Esta declara su programa proclamando, por boca de uno de sus profetas, el abate Gregoire: "La Francia del mañana querra ver sus ideales unidos a los que tienen porigen en el espíritu de justicia judaico" (61). Y Mirabeau, que se había inspirado por el iluminismo de Moises Mendelssohn, afirmó que "todo hombre clarividente debe alegrarse de que los judìos puedan convertirse en buenos ciudadanos" (62). El 27 de septiembre de 17912, los cincuenta mil judíos franceses recibieron el reconocimiento del derecho de ciudadanía.
¿Entre qué límites podemos hablar de una participación física de los judíos en la revolución del 89? El nombre más ilustra parece ser el de Marat, un sefarad cuya familia había alcanzado Francia a través de Cerdeña y Suiza; el cómplice inseparable de Marat, además, era el judío Pereyra. En conjunto, sin embargo, la intervención directa de judíos en los acontecimientos de la revolución no es muy manifiesta; es sobre todo el carácter de esta revolución lo que hace pensar en su participación. Los muros de los ghettos fueron abatidos en todos los países donde los "inmortales principios" fueron impuestos por los ejércitos de Napoleón Bonaparte; el cual, entonces primer cónsul, había firmado un concordato con el Sanhedrin judío (63).
El Mesías de la Revolución fue derrotado y relegado a Santa Elena, pero esto no impidió al judaismo europeo proseguir su obra silenciosa. Los Rothschild, propietarios de bancos en las grandes capitales europeas, estaban en condiciones de chantajear a los gobiernos, negándoles y concediéndoles préstamos, según la actitud que estos adoptasen en relación al problema judío (64).
La guerra entre la Banca y las Monarquías europeas estalla en 1830, con una revolución que confirma el fracaso histórico de la Santa Alianza (65). Rotschild fue el verdadero primer ministro de un soberano que había renunciado a la fórmula "por la gracia de Dios", en un reino que sustituyó la bandera con el lis de oro por el estandarte tricolor. Una de las primeras medidas del nuevo reino fue poner a cargo del Estado los gastos del culto judío y durante dieciocho años los judíos fueron verdaderamente los reyes de la época, por citar el título del libro de Toussenel sobre el régimen orleanista. La revolución de 1848 barre la monarquía, pero los judíos permanecieron la frase de Proudhom es suficientemente conocida: "Francia no ha hecho sino cambiar de judíos", análoga a la afirmación de Drumont según quien "al igual que los griegos que no se sientan jamás a la mesa de ajedrez sin uno o dos reyes de recambio en el bolsillo de su chaleco, los Rothschild no juegan si no es con dos o tres hombres de Estado judíos en la manga" (66). Los nuevos ases en la manga del banquero se llamaban Cremieux y Goudchaux: el primero se convirtió en miembro del gobierno provisional y ministro de justicia, el segundo tuvo a su cargo el ministerio de finanzas.
¿Entre qué límites podemos hablar de una participación física de los judíos en la revolución del 89? El nombre más ilustra parece ser el de Marat, un sefarad cuya familia había alcanzado Francia a través de Cerdeña y Suiza; el cómplice inseparable de Marat, además, era el judío Pereyra. En conjunto, sin embargo, la intervención directa de judíos en los acontecimientos de la revolución no es muy manifiesta; es sobre todo el carácter de esta revolución lo que hace pensar en su participación. Los muros de los ghettos fueron abatidos en todos los países donde los "inmortales principios" fueron impuestos por los ejércitos de Napoleón Bonaparte; el cual, entonces primer cónsul, había firmado un concordato con el Sanhedrin judío (63).
El Mesías de la Revolución fue derrotado y relegado a Santa Elena, pero esto no impidió al judaismo europeo proseguir su obra silenciosa. Los Rothschild, propietarios de bancos en las grandes capitales europeas, estaban en condiciones de chantajear a los gobiernos, negándoles y concediéndoles préstamos, según la actitud que estos adoptasen en relación al problema judío (64).
La guerra entre la Banca y las Monarquías europeas estalla en 1830, con una revolución que confirma el fracaso histórico de la Santa Alianza (65). Rotschild fue el verdadero primer ministro de un soberano que había renunciado a la fórmula "por la gracia de Dios", en un reino que sustituyó la bandera con el lis de oro por el estandarte tricolor. Una de las primeras medidas del nuevo reino fue poner a cargo del Estado los gastos del culto judío y durante dieciocho años los judíos fueron verdaderamente los reyes de la época, por citar el título del libro de Toussenel sobre el régimen orleanista. La revolución de 1848 barre la monarquía, pero los judíos permanecieron la frase de Proudhom es suficientemente conocida: "Francia no ha hecho sino cambiar de judíos", análoga a la afirmación de Drumont según quien "al igual que los griegos que no se sientan jamás a la mesa de ajedrez sin uno o dos reyes de recambio en el bolsillo de su chaleco, los Rothschild no juegan si no es con dos o tres hombres de Estado judíos en la manga" (66). Los nuevos ases en la manga del banquero se llamaban Cremieux y Goudchaux: el primero se convirtió en miembro del gobierno provisional y ministro de justicia, el segundo tuvo a su cargo el ministerio de finanzas.
Después de Francia el incendio se extendió a Austria, Italia (67) y Prusia; esta vez, los judíos entraron directamente en la arena política y muy pronto asumieron un papel dominante, en particular en los movimientos liberales (...). La revolución de 1848 terminó por identificarse con la emancipación judía" (68).
Durante todo el resto del siglo XIX o más bien, hasta la primera guerra mundial el judaismo se empleó en destruir lo que quedaba de la Europa aristocrática y monárquica, y hacer avanzar el nuevo orden burgués, laico y democrático, este nuevo orden que se había impuesto con la Revolución Francesa y había proseguido su camino a través de las etapas de 1830 y 1848. Es por esto que se vislumbró la presencia de judíos tras los acontecimientos de 1853 que marcaron la liquidación definitiva de la Santa Alianza (69); fue por esto que el judaismo sostuvo la guerra de 1859, una guerra que tuvo el sentido de un ataque contra el supervivencia residual del Sacro Imperio, localizada en Austria; por esto mismo encontramos judíos en el entorno de Cavour y entre los compañeros de Garibaldi; por esto Napoleón III mismo tuvo por aliados a los judíos (70).
Notas a pie de página:
(61) Cit. en: A. EBAN, op. cit., pág. 230.
(62) "Napoleón ¿era de origen semita? Disraeli lo ha dicho, el autor de "Judaismo en Francia" lo sostiene. Ciertamente en las islas Baleares y Córcega se refugiaron muchos judíos expulsados de España e Italia que terminaron por convertirse al cristianismo y, como ocurrió en España, tomar el nombre de grandes señores que les habían servido de padrinos, Orsinio, Doria, Colonna, Bonaparte" (E. DRUMONT, La France Juive, París, tomo I, pág. 330.
Parece, sin embargo, que Napoleón, personalmente no alimentaba una excesiva simpatía por los judíos. Tras la celebración del Consejo de Estado del 30 de abril de 1806, por ejemplo, habría dicho: "Los judíos son los cuervos de la humanidad. Los he visto durante la batalla de Ulm correr a Strasburgo para realizar un innoble pillage". Y el 17 de mayo de 1806, también tras un Consejo: "Todos se quejan de los judíos. Esto se debe al mal aportado al mundo por los judíos que no deriva de individuos, sino de la constitución espiritual de este pueblo. Los judíos son los potros que destrozan Francia".
(63) "Estos tráficos, en apariencia exclusivamente financieron, tenían la ventaja además de servir poderosamente a la idea judía. Los judíos diseminados en toda Europa (...) sabían que existía en Francia uno de los suyos que trataba asuntos de Estado directamente con los ministros (...). Los judíos de la otraorilla del Rihn que intentaban tímidamente aun, ciertamente, asentarse en París, se habituaron a mirar a la casa Rothschild como la casa madre del judaismo francés. Con el espíritu de solidaridad que anima la raza, los Rothschgild ayudaban a los recién llegados, les facilitaban fondos para hacer pequeña usura, al mismo tiempo que recibían de ellos preciosas informaciones y organizaban esta policía que no tiene igual en el mundo entero" (E. DRUMONT, op. cit., pág. 335.
(64) Se ha observado que "si la autoridad de los reyes (...) había sido semejante a la solidaridad de los judíos, esta no habría acabado con aquella" (MALINSKY y DE PONCINS, La guerre oculte, París, 1936, pág 24). De hecho, la revolución de 1830 era uno de los casos para los que los acuerdos de Viena preveían el derecho, o mejor, el deber de intervención.
(65) E. DRUMONT, Op. cit., pág. 363.
(66) Isaac Adolphe Crémieux, fundador de la Alianza Israelita Universal, será nuevo miembro del gobierno en 1870; se convertirá sucesivamente en ministro de justicia, del interior y de la guerra (NdA). Interesa recordar aquí al lector el papel particularmente nefasto desempeñado por Cremieux en Algeria. Fue él quien firmó en Tours, el 24 de octubre de 1870, junto a su correligionario Gambetta, un decreto que concede la naturalización francesa a los judíos de Argelia, rechazándola para las poblaciones musulmanas. Por este acto, de pesadas consecuencias, Francia se "vió privada de la afección y la estima de los musulmanes que, solos, entre los indígenas, han vertido su sangre por nosotros", por citar el telegrama enviado en la época por el comisario civil Lambert al ministro dle interior. El 15 de noviembre de 1870, el diario Akhbar escribía: "¿Sabe qué es lo que ha conseguido con este decreto?... Habéis subalternizado, aniquilado las poblaciones francesas. Habéis puesto entre las manos de los israelitas los Consejos Municipales, los Consejos Generales y la representación general. Por la fuerza de su número, harán elecciones, poseerán la riqueza, tendrán el poder" (cit. en G. OLLIVIER, L’Alliance Israelite Universelle, "Documents et Temoignages", La Librairie Française, París, 1959. (NdT).
(67) Bajo la presión de los acontecimientos de 1848, Pío IX hizo abatir los muros del ghetto de Roma. Casi en el mismo momento, el judío Daniele Manin se colocaba a la cabeza de los disturbios de Venecia, donde gobernó con su correlegionario Isacco Pesaro Maurogonato quien, a continuación, se convirtió en diputado del Reino de Italia, vice presidente de la Cámara y presidente de la comisión presupuestaria. "La participación ferviente de los judíos en la empresa de la independencia italiana y de la unidad nacional, sin que disminuyera la pureza del entusiasmo civil, se explica también por el fin ideal al cual un grupo tradicionalmente humillado sabía poder llegar ayudando al programa y a la acción que nos conducían a Roma. La Austria confesional y la temporalidad del Papado eran dos obstáculos a derribar (...)(. Se explica como consecuencia del genérico ideal laico de srael en el terreno del fermento político por la independencia y la unidad, la predilección por Mazzini estaba íntimamente ligada al medio judío; la casa Nathan Roselli era por así decir, su familia (...). Este se debe quizás esencialmente a la acción de los israelitas si la masonería italiana ha hecho de Mazzini su autoridad y si, con los años, no solo la familia masónica, sino también la ciudad de Roma, han sido gobernadas por el heredero oficial de la casa refugio de Mazzini, Ernesto Nathan...". (P. ORANO, Gli Ebrei in Italia, Roma, 1937 XV; pág. 123 14). Respecto al trasfondo del llamado "risorgimento", ver los documentos reproducidos en CRETINEAU JOLY, L’Eglise romaine et la révolution, París, 1859.
(68) A. EBAN, Op. cit., pág. 238 239.
(69) La guerra de Crimea, escriben Malinsky y de Poncins, "fue la primera guerra franca y verdaderamente democrática de la historia. Como sabemos ahora, no ha sido la última. Por vez primera, en aquella ocasión, los hijos de una misma familia se han matado unos a otros, no por su patrias, ni por sus príncipes, o por un sentimiento que les fuera congénito, sino por que, en ambos bandos, la hez, trabajada por el fermento judáico, pudiera pisotearles el rostro" (Op. cit., pág. 56).
(70) Según algunos, Napoleón III que formó parte de la masonería en su juventud y mantuvo luego contactos con la secta habría sido "simplemente un agente de los medios ocultos que dominaban entonces la sociedad. Los que lo habrían hecho subir al trono y lo habrían manejado con ayuda de hilos invisibles que no conocemos, pero que habrían constituido una verdadera servidumbre de la que no pudo liberarse. Es quizás ir un poco lejos; pero si emitimos un juicio temerario, es muy excusable" (Op. cit., pág. 51). Es un hecho, sin embargo, que desde el principio del Imperio, Rothschlid convocó a la judería del mediodía: los Pereire, los Millaud, los Solar, los Mirès.
(c) Por el texto: el autor [desconocido, se agradecerían datos]
(c) Por la traducción: Ernest Milà