No creo en la
infalibilidad de la democracia. Los Estados modernos están a mil años luz de las dimensiones de las
ciudades griegas en las que nació la democracia: todos conocían los problemas
de la ciudad, compartían los mismos intereses, el mismo destino y, además,
solamente votaba una élite. A partir de la aceptación de la “igualdad”
universal, el voto de un Premio Nobel de Economía, vale lo mismo que el de un
pasota colgao, obtuso y apático. Y, en los Estados modernos, hay más de estos
que de los otros. La presencia de
Pedro Sánchez en La Moncloa sugiere que los electores casi nunca están en
condiciones de juzgar, ni siquiera lo que es mejor o peor para ellos.
Así que la
publicidad y todo lo que es comunicación en democracia, campañas electorales,
problemas de la clase política, noticias que aparecen en medios tradicionales,
en redes sociales, todo -o casi todo- son mentiras e impactos visuales para
condicionar la opinión de esa mayoría poco hábil en identificar lo verdadero de
lo falso y en establecer cuáles son sus propios problemas o cómo será el futuro.
Creo ser de los pocos que sigue compartiendo las opiniones que Enrique Ibsen hacía decir al
protagonista de su El enemigo del pueblo (no perdáis el
tiempo repasando las gilipolleces que unos y otros dicen cada día, y dedicar
hora y media a ver esta obra de teatro que cambiará vuestra opinión sobre la
democracia).
Varios hechos
ocurridos esta semana me inducen a revisar opiniones de hace apenas cuatro
años.
1. DONALD
TRUMP: EL POPULISMO OUTSIDER
En 2014 pensaba que existían fundados motivos para creer que nos estábamos aproximando a un giro decisivo en la política mundial. Donald Trump había ganado las elecciones y se disponía aplicar una política, en principio, razonable para EEUU: repliegue hacia el interior, abandono de toda aventura bélica en el exterior, prioridad a la reforma y creación de infraestructuras, modernización del país, alto a la globalización y relocalización industrial, etc. Además, algo ayudaba el que uno viera con ojos condescendientes a la figura de Trump, percibiendo, simplemente, el odio que suscitaba entre el stablishment de los EEUU y entre progresistas, globalistas y mundialistas de todo el mundo.
2. AVANCES DE
LOS PARTIDOS EUROESCÉPTICOS
Además, se daba la circunstancia de que las “fuerzas populistas” en Europa estaban alcanzando cotas electorales excelente y todo inducía a pensar que en los años siguientes conseguirían formar gobiernos o condicionar las políticas de países como Francia
3. LA
GLOBALIZACIÓN RALENTIZADA
El aumento de los precios del carburante reforzaba esta tendencia. Así pues, la globalización, estaba en declive y el “mundialismo” no iba mucho mejor: los trasvases de inmigración, el multiculturalismo y las resistencias al mestizaje cultural parecían frenar las iniciativas progresistas. En España, incluso, parecía que el PP lograría mantenerse en el poder durante mucho tiempo al haber superado la crisis en la que Zapatero sumió a este país, el proceso soberanista había fracasado por completo y Podemos empezaba a retroceder.
Pues bien, los
cuatro años que siguieron, invirtieron todas estas tendencias.
1) Desde el
momento en el que Trump se sentó en la Casa Blanca, se inició la campaña para
destruir su imagen, crear confusión en torno a su persona e irlo deteriorando
de cara a la reelección en 2020.
Esta campaña ha proseguido hasta el momento en que escribimos estas líneas. Como cualquier otro personaje surgido de una votación democrática, Trump, lejos de ser un “estadista”, era un presidente cuyos “pecados” políticos han sido mucho menores que los de cualquier otro presidente de los EEUU, pero cuyo “pecado original” era no pertenecer al stablishment, esto es a las grandes dinastías económicas, a los “señores del dinero” a las grandes concentraciones de capital financiero, propietarios de los grandes consorcios mediáticos y, por tanto, creadores de la “opinión pública” para la clase política.
2) Los
partidos identitarios europeos, o se han estancado, o han retrocedido, o
simplemente, muestran en sus programas un desajuste con la realidad que hará
imposible que lleguen mucho más allá de donde han llegado.
