizadora. Es más, ignora el origen de los
nacionalismos y el hecho de que combatiendo a los Estados Nacionales se allana
el camino para la globalización.
El “derecho de
autodeterminación” en el programa de Podemos.
Vanamente buscaríamos en el programa electoral
de Podemos una toma de posición clara
y rotunda en relación a los nacionalismos periféricos. Podría pensarse, inicialmente,
que esta formación recupera el sentir de la “izquierda tradicional” que siempre
ha sido, en toda Europa, jacobina, partidaria de la unidad de los Estados–Nación
e incluso apisonador de las autonomías regionales. Sin embargo, a poco que se
examina el “espíritu” de Podemos, se
percibe que no es así y que, en su “ultrademocratismo” tiende a ver con buenos
ojos las reivindicaciones del “derecho de autodeterminación” que defienden los
independentistas catalanes y vascos.
En efecto, las palabras “Cataluña”, “Euzkadi”,
“independencia” y “nacionalismo” no aparecen en lugar alguno del programa de Podemos, a diferencia de la palabra
“fascismo” que aparece, sorprendentemente, vinculada a las instituciones
europeas y a sus directivas “racistas y xenófobas”… Si tenemos en cuenta que
las instituciones de Bruselas si pueden ser definidas como algo es como
“ultraliberales”, es evidente que esto casa muy mal con el calificativo de
“fascismo” que reciben en tanto que su orientación es precisamente, su
antítesis: el anti–ultraliberalismo. Pero el universo conceptual en el que se
mueve Podemos es absolutamente
tributario de los mitos y de las confusiones generadas en la postguerra y se
sitúa en el ámbito genérico del “progresismo”, construido más por tópicos que por
razonamientos coherentes. Esta falta de rigor y de coherencia vuelve a
encontrarse en la actitud de este partido ante el Estado, ante los
nacionalismos y ante los procesos independentistas catalán y vasco.
Lo que si aparece en el programa de Podemos y en dos ocasiones es la palabra–mágica
“autodeterminación”. Una de estas referencias no tiene nada que ver con España
y pide una razonable “Política de apoyo a la autodeterminación del Sáhara Occidental. Reconocimiento
del Estado Palestino y exigencia de la devolución íntegra de los territorios
ocupados por Israel”; pero la segunda referencia es mucho más interesante. En el
apartado “Conquistar la libertad, construir la democracia”, se enfatiza la
necesidad de que la población sea consultada en referendos y se propone:
“2.2 – Ampliación y extensión del uso de las
Iniciativas Legislativas Populares en los distintos ámbitos, incluido el
europeo. Ampliación
y extensión de la figura del referéndum vinculante, también para todas las
decisiones sobre la forma de Estado y las relaciones a mantener entre los
distintos pueblos si solicitaran el derecho de autodeterminación. Democratización de todas las
instituciones, incluida la jefatura de los Estados, desde los niveles locales
de la administración a la propia UE, y el nombramiento y control de los órganos
ejecutivos de la UE”.
Así pues, no hay duda: Podemos se sitúa a favor de cualquier tipo de referendo que tenga
que ver con la “autodeterminación” de partes del Estado. No hace falta, pues,
que exista una declaración directa de apoyo a las pretensiones de Artur Mas. Podemos evita pronunciarse sobre si está
a favor o en contra de la independencia –lo que parece comprometido–, y adopta simplemente
una posición ambigua a favor de este tipo de consultas, amagando cuál será su
opción en la misma. Es la eterna trampa en la que han caído todo aquellos que,
presos por sus tópicos ideológicos, terminan considerando que la defensa de la
“unidad del Estado” es cuestión de “fachas” y “franquistas” y que cuantos más
referendos se convoquen para cualquier cuestión, desde las más trascendentales
hasta las más mezquinas, es “positivo para la democracia”.
Referendos ¿hasta
dónde? Idealismos y realidades
Sobre esto cabe señalar dos actitudes: en
primer lugar, valdría la pena que los dirigentes de Podemos fueran capaces de realizar un ejercicio de objetividad:
deberían mirara su alrededor, percibir
el ambiente de apatía, desinterés, ignorancia, empobrecimiento cultural
creciente, para percibir que la inmensa mayoría de la gente carece de
conocimientos e información suficiente como para poder dar un voto razonado que
no sea, simplemente, el producto de su ignorancia.
