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miércoles, 23 de abril de 2014

Lo que nos van a enseñar las elecciones europeas


Desde ahora hasta la semana antes de las elecciones europeas, las encuestas que se irán publicando intentarán anticiparse a los resultados electorales del 25 de mayo. Pocas veces como esta ha resultado tan fácil realizar una aproximándose a los resultados, avalados únicamente por el sentido común y sin necesidad de recurrir a un sondeo. Algunos resultados son particularmente previsibles y permiten avanzar una interpretación de los mismos.

Victoria de la desafección

La suma de abstención, voto nulo y voto en blanco, seguramente se aproximará al 50% del electorado. Tradicionalmente, las elecciones europeas han registrado los más altos porcentajes de abstención, pero en esta ocasión en donde el electorado está cansado de una crisis que se prolonga ya por espacio de siete años, espacio de tiempo en el que los dos grandes partidos han gestionado ex aequo el poder, es normal que ambos salgan malparados.

Poco importa quién quedará el primer lugar, la candidata socialista o Arias Cañete. Ambos son políticos de bajo perfil. Para Elena Valenciano es una “patada para arriba”, lo máximo a lo que puede aspirar la antigua telefonista de la sede de Ferraz. Rajoy, en cambio, ha decidido enviar a Arias Cañete quien, con su experiencia ministerial, aspira a un cargo de comisario en Bruselas. Eso, o hacer pasillos como opositor. En cualquiera de los dos casos, lo que parece seguro es que ambos partidos reduzcan diferencias y pierdan diputados en relación a los que tienen actualmente.

Más interesante es la situación de los partidos minoritarios: Izquierda Unida arañará algún diputado procedente del desgaste del PSOE, y el partido de Albert Rivera ganará otros procedentes del PP. UPyD parece estancada en su crecimiento. Y los dos partidos nacionalistas, CiU y PNV disminuirán acosados por los independentistas que mejorarán resultados. Es posible que ERC doble su representación y que los abertzales retornen a Bruselas. Es pronto para saber si Vox estará presente o no: aparece en unas encuestas y en otras no.

Pocas sorpresas pueden haber. El dato al que hay que atender es a esa suma de votos en blanco, nulos y de abstencionismo que puede llegar a ser histórica, así como los niveles de caída de los dos grandes partidos. Es, a partir de estos detalles sobre los que podemos establecer dos conclusiones, una en clave europea y la otra deducible de la situación nacional.

“Europa no emociona”

En los años de la transición, uno de los impulsos transversales que recorrieron el país fue la integración en Europa. De hecho, era una necesidad de supervivencia para el escuálido capitalismo español, gestado durante el “desarrollismo” franquista, el abrirse a los mercados europeos. Fue éste y no otro el verdadero impulso de la transición. Para tal integración era preciso un sistema democrático formal que permitiera tanto la aceptación por parte de las entonces llamada “Comunidades Europeas”, como de la OTAN.

Una vez dentro, la reconversión industrial supuso la primera gran decepción, paliada con la llegada de fondos estructurales. Poco después de que se agotara este filón llegó la crisis de 2008. Antes, la llegada del euro encareció la cesta de la compra y empezó a percibirse el problema de manejar una moneda cuyo control escapaba al Estado español. Hoy, en 2014, pocos creen ya en las bondades de la Unión Europea e incluso en su viabilidad.

Sin olvidar la potente burocracia asentada en Bruselas que hace de la existencia del Parlamento Europeo lo más parecido a un simulacro democrático. La diferencia de regímenes fiscales, la competencia entre los distintos aparatos productivos nacionales y la merma de derechos sociales, tienen como trasfondo la huida neoliberal hacia adelante. No es raro que las masas europeas se desinteresen de algo que, no solamente perciben como lejano, sino también como inútil o, incluso, perjudicial. El fantasma del “euroescepticismo” recorre toda Europa y se concreta en voto a partidos disidentes y altos niveles de abstención.

“El bipartidismo ha muerto en España”.

