Hace poco me vi envuelto en una polémica
bastante absurda sobre los méritos del UKIP (estrella ascendente de la política
británica) y los del BNP (eterna promesa que aspira a jugar en las “ligas
mayores”). Dado lo pedestre de estas polémicas en la red, también aquí se
produjo la habitual confusión: para unos de lo que se trataba era de demostrar
quienes eran “los camaradas” (y en esto, cualquier opinión vale: porque para
unos el “camarada” es el que responde a los emails, o el que dispone de más
skins entre su militancia, o acaso el que saca de paseo más banderas de la Union Jack en sus manifestaciones)… para
mí, el problema era diferente: se trataba comentar la noticia sobre que Nigel
Farage era el político mejor valorado y el único que aprobaba ante la opinión pública
por delante de conservadores, laboristas y liberales. Y lo que planteaba era
que esta era una “buena noticia”. Lo sigo manteniendo.
La crisis pasa
factura a los partidos tradicionales
Vale la pena recordar que en julio de 2013 se
cumplirá el sexto aniversario del inicio de la crisis y que, por el momento,
seguimos dentro del túnel en el que nos ha colocado la globalización y la
sucesión de catástrofes económicas que derivaron de la primera crisis
inmobiliaria norteamericanas (el episodio de las subprimes) que se contagió a todo el mundo y arrastró al estallido
de la burbuja inmobiliaria española con las consecuencias que todos conocemos.
Cuando se va ya por el sexto año de la crisis
todo induce a pensar que las soluciones tradicionales de derechas y de
izquierdas, o mejor de centro–derecha y de centro–izquierda, han fracasado en
toda Europa. La crisis ha pasado factura a quien se encontraba en el poder en
el momento en que se desencadenó, pero seis años son suficientes como para que
quienes estaban entonces en la oposición hayan sufrido la erosión: es el precio
a no tener redaños para criticar la estructura globalizada de la economía
mundial, ni condenar taxativamente la economía especulativa, ni haber hecho
nada para desmontar los paraísos fiscales, ni prohibir simplemente los “productos
bursátiles” más absurdos y arriesgados.
El poder del dinero es tal –la plutocracia–
que las alternativas clásicas de centro–derecha y centro–izquierda se encuentran
desprestigiadas por completo a ojos de la opinión pública. Esta crisis, en su
actual configuración, promete durar más que la de 1929 que solamente terminó
cuando Inglaterra y Francia convirtieron un conflicto regional germano–polaco
en una guerra mundial presionados por la plutocracia anglosajona que precisaba
entonces urgentemente de una guerra para poner en marcha nuevamente los
mecanismos de producción y consumo.
A diferencia de la crisis del 29, en esta ha
aparecido un fenómeno nuevo: no solamente los partidos tradicionales pierden
fuelle, sino también los medios de comunicación que hasta no hace mucho habían
sido mayoritarios, creídos y leídos por las masas. La irrupción de nuevas
formas de comunicación y muy especialmente de Internet ha hecho que solamente
mediante las subvenciones y los subsidios los medios de comunicación
tradicionales puedan sobrevivir. Pero, con la contrapartida, de una mayor
servidumbre y de la práctica de una fidelidad perruna hacia el partido de
gobierno: y esto ha acelerado su pérdida de credibilidad entre las masas. Y, no
lo olvidemos, pierde influencia también cualquier tipo de estructura social que
hayamos conocido hasta ahora: los sindicatos, la Iglesia, la familia…
En toda Europa, los partidos hasta ahora
tradicionales, están en crisis: es el UKIP en el Reino Unido, es Cinque Stelle
en Italia, es el Amanecer Dorado y su contrapartida de izquierdas en Grecia, es
en Francia el Front National, en Alemania la opción de izquierdas de Lafontaine
y en los países del Este un renovado auge de la extrema–derecha y de la extrema–izquierda.
Es, en España también el crecimiento en intención de voto de C’s, de UPyD y,
por supuesto, de Izquierda Unida.
No podía ser de otra forma: cuando los
partidos tradicionales no logran sacar a un país el bache, antes o después se
produce una defección del electorado. Por eso decíamos hace seis años que la
crisis económica se traduciría en un aumento del paro y, en breve espacio de tiempo
mutaría hacia la crisis social y que, de persistir, se convertiría en una
crisis política. Lo que no intuíamos hace seis años es que esta crisis iba a ser
generalizada en toda Europa.
El bipartidismo
como eje central de los sistemas políticos occidentales
Desde la Segunda Guerra Mundial la mayoría de
constituciones europeas están calcadas entre sí y constituidas a efectos de
obtener que dos partidos mayoritarios, siempre, uno de centro–izquierda y el
otro de centro–derecha, se vayan turnando en el poder en solitario o bien
acompañados por un tercer partido menor en gobierno de coalición dentro de
Estados que tienen una arquitectura constitucional de lo que se ha llamado “bipartidismo
imperfecto”. El paso del tiempo ha hecho incluso que países en los que,
inicialmente se tenía un sistema multipartidista, poco a poco, las sucesivas
reformas en la ley electoral, realizadas para cortar el acceso a nuevos actores
políticos, se hayan transformado en escenarios bipartidistas como en el caso de
Francia.
Por otra parte, los valores aupados y
trasladados por los medios de
comunicación han tendido a loar, glosar y ensalzar las opciones “moderadas”,
esto es, centristas y a considerar cualquier otro como “extremista” y, por
tanto, como rechazable. Pero, en un período de crisis, todo esto ya no vale y
lo que cuenta es, precisamente, la capacidad de los gobiernos para superar la
crisis. La muerte de las ideologías en la segunda mitad del siglo XX, ha
generado la migración del electorado hacia las opciones más “eficientes”, si
esta eficiencia está ausente, antes o después, se produce el abandono por parte
del electorado. El hecho de que también los medios de comunicación sufran una
crisis de credibilidad les inhabilita para jugar un papel de “retorno al redil”
sobre la opinión pública.
Los sistemas electorales diseñados y puestos
en práctica favorecen especialmente la alternancia en el poder de los partidos
mayoritarios y están hechos para beneficiar a estas opciones, así como los
sistemas de subvención por voto, como también lo está la legislación de
publicidad gratuita. Se ha tratado desde 1945 que solamente pueden destacar los
partidos “centristas” de derechas e izquierdas. El resto, aun cuando tengan
seguimiento electoral, incluso superior al 20%, ni siquiera tienen
representación en el parlamento.
Todo esto ha funcionado hasta la crisis, pero
su hundimiento es inevitable. Por todas partes, los grandes partidos se han
visto afectados por escándalos de corrupción y especialmente por falta de
capacidad para reaccionar drásticamente para superar la situación de quiebra
nacional de muchos países.
Así pues, lo que está fallando no es
solamente el partido tal de centro–derecha o el partido cual de centro–izquierda,
sino el propio sistema en su arquitectura. Durante unos años, todo parecía
controlado, no había elementos nuevos: no era algo extraordinario el que el “país
real” fuera por un lado y el “país oficial” por otro, los partidos pequeños
seguían siendo pequeños y los grandes, a pesar de su ineficiencia, seguían
siendo grandes. Pero la persistencia y la prolongación de la crisis también ha
arrojado un elemento nuevo: por primera vez desde 1945 los “grandes” se
arriesgan a perder su situación privilegiada, mientras que los “pequeños” van a
estar en apenas dos o tres años, en condiciones de codearse e incluso de
superar a los que hasta ahora eran los únicos gerentes de sus países.
Del bipartidismo a
la inestabilidad
Y este dato es extraordinariamente importante
para el futuro: arquitecturas constitucionales
diseñadas para una alternancia bipartidista (perfecta o imperfecta), bruscamente, van a ver como
ascienden nuevas fuerzas políticas mientras que las hasta ahora han sido
tradicionales y han gestionado estos sistemas, se contraen. La era del bipartidismo
imperfecto está a punto de terminar en toda Europa… pero los sistemas políticos
están diseñados solamente para ser gerenciados por la alternancia de dos
partidos.
Esto introduce un elemento de INESTABILIDAD
en el seno del sistema político de casi todos los países europeos. Y, si bien
para los conservadores, esta inestabilidad es sinónimo casi de un elemento
satánico filtrado, para los que creemos que los sistemas políticos creados
desde 1945 en Europa deben ser
rápidamente sustituidos por formas más eficientes y racionales, la desaparición del bipartidismo es la condición
sine qua non para poder operar reformas más profundas.
La crisis, tal como preveíamos en 2007, está
terminando por ser una crisis política y una crisis de este tipo no se resuelve
con inversiones, subsidios, ni policías, se resuelve solamente mediante la
construcción de un nuevo diseño constitucional. Nada de todo ello podría
hacerse si el bipartidismo prolongara su influencia por toda la eternidad. Así
pues, la salida a la superficie de nuevas fuerzas políticas, sean del tipo que
sean, no debe ser tomado como una contingencia sin interés, sino como un factor
de esperanza: cualquier voto que va a
parar a una de estas nuevas opciones es un voto de rechazo al bipartidismo, un
voto decepcionado por el bipartidismo, un voto de rechazo.
¿Amigos, enemigos,
“camaradas”?
Las décadas del bipartidismo han traído tres
lacras: corrupción, partidocracia,
irresponsabilidad. La corrupción consiste en convertir la tarea de servicio
a la comunidad, la política, en una actividad lucrativa y en la habilidad para
desviar dinero público a bolsillos particulares. Toda la clase política sin
excepción practica este “arte”. La partidocracia es una degeneración de la democracia
en la que el poder y el interés de los partidos se sitúan por encima del interés
común. La irresponsabilidad consiste en el desprestigio de la política y en el
hecho de que no son precisamente élites intelectuales o morales las que se
dedican a esta actividad sino ambiciosos sin escrúpulos, psicópatas o
simplemente inútiles que han advertido que estar a la sombra del poder es la
única forma para realizar grandes negocios especulativos sin necesidad de
trabajar.
Si bien es cierto que en Europa existe un
rechazo generalizado a la corrupción de la clase política, es mucho menor el
rechazo a la partidocracia y todavía no se percibe con claridad los efectos de
la irresponsabilidad a la que hemos aludido. De ahí que es presumible que las
opciones políticas emergentes alberguen todavía muchas lacras habituales en los
viejos partidos mayoritarios. No se pasa de un “mundo de mierda” a un “mundo de
oro” sin etapas intermedias y nunca cuando en momentos como en la actualidad la
situación política está excesivamente “podrida” y la inmoralidad arraiga
incluso en partidos que alardean de ser “honestos” (¿cuántos líderes incapaces
de estos pequeños partidos viven de la política sin tener condiciones,
inteligencia ni preparación, apropiándose de las cuotas pagadas por sus
afiliados y sin tener intención jamás de acceder, ni facilitar los libros de
cuentas, ni la relación de los afiliados, ni de realizar prácticas “abiertas”, “transparentes”
y “no corruptas”… desde Rosa Díez, hasta el último mono (y últimos monos hay
muchos), en la inmensa mayoría de partidos “alternativos” se realizan tales
prácticas que desdicen la “honestidad” proclamada. En política, hoy, ni hay “mirlos
blancos”, ni “vírgenes puras”, ni “prácticas diáfanas” y no interesadas. Vale
la pena reconocerlo para evitar lamentos futuros y desengaños previsibles.
En estas circunstancias, en las que la
población y las masas están completamente desinteresadas por la acción política,
no solamente por las doctrinas sino también por las concepciones del mundo, e
incluso por las fórmulas para salir de la crisis y lo único que aspiran es a
que se “resuelva lo suyo”, es evidente que no tiene mucho sentido hablar de “marxistas”
(IU no tiene ya nada del antiguo marxismo–leninismo, como máximo mantiene en su
imaginario los tópicos de la izquierda comunista, pero del marxismo como
doctrina ya no queda nada, y por lo mismo, tampoco en las opciones de extrema–derecha
puede hablarse de “grandes ideologías” que solamente interesan y conocen de
manera muy limitada unos pocos de sus militantes, ideologías mal definidas y
peor practicadas), de “socialistas”, de “conservadores”, de “fascistas”, de “patriotas”,
de “alternativos”, de “identitarios”, de “nueva izquierda”… cualquier debate
político–ideológico se realiza sobre una tierra yerma, y da resultados
pobrísimos y siempre de compromiso. Esto ocurre por la caída en picado de los
niveles culturales de las masas, uno de los factores requeridos y aplicados por
el bipartidismo para poder prolongar su dominio.
En esta situación y en los próximos años no
habrá “camaradas”, entendiendo por tales los miembros de una sola comunidad de
ideas lo suficientemente extendida como para que no sea una secta y lo
suficiente abierta como para entender e integrar todos los aspectos de la
modernidad. Hay “coincidencias”, hay “amigos”, hay “compañeros de viaje”, pero
difícilmente “camaradas” y si esta idea implica una "comunión de ideas" que vaya más allá de cuatro coincidencias accidentales, especialmente si nos atenemos a grupos mayores de 25–50 personas.
Precisamente, otro de los rasgos del actual panorama político es la atomización
de las opciones doctrinales, la falta de liderazgo de los dirigentes y el que
dentro de cada opción, cada militante tenga posiciones personales, sometiéndose
a la dirección, simplemente por interés y para no quedar mal situado en caso de
que su opción logre gestionar en algún momento el poder. Por lo demás, en la
totalidad de los partidos políticos existentes el nivel de preparación de la
militancia es sencillamente ínfimo.
A la espera de la “gran
síntesis”
Estamos hablando de un tiempo de transición, nuestro tiempo, en el que todavía es pronto para
formar nuevas síntesis doctrinales de carácter global. Hoy lo que existen
son apenas respuestas parciales (las tiene el 15–M, las tienen algunos
conservadores, y creen que las tienen otras opciones marginales) pero, de la
misma forma que no existen líderes dignos de tal nombre, tampoco existen,
fórmulas doctrinales realistas y de síntesis que, aplicadas puedan resolver los
grandes problemas del siglo XXI. En estos
tiempos de transición no hay nada definitivo, todo es inestable, temporal,
convulso. Estamos asistiendo a las convulsiones del parto de un mundo nuevo
que será radicalmente diferente al que hemos conocido, pero que todavía
ignoramos cómo será y qué rasgos tendrá.
En esta situación,
hay que abordar cualquiera de las nuevas opciones políticas que van apareciendo
CON RESERVAS MENTALES, nunca como algo definitivo. Hay, pues, que practicar
cierto situacionismo: cada momento político tiene su opción más adecuada y cada
problema su solución en una u otra zona del arco político. Pero, a fuerza de
ser objetivos, deberemos reconocer que ningún espacio político tiene todas las
respuestas para el futuro: además, los problemas, no son solamente políticos, o doctrinales, no
son tampoco solamente sociales o económicos, son de todo tipo, estratégicos,
tácticos… y las respuestas que pueda haber nunca están concentradas solamente
en una sigla o en una revista o en un programa, están dispersos y queda todavía
por hacer el esfuerzo de síntesis.
Así pues, la única actitud consecuente en este momento es la de permanecer
vigilantes y con la mentalidad abierta. Lo peor, en cambio, es recluirse en
sectas o en el pensamiento propiamente sectario que es, a la vez, dogmático y
maniqueo. Lo importante es no forjarse falsas esperanzas, no conceder a nadie,
a ninguna sigla ni a ningún líder, el apoyo total sin ningún tipo de reserva
mental, y el ser conscientes de que todavía, en las nuevas opciones que emergen
del hundimiento bipartidista, todavía quedan muchos residuos de egoísmo, individualismo,
y patologías políticas propias de las actuales clases políticas dirigentes.
Pero el tiempo nuevo, con la caída del
bipartidismo, está instalando el principio del caos en los sistemas políticos
occidentales, la inestabilidad permanente y la migración del electorado de unas
opciones a otras hasta que se resuelva la crisis (lo que es difícil que ocurra
en Europa mientras se prolongue la actual estructura de la UE y el papel del
viejo continente en la globalización).
Hoy no se trata tanto de trabajar para el
presente como para el porvenir. En países como España lo que puede hacerse en
un clima de desertización industrial, con un tercio de la población laboral en
el paro, con más de la población joven en el paro y víctimas del peor sistema
educativo europeo, sin que las pensiones
estén aseguradas, sin que las opciones que emergen sean mucho mejores que las
que se están hundiendo, con una clase política en el poder y en la oposición de
una mediocridad lacerante, no puede
hacerse gran cosa salvo esperar a que la inestabilidad vaya en aumento de día
en día y estar atento a las opciones que vayan apareciendo en el horizonte,
preparándonos para descartar unas completamente, aceptar parcialmente otras y
adherirnos –con todas las reservas lógicas– a aquellas que nos parezcan más
próximas a nuestro pensamiento. Y hablamos en plural: unos días serán unos
partidos los que propondrán medidas razonables, otros serán otros, hasta que el
tiempo y la llegada de una nueva clase política sean capaces de realizar la “gran
síntesis” y enunciar un nuevo paradigma político (paradigma que deberá ser será
sobre todo antiliberal, antipartitocrática, antiglobalizador, y neo–corporativo).
Mientras, es preciso advertir que la crisis
del bipartidismo (en España, la crisis del PP, del PSOE y de CiU) es la condición
sine qua non para una renovación. Cualquier otra sigla es mejor, y seguramente “menos
mala” que lo que hoy tenemos ante la vista.
Nos esperan tiempos duros en los que la
crisis y las crisis que vendrán se irán superponiendo, los problemas se
estratificarán unos sobre otros y faltarán líderes de la talla de los grandes
conductores de la historia para encarnar el destino de los pueblos. No es
tiempo para pelearse por una sigla, sino que lo que se requiere es alumbrar una
“gran síntesis” político–doctrinal–económico–social. Lo que hoy se requiere no
es el apoyo a tal o cual sigla, sino la voluntad de construir un mundo nuevo…
la marcha a ese mundo que hasta ahora estaba obstruida por los dos partidos
mayoritarios y centristas.
© Ernesto Milá – ernesto.mila.rodri@gmail.com