Desde ahora hasta la
semana antes de las elecciones europeas, las encuestas que se irán publicando
intentarán anticiparse a los resultados electorales del 25 de mayo. Pocas veces
como esta ha resultado tan fácil realizar una aproximándose a los resultados, avalados
únicamente por el sentido común y sin necesidad de recurrir a un sondeo.
Algunos resultados son particularmente previsibles y permiten avanzar una
interpretación de los mismos.
Victoria de la
desafección
La suma de abstención, voto nulo y voto en
blanco, seguramente se aproximará al 50% del electorado. Tradicionalmente, las
elecciones europeas han registrado los más altos porcentajes de abstención,
pero en esta ocasión en donde el electorado está cansado de una crisis que se
prolonga ya por espacio de siete años, espacio de tiempo en el que los dos
grandes partidos han gestionado ex aequo
el poder, es normal que ambos salgan malparados.
Poco importa quién quedará el primer lugar, la
candidata socialista o Arias Cañete. Ambos son políticos de bajo perfil. Para
Elena Valenciano es una “patada para arriba”, lo máximo a lo que puede aspirar
la antigua telefonista de la sede de Ferraz. Rajoy, en cambio, ha decidido
enviar a Arias Cañete quien, con su experiencia ministerial, aspira a un cargo
de comisario en Bruselas. Eso, o hacer pasillos como opositor. En cualquiera de
los dos casos, lo que parece seguro es que ambos partidos reduzcan diferencias
y pierdan diputados en relación a los que tienen actualmente.
Más interesante es la situación de los partidos
minoritarios: Izquierda Unida arañará algún diputado procedente del desgaste
del PSOE, y el partido de Albert Rivera ganará otros procedentes del PP. UPyD
parece estancada en su crecimiento. Y los dos partidos nacionalistas, CiU y PNV
disminuirán acosados por los independentistas que mejorarán resultados. Es
posible que ERC doble su representación y que los abertzales retornen a Bruselas. Es pronto para saber si Vox estará
presente o no: aparece en unas encuestas y en otras no.
Pocas sorpresas pueden haber. El dato al que
hay que atender es a esa suma de votos en blanco, nulos y de abstencionismo que
puede llegar a ser histórica, así como los niveles de caída de los dos grandes
partidos. Es, a partir de estos detalles sobre los que podemos establecer dos
conclusiones, una en clave europea y la otra deducible de la situación
nacional.
“Europa no emociona”
En los años de la transición, uno de los
impulsos transversales que recorrieron el país fue la integración en Europa. De
hecho, era una necesidad de supervivencia para el escuálido capitalismo
español, gestado durante el “desarrollismo” franquista, el abrirse a los
mercados europeos. Fue éste y no otro el verdadero impulso de la transición.
Para tal integración era preciso un sistema democrático formal que permitiera
tanto la aceptación por parte de las entonces llamada “Comunidades Europeas”,
como de la OTAN.
Una vez dentro, la reconversión industrial
supuso la primera gran decepción, paliada con la llegada de fondos
estructurales. Poco después de que se agotara este filón llegó la crisis de
2008. Antes, la llegada del euro encareció la cesta de la compra y empezó a
percibirse el problema de manejar una moneda cuyo control escapaba al Estado
español. Hoy, en 2014, pocos creen ya en las bondades de la Unión Europea e
incluso en su viabilidad.
Sin olvidar la potente burocracia asentada en
Bruselas que hace de la existencia del Parlamento Europeo lo más parecido a un
simulacro democrático. La diferencia de regímenes fiscales, la competencia
entre los distintos aparatos productivos nacionales y la merma de derechos
sociales, tienen como trasfondo la huida neoliberal hacia adelante. No es raro
que las masas europeas se desinteresen de algo que, no solamente perciben como
lejano, sino también como inútil o, incluso, perjudicial. El fantasma del
“euroescepticismo” recorre toda Europa y se concreta en voto a partidos
disidentes y altos niveles de abstención.
“El bipartidismo ha muerto en España”.