No se puede reconocer que España está a la cola
de Europa en materia educativa, ni se puede reconocer el proceso de visible
empobrecimiento cultural y brutalización de la sociedad española, para luego
defender el “un hombre, un voto” y el ultrademocratismo. Una cosa es que todos
seamos “iguales” en derechos y otra muy distinta pensar que todos somos iguales
en “capacidades”. En un referéndum sobre política internacional española, no
puede pesar lo mismo el voto de un miembro del cuerpo diplomático o el de un
profesor de geopolítica, que el voto de un ni–ni o de una chony poligonera… Está claro que estos últimos son víctimas de un
sistema educativo frustrado, fracasado y que se ha cuidado especialmente de
amputar la capacidad crítica de las nuevas generaciones (sin olvidar que ese
sistema educativo ha sido obra exclusiva en democracia del PSOE que siempre ha
considerado ese terreno como propio y que se ha opuesto rabiosamente a
cualquier injerencia en la materia…), pero tales son las condiciones en las que
hoy se celebraría cualquier referendo: con una población manipulable por
cualquiera de las partes.
Así pues, es posible admitir las bondades de
los referendos en materias que afectan muy directamente a la totalidad de la
población y sería, efectivamente, de desear que este tipo de consultas se
realizaran más a menudo (por ejemplo, sobre el tema de si España precisa o no
más inmigración), pero cuando se trata de asuntos más graves, más importantes y
de “políticas de Estado”, hace falta expresar las más sólidas reservas.
Crear una nación, romper otra, pertenece a esos
“grandes temas” cuya resolución no puede depender de un electorado que, en
buena medida, ignore lo esencial de la materia. Por otra parte, ninguna Nación
se ha creado gracias a un referéndum; cuando estos se han convocado y han
generado una ha sido porque el conjunto al que pertenecían hasta ese momento
era el producto de un pacto coyuntural realizado en unas condiciones muy
concretas que, una vez desaparecían, situaban a ese Estado ante el vacío (caso
de Yugoslavia creada tras la Primera Guerra Mundial por las potencias aliadas y
para reordenar Europa Central y los Balcanes tras la desmembración del Imperio
Austro–Húngaro, rota durante la Segunda Guerra Mundial, reconstruida por el
mariscal Tito en la postguerra y desmembrada de nuevo a su muerte y tras el
hundimiento del “telón de acero”). No es el caso de España, país que tiene una
existencia histórica y una homogeneidad que se remontan a la noche de los
tiempos.
Nación, nacionalismo y
fondo de la cuestión
Las naciones no se crean porque una generación,
en un momento dado de la historia, lo haya decidido, ni se destruyen porque
otra, en otro tiempo, haya querido ser independiente y lo haya expresado
mediante un referendo. La aparición del “deseo de independencia” denota,
simplemente, la existencia de un desajuste y de un malestar en un momento dado
de la historia, pero no sentencia ni el fin de una Nación, ni el alba de otra.
Las naciones nacen de procesos históricos y
tienen raíces profundas que trascienden con mucho lo que pueda opinar una
generación en un momento dado. Es evidente que si en un Estado funciona
correctamente, si la población progresa y las instituciones funcionan, si la
vida política se desarrolla de manera ponderada y se reconocen derechos
culturales y lingüísticos a una parte y esa parte, sigue manteniendo lealtad
hacia el Estado, los independentismos no prosperarían. Es sólo cuando aparece
una crisis en el Estado, un mal gobierno en el centro y egoísmos nacionalistas
en la periferia, cuando aparecen los procesos independentistas. Ejercer el
derecho de autodeterminación en cada uno de estos dos momentos, dará,
obviamente resultados diferentes, de lo que se deduce que tal derecho no puede
aplicarse a cuestiones que, en sí mismas, están situadas por encima del tiempo
y de las generaciones.
Una “nación” existe cuando tiene raíces
profundas y cuando se ha ido gestando a lo largo de la historia. Sin olvidar,
por supuesto, las condiciones geopolíticas, étnicas, religiosas, etc, que sin
ser determinantes, sí al menos contribuyen a dar “identidad” de conjunto a una
Nación. De hecho, los Imperios históricos que hemos conocido en Europa, han
sido cualquier cosa menos “imperialistas” y, ante todo han sido crisoles de
lenguas, de etnias y de nacionalidades. Unidad, nunca está reñido con
diversidad.
¿Cuál es el fondo de la cuestión? Que existe
“problema nacional” en España porque los nacionalismos periféricos catalán y
vasco, han actuado deslealmente en relación al Estado Español. Han adulterado
la historia, retorciéndola hasta lo ridículo, han ofrecido una visión de su propia
nacionalidad que nada tiene que ver ni con la historia, ni con las raíces y han
construido una “nación” que tiene tanto que ver con la realidad como una planta
de plástico tiene que ver con una real por cuyas hojas corra la savia y la
vida.
En la medida en que la constitución de 1978 se
redactó de manera ambigua y la arquitectura electoral fue elaborada para
generar un régimen de bipartidismo imperfecto, en el cual, cuando alguno de los
dos grandes partidos no tenía la mayoría absoluta debía recurrir a alguno de
los dos partidos nacionalistas para poder gobernar, el peso del nacionalismo
catalán y vasco, quedó sobredimensionado. A partir de entonces, ambos
nacionalismos pasaron a extorsionar cada vez más al Estado para aumentar, no
solamente el techo autonómico, sino su dotación presupuestaria y sus manos
libres en materia educativa y cultural. El resultado ha sido el que conocemos
que no es independiente del “sentir” de los nacionalistas.
Pero, a fin de
cuentas, ¿qué es el nacionalismo?
Porque, otro de los errores–clave de Podemos consiste en apoyar los “procesos
de autodeterminación”… ignorando que están dirigidos y condicionados por el
nacionalismo e ignorando, por tanto, lo que es precisamente el nacionalismo.
Históricamente la Nación surge entre las guillotinas de la Revolución Francesa,
cuando cae la monarquía, y el “Reino” pasa a ser “Nación”, cambiando el
protagonismo del Rey a los “ciudadanos”. Pero, en realidad, tal cambio implica
un tránsito del poder de la aristocracia a la burguesía. Es la burguesía la que
crea todos los nacionalismos y, por tanto, esta ideología está vinculada a sus
intereses como grupo social. En el momento en el que en algún lugar de un
Estado–Nación aparece una burguesía pujante, homogénea, vinculada por lazos de
sangre o por lazos económicos (y frecuentemente por los unos y por los otros
entremezclados) esa burguesía tiende siempre, automáticamente, a generar un
“nacionalismo” y abordar el “proceso de construcción nacional”, partiendo algún
“hecho diferencial” (la lengua, el RH…) que tiende a magnificarse.
Ese proceso se ha dado en España desde que las
circunstancias históricas de la segunda mitad del siglo XIX, por distintos
motivos, generaron el que en Cataluña y en Euzkadi aparecieran burguesías
regionales en torno a las cuales se articuló el nacionalismo. Pero quien dice
“burguesía local” está diciendo también capitalismo local. Esas burguesías
fueron las clases sociales explotadoras contra las que la izquierda trató de
movilizar al proletariado (“que no tiene patria”). Un partido de
izquierdas como es Podemos, debería haber realizado un análisis de la génesis de los
nacionalismos catalán y vasco, examinar sus “logros” desde 1978 y condenarlos
sin más dilación como instrumentos de las altas burguesías locales que explotan
(y crean de la nada mediante intelectuales retribuidos) unas visiones
“nacionales” que apelan a la emotividad y el sentimentalismo de las poblaciones
y a las que estas pueden hacer caso en tiempos de crisis.
En lugar de eso, Podemos lo que ha hecho ha sido adoptar la vía más incoherente: “ejercer el derecho al voto es democracia,
queremos más democracia, luego ejerzamos el derecho al voto cuantas más veces
mejor y no importa sobre qué tema, ni el resultado que pueda tener esta orgía de
consultas”…
Nacionalismo y
globalización
Pero este apoyo a los “derechos de
autodeterminación” y a lo que implican es todavía más insensato si tenemos en
cuenta el actual momento histórico en el que el “enemigo principal” no es otro
que la Globalización. La globalización es una apisonadora de pueblos, la
creación de un mercado mundial en manos de especuladores, alta finanza y
neocapitalismo salvaje operando en un territorio propio: “los mercados”. Si
aceptamos esto, deberemos aceptar también que para defenderse de la
globalización hace falta poner palos en sus engranajes y establecer barreras
defensivas. Algunas ya existen: son los Estados Nacionales.