La transformación del Front National en Rassemblament National, se hizo solamente para eliminar obstáculos que minimizaran las reservas de otros partidos a colaborar con ellos. Pero la realidad es que en 2018 el nuevo RN había perdido 11.000 afiliados en sobre el año anterior y ¡55.000! en relación a los 83.000 que tuvo el FN en 2014. Esto se tradujo en pérdida de porcentaje electoral en las elecciones europeas de 2019 cuando perdió 3 de los 24 escaños que había obtenido en 2014. En las elecciones municipales de 2020, el partido perdió el 50% de su porcentaje electoral cayendo del 4lectoral cayendo del 4,88 en 2014 al 2,33% en 2020, por mucho que lograra colocar a su candidato como alcalde de Perpignan… a costa de ser el partido más endeudado de Francia: 24,4 millones de euros de deudas. En otros países las cosas no han ido mucho mejor. A duras penas han logrado mantenerse algunos (AfD), otros han desaparecido o han quedado reducidos a la mínima expresión (UKIP, Amanecer Dorado), otros han sufrido mermas electorales notables (FPÖ austríaco, DF danés), en algunos sus resultados son de “dientes de sierra” (Vlaams Belang) y en otros casos se trata de partidos conservadores clásicos que, como rasgo diferencial, insisten en el tema de la inmigración masiva (Fidesz húngaro, Partido de los Finlandeses, los partidos populistas bálticos). Contra lo que era de prever, ni siquiera han logrado concentrarse en un solo grupo parlamentario en Europa. Por otra parte, la mayoría de estos partidos creen posible mantener el formato Estado-Nación propio de la segunda revolución industrial, ahora, cuando nos zambullimos en la cuarta.
3) La
ofensiva mundialista se ha recrudecido en todos los frentes, especialmente en
el que es más importante en este momento para la mentalización y el
condicionamiento de la opinión pública: el entertaintment.
Basta ver los contenidos de todas las plataformas que emiten en streaming para darse cuenta de la pérdida de identidad que se está imponiendo a los espectadores europeos, llegándose incluso a la manipulación más torpe y burda de su historia, de su pasado, de sus tradiciones, e incluso de su sangre. El mundialismo, tras el parón que tuvo en los años en los que se prolongó la crisis económica 2009-2017, ha adoptado lo que parece su ofensiva final en lo que se refiere a ideología de género, multiculturalidad, mestizaje e inmigración masiva.
4) Sorprende
que los gobiernos europeos no hayan reaccionado frente a la globalización
económica, resignándose a un “nuevo orden mundial” suicida, que, además, ha
mostrado su debilidad desde el inicio de la crisis del Covid-19.
Ha sido precisamente la ineluctabilidad de la globalización, lo que ha hecho que los flujos de viajeros y mercancías entre el foco chino de la epidemia y el resto del mundo, convirtieran el virus aparecido en Wuhan en una pandemia mundial. No es la primera vez que ocurre algo parecido (la peste aviar se originó, igualmente, en el sudeste asiático), ni será la última: pero eso no parece haber impuesto reflexiones a los gobiernos europeos, que, a estas alturas, deberían haberse dado cuenta de que la única posibilidad de competir con China es mediante el rearme arancelario. La desaparición de “estadistas” y líderes políticos dignos de tal nombre es lo que está favoreciendo la hegemonía china. Nadie parece interesado en advertir que no puede existir libre competencia entre unos países occidentales que discuten sobre las 35 horas de trabajo y salarios mínimos superiores a 1.000 euros, y un gobierno chino que aboga por 9 horas diarias de trabajo con un día festivo a la semana y salarios en torno a los 300 euros.
El balance final
es:
- El retorno del stablishment al gobierno de Washington (importante para nosotros porque España está incluida en la OTAN)
- El estancamiento, aislamiento, retroceso y limitaciones de los partidos populistas (incluso limitaciones en sus planteamientos políticos).
- Brutal ofensiva ideológica en todos los terrenos de los sectores mundialistas, decididos a imponer sus criterios en el terreno de las ideologías de género, el mestizaje y la multiculturalidad.
- Continuación de la marcha hacia el abismo, sin pestañear, al proseguir, a pesar del principio de prudencia, sin reformas, la marcha hacia un modelo globalizado de economía mundial.
Ante este
panorama no se puede ser particularmente optimista, porque nos lleva a prever
que, la difusión de los principios mundialistas (a los que se une el bloqueo de
cualquier oposición ideológica que pueda aparecer, cuya difusión depende de los
resultados facilitados por Google, que “premia” a unos e ignora a otros, y a la
prohibición de difundir determinadas ideas a través de Facebook, Twitter y
demás redes sociales), se traducirá:
1) en modificaciones mayores o menores en la intención de voto, pero siempre en un aumento del voto en dirección “mundialista”: eso obligará a los partidos populistas y/o identitarios a diluir su mensaje, reconvertirlo para hacerlo más grato al stablishment o, simplemente, ir perdiendo peso electoral.
2) en una fractura vertical entre dos mundos opuestos (el del conservadurismo tradicional y el del ultraprogresismo mundialista) entre los que cualquier diálogo es imposible, porque, no existe ningún punto común, ninguna posibilidad de que una parte pueda hacerse entender y oír por la otra, en la medida en que el progresismo se cree investido de la misión escatológica de alumbrar un mundo nuevo y sepultar el antiguo.
3) la inexistencia de una “oposición real” con posibilidades de ralentizar, ni mucho menos de detener y, no digamos ya, de revertir, el proceso al que nos conduce el stablishment mundialista y globalizador. Cualquiera que juegue el papel de opositor real se juega a ser anulado en sus redes sociales, ignorado por Google, vigilado por sus opiniones y correos y, en definitiva, neutralizado, criminalizado y castigado a modo ejemplificador (que es lo que ocurrió con Saddam Hussein y lo que ocurrirá con Donald Trump en los próximos meses).
Los hechos que se han desarrollado
en Washington en la última semana dan pie a la reflexión: justo en los
momentos en los que se disponen de más herramientas de comunicación, cuando es
posible tener una información real, directa y sin intermediarios sobre lo que
ocurre en el otro extremo del mundo, es cuando nos sorprenden cada día más
“espectáculos” a los que no terminamos de encontrar el significado, pero que,
en cualquier caso, han sido organizados -como lo fue el 11-S- como prolegómeno
para adoptar “grandes decisiones”. Hemos visto como una multitud extraña,
variopinta, inconexa, exótica, asaltaba el Congreso de los EEUU y como se
responsabilizaba a Donald Trump de dicha acción. Se venía repitiendo desde tres
meses antes de las elecciones de EEUU que Trump no aceptaría su derrota y esta
“invasión” venía a confirmarlo… a pesar de que no haya tenido nada que ver con
el ya ex presidente de los EEUU. Simplemente, alguien ha organizado un espectáculo de masas atribuyendo
la responsabilidad al ídolo caído: porque de lo que se trata ahora, es de que
nunca más vuelve a aparecer un candidato presidencial fuera del marco del
stablishment.
Si bien pueden
existir legítimas dudas sobre el resultado de las votaciones (no es la primera
vez, ni la segunda, que se producen fraudes electorales en EEUU: recuérdese la
extraña victoria de Bush en 1999 que tardó semanas en aclararse, o las comprar
masivas de votos por parte del padre de JFK para asegurar la victoria de su
hijo), ahora ya no se trata de que Biden reemprenda las políticas habituales de
los demócratas en estos casos (declarar una guerra para unir a un país dividido
verticalmente en torno al nuevo presidente), sino de castigar a Trump,
encontrar motivos para juzgarlo y encarcelarlo, como toque de atención para
todo aquel que quiera transitar por rutas no marcadas por el stablishment.
Después de estas
líneas no creo que a nadie que las comparta le quede la menor duda de que
las catacumbas son el destino de cualquier disidente, al menos por una larga
temporada. No me cabe la menor duda de que la humanidad entera camina hacia
la catástrofe en todos los terrenos (no solo en el político y, mucho menos,
porque un gualtrapa como el moños sea vicepresidente del gobierno de España: la
presencia del fulano éste es un síntoma, no la enfermedad en sí misma) y lo que es peor: que no puede
hacerse gran cosa.
ALLÍ DONDE
ESTÉS CREE Y ESPERA
Por algún
motivo, me viene a la mente una canción de juventud: el Envío, basada en
un soneto de Ángel María Pascual, muerto de puro desengaño, tristeza y
abatimiento. Una de las estrofas del soneto dice así:
En tu propio
solar quedaste fuera.
Del orden de tus sueños hacen criba.
Pero, allí donde estés, cree y espera.
“Allí donde
estés, cree y espera”. Esta es la clave. El que hoy no pueda hacerse nada,
no quiere decir que la construcción globalizadora y mundialista vaya a buen
puerto. En realidad, el fin de un camino hacia el abismo es… despeñarse por el
abismo y ¡misión cumplida! El viejo refrán español dice “no hay mal que
cien años dure”. De los doctrinarios del pensamiento tradicional aprendí
que los ciclos deben llegar a su fin, cerrarse, para que un nuevo ciclo lo
sustituya. Y el ciclo que se inició con la revolución francesa está llegando a su
fin. De ahí que la mejor consigna para estos tiempos de caos y confusión
sea la de Hoffmansthal cuando decía esperar el día “en que los que se han mantenido
en vela en la noche oscura, saluden a los que han nacido con el nuevo
amanecer”. Las catacumbas no son para siempre…
Próxima entrega:
¿Quién está en el timón?