La llamada “falcata ibérica” se incorporó a la lucha de Cartago contra Roma en el curso de la Segunda Guerra Púnica, cuando se incorporaron al ejército de Aníbal, mercenarios íberos con sus armas habituales: hondas para las tropas reclutadas en Baleares y falcatas para los mercenarios íberos reclutados en el sudeste de la Península. Pero una vez en territorio itálico, comprobaron que sus adversarios utilizaban una espada que conocían bien, el Gladius Hispanensis, utilizado por tribus celtas del Norte de la Península y adoptada como espada de ordenanza de las legiones romanas.
Entras las dos armas surgidas de lo más remoto de nuestra antigüedad existen no pocas similitudes y suficientes diferencias como para pensar que ya, en sí mismas, prefiguraron las “dos Españas” que, desde entonces, siguen chocando sus filos. En realidad, lo que algunos han llamado “el drama histórico de España” puede entenderse a partir de las vicisitudes y orígenes de estos dos modelos de armas. Así pues, vamos a revisar primero las características e historias de cada arma y luego intentar extraer algunas conclusiones.
La verdadera fisonomía de la Península Ibérica en el siglo III a. JC
Sobre la Falcata y su historia no puede decirse nada más de lo que ya dijo Fernando Quesada Sanz, sin duda el máximo estudioso de este arma, a la que consagró un volumen publicado por la Diputación Provincial de Alicante (“Arma y Símbolo: la Falcata Ibérica”) en 1992. Es a esta obra y a su autor a los que nos vamos a referir continuamente en las líneas que siguen. Quesada parte de una pregunta verdaderamente misteriosa:“¿Cómo unos íberos y galos de reclutamiento reciente, que combatían a su estilo indígena –supuestamente irregular y guerrillero- pudieron ser colocados por Anibal en el centro de su línea de batalla, justo donde más dura habría de ser la batalla en formación cerrada de infantería pesada?”. Y él mismo da la única respuesta posible: “Sólo si su armamento era el adecuado podía hacerse tal cosa, lo que a su vez sugiere nuevas preguntas sobre la supuesta “ligereza” del armamento de galos e íberos”. El ejemplo de Cannas nos hace caer en la sospecha de que, posiblemente, el pasado no fue tal como nos lo han contado. La imagen creada en nuestro subconsciente por la historia nos induce a pensar que los íberos y los galos combatían anárquicamente y de manera desordenada, prácticamente desconocían cualquier táctica y suplían su falta de conocimientos militares y estratégicos con su mero valor y heroísmo, rayano en la temeridad. La imagen que nos hacemos de los guerreros de la Hispaniae antigua nos los muestra cubiertos con pieles y cascos toscos, capaces solamente de asegurarse la victoria, amparados tras muros inexpugnables o bien en la sorpresa propio del guerrillero. Pero Cannas fue otra cosa. Para salir victorioso de Cannas era preciso disponer de infantería pesada, disciplina y conocer las técnicas de las formaciones de combate. No existen estudios completos sobre las técnicas de combate ibéricas, pero podemos tener la legítima sospecha de que eran, como mínimos tan complejas como las de sus oponentes romanos. De otra manera Aníbal no hubiera hecho bascular sobre ellos todo el peso de la batalla de Cannas. Así pues, hay algo que la historia todavía no nos ha revelado. Damos por sentado que existían tribus íberas cuyos sistemas de combate eran extremadamente sofisticados y, probablemente, superiores a las de los pueblos vecinos del norte de los Pirineos.
Se cuenta, por ejemplo, y más adelante volveremos a ello, que mientras los galos en combate veían como sus espadas se doblaban y mellaban tras los primeros golpes, las espadas íberas, tanto la Falcata como el Gladius eran extremadamente sólidas. Eso deja presuponer una tecnología metalúrgica sofisticada. Se dice que los íberos, para demostrar la elasticidad y resistencia de sus espadas, se colocaban el centro de la hoja sobre la cabeza y conseguían doblarla hasta que la empuñadura y la punta les tocaban los hombros. Si no hubiera sido mediante una tecnología ampliamente sofisticada y mediante conocimientos militares avanzados, como mínimo tanto como los que podían disponer en aquel momento otros pueblos del Mediterráneo, hubiera sido imposible que Tartessos hubiera destacado y dominado durante siglos en una zona estratégica y comercial de primer orden como era Gibraltar y el suroseste de la Península. El hecho de que fenicios, griegos e incluso egipcios, se interesaran por el comercio con los pueblos del litoral peninsular, deja pensar que existían ya gentes con capacidad adquisitiva y un nivel de civilización suficiente como para realizar notables intercambios culturales.
El estudio de los dos tipos de espadas oriundas de Hispaniae nos va a permitir, no solamente conocer un poco mejor nuestro pasado ancestral, sino también y sobre todo, completar la imagen que tenemos de nuestros antepasados. En los combates de la antigüedad, la espada era el arma esencial en los combates. Las legiones romanas lanzaban las dos jabalinas que portaba cada soldado y a continuación atacaban con la espada. Por su parte, las falanges cartaginesas tenían tácticas similares. La espada era, en última instancia, el arma que contribuía a resolver los combates. Es altamente significativo que en el curso de la Segunda Guerra Púnica, las espadas que utilizaron uno y otro bando tuvieran un origen español. Casi veintitrés siglos después, los combates los resuelve fundamentalmente la superioridad aérea, tanto estratégica como táctica, podemos imaginar lo que supondría que los países de la Península Ibérica el ser, durante el período de la Guerra Fría, el suministrador de cazas y bombarderos tácticos a ambos bandos.
Los guerreros íberos al fallecer solían ser enterrados con sus armas para que pudieran seguir combatiendo en el más allá. El nombre de “Falcata” quería decir, precisamente, “compañera” o “bienamada” y era la pertenencia más preciada del guerrero íbero. “Arma sanguine ipsorum cariora” (“las armas eran más queridas que su propia vida”) había escrito Pompeyo Trogo sobre los pueblos de la Península Ibérica. Quesada recuerda que en varias ocasiones diversos distintos ejércitos celtibéricos se negaron a rendirse al exigirles los romanos abandonar sus armas, prefirieron ser aniquilados. Así ocurrió con los íberos al servicio de Cartago, sitiados por Marcio y con Viriato que estuvo a punto de entregarse a Popilio hasta que éste le solicitó las armas; en ese momento reemprendió el combate. El arma era lo que caracterizaba al hombre libre. El celtíbero “prefería morir luchando con gloria a que sus cuerpos desnudados de sus armas fueran entregados a la más abyecta servidumbre”, cita Diodoro Sículo. Por eso, íberos y celtíberos atribuían tanto valor a sus armas y por eso se habían preocupado por hacer de ellas, las mejores armas de la antigüedad.
La Falcata Ibérica
Los arqueólogos e investigadores han convenido que la Falcata era el arma por excelencia de la Península en la Segunda Edad del Hierro. Existen espadas con relativa similitud a la Falcata, pero ninguna igual, por lo que puede deducirse que esta espada fue ideada en nuestro territorio. Su forma es muy particular, fácilmente identificable y perfectamente estudiada para obtener el máximo resultado de cada golpe. Su hoja y su empuñadura son únicas. La hoja ancha y curvada, la empuñadura con la cabeza de animal. Abunda en la Península, especialmente en el Sur-Este, mientras que en el centro y Norte se encuentran habitualmente espadas de hoja recta. No existe ninguna duda de que las espadas curvas eran íberas, mientras que las rectas eran utilizadas por guerreros celtíberos.
Quesada describe así la morfología de la Falcata: “es una espada de mediado tamaño con una longitud media de unos 60 centímetros. Se caracteriza por una hoja ancha asimétrica, con un filo principal y otro secundario, de modo que en apariencia es un tipo de sable corto. La hoja aparece surcada por profundas acanaladuras, ocasionalmente decoradas con damasquinados de plata. Sin embargo, el elemento más característico de la falcata es su empuñadura, típica de un arma cortante, que se curva para abrazar la mano que la empuña y remata en la cabeza de un animal, ave o caballo”.
Al igual que el Gladius Hispanensis, la Falcata está forjada por tres láminas de metal soldadas entre sí. La central es más ancha y su prolongación forma la empuñadura, mientras que las extremas más delgadas. Se han encontrado medio millar de Falcatas en la Península Ibérica y varias decenas en Italia, llevadas por los mercenarios íberos que lucharon con Aníbal. La media de longitud es de 60,2 centímetros. Es pues un arma de infantería; su longitud sería demasiado menguada para poder ser utilizada por la caballería en un momento en el que el estribo todavía no se conocía y cualquier golpe demasiado enérgico que no alcanzara su objetivo podía desequilibrar al jinete. La mayoría de armas encontradas son del siglo IV a.JC., aunque se cree que las primeras armas de este tipo debieron forjarse en los siglos VI-V a.JC y hasta el siglo I a.JC apenas evolucionaron. La mayor concentración de Falcatas se encuentra en la provincia de Alicante y, luego, en la vecina Murcia.
Pero ¿por qué una forma curva de la hoja? El filo principal tiene una forma de “S” invertida con la parte cóncava más próxima a la empuñadura y la convexa hacia el filo. Esto hace que el centro de percusión se encuentre hacia la punta, mientras que el centro de gravedad está hacia la empuñadura, con el resultado de cargar peso sobre la parte del extremo y hacer que los golpes alcancen, por eso mismo, su máxima potencia sin desequilibrarse. El dorso de la hoja, no está afilado y es la parte más gruesa de la hoja. Esta forma de la hoja facilita golpear tanto con el filo como con la punta, siendo una de las pocas espadas que lo permiten.
Lo más sorprendente de la hoja son las acanaladuras que muestra. Algunas espadas tienen acanaladuras muy simples y en otras extremadamente complejas cubiertas de plata y con inscripciones y dibujos geométricos. Se ha discutido mucho sobre el significado y la utilidad de estas acanaladuras. Hoy se sabe que la explicación dada hasta hace poco es errónea. Las acanaladuras no sirven para que penetre aire en las heridas y esto genere gangrena; de hecho, cuando el filo de una espada ha penetrado seis o nueve centímetros en un cuerpo, con un tajo lateral, o bien más de cinco centímetros en un pinchazo con la punta, no hace falta que aparezca la gangrena, la víctima puede considerarse, prácticamente, por muerta. En realidad, las acanaladuras atribuyen a la espada nuevas cualidades físicas y mecánicas: de un lado, el metal que se sustrae a la hoja, hace que su peso total disminuya y de otro, las acanaladuras hacen que aumente la superficie de la hoja y, por tanto, su resistencia a los golpes, tanto frontales como laterales. En otras palabras, aumenta la resistencia y disminuye el peso.
En cuanto a la empuñadura de las Falcatas Íberas evoca la de las antiguas espadas griegas, especialmente cuando tienen formas de aves. Simbólicamente, la espada que silva con el viento, es que tiene alguna relación con el elemento aire y, por asimilación, con las aves. Lo sorprendente de la empuñadura es su pequeñez. Llama la atención e induce a pensar que la mano del íbero no era excesivamente grande. En realidad, la empuñadura está perfectamente estudiada para que todos los dedos, salvo el pulgar, la agarren cómodamente. Además tiene una estructura anatómica que contribuye a mejorar esta característica.
No se sabe mucho de cómo era llevada esta arma antes de los combates. Las vainas que se han encontrado están excesivamente deterioradas como para que nos den una respuesta exacta. Tampoco se sabe si se llevaba en el costado derecho o en el izquierdo, colgada del cinto o con un tahalí. Parece que la mayor parte de las fundas debían ser de cuero con cuatro refuerzos metálicos. En los dos superiores se encuentran las anillas de suspensión y, en algunas, se han encontrado pequeños puñales que se sostendrían con la presión ejercida por el metal sobre el cuero. El extremo estaría rematado por una bola.
A excepción de Bosch Gimpera, quien opina que la Falcata tiene un origen norpirenaico oriental, y habría pasado de los celtas de la Meseta Central a los íberos del Sur y Sur-Este, el resto de los arqueólogos e investigadores opina que se trata de un arma autóctona de origen íbero. En 1944, Bosch Gimpera rectificó algo su posición y afirmó que se trataba de un arma inspirada en los antiguos cuchillos griegos cretenses y minoicos, anteriores a las invasiones aqueas y dorias. La Falcata sería suficientemente similar a la “macharia” griega como para poder afirmarse que era hija de la misma inspiración. Esta arma llegaría a los íberos a través de los etruscos a principios del siglo IV. Otros autores han planteado un origen fenicio de la Falcata y otros han señalado que desde la Edad del Bronce se viene encontrando armas similares en el ámbito de la cultura de Mecenas e incluso en Egipto. Ahora bien, todos estos pueblos pertenecen a la misma familia de pueblos Mediterráneos, anteriores a la llegada de los indoeuropeos, así pues, no hay que extrañarse que existan ciertas similitudes en las armas que utilizaban, en la medida en que su psicología era la misma o muy similar.
Parece poco probable que a partir de las invasiones de aqueos y dorios, espadas con esta forma subsistieran en Grecia. La forma de combate que emanó desde las población de estos troncos indoeuropeos más puros, era en forma de “falange” en formación cerrada y utilizando la lanza como arma ofensiva. En esta formación solamente se recurría a la espada cuando el arma principal, la lanza, quedaba inutilizada. Los griegos y los romanos adoptaron la misma forma de combate y tipos similares de armas: la espada corta para el cuerpo a cuerpo, que mataba con la punta. La “machaira” no servía para esta forma de combate: era excesivamente larga y debía manejarse de arriba a bajo, dejaba durante el momento de asestar el golpe, desprotegida la exila y, además, existía la posibilidad de herir al compañero que combatía detrás. La “machaira” y el “kopis” griegos, eran espadas demasiado largas, adaptadas quizás para el combate sobre caballos, pero no para la formación hoplítica.
La Falcata podía utilizarse tanto de punta como por el filo, al igual que el Gladius Hispaniensis, pero así como la primera se utilizaba “preferentemente” con el filo y solo aleatoriamente de punta, en el Gladius sucedía justamente lo contrario. Ambas espadas eran polivalentes, pero cada una priorizaba determinado tipo de golpe, evidenciando, por otra parte, las características psicológicas de los guerreros que las empuñaban. La táctica del combate determina que la Falcata se utilizada de manera diferente ante cada situación. Mientras que la formación de combate era cerrada, las espadas sobresalían entre los escudos y tendían a herir con la punta al adversario, pero cuando, ya fuera por dispersión y persecución del adversario o bien por derrumbe de las propias líneas, unos guerreros combatían a distancia de otros, el golpe con el filo debía ser utilizado preferentemente.
Fue un arma que abarcó entre cuatrocientos y quinientos años de civilización. Las últimas encontradas se datan en el siglo I a.JC. Cuando la Falcata periclita, el Gladius Hispaniensis goza de su momento de gloria. Está presente en todos los teatros de operaciones, desde Bretaña hasta Palestina y desde la antigua Cartago hasta las fronteras con Germania. Pero en ese tiempo se ha producido un cambio la Península Ibérica. Los últimos rescoldos cántabros de insurgencia han sido incorporados finalmente al Imperio por las legiones de Augusto. De hecho, aquellos combatientes ya no utilizaban la Falcata, sino el Gladio. Los íberos habían sido vencidos y los celtíberos se habían incorporado a la romanidad. La civilización había arraigado en Hispania. El estilo que triunfó era el heredado de los pueblos aqueos y dorios, mucho más el estilo de Esparta que el de Atenas, que, por lo demás, también era común a los romanos de los orígenes. El hecho de que nuestra Hispania fuera incorporado a la romanidad tuvo como consecuencia el abandono de la Falcata, símbolo del vencido, y la adopción del Gladius Hispanensis, como característica del vencedor. Porque, por ironías del destino, la espada del vencedor también había sido diseñada y fabricada en la vieja Hispania.
