lunes, 18 de octubre de 2010

El Islam contra Europa (I) Turcos en Alemania (1ª Parte)

Infokrisis.- Iniciamos una serie de diez artículos sobre las relaciones entre el Islam y Europa. Hemos elegido como primera entrega, la situacion de los inmigrantes turcos en Alemania, como puente entre nuestra anterior serie aún no concluida, sobre Turquia en la Unión Europea. El balance sobre la presencia islámica en los distintos países europeos nos ayudará a extraer unas conclusiones de carácter universal


Desde finales del siglo XIX, existen estrechas relaciones entre Alemania y Turquía. El kaiser Guillermo II logró que Turquía orientara su política hacia el Sur y hacia el Sur-Este y fue recibido triunfalmente en la inauguración del ferrocarril Berlín-Ankara. Durante la I Guerra Mundial, Turquía y Alemania combatieron en el mismo bando y en la Segunda, los turcos solamente entraron en guerra en los últimos meses del conflicto. En la posguerra los gobiernos turcos apoyaron a Alemania Federal en todas las instancias internacionales. Pero, a medida que la posguerra quedó atrás y la inmigración turca hacia Alemania se convirtió en masiva, la situación entre ambos gobiernos se fue deteriorando. Cuando la “generación del 68” impuso su voz, aparecieron en la propia Alemania voces críticas hacia el genocidio kurdo y el armenio y ante las reiteradas violaciones de los derechos humanos y la falta de democracia de Turquía. Así mismo, el gobierno alemán ha expresado su insatisfacción por el hecho de que los turcos nacionalizados alemanes conserven su pasaporte. Con todo Turquía tiene a Alemania como principal mercado a donde dirigen un 20% de las exportaciones y un 15% de las importaciones. Salvo el gobierno Schröder, anteriores gobiernos alemanes han evitado pronunciarse a favor del ingreso de Turquía en la UE. Las relaciones entre ambos países llegaron a su punto mínimo cuando, Turquía solicitó la creación de una comisión de investigación sobre los derechos humanos en Alemania en respuesta a las reiteradas peticiones de éste país para que se reconociera el genocidio armenio, se restablecieran las libertades políticas en Turquía y se concediera la autodeterminación al Kurdistán. Hoy, en Ankara se tiene la sensación de que es Alemania el principal obstáculo para su ingreso en la UE, a pesar de que les corresponda a Grecia y Austria el honor de ser los portavoces oficiales de la resistencia antiturca en Europa. La Alemania moderna conoce bien a Turquía por que, desde hace cuarenta y cinco años, casi cuatro millones de inmigrantes turcos permanecen sobre su suelo.
A pesar de que la disciplina germánica es proverbial, en la actualidad se ignora el número de turcos residentes en Alemania. Hubo un tiempo en el que el modelo alemán regulaba la inmigración de manera inflexible. Hoy no. Ni siquiera existen estadísticas fiables sobre residentes turcos. Se sabe los que se encuentran en situación legal en el país con nacionalidad turca, pero se ignora el número de turcos nacionalizados alemanes y el número de turcos que han entrado ilegalmente en el país. Dado que en Alemania están prohibidas las encuestas que aludan a la naturaleza étnica de la población, se ignora si los turcos nacionalizados alemanes (que en 2001 ascendían a medio millón) han tenido hijos y cómo los educan y si se han casado con mujeres de su nacionalidad o de otras. Las cifras más realistas indican que en la actualidad se encontrarían en territorio alemán en torno a cuatro millones de turcos. En alguna escuela pública todos los alumnos son ya de origen turco. Han aparecido las inevitables tensiones étnicas y las políticas de inmigración han ido alternando en los últimos veinte años rigorismo y manga ancha. El resultado ha sido un descontrol creciente al que se ha sumado la tendencia de las nuevas generaciones a alistarse en las filas del islamismo radical. Una situación que, en general, no permite ser nada optimista.
La reconstrucción de Alemania
La historia de Alemania, desde su fundación hasta la reunificación de 1989, ha sido difícil y repetidamente traumática. Cuando concluyó la Primera Guerra Mundial, Alemania estaba arruinada, pero no destruida. Toda la guerra perdida había tenido lugar fuera de las fronteras nacionales de Alemania, así que había poco que reconstruir. Para colmo, la República de Weimar vivió en la precariedad más absoluta, con graves alteraciones político económicas desde su fundación hasta su liquidación por Hitler en 1933. Durante el régimen nazi y, especialmente, a partir del inicio de la Segunda Guerra Mundial, fueron incorporados a la mano de obra alemana, grandes contingentes de trabajadores extranjeros, voluntarios unos y “mano de obra esclava” otros. Los que sobrevivieron al conflicto fueron repatriados al concluir el conflicto. En mayo de 1945, cuando el Almirante Döenitz rindió los últimos núcleos de resistencia alemanes, el país estaba casi completamente destruido. Las grandes ciudades habían debido soportar tres años de bombardeos de terror (ingleses en las noches y norteamericanos durante el día). Ambos conflictos, por lo demás, habían producido una merma de entre 12 y 14.000.000 de personas, cuya falta, tras la Segunda Guerra Mundial, no se percibió inmediatamente, sino a partir de 1960, cuando la oferta de trabajo empezó a ser superior a la demanda de empleos. Las muertes por los bombardeos o en el frente se habían contrapesado por el trasvase de grandes contingentes de población alemana que residía en provincias del Este que, como Prusia Oriental, fueron incorporadas a Polonia o Rusia, y también por la huida de ciudadanos de la República Democrática Alemana hacia el Oeste.
En 1961, en la República Federal Alemana se encontraban en torno a 700.000 extranjeros, la mayoría de origen latino. En cuarenta y cinco años esta cifras se ha multiplicado por doce y ha pasado a 9.000.000, lo que supone un 10% de la población. Vale la pena atender a estas cifras. Se ha pasado del 1 al 10% en 45 años. En España ese tramo lo hemos recorrido en apenas 6. Ahora bien, a lo largo de esos 45 años, el flujo de inmigrantes no ha sido constante, sino que ha alternado verdaderas oleadas con reflujos relativos. La estadística registra unos “dientes de sierra” ascendentes. Hoy, cuando ya no hay una Alemania a reconstruir, cuando el tejido industrial y agrario está en recesión, la inmigración, tal como se podía prever, está siendo percibida como conflicto por buena parte de la población.
La primera oleada se había producido entre 1961 y 1973. Luego se detuvo, para recuperarse nuevamente a partir de 1978 al aplicarse la ley de reagrupación familiar y a la llegada de asilados políticos. En 1983 se facilitó el retorno a sus países de origen a quienes lo desearan y en los dos años siguientes, el saldo migratorio resultó negativo. Pero, a partir de 1985, volvió a aumentar a causa de la llegada masiva de refugiados de las guerras Balcánicas. El punto álgido de esta tercera oleada migratoria se alcanzó entre 1988 y 1990 llegando al 8’4% el porcentaje de población extranjera. Pero en 1991 se produjo la reunificación de las dos Alemanias y, bruscamente, se pasó a un Estado con 80 millones de habitantes. Dado que en Alemania Oriental apenas residían inmigrantes, el porcentaje global descendió momentáneamente. Pero en 1993 ya se había disparado de nuevo y volvía al 8’5%. En la actualidad se ha llegado al límite del 10%, con una notable desaceleración compensada por el nacimiento de hijos de inmigrantes, cuya tasa de natalidad, como es habitual, supera con mucho a la de los alemanes. En las dos primeras oleadas migratorias, los turcos constituyeron el grupo nacional mayoritario. Hoy, su número es tres veces superior al de inmigrantes procedentes de la antigua Yugoslavia, que constituyen el grupo inmediamente siguiente en número. En 2001, de los 7.500.000 de inmigrantes legales, dos eran turcos y de estos, un tercio habían nacido en Alemania. Los turcos menores de 20 años residentes en Alemania en el año 2000, eran un 1.250.000 y se aproximaban a dos a principios de 2006.
La reconstrucción de Alemania después de la Segunda Guerra Mundial se prolongó hasta finales de los años 60. Fue entonces cuando se percibieron las consecuencias de las pérdidas en vidas humanas ocasionadas por el conflicto. Sin embargo, la expansión económica alemana había empezado antes. A principios de la década de los sesenta, ya era evidente que Alemania, renunciando a aventuras bélicas y reduciendo al mínimo el presupuesto de defensa, estaba invirtiendo solamente en su propio desarrollo. La combinación del esfuerzo por la reconstrucción de Alemania, unido al “boom” económico y a la merma de población activa a causa de las bajas en el conflicto, hizo inevitable la llegada de contingentes de trabajadores al país. En 1961, el número de ofertas de trabajo no cubiertas ascendía a 500.000, mientras que solamente 180.000 alemanes se encontraban en las listas del paro. Se había alcanzado el pleno empleo. Por entonces la demanda de puestos de trabajo se iba cubriendo con alemanes del Este que huían de la carestía y de la represión política, pero cuando se construyó el Muro de Berlín y se reforzó la vigilancia en la frontera entre las dos Alemanias este flujo se interrumpió y entonces fue preciso recurrir a la inmigración.
La intención de la inmigración turca
De todas formas, inicialmente, la inmigración se reguló milimétricamente. A partir de 1955 el gobierno alemán firmó acuerdos con distintos países para facilitar el acceso al mercado de trabajo alemán (con Italia en 1955, con España en 1960, con Grecia en 1961, y, posteriormente con Portugal, Yugoslavia, Marruecos… Con Turquía el acuerdo se había firmado el 31 de octubre de 1961 cuando el gobierno de ese país liberalizó la salida de sus ciudadanos al extranjero. A partir de ese momento empezó a llegar una riada migratoria procedente de las zonas más deprimidas de Turquía. Ciertamente no iban a ocupar empleos cualificados, pero, en tanto procedían de regiones rurales del oriente de la Península Anatólica, estaban habituados a trabajos agrarios. En las grandes ciudades turcas se establecieron 500 “oficinas de intermediación” que facilitaban el camino hacia Alemania. El acuerdo turco-alemán, preveía que los inmigrantes fueran sometidos a un examen médico riguroso y a un certificado de penales. Quien estuviera aquejado de infecciones o enfermedades graves, o quien hubiera estado condenado a prisión en los últimos cinco años, era formalmente rechazado[1].
La intención de los turcos que emigraban a Alemania era, inicialmente, la misma que la de los españoles e italianos que, en la misma época (años sesenta), hacían otro tanto. Se trataba de permanecer unos cuantos años en Alemania trabajando duramente para emprender luego el viaje de retorno con algunos ahorros que permitieran montar algún pequeño negocio o comercio. Durante el tiempo que permanecían en el país iban girando a sus familiares pequeñas cantidades de marcos que les permitían vivir dignamente en su país. Este esquema permitía era extremadamente ventajoso para ambas partes, al menos sobre el papel. Por una parte, los trabajadores turcos regresaban a su país con medios suficientes como para ascender unos cuantos peldaños en la escala social. Además, durante su estancia en Alemania, aprendían técnicas de trabajo y de organización para ellos desconocidas que les permitiría, o bien ser contratados como trabajadores especializados al regreso a su país, o bien aplicar estos conocimientos a sus propios negocios. Para Alemania, por su parte, existía la posibilidad de una “rotación laboral”. Se preveía que siempre existiera un contingente de trabajadores en permanente flujo –unos regresaban a su país, otros nuevos llegaban a Alemana- lo que garantizaba que solamente permanecían en suelo alemán trabajadores en activo que el propio mercado de trabajo se encargaba de regular. Ni la seguridad social se sobrecargaría con familiares a cargo de los trabajadores en activo, ni se formarían guetos, ni se resentiría el sistema educativo o la seguridad ciudadana: quien no tenía contrato de trabajo o quien era despedido del empleo y en un plazo concreto no encontraba otro, debía volver a su país. Tal era el concepto de “trabajadores invitados”.
Pero lo que en teoría era un panorama excepcionalmente ventajoso para ambas partes, pronto se comprobó que no satisfacía a ninguna. Los primeros disconformes con este planteamiento fueron los empresarios que veían como los trabajadores que tanto les había costado formar, regresaban a su país, justo cuando empezaban a ser productivos. El sistema de la “rotación” les obligaba a una formación profesional sin descanso y sin esperanza. La parte turca no estaba menos descontenta. Los primeros inmigrantes que regresaron a su país, no habían podido amasar el dinero suficiente como para poder montar negocios rentables. Esto disuadió a otros contingentes de intentar el retorno. Bruscamente, el gobierno alemán, entendió que la rotación se había detenido. Llegaban más, pero regresaban muy pocos. Además las circunstancias políticas y económicas de Turquía no animaban al retorno. La inflación galopante hacía que los marcos ganados tras años de ímprobos esfuerzos, nada más ingresados en bancos turcos empezaban un rápido proceso de devaluación que impedía cualquier inversión.
Para colmo en 1973 el ejército egipcio cruzó el Canal de Suez y abrió el paso a la Tercera Guerra Árabe-Israelí. El fatal desenlace de este conflicto para los ejércitos árabes hizo que, en represalia, se redujera la producción de petróleo y se aumentara su precio. Esto provocó una recesión económica internacional. Unas empresas cerraron y otras abandonaron sus programas de expansión. La contratación de turcos se paró en seco. Y en 1974, el millón de turcos que se encontraban en el país empezaban a ser un problema. Sobraban. El gobierno de Willy Brandt, cesó la contratación de extranjeros y de primar el retorno con aportaciones económicas. El remedio fue peor que la enfermedad: los que estaban en el país decidieron permanecer aunque fuera en el paro; en el fondo, para ellos, era mejor eso que volver a la miseria de la que habían salido. Para colmo la ley de “reagrupación familiar”, aprobada en 1974, hizo aumentar la cifra de residentes turcos. Este fenómeno se prolongó durante todos los años 70 y 80. Y, a esto se añadía otro fenómeno. Si hasta principios de los 70, el 80% de los turcos llegados a Alemania eran varones, a partir de entonces, empezó a formarse una incipiente comunidad femenina de origen turco, que dio lugar a nuevos matrimonios. Pero, mientras que los matrimonios mixtos fueron escasos, proliferaron los matrimonios entre miembros de la misma comunidad y eso dio lugar a una numerosa descendencia. A partir de ese momento, las ciudades dormitorio en donde residían los turcos empezaron a transformarse en verdaderos guetos. Finalmente, la situación política turca expidió al exilio a disidentes políticos que pidieron asilo en Alemania. Solo en 1980, cuando se produjo el golpe de Estado en Turquía, entraron por este canal 200.000 nuevos inmigrantes. En 1981 rondaban en torno al millón y medio.
El gobierno de Helmul Kohl se decidió a estimular el retorno de inmigrantes. En 1983 se estableció que todos aquellos inmigrantes que desearan retornar al país de origen entre el noviembre de 1983 y octubre de 1984, recibirían una prima de 10.500 marcos, más 1.500 por cada hijo, además de las restituciones de las prestaciones por jubilación entregadas a la Seguridad Social. Pero los turcos respondieron escasamente a esta oferta. Del 1.600.000 turcos que se encontraban regularizados en ese momento, solamente 250.000 regresaron a su país. Las compensaciones económicas no compensaban el abandono del paraíso alemán y la inmersión en la estabilidad turca. En 1993, cuatro de cada cinco inmigrantes turcos no quería regresar a su país.
Desde los años 60 muchas cosas habían cambiado en Turquía. El país, lentamente y, frecuentemente a empellones, iba desarrollándose paulatinamente. La población rural estaba migrando a las ciudades y el trabajo empezaba a proliferar. El país incluso se había convertido en receptor de inmigrantes. Cuando Jhomeini subió al poder, trescientos mil ciudadanos iraníes prefirieron exiliarse, por motivos políticos en Turquía. Así mismo, el país recibió a decenas de miles de turcos que residían en Bulgaria en una situación de discriminación. Pero, en lo que se refería a Alemania, si bien, anualmente entre 30 y 40.000 turcos regresan a su país, una cantidad mayor decide emprender el camino de la inmigración. Y ya no se trata de trabajadores, sino de familiares de inmigrantes o bien mujeres que viajan a Alemania llamadas por los que serán sus maridos.
Hoy, entre cuatro y cinco millones de turcos viven en el extranjero, el 80% de los cuales está radicado en Alemania. Los que llegaron como “gastarbeiter” (trabajadores invitados), con carácter de provisionalidad y con intención de retorno, se han convertido con el paso del tiempo en habitantes de guetos instalados sobre territorio alemán sin la más mínima intención de regresar a su país, pero tampoco de integrase en la sociedad alemana, más allá del disfrute de sus ayudas sociales.
Sociología de la emigración turca en Alemania
La población turca es joven mientras la edad media de la población alemana sigue creciendo. Los mayores de 65 años de origen alemán son cuatro veces mayores que la población turca de la misma edad. Pero empieza a haber una fracción importante de la población turca que se aproximarse a la edad de jubilación, lo que va a suponer un esfuerzo suplementario a la Seguridad Social alemana. Pero, desde luego, la parte sustancial y preocupante de la emigración turca son los menores de 20 años que…
Renania del Norte-Westfalia es la región en la que concentra mayor inmigración turca, con un 34% del total de originarios de ese país. En este lander y en Baden-Wurtemberg, Baviera y Hesse vivían en 2002 tres de cada cuatro inmigrantes turcos, concentrados en las grandes ciudades. Esto indica que los turcos que, inicialmente, se integraron en tareas agrícolas, poco a poco, han ido abandonándolas e instalándose en las ciudades; precisamente por eso los guetos turcos han podido cuajar con facilidad a partir de los años 80. Sin embargo en los landers pertenecientes a la antigua República Democrática Alemana el porcentaje era imperceptible.
Otro problema que se contempla en Alemania (y, por extensión, en toda Europa) es que la inmigración, que, inicialmente, había llegado para cubrir los empleos que la mano de obra nacional no podía absorber, finalmente han terminado teniendo una tasa de paro muy similar a la de esta mano de obra. Parece normal que solamente la mitad de la población alemana esté integrada en los circuitos laborales, lo que no parece tan normal es que entre la población inmigrante ocurra justamente lo mismo. En 2005, el 10% de los que buscan trabajo en Alemania son de origen extranjero, cifra que corresponde exactamente al porcentaje de extranjeros residentes en el país. Desde los años 80 la tasa de paro de la población turca fue creciendo hasta igualar en el momento actual a la alemana, pero en el momento actual, la tasa de mujeres inmigrantes en paro ya dobla a la de mujeres alemanas en la misma situación. Pero, en el futuro este estado de cosas va a agravarse. Dado que la tasa de natalidad de los alemanes es cuatro veces inferior a la de los turcos, dentro de diez años empezarán a entrar, proporcionalmente, más turcos que alemanes en el mercado de trabajo.
En los últimos 25 años, la tasa de ocupación de los extranjeros se ha ido reducido significativamente. Mientras que en 1975, el 53% de éstos tenía ocupación, en 1999 el porcentaje se situaba en el 39,5%, en la actualidad, la tasa de empleo de los extranjeros es inferior a la de los alemanes y la de los turcos aún más. En 1975, del millón de turcos residentes en Alemania, la mitad tenían empleo; pero en 1999, sobre dos millones oficiales (algo más, en realidad) apenas trabajaban 780.000, es decir, el porcentaje había descendido del 53% al 38%.
La mayoría de turcos trabajan en la industria, en la minería, en el textil y en el sector limpieza, pero apenas se encuentran casi completamente ausentes en el sector servicios y en trabajos cualificados. El sector que más ha crecido en los últimos años es el de autónomos que entre 1985 y 2000 se había multiplicado por tres, mientras que la población turca en Alemania solamente se había duplicado. La mayoría de autónomos tiene que ver con comercio minorista y gastronomía. Se trata en su mayoría de inmigrantes de segunda generación
En estos momentos residen en Alemania en torno a cuatro millones de inmigrantes, de los cuales casi la mitad son turcos. Junto con Luxemburgo, Austria y Bélgica, Alemania es uno de los países con mayor tasa de población extranjera. A partir de la regularización masiva de 2005, España se ha integrado en este pelotón. Estas cifras impusieron diferentes reformas de la legislación de extranjería. Al igual que en la España de Zapatero, también en Alemania la coalición de socialdemócratas y ecologistas, promovió una legislación extremadamente generosa con los inmigrantes, a partir de la cual se disparó la «xenofobia» y los episodios de racismo. Inicialmente, esta ley preveía dar la nacionalidad alemana a todos los que hubieran nacido sobre territorio alemán. La oposición de los democristianos y socialcristianos bávaros y, la inquietud evidente con la que respondió la calle, hicieron ue el gobierno Schröder atenuara algunas de las medidas más “progresistas” de dicho proyecto. La ley entró en vigor en enero del 2000 y reconoce automáticamente la nacionalidad alemana a aquellos hijos recién nacidos cuyo padre o madre hayan residido durante un mínimo de ocho años en el país y a los menores de diez años en la fecha de entrada en vigor de la ley, nacidos en Alemania o inmigrados con sus padres. Se concedía igualmente la nacionalidad alemana a los extranjeros que residieran más de ocho años en Alemania.
En 1976 se registraron 10.000 solicitudes de asilo y cuatro años después, esta cifra se había multiplicado por diez, a cauda del golpe de Estado. Entre 1986 y 1989, esta cifra volvió a elevarse. El Estado alemán se vio obligado a introducir el visado obligatorio para ciudadanos procedentes de Turquía y endurecer las condiciones de asilo. Era evidente que muchos de los que habían solicitado asilo encubrían una inmigración económica. En 1992, se alcanzó la escalofriante cifra de 438.000 solicitudes de asilo. La petición de asilo era el “coladero” para burlar la ley de inmigración. El gobierno alemán tardó en reaccionar. Cualquier medida tendente a limitarlo era utilizado por la izquierda y la extrema-izquierda para tronar contra lo que llamaban “aparición de tendencias xenófobas y totalitarias”. Lo cierto es que los propios socialdemócratas debieron limitar las subvenciones concedidas a los reales o supuestos exiliados políticos, les prohibieron ejercer cualquier trabajo mientras duraba la tramitación de la solicitud y anularon algunas de las prestaciones económicas, sustituyéndolas por entregas en especie.
En realidad, los socialdemócratas y verdes tenían otros intereses mucho menos confesables. La fractura entre derecha e izquierda era notable en la sociedad alemana. La izquierda veía como la clase obrera, la tradicional cantera de votos de la socialdemocracia, se iba diluyendo como un azucarillo. Así pues, era preciso buscar un electorado de reemplazo. Facilitando el acceso de los inmigrantes a la nacionalidad alemana, se les convertía, como por arte de magia, en nuevos electores, aparentemente predispuestos a entregar el voto a sus beneficiarios. Por otra parte, calculaban los socialdemócratas, era difícil que la derecha cristiana decidiera hacer de la inmigración una bandera a causa de la facilidad con que podía recibir calificaciones de xenofobia y racismo. Y, en cuanto a las pequeñas formaciones de extrema-derecha, si iban a erosionar a alguien en su crecimiento, seguramente era a la derecha. Además, la CDU creía sinceramente que era preciso mejorar las garantías jurídicas de los extranjeros residentes en Alemania y tenía fe en que era preciso realizar un esfuerzo de integración.
El pueblo alemán considera a los inmigrantes, especialmente a los de los países árabes, como “diferentes”, por eso la sociedad alemana no se ha tomado con excesiva pasión el debate sobre los signos externos islámicos. Estos signos aumentan la sensación de “diferencia”. Llama la atención que la posición más hostil hacia la inmigración proceda de los länders de la antigua República Democrática Alemana, donde hay menos inmigración, y que las resistencias en el Este y en el Oeste aumenten desmesuradamente cuando se habla de inmigrantes de origen musulmán. La cosa no es nueva. Ya en 1966 los inmigrantes eran percibidos como problema. En aquella lejana fecha, dos tercios de la población expresaban la preferencia de «librarse» de los inmigrantes. Diez años después, seis de cada diez alemanes pensaban que los extranjeros debían retornar a sus países en períodos de crisis económica. A partir de principios de los años 80, el 82% de los alemanes declaraba que había demasiados extranjeros. En el año 2000, no se valoraba favorablemente la competencia laboral de los inmigrantes, los intentos de integrarlos en la política y en las instituciones eran contemplados con desconfianza; y mayoritariamente opinaban que la integración de los inmigrantes dependía de los inmigrantes mismos y de sus propios esfuerzos.
La cuestión religiosa entre los turcos
El Islam, es, en la tierra de Lutero y de Meister Eckhardt, la segunda religión por número de seguidores. A los emigrantes turcos se unen los marroquíes y los bosnio-musulmanes. En total, en torno a cinco millones de islamistas de los que un 7% no tienen el más mínimo reparo en declarar a los encuestadores que son «muy religiosos», dicho en términos “políticamente correctos”, lo cual, en un lenguaje más coloquial equivale a hablar de fundamentalistas religiosas.
En esa misma encuesta el 93% de los encuestados se declararon musulmanes, practicar el Ramadán, respetar las prescripciones sobre alimentación y dar limosna. Este factor religioso explica suficientemente el porqué apenas existen matrimonios de turcos con mujeres alemanas. Es más, encuestados sobre este tema, al 60% le producía “malestar” cualquier forma de matrimonio mixto. Incluso los más jóvenes –alemanci- mantienen estas reservas y participan en las fiestas comunitarias.
Existe una gran preocupación en los servicios de seguridad del Estado por la influencia cada vez mayor de las organizaciones fundamentalistas entre los jóvenes. Los datos publicados hasta la fecha no son concluyentes, pero demuestran muy a las claras que los jóvenes de origen turco, en ocasiones nietos de inmigrantes de primera generación, dan muestras de canalizar sus ímpetus de rebeldía hacia el fundamentalismo.
El sistema educativo alemán registra unos porcentajes extremadamente altos de fracaso escolar en el caso de estudiantes de origen turco. En este sentido el fenómeno es extremadamente parecido al que generó en Francia la “intifada” de otoño del 2005, los adolescentes de origen turco abominan los ritmos de trabajo de sus padres, quieren tener acceso a los escaparates de consumo sin agotarse en interminables jornadas laborales. Ni se sienten alemanes en Alemania, ni turcos en Turquía. A diferencia de los inmigrantes de primera generación para los que sus raíces estaban claras –eran turcos que habían ido a trabajar al extranjero- para los hijos y nietos de esa generación, las cosas son bastante más complejas: tienen un problema de identidad. No son ni turcos ni alemanes. Experimentan una carencia de puntos de referencia y perciben el rechazo en el entorno, saben que no son como los alemanes, pero tampoco tienen muy claro qué son exactamente. Y es en medio de esta confusión, falta de raíces y de arraigo, cuando aparecen las organizaciones islamistas y su tarea de captación.
Los “Lobos Grises”, asociación de jóvenes vinculados al Partido de Acción Nacional de Alparslan Türkes, les ofrece todos los servicios a los que un joven puede aspirar en Alemania. Se irá de vacaciones en colonias y campamentos de los “Lobos Grises”, seguirá cursos de informática o asistirá a fiestas de fin de semana, con los “Lobos Grises”, participará en la liga de fútbol o en las clases de religión islámica… junto a los “Lobos Grises”. Un estudio confirma que una cuarta parte de los menores de 25 años tienen relaciones continuada con esta asociación y otras similares y un 43% mantiene un contacto ocasional. Allí, lejos de aprender tolerancia y recibir un impulso para su integración en la sociedad que acogió a sus padres y les vio nacer a ellos, les imbuyen un sentimiento de superiores que florece en un terreno abonado por el resentimiento y el fracaso escolar. Pertenecen al Islam, la “única religión verdadera”. Y, no sólo eso, sino que aprenden lo que es la “guerra santa”, y conceptos como “el infiel”, la “umma”, el “dar-al-Islam”, etc. Así, en poco tiempo, pasan del escepticismo, y la falta de identificación positiva con la comunidad de acogida, a una hostilidad manifiesta canalizada por el espíritu religioso. Nada podría favorecer menos la integración que este tipo de planteamiento. Cuando se produce este fenómeno, la condescendencia de medidas tales como introducir en las escuelas clases optativas de religión islámica, es percibida como un signo de debilidad. Alemania, en este terreno, ha seguido la misma trayectoria que Francia, Bélgica, Holanda o Gran Bretaña.
En la actualidad existen unos 650.000 alumnos musulmanes en primaria. La ley de educación alemana permite que se impartan clases de religión y cultura isámica en la clase de lengua materna. Estas clases, aunque son voluntarias, corren a cargo de las mezquitas. El 89% de los niños procedentes de familias de religión islámica, asisten voluntariamente a estas clases… aunque sus padres se autodefinan como “poco o nada religiosos”.
La comunidad turca en Alemania está en proceso de islamización. De hecho siempre ha sido una comunidad confesionalmente islámica, la novedad estriba en que esto ocurre ahora, justo cuando es evidente que estamos ante un conflicto de civilizaciones. Y, por otra parte, esta islamización, especialmente entre los jóvenes no se está haciendo por líderes religiosos que crean en la tolerancia y la integración, sino por formaciones fundamentalistas.
Asociacionismo islámico emanado de las mezquitas
Tras el golpe militar de septiembre de 1980 aparecen asociaciones turcas que empiezan a plantear constantemente derechos y reivindicaciones. La inmensa mayoría de estas tres mil asociaciones han emanado de las mezquitas. Sus actividades habituales consisten en organizar peregrinaciones a la Meca, cursos de filosofía coránica, ceremonias y actividades de ocio. Los incentivos para este asociacionismo radican en las subvenciones recibidas por los distintos entes del Estado. Sobre todo, han contribuido a fortalecerla identidad turca en Alemania. Estas asociaciones están agrupadas en tres federaciones: la Unión Turco-Islámica (DITIB), dependiente del gobierno turco y es de carácter moderado, cuenta con 150.000 afiliados; la Comunidad Islámica Milli Görus (IGMG), con una línea antikemalista su principal reivindicación es obtener el reconocimiento oficial de los islamistas como minoría religiosa en Alemania, con 30.000 afiliados está vinculado al Partido de la Prosperidad y cuenta con más de 500 mezquitas; la Unión de Centros de Cultura Turcos (VIKZ), conservadora y laicista, cuenta con unos 20.000 afiliados y se declara independiente de cualquiera de los partidos políticos que actúan en Turquía. Existen otras pequeñas organizaciones más radicales de orientación islámica no incorporadas a estas tres grandes federaciones y, por tanto, de difícil control. El 36% de los asistentes a las mezquitas están incorporados a alguna asociación. Hay que tener en cuenta que los kurdos, turcos de pasaporte que no de identidad, no se contabilizan como asistentes a las mezquitas. En Alemania residen en torno a medio millón de kurdos de los cuales un 2% está afiliado al Partido Obrero del Kurdistán, considerado como extremista por las autoridades alemanas.
El Ministerio del Interior alemán ha calculado que, en torno a 30.000 personas están vinculadas a asociaciones islamistas radicales. Estas asociaciones radicales pasaron desapercibidas para la población hasta que se produjeron los atentados del 11-S y emergió la figura –o el mito- de Bin Laden. La inquietud aumenta cuando se intuye que no todos los extremistas están afiliados a asociaciones y la sensación de que, sin duda, los más radicales y más dispuestos para la acción, han trenzado redes clandestinas. No hay que olvidar que el “Comando Meliani”, al que la seguridad norteamericana y alemana, atribuyó cierto nivel de responsabilidades en los atentados del 11-S, estaba radicado en Hamburgo.
Cuando el número de turcos nacionalizados alemanes empezó a ser notable y tener cierta presencia electoral, todos los partidos políticos (salvo la extrema-derecha, naturalmente) constituyeron correas de transmisión entre esta comunidad. La Federación de Asociaciones Socialdemócratas Turcas (HDF) colabora con el SPD, mientras que la Amistad Turco-Alemana y la Unión Turco Alemana, lo hacen con la CDU y la Unión Liberal Turco-Alemana (LTD) se vincula con el Partido Liberal. Finalmente, los verdes terminaron constituyendo también el InmiGrün, para promover la interculturalidad y la lucha contra la xenofobia y el racismo. En general, la militancia de todas estas asociaciones es escasa y su composición incluye, sobre todo, a turcos que se forjan esperanzas de realizar una pequeña carrera política como asesores de inmigración de los partidos o de los grupos municipales. La realidad es que la inmensa mayoría de la comunidad turca está de espaldas a la política alemana. Sólo un 11% de encuestados muestra algún interés por la cosa pública alemana. De este porcentaje las preferencias se orientan hacia el SPD (64%), siguiendo luego el Partido Verde (9%), lo que nos confirma en nuestra tesis de que la pérdida del electorado tradicional –es decir, la conveniente electoral y no la ideología- impulsó al SPD a adoptar medidas que popularizaran su imagen entre la inmigración turca. Es significativo que de los 900.000 militantes del SPD, 25.000 sean de origen turco.
En los ayuntamientos alemanes existen los llamados “consejos de extranjeros”, el medio para establecer la participación de los inmigrantes en la política local, tramitar sus reivindicaciones y lograr mayores niveles de integración. Pero también aquí existe un desinterés absoluto por este canal participativo. Tan solo el 10% de los inmigrantes –frecuentemente procedentes de países de la UE- participan en la actividad de estos consejos.
Los turcos no pueden quejarse sobre las ayudas que reciben de la administración. Por ley están equiparados a los alemanes de origen. Las encuestas indican que estas ayudas benefician más a los turcos que a los alemanes. En 2002, por ejemplo 2.760.000 beneficiarios de subsidios, el 22% eran extranjeros (9% de la población en aquel momento). El términos globales, un 2,9% de los alemanes recibía prestaciones, por un 8,4% de extranjeros. La idea era que extender los derechos sociales a los inmigrantes contribuiría a su integración. En realidad ha contribuido a su relajación. Si hay subsidios ¿para qué esforzarse excesivamente en trabajar? No es, naturalmente, un caso que se dé solamente en Alemania, en toda Europa, incluida España, contra más derechos, subsidios y ayudas se dan, más disminuye la población activa inmigrante y más se sumerge en el trabajo negro.
La catástrofe educativa turco-alemana
El paro ha afectado especialmente a la población turca. Si ésta representaba en 2000 al 30% de los inmigrantes residentes en Alemania, su porcentaje de parados subía hasta el 40%. Con casi 200.000 parados, por cada cuatro trabajadores turcos en activo había uno en paro. Y, en principio, resulta incomprensible en que otras comunidades como la yugoslava por cada once trabajadores haya uno en paro. La cifra turca es superior a cualquier otra. Esto se suele interpretar a causa de la “xenofobia” y el “racismo” de los empleadores alemanes, pero existe otra posibilidad mucho más: los empleadores valoran la capacitación, el interés y la preparación profesional de los aspirantes al puesto de trabajo. Y en el terreno de la formación profesional, los turcos son ampliamente deficitarios.
Entre el 70 y el 75% de los trabajadores turcos en activo en Alemania, tenían solamente estudios primarios. El 70% de jóvenes alemanes entre 15 y 18 años se forman profesionalmente. Esta cifra desciende nuevamente a la mitad entre los turcos. Entre la población alemana este porcentaje se reduce a la mitad. En ese grupo de edades el 40% de turcos que iniciaban un curso de formación profesional, no lograban concluir los estudios; el porcentaje descendía al 15% entre los alemanes. A igualdad de posibilidades de formación, los turcos tienen la mitad de interés en seguir cursos de capacitación que los alemanes.
Una encuesta demostró que el 15% de las mujeres turcas jóvenes no tienen ningún título, ni siquiera el de estudios primarios, pero este porcentaje se reduce al 3% entre los varones. Esto explica las elevadas tasas de paro entre los jóvenes turcos, pero también la responsabilidad de las familias en esta situación. Los padres turcos parecen no saber atribuir la importancia correcta a la formación profesional.
Si a la carencia de titulación y de formación adecuada, unimos el escaso dominio de la lengua alemana, entenderemos la falta de competitividad de buena parte de los jóvenes turcos hijos o nietos de inmigrantes de primera generación. El hecho de que estos primeros inmigrantes lograran insertarse en el mecanismo productivo alemán, en las mismas condiciones de falta de titulación y escasa capacidad para manejar la lengua de Goethe, no implica que treinta o cuarenta años después, pueda repetirse el mismo proceso.
La sociedad actual es mucho más competitiva que la de entonces, y los puestos de trabajo escasean mucho más. Precisamente por eso la comunidad turca tiene unas tasas de paro entre sus jóvenes muy superiores a los de cualquier otra comunidad inmigrante. Los jóvenes españoles hijos de inmigrantes tienen unas tasas de éxito en la formación profesional espectaculares sin recibir ayudas. Sin embargo, los turcos se benefician de ayudas que no reciben los inmigrantes comunitarios entre ellos los españoles. Entonces ¿qué está ocurriendo con los turcos?
El mismo problema ocurre con los argelinos en Francia y con los marroquíes en España. Así pues, estamos ante un problema que se reproduce en toda Europa: el rendimiento de los estudiantes procedentes de Turquía, Marruecos o Argelia, es extremadamente inferior al de otras comunidades de inmigrantes y al de los jóvenes de los países de acogida. Así pues, no es en el sistema educativo de los países de acogida en donde radica el problema, sino en las comunidades inmigrantes. Y estas comunidades tienen un rasgo común: son islámicas. Por algún motivo, el Islam encaja mal en el estilo de vida occidental. Al menos en lo que se refiere al estudio, porque en lo que se refiere al consumo, los turcos están por delante de cualquier otra comunidad inmigrante, e incluso de los propios alemanes. Veamos algunas cifras.
Mientras que el 53% de los hogares alemanes dispone de automóvil, esta cifra se eleva hasta el 67% entre los turcos. La posesión de sofisticados equipos de alta fidelidad asciende al 48% entre los hogares alemanes, pero sube hasta el 62% en los turcos. A esto se une la creciente tendencia de los turcos –que ya no tienen intención de regresar a su país- a comprar un piso de propiedad. Esto ha hecho que algunos barrios de las grandes ciudades (Berlín-Kreuzberg, Duisburg-Hüttenheim y Hamburgo-Wilhelmsburg) se hayan convertido en lugares preferentes de residencia para los turcos. En la actualidad un 22% de turcos poseen pisos de propiedad. Esos pisos están situados en zonas de alta concentración de pisos de alquiler habitados por turcos y han generado en torno suyo una innegable “economía étnica” formada por todo tipo de pequeños comercios cuyos clientes son casi exclusivamente miembros de la propia comunidad turca. Quienes trabajan en estos circuitos, prácticamente no necesitan perfeccionar su alemán; incluso su ocio se consuma en la lengua originaria.
Estas cifras son indicativas de tres fenómenos: 1) que buena parte de la población turca inmigrante no tiene intención de regresar a su país, 2) que la reagrupación familiar ha hecho disminuir sustancialmente las remesas de dinero enviadas a Turquía y el excedente económico se orienta hacia un consumo desenfrenado y 3) que la comunidad turca está escindida interiormente entre la fidelidad a sus orígenes étnicos y culturales de un lado y las formas más degradadas del estilo de vida occidental. El consumismo es, de hecho, el único terreno en el que la comunidad turca ha intentado imitar a la alemana.
Lo más sorprendente de algunos intelectuales alemanes es que todos sus desvelos intelectuales parecen consagrados en exclusiva a la inmigración y, más en concreto, a la inmigración turca. Para estos intelectuales solamente existirá una verdadera democratización en Alemania, cuando todos los inmigrantes gocen de los mismos derechos que los alemanes. Esto implica una completa integración de los turcos en la sociedad alemana. Naturalmente, estos intelectuales no se han planteado cuál es la voluntad de la comunidad turca. Simplemente han decidido unilateralmente que los turcos deben tener los mismos derechos que los alemanes de origen. Todo lo que no sea eso es racismo, xenofobia y totalitarismo fascista. Suelen equiparar el antisemitismo a la más mínima reserva que pudiera expresarse ante la comunidad turca e ignoran deliberadamente que un 3% de la comunidad turca se niega –una encuesta así lo establece- a tener amistad con alemanes, un 20%, por voluntad propia, tiene la menor relación posible con alemanes…
Ahora bien, parece evidente que, a pesar del trabajo “educativo” de estos intelectuales, existen ciertas reservas entre la población alemana a firmar contratos de inquilinato, dar trabajo o trabar amistad con turcos. Y esto es lo más significativo: no es el rechazo al extranjero, sino el rechazo al turco y al islamista, el que se pone de manifiesto en la sociedad alemana. Ni los españoles ayer, ni los yugoslavos, griegos o italianos hoy, experimentar así esta discriminación. Y, en realidad, hablan lenguas diferentes, tienen peculiaridades étnicas y antropológicas distintas e incluso su religión no coincide necesariamente con la de los alemanes de origen. ¿Por qué los turcos y los islamistas son discriminados y en cambio otros grupos de inmigrantes no? La pregunta puede formularse también de otra manera: ¿Por qué los inmigrantes islamistas en Alemania son de difícil integración, mientras que otras comunidades se integran con facilidad? ¿No será que el problema no está en la sociedad alemana sino en la comunidad turca? O lo que es peor, ¿por qué estas mismas situaciones se repiten en toda la Europa receptora de inmigración?
Las respuestas son muchas e incluso contradictorios y, se tiene tendencia a pensar que dependen de la orientación política de quien responda. Para un progresista, el turco es víctima de las discriminaciones sin fin de una sociedad racista y que le resulta extremadamente hostil; para un xenófobo y racista, el turco es un delincuente que ha llegado para chupar la sangre y los recursos generados por el pueblo alemán. Las cosas, evidentemente, son mucho más complejas. El hecho incontrovertible es que el gobierno alemán y los demás gobiernos europeos han hecho lo divino y lo humano por intentar integrar a las comunidades inmigrantes de origen islámico, sin lograr el más mínimo resultado. Otras comunidades, tal como hemos visto –españoles y portugueses entre ellos- se han adaptado espontánea y perfectamente en Alemania y Suiza, en Francia y Holanda, sin que se hayan invertido esfuerzos ni fondos en procurarlo. Ese es el dato objetivo ligado, fundamentalmente, