En Rusia, hace
unos seis meses, Vladimir Putin fue el primero en vacunarse ante las cámaras.
No solamente daba ejemplo, sino seguridades. En España, en cambio,
nuestros dirigentes, en un raptus de modestia y de generosidad, prefieren que
sean otros los que se vacunen primero, no sea que vaya a ser verdad eso de que
las vacunas, al final, no se sabe qué efectos secundarios van a tener. Si vale
la pena meditar un rato en este detalle es por que nos muestra a dónde hemos
llegado al olvidar las leyes de la lógica, el sentido común, la observación de
la realidad y arrojarnos en brazos de la corrección política.
La partidocracia se asienta sobre el dogma de la “igualdad”. La
igualdad no existe en la naturaleza. Todo lo que nos rodea es desigual, incluso
aquello que parece idéntico a otro. La grandeza de una rosa es que nunca es
igual a otra. Si todas las rosas fueran iguales, olieran igual, tuvieran
idéntica textura, las mismas espinas en el tallo y el mismo cromatismo, serían
tan irrelevantes como los granos de la arena de una playa (que, por lo demás,
tampoco son iguales).
El dogma de la “igualdad” conduce directamente a la democracia “cuantitativa”. Ya se sabe: el voto de 49 premios Nobel pierde ante el de 51 violadores. El voto de alguien honesto, pesa tanto como el de un chorizo. Y el de alguien que es especialista en algo, lo mismo que el que lo ignora todo y carece de interés por todo. Esa es la democracia “cuantitativa”, la que tenemos aquí y ahora. Cuanto más gilipollas es un pueblo, cuanto más analfabestia se muestra, más corrección política aducen sus gobernantes como garantía de disponer de un electorado clientelar. No puede esperarse de la clase política que garantice un nivel del sistema de enseñanza tal que restablezca los principios de la lógica, antes bien, de lo que se trata es de destruir cualquier huella de silogismos lógicos, salvo los que, partiendo de principios absurdos, conducen a conclusiones todavía más absurdas. Como el principio de la igualdad
Si nos fijamos, la única aportación de Podemos al gobierno de izquierdas es el término “igualdad”: “igualdad de género”, “igualdad de derechos”, “igualdad entre nacionales e inmigrantes”, “sanidad universal”, “derechos de los okupas” (idénticos a los que pagan sus viviendas), etc., etc., etc. Y, finalmente, “igualdad ante el Covid-19”.
Podríamos descortezar cada uno de estos mitos para demostrar que la igualdad es pura ficción, pero mejor centrarnos en el último, la “igualdad ante el Covid-19”. Es la última muestra de demagogia “igualitaria”.…
Imaginemos “al Nota”, el colgado de la esquina, un porrero que solamente ha logrado virtuosismo liando canutos con una mano, que solamente se preocupa de sus cuatro macetas de marihuana y lleva así desde hace 45 años; ahora tendrá 55-60. No le importa absolutamente nada, ni jamás le ha importado. Tiene su “paguita” (las décadas fumando maría a destajo le han generado una esquizofrenia paranoide y, por supuesto, ni trabaja, ni tiene intención de trabajar, ni ha trabajado nunca, salvo trapicheando) y vive en una casa okupada. Dado que es “vulnerable” (un colgao con esquizofrenia paranoide) nunca lo podrán echar gracias a que Podemos vela por él. Y un buen día, Al Nota le dicen que se tiene que vacunar porque es “vulnerable” y está en un “grupo de riesgo”.
Y luego está el jefe del Estado
Mayor del Ejército. Tiene la misma edad que el Nota, pero tiene familia, tiene
responsabilidades, tiene un trabajo y, sobre todo, tiene responsabilidad en la
seguridad del Estado. Sí, porque, puede ocurrir que al Rey de Marruecos se le
crucen los cables y, para evitar que su país se desmande, recurre a las tretas
de su amado padre: “¿cómo? ¿que la
estabilidad interior está en peligro? No pasa nada, tiramos por una aventura
exterior y aquí paz y después gloria”. O bien, puede ocurrir que las cosas
en Canarias estallen definitivamente y el pueblo canario harto de estar
olvidado por el Estado e invadido por magrebíes, se plante y diga basta
exigiendo la intervención de la flota para cortar la invasión de MENAS a la que
se está sometiendo las islas. O puede ocurrir que, en el curso de una
mariscada, el gobierno se intoxique y haga falta responder a una situación de
vacío de poder y emergencia. Porque el cargo de jefe del Estado Mayor no es
ninguna tontería.
Vistos los dos personajes, el Nota y el JEMAD, cabe preguntarse ahora ¿quién debería de vacunarse primero, obligatoriamente? No sé ustedes, pero yo lo tengo bastante claro. Si la cúpula del Estado sirve para algo, deberían ser los primeros en vacunarse, empezando por el Rey Felipe VI. Es lo que hizo Putin: primero para dar ejemplo, segundo para que la jefatura del Estado garantice que no se van a producir vacíos de poder.
No somos iguales: el Nota no tiene, ni las mismas responsabilidades, ni siquiera el mismo interés para la comunidad nacional, que el JEMAD. Solamente un idiota con el cerebro carcomido por la corrección política y atrapado por el dogma de la igualdad, puede pensar otra cosa.
Además, podemos añadir algo
fundamental. Si el Nota no se vacuna, no pasa nada. Lo peor que le puede pasar
es que palme, algo que sentirá sobre todo su camello o los que se acercan a él
con la esperanza de que les invite a un cogollo de sus tiestos. Nadie más.
Pocos llorarán a un colgado más o menos en este país surrealista. Y, por lo
demás, es muy probable que el Nota, el día que le toque vacunarse, ni siquiera
tenga ganas de levantarse o, mejor aún, que sea “negacionista” y diga que la
vacuna no sirve para nada y que a él no le manda nadie que le pinchen y que
éste es un país libre… Pero si el JEMAD, el Rey Felipe VI o,
incluso el gobierno, por incompetente y zafio que sea, agarran el Covid-19,
seguramente habrá consecuencias: la parálisis del Estado, el vacío de poder y la
confusión.
El dogma de la “igualdad” es la negación de la realidad de la
“jerarquía”. La creencia en la igualdad abole el principio de la jerarquía
(es decir, de la organización en niveles de conocimiento, capacidad y
responsabilidad). A partir de la abolición de este principio orgánico puede
entenderse lo que está ocurriendo con las prioridades en la vacunación.
Se ha dicho estos días: no se puede garantizar ni siquiera la “inmunidad de rebaño” si se vacuna menos del 65% de la población. Recordamos lo que ha pasado en doce meses: tres olas de virus, andamos por los 90-100.000 muertos reales, cada taifa autonómica establece “normativas” que ella misma modifica pocos días después, todas -sin excepción- son absurdas y no sirven para nada. En países como Brasil o EEUU los porcentajes de muertos y contagios por cada 100.000 habitantes son menores que en España, a pesar de tratarse de países que ni tienen la mascarilla por obligatoria ni han llegado a confinar a la población. Tiene gracia que se responsabilice a la hostelería de los contagios, cuando, al parecer, se aceptado que el 80% de los contagios se han producido en el ámbito familiar.
Es grotesco que algunos cerebros autonómicos piensen ahora que, adelantando el toque de queda de las 22:00 a las 20:00, asunto resuelto, como si para el virus existiera horario laboral. Y no me negarán que es de chiste el que yo hace un momento haya tomado un café en un local público, pero que me hayan echado a las 9:30, para poder volver a la 13:00 horas a otro local del que me echarán a las 15:30.
Y luego están los pasotas, los
negacionistas más o menos conscientes, los que tienen reservas a cualquier
vacuna y los que esperan ver qué ocurre para vacunarse o no. En estos momentos en torno a la mitad de la
población pertenece a estas franjas, así que ya me dirán si en un país en el
que se dan estos porcentajes, el virus se va a atajar vacunando solo a la mitad
o, como máximo, a tres cuartas partes de aquí a Septiembre…
Diferente hubiera
sido que Felipe VI se hubiera vacunado -como hizo Putin- antes las cámaras:
porque la jefatura del Estado debe dar ejemplo y ser el primero en todo.
Y, finalmente, la escena de Putin
vacunándose es de finales del verano. Fue
en el mes de junio cuando se anunció que la vacuna rusa esta lista. Hoy se
acepta que es eficiente en un “100% de los casos”. Nadie puede reprochar a la vacuna Sputnik que sea una imposición de Bill
Gates, el locatis de la vacunación universal, del rediseño de las centrales
nucleares y el impulsor de un WC para África (sus tres proyectos humanitarios,
por increíble que puedan parecer).
Me gustaría saber por qué el gobierno español no se interesó por esa
vacuna, no la compró en cantidades masivas y adelantándose a cualquier otro
país (a la vista del dramatismo de la primera ola del virus en nuestro país).
Seis meses después, compra la vacuna inglesa y ni siquiera tiene la previsión
(ni el gobierno español, ni la UE) de exigirla en viales individuales (como las
inyecciones morfina que se utilizan en conflictos bélicos desde la Segunda
Guerra Mundial: cápsulas individuales con aguja). Vacuna inglesa que, por
cierto, se fabrica en la India y por una empresa que ya no tiene su sede social
en la UE.
Nunca se han visto tal cantidad de incongruencias en tan poco tiempo, ni de “demagogia igualitarista”, pero no puede extrañar: cuando se liquidan las leyes de la lógica, lo que queda es el absurdo. España hoy, está instalada en ese absurdo construido con las tochanas de la corrección política.