La existencia de un Estado Nacional implica la
existencia de un arsenal legislativo, de instituciones, de barreras con fuerza
coactiva y disuasiva para quienes intenten atentar contra los intereses de la
población. De ahí que la globalización sea incompatible con las fronteras
nacionales, porque estas implican la existencia de Estados Nación que pueden
oponerse a su rodillo. No es raro que una de las armas de la globalización sea
precisamente el controlar a los Estados mediante la deuda pública, aumentarla y
hacerlos depender de los poseedores de sus títulos que, además, cobran por ello
intereses.
Así pues, puede establecerse este axioma: en
las actuales circunstancias históricas, todo aquello que tienda a debilitar a
los Estados Nacionales existentes y a romperlos en unidades menores y, por
tanto, más vulnerables, es negativo. En cambio, todo aquello que tiende a la
cooperación entre Estados Nacionales para crear espacios económicos
desconectados del proceso de globalización, es positivo. Por eso, quien no
asume hoy la defensa del Estado Español trabaja en beneficio de los intereses
de la globalización.
Habría que añadir también que la principal
tarea histórica de nuestros días consiste en restaurar la autoridad y la
dignidad del Estado, caído –como en el caso español– sobre el estiércol por
culpa de la mala gestión, la ineficiencia y la corrupción de una clase política
que debe desaparecer en la oscuridad de las prisiones. Sin una regeneración del
Estado Español es imposible que éste cumpla sus fines. Y “regeneración” no
quiere decir “desintegración” ni siquiera “desagregación”.
Conclusión: otro fallo
argumental de Podemos
Podemos insiste mucho en que es un
movimiento que lucha contra la globalización. Debería de demostrarlo en su
programa. Hoy, es evidente, que todos los que nos sentimos incómodos con la
actual situación de nuestro país, estamos situados ante la necesidad de
establecer un “modelo de Estado”. Ese modelo debe garantizar, de un lado justas
políticas sociales para nuestro pueblo (y aquí hay que distinguir entre
“nosotros” y “los otros”, no en vano, manifestar la solidaridad por un malgache
o zambiano o un habitante de las Galápagos, está muy bien… cuando se hayan
resuelto los problemas y los derechos de nuestro pueblo en nuestra tierra), de
otro integridad, dignidad, estabilidad y viabilidad del Estado (cuanto más
fuerte es un Estado más está en condiciones defender los derechos y el
bienestar de sus ciudadanos) y esto es incompatible con la inflación de
referendos vinculantes que propone
Podemos.
La “regeneración” del Estado Español no implica
el apisonamiento de las autonomías y de las características regionales, lo que
implica es que en esas autonomías existan libertades tan básicas e
indiscutibles como para elegir el idioma en el que se quieren que sean educados
los hijos, implica rigor en los conceptos culturales e históricos que se
enseñanza al margen de la lengua en la que se enseñan, implica tolerancia y
libertad… algo que ningún nacionalismo ha podido soportar nunca.
A fin de cuentas, quien dice nacionalismo dice
sobrevaloración de la propia nación en relación a otras y, finalmente, enfrentamientos
con las otras. Quien dice nacionalismo dice manipulación de la emotividad y de
los sentimientos de apego a la tierra natal. Quien dice nacionalismo dice
hegemonía de las burguesías locales y postración ante los intereses de estas
entendidas abusivamente como “intereses nacionales”… Y, finalmente, quien dice
nacionalismo dice debilidad ante la globalización.
Por todo ello, nos resulta imposible entender
la incoherencia de los planteamientos de Podemos
ante estos problemas y percibimos aquí otro error de planteamiento que
puede ser “fatal” para el futuro de un partido hoy en ascenso.
(c) Ernesto Milá - infokrisis -ernesto.mila.rodri@gmail.com - Prohibida la reproducción de este artículo sin indicar origen.