El Gladius Hispanensis
A lo largo de 400 años, el Gladio fue diestramente manejado por infantes romanos y se dice que causó más muertes que todas las armas juntas en todas las guerras durante la Edad Media. Se afirma también que el Glaudius Hispaniensis es el arma que tuvo en su haber más víctimas hasta la invención de la pólvora. Polibio (VI, 23, 6, 7) escribe: “A este escudo le acompaña la espada, que llevaban colgada sobre la cadera derecha y que se llamaba “hispana”. Tiene una punta potente y hiere con eficacia por ambos filos, ya que su hoja es sólida y fuerte”. El historiador latino está hablando del “Glaudius Hispaniensis”, o “espada hispana”.
Cuando los griegos empezaron a frecuentar la costa mediterránea de la Península Ibérica, al regresar a tu tierra explicaron que Hércules había tenido dos hijos llamados celtas e Iber, de los que descendían los pueblos que habían conocido en el extremo occidental del Mediterráneo, íberos y celtas. Para el mundo clásico –y para nosotros mismos– Hércules está ligado al origen ancestral de Hispaniae o de las Hespérides. Desde aquella remota época, el alma de Hispaniae esta relacionada con el heroísmo y el combate (por Hércules) y con la muerte (al estar situada en el Oeste donde se pone el sol). Es posible que estas concepciones griegas derivasen de la influencia de nuestros primeros visitantes marítimos, los fenicios. Estos debieron introducir el culto a Melkarte, el Hércules fenicio y a Tania, diosa de la guerra. Cuando llegaron los griegos, comprobaron las similitudes entre íberos y otros pueblos del Mediterráneo. Éforo los relacione con los sículos y dice incluso que conquistaron la Península Itálica. Otros explican que la “Magna Iberia” se extiende desde el Ródano y el Garona a las Columnas de Hércules y que colonizaron el Norte de África. Otros autores clásicos emparentan los íberos con los oscos, los etruscos, los ausonios y los ligures.
Cuando aparecen los romanos, las tribus íberas ya estaban mezcladas con las celtas y en amplias zonas de la meseta se había llegado a la fusión. Estas mezclas étnicas, sin duda, generaron las luchas tribales que percibieron los latinos al llegar a nuestra tierra. Pero a pesar de los mestizajes, a los romanos les llamó la atención el que los habitantes de la Península practicaran una especie de culto a las armas, al heroísmo, al honor y a la dignidad, a la guerra y a la muerte en combate.
El Gladius se diferencia de la Falcata en que tiene una hoja bien recta y una punta pronunciada. Mientras que la Falcata solamente tiene corte por el filo principal, el gladio lo tiene por ambos lados y penetración por punción.Polibio añade que la mayor parte de los legionarios iban equipados con el Gladius Hispaniensis que junto con el pilum era su arma reglamentaria. La infantería pesada se protegía con un escudo rectangular alargado y utilizaba el gladio como arma ofensiva.
Los romanos habían adoptado de los indígenas hispanos, no solamente el Glaudio, sino también el capote militar de lana negra y gruesa (sagum), los pantalones (bracae) que, a su vez los celtas habían copiado de los escitas, y la jabalina (pilum). En el año 212 las legiones romanas admitieron, por primera vez a mercenarios de origen extranjero. Se trataba de celtíberos que trajeron consigo sus armas. Los romanos se limitaron a incorporar al gladio su propia empuñadura. Estas espadas constituyeron una gran novedad en las Legiones Romanas. Su punta afilada contrastaba con la que hasta entonces habían utilizado, roma y pensada solamente para cortar, no para pinchar. Esto implicó un cambio radical en las técnicas de combate.
El Gladius Hispaniensis es la versión celtíbera de la espada gala tipo de La Tène I. Los celtíberos de la Meseta Central se limitaron a modificarla añadiéndole diez centímetros más a la longitud de la hoja y realizar otras modificaciones menores en el sistema de suspensión y en la vaina.
Los primeros datos sobre esta espada llegan hasta nosotros a través del historiador griego Polibio que acompañó a Escipión en la mayoría de sus campañas y, naturalmente, en la hispana. Polibio nos habla de una espada “llamada iberiké” de cuyas características cita la “punta potente y que hiere con eficacia por ambos filos”. No cabe duda que está hablando al Gladius Hispaniensis. Algo más adelante la compara con la espada gala de la que dice que “hiere solo de filo”. Polibio, añade: "Se ha notado ya que, por su construcción, las espadas galas (machaira) sólo tienen eficaz el primer golpe, después del cual se mellan rápidamente, y se tuercen de largo y de ancho de tal modo que si no se da tiempo a los que las usan de apoyarlas en el suelo y así enderezarlas con el pie, la segunda estocada resulta prácticamente inofensiva. [...] Los romanos entonces acudieron al combate cuerpo a cuerpo y los galos perdieron en eficacia, al no poder combatir levantando los brazos, que es la costumbre gala, puesto que sus espadas (xiphos) no tienen punta. Los romanos, en cambio, que utilizan sus espadas (machaira) no de filo, sino de punta, porque no se tuercen, y su golpe resulta muy eficaz, herían, golpe tras golpe, pechos y frentes, y mataron así a la mayoría de enemigos" (Polibio, 2, 33). César, décadas después, mantendrá el secreto de la forja de las espadas romanas para evitar que los galos pudieran copiarlo. Al parecer, entre el relato de César “La Guerra de las Galias” y el tiempo en que Polibio acompañaba a Escipión en sus campañas, los galos no habían sido capaces de mejorar su tecnología de la forja.
En la Suda Bizantina, escrita en el siglo X, se coincide con lo expuesto por Polibio, pero se añaden unos datos preciosos: "Los celtíberos difieren mucho de los otros en la preparación de las espadas. Tienen una punta eficaz y doble filo cortante. Por lo cual los romanos, abandonando las espadas de sus padres, desde las guerras de Aníbal cambiaron sus espadas por las de los iberos. Y también adoptaron la fabricación, pero la bondad del hierro y el esmero de los demás detalles apenas han podido imitarlo".
Tito Livio realiza alguna referencia a la “espada hispana”: "Los galos y los hispanos tenían escudos casi iguales; sus espadas eran distintos en uso y apariencia, las de los galos muy largas y sin punta". (Liv. 22,46,5). Y, aún existe otra referencia en la que alude al efecto que esta espada causaba entre los macedonios hacia el año 200 a. JC: "acostumbrados a luchar con griegos e ilirios, los macedonios no habían visto hasta entonces más que heridas de pica y de flechas y raras veces de lanza; pero cuando vieron los cuerpos despedazados por el Gladius Hispaniensis, brazos cortados del hombro, cabezas separadas del cuerpo, truncada enteramente la cerviz, entrañas al descubierto y toda clase de horribles heridas, aterrados se preguntaban contra qué armas y contra qué hombres tendrían que luchar". (Liv.31,34).
Existieron distintos tipos de Gladios en función de los lugares en donde se han encontrado restos o de su procedencia. El mas antiguo de todos ellos es el “Gladius Hispaniensis”, a partir del cual fueron realizadas las distintas variantes posteriores, la más antigua de las cuales era el modelo “Mainz”. Su hoja llegaba a los 55 centímetros de largo por 7’5, como máximo, de anchura. Sus filos no eran completamente rectos y hacia la mitad de la hoja, mostraba un estrechamiento y su punta era larga. Inicialmente se creyó que éste modelo era el verdadero, ya que era una reproducción del modelo que las legiones conocieron en sus primeras incursiones en Hispaniae. Durante el siglo I d.C. el Gladius se estilizó. Los bordes de la hoja se hicieron rectos y la punta menos pronunciada. Ésta fue la espada de las legiones de Trajano. El “Fulham” era algo más estrecha, apenas cinco centímetros, y sus lados eran completamente rectos, salvo un ligero ensanche en la parte más próxima a la empuñadura. Finalmente, el tipo “Pompei”, tenía los filos completamente paralelos y la punta ligeramente más corta que los modelos anteriores. En los tres casos, la sección de la hoja era romboidal, sin acanaladuras.
El procedimiento de fabricación consistía en formar el alma de la hoja con acero bajo en carbono, mientras que los filos eran altos en carbono. La hoja se unía a la empuñadura mediante un vástago que se recubría con una cacha anatómica y con un clavo decorativo en el extremo. Se llevaban en el interior de una guarda, colgadas del lado derecho por una correa de cuero (tahalí) de 1,25 a 2,5 centímetros de ancho. La vaina disponía de cuatro anillos para colgarla de la correa. En los primeros momentos, la “Mainz” se colgaba del cinturón y la vaina tenía solamente dos anillos para fijarla.
Era un arma diseñada para perforar con su hoja de 60 centímetros de largo. Los maestros de armamento romanos habían comprobado que un corte con el filo de la espada no era necesariamente mortal, salvo que alcanzase algún punto vital del cuerpo y, ni siquiera era seguro que dejara fuera de combate, en cambio, bastaba con una penetración de cuatro o cinco centímetros con la punta para que la herida fuera, especialmente en el abdomen, casi siempre, mortal y, como mínimo dejara fuera de combate al adversario.
Además de su cualidad punzante, la sección romboidal del Gladio le confería una extraordinaria solidez y estabilidad. Esta espada demostró siempre su eficacia en el combate cuerpo a cuerpo y a distancia corta. La técnica de lucha con esta espada era muy simple. El infante debía estar protegido por el escudo con el que paraba los golpes de la espada del adversario, esperando encontrar el momento para clavar la punta del Gladio en el flanco descubierto o en el abdomen. Esta espada evitaba los largos movimientos de arriba abajo o transversales, que dejaban instantes de vulnerabilidad, sustituyéndolos por movimientos de atrás a delante. Evidentemente, se trataba de un arma ofensiva que servía muy poco en caso de defensa estratégica. Las mortandades que causó en Cannas y, ya manejada por los legionarios romanos, frente a los macedonios, atestiguaron su extraordinaria efectividad en el combate. Los romanos vieron como en los primeros choques con los celtíberos, su escudo era perforado por los soliferrum, tras lo cual el enemigo desenvainaba su espada corta y cargaba protegido por un escudo de origen celta. En una economía de esfuerzos excepcional, el único movimiento que realizaba el guerrero era mover el brazo perpendicularmente al cuerpo, hacia delante. El armamento romano, en esa época, estaba pensado para golpear al enemigo, pero al alzar la espada dejaba a cubierto su flanco, momento en el cual era atravesado por el Gladio.
El Gladio desorientó inicialmente a los legionarios romanos al llegar a Iberia; jamás habían encontrado una forma de lucha igual en sus anteriores campañas y, después de los primeros combates se convencieron de su superioridad. A raíz de estas experiencias, el Senado Romano decidió adoptarla como espada de ordenanza en sustitución de la espada griega hoplítita. Manejadas por los expertos infantes españoles en sus guerras contra Roma, estas formidables armas causaron tal terror en los legionarios romanos que el Senado decidió adoptarla como arma estándar en el equipo romano sustituyendo a la espada griega de hoplita. El genial pragmatismo romano logró superar esta táctica incorporando el escudo samita a la defensa del infante. Éste escudo era de mayor tamaño que el celta y ofrecía una mayor protección.
A pesar de que la palabra Gladio y Gladiador tengan la misma raíz fonética, no era la espada utilizada habitualmente por los combatientes del Circo. Estos utilizaban una espada extremadamente corta, de apenas 30 centímetros. El ciclo del Gladius Hispaniensis llega desde la Segunda Guerra Púnica hasta que se generalizaron los enfrentamientos con las tribus germánicas y las modificaciones de la estrategia romana hicieron que aumentara la importancia de la caballería. Para las unidades a caballo era preciso disponer de una espada más larga. Esta resultó ser la “spatha” copiada directamente los enemigos germanos y de la que deriva el término espada. La spatha tenía entre 70 y 100 centímetros de hoja y se generalizó en el siglo II para las unidades de caballería y a partir del IV también para la infantería. La spatha permitía el combate a distancia e intentar derrotar al enemigo mediante el tajo y no solamente con la punta. La spatha subsistió al hundimiento del Imperio Romano y modelos evolucionados se encuentran entre los vikingos del siglo IX a XI. Se suele aceptar que la spatha es un producto de la evolución que va del Gladius Hispaniensis a la espada medieval.
Metafísica de las dos espadas
Con relativa seguridad podemos reconocer en el Gladius Hispaniensis una espada de origen celtíbero o la evolución de una espada de origen celta, mientras que la Falcata es un arma utilizada por los pueblos íberos. En el estado de nuestros conocimientos parece poderse afirmar que mientras los pueblos íberos procedían del Norte de África y eran pueblos específicamente mediterráneos de los mismos troncos étnicos que minoicos, cretenses, etruscos o pelasgos, los celtas pertenecen al mundo indo-europeo. Al tratar de interpretar los datos facilitados por la hematología ya aludimos a la contradicción esencial entre ambos tipos de pueblos que se manifiesta incluso en la forma de las dos armas.
Los pueblos mediterráneos practicaban el culto a la Gran Madre, a la diosa, y eran fundamentalmente telúricos y lunares. Inevitablemente, la Falcata Ibérica ha sido comparada a las espadas de tipo asimétrico cuya forma evoca precisamente al perfil de la luna en creciente. Por su parte, los pueblos indo-europeos practicaban los cultos masculinos, viriles y solares. Cabré, arqueólogo español que dedicó algunas páginas al Gladius Hispaniensis, quiso ver en esta espada una prolongación del brazo elevado y con la palma extendida con el que los celtíberos saludaban al sol.
No se trata solamente de su origen, sino de cómo se incorporaron estas almas al gran conflicto en el mundo antiguo. La Falcata terminó incorporándose a los ejércitos cartagineses que penetraron en la Península Itálica durante la Segunda Guerra Púnica, mientras que el Gladius Hispaniensis se incorporó a las legiones romanas. En la lucha entre Roma y Cartago, el mundo antiguo vio el gran choque entre dos concepciones del mundo irreductiblemente opuestas entre sí. Los cartagineses, adoradores de Tanit y de Astarté, potencia comercial puesto al servicio de los intereses de la oligarquía comerciante, potencia naval por excelencia, fueron, finalmente batidos por los adoradores de Apolo y de Zeus, imperio político puesto al servicio del impulso civilizador, potencia continental. El enfrentamiento entre Tierra y Mar, entre Política y Economía, entre diosas telúricas y dioses solares, entre comerciantes y guerreros, se saldó con la victoria de Roma.
Sobre el territorio de la Península Ibérica, estas dos armas, Gladius Hispaniensis y Falcata Ibérica, diseñadas con dos concepciones diferentes para el combate, son, en última instancia, la prefiguración del drama de este país: en la más remota antigüedad, ya existieron “dos Españas”.
© Ernesto Milà – infokrisis – ernesto.mila.rodri@gmail.com
Sobre el valor de la espada según el “Boewulf”
“Toma estos tesoros, tierra,
ahora que nadie viviente puede disfrutarlos,
fueron tuyos, en el principio;
permite que regresen.
La guerra y el terror han aniquilado a mi gente,
cegado sus ojos al placer y a la vida cerrada
la puerta a toda alegría.
Nadie queda para empuñar esas espadas y pulir esas copas enjoyadas;
nadie guía, nadie sigue.
Esos cascos forjados, adornados con oro, se enmohecerán y quebrarán;
las manos que deberían limpiarlos y pulirlos están detenidas para siempre.
Y esas cotas de malla, probabas en combate,
en un tiempo en que las espadas golpeaban
y sus hojas mordían los escudos y a los hombres,
se oxidarán como los guerreros que las poseyeron.
Ninguno de esos tesoros viajará a tierras distantes, siguiendo a sus Señores.
El brillante sonido del arpa,
el halcón que cruza la sala sobre sus alas ligeras,
el garañón pateando en el patio… todos muertos, criaturas todas
las razas, y sus dueños, arrojados a la tumba”.