La caída de votos de PP y PSOE es una novedad:
hasta ahora ambos partidos se disputaban el espacio de centro y era allí en
donde se decidían las elecciones. Los votos que obtenían parecían unidos por
vasos comunicantes. Nunca antes habían descendido los dos en relación a una
elección del mismo nivel. El PSOE todavía no se ha repuesto del zapaterismo ni
de la crisis de la socialdemocracia europea. En cuanto al PP, cuesta encontrar
un solo argumento en su defensa.
En toda Europa centro-derecha y
centro-izquierda han entrado en crisis en los últimos años. Durante un tiempo,
el electorado ha vagado –en virtud de los vasos comunicantes– decepcionado por
conservadores y luego decepcionado por socialdemócratas. Este ciclo se ha
repetido varias veces en Europa Occidental desde 1945, pero en la actualidad
parece haber llegado a su fin. El electorado busca otras opciones y allí donde
están claras, les entrega su voto (caso de Francia con el Front National, del
Reino Unido con el UKIP, de Austria con el FPÖ y así sucesivamente).
En España el desgaste del centro-derecha y del
centro-izquierda se ha consumado en apenas 30 años, cuarenta menos que en el
resto de Europa occidental. Ahora ya es irreversible y si se ha logrado
mantener durante tres décadas ha sido gracias a la arquitectura electoral que
acompañaba al a Constitución de 1978.
El “alma” del sistema democrático español es el
bipartidismo imperfecto que garantiza la facilidad para obtener mayorías
absolutas, merced a la Ley d’Hont, y al mismo tiempo, la posibilidad de contar
con el apoyo de partidos regionales en caso de no alcanzarlas. El sistema, en
teoría razonable, se ha mostrado perverso en su aplicación práctica: ha generado,
directamente, los más alarmantes niveles de corrupción existentes en estos
momentos en Europa que, por sí mismos, bastan para caracterizar este período de
nuestra historia como el “período de la corrupción” (como la Restauración fue
el período del caciquismo).
A pesar de todo, la Constitución y el
bipartidismo hubieran resistido la erosión de no ser por la crisis iniciada en
2007. Pero la crisis, que primero fue económica, al prolongarse, pasó a ser
social. Su persistencia hizo que mutara, finalmente, y se transformara en
crisis política.
Si el sistema nacido en 1978 se mantiene sobre
la “banda de los cuatro” (PP+PSOE+CiU+PNV) parece evidente que las tendencias
actuales indican que todo se está tambaleando: PP y PSOE descienden en las
encuestas, aumenta la desafección, CiU está inmersa en su aventura separatista
y el PNV observa el proceso para lanzarse a su vez. Para colmo, el
abstencionismo, deslegitimiza los resultados electorales cuando se aproxima al
50%. Y hay todavía otro elemento.
Aparecen nuevas opciones políticas. Los
partidos nacionalistas han visto el ascenso de partidos independentistas que
corren el riesgo, tanto en Cataluña como en la Comunidad Vasca, de superarlos,
lo que, unido a las nuevas siglas generadas por la crisis del PP y del PSOE,
hacen que el panorama político se vaya atomizando poco a poco y hayamos entrado
en una fase de “italianización”. Las próximas elecciones municipales acentuarán
esta tendencia y en las generales muchas más siglas estarán presentes en el
Grupo Mixto. Sin contar con que en el parlamento autonómico catalán están
presentes en estos momentos siete siglas.
Solamente una recuperación económica brusca y
la también improbable absorción de dos millones de parados por parte de un
mercado laboral maltrecho, podría revitalizar la intención de voto de los dos
grandes partidos… Una perspectiva lejana que tiene su contrapartida en el
término de la época de las mayorías absolutas y en la entrada en los gobiernos
de coalición, siempre inestables y en peligro de ruptura a causa de cualquier
encuesta de intención de voto desfavorable.
El final del bipartidismo en España, es algo
más que el final de una época, es el hundimiento del sistema de equilibrios y
de fuerzas nacido de la Constitución de 1978. Difícilmente un sistema diseñado
como bipartidista, podría sobrevivir al hundimiento de los dos grandes partidos
y a la perspectiva de atomización del parlamento.
Por todo ello, resulta fácil prever que inestabilidad
y ausencia de alternativa, tales son los dos elementos que se evidenciarán en
la política española partir del 25 de
mayo.
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