La caída de votos de PP y PSOE es una novedad: hasta ahora ambos partidos se disputaban el espacio de centro y era allí en donde se decidían las elecciones. Los votos que obtenían parecían unidos por vasos comunicantes. Nunca antes habían descendido los dos en relación a una elección del mismo nivel. El PSOE todavía no se ha repuesto del zapaterismo ni de la crisis de la socialdemocracia europea. En cuanto al PP, cuesta encontrar un solo argumento en su defensa.

En toda Europa centro-derecha y centro-izquierda han entrado en crisis en los últimos años. Durante un tiempo, el electorado ha vagado –en virtud de los vasos comunicantes– decepcionado por conservadores y luego decepcionado por socialdemócratas. Este ciclo se ha repetido varias veces en Europa Occidental desde 1945, pero en la actualidad parece haber llegado a su fin. El electorado busca otras opciones y allí donde están claras, les entrega su voto (caso de Francia con el Front National, del Reino Unido con el UKIP, de Austria con el FPÖ y así sucesivamente).

En España el desgaste del centro-derecha y del centro-izquierda se ha consumado en apenas 30 años, cuarenta menos que en el resto de Europa occidental. Ahora ya es irreversible y si se ha logrado mantener durante tres décadas ha sido gracias a la arquitectura electoral que acompañaba al a Constitución de 1978.

El “alma” del sistema democrático español es el bipartidismo imperfecto que garantiza la facilidad para obtener mayorías absolutas, merced a la Ley d’Hont, y al mismo tiempo, la posibilidad de contar con el apoyo de partidos regionales en caso de no alcanzarlas. El sistema, en teoría razonable, se ha mostrado perverso en su aplicación práctica: ha generado, directamente, los más alarmantes niveles de corrupción existentes en estos momentos en Europa que, por sí mismos, bastan para caracterizar este período de nuestra historia como el “período de la corrupción” (como la Restauración fue el período del caciquismo).

A pesar de todo, la Constitución y el bipartidismo hubieran resistido la erosión de no ser por la crisis iniciada en 2007. Pero la crisis, que primero fue económica, al prolongarse, pasó a ser social. Su persistencia hizo que mutara, finalmente, y se transformara en crisis política.

Si el sistema nacido en 1978 se mantiene sobre la “banda de los cuatro” (PP+PSOE+CiU+PNV) parece evidente que las tendencias actuales indican que todo se está tambaleando: PP y PSOE descienden en las encuestas, aumenta la desafección, CiU está inmersa en su aventura separatista y el PNV observa el proceso para lanzarse a su vez. Para colmo, el abstencionismo, deslegitimiza los resultados electorales cuando se aproxima al 50%. Y hay todavía otro elemento.

Aparecen nuevas opciones políticas. Los partidos nacionalistas han visto el ascenso de partidos independentistas que corren el riesgo, tanto en Cataluña como en la Comunidad Vasca, de superarlos, lo que, unido a las nuevas siglas generadas por la crisis del PP y del PSOE, hacen que el panorama político se vaya atomizando poco a poco y hayamos entrado en una fase de “italianización”. Las próximas elecciones municipales acentuarán esta tendencia y en las generales muchas más siglas estarán presentes en el Grupo Mixto. Sin contar con que en el parlamento autonómico catalán están presentes en estos momentos siete siglas.

Solamente una recuperación económica brusca y la también improbable absorción de dos millones de parados por parte de un mercado laboral maltrecho, podría revitalizar la intención de voto de los dos grandes partidos… Una perspectiva lejana que tiene su contrapartida en el término de la época de las mayorías absolutas y en la entrada en los gobiernos de coalición, siempre inestables y en peligro de ruptura a causa de cualquier encuesta de intención de voto desfavorable.

El final del bipartidismo en España, es algo más que el final de una época, es el hundimiento del sistema de equilibrios y de fuerzas nacido de la Constitución de 1978. Difícilmente un sistema diseñado como bipartidista, podría sobrevivir al hundimiento de los dos grandes partidos y a la perspectiva de atomización del parlamento.

Por todo ello, resulta fácil prever que inestabilidad y ausencia de alternativa, tales son los dos elementos que se evidenciarán en la política española  partir del 25 de mayo.

(c) Ernesto Milá - info-krisis - ernesto.mila.rodri@gmail.com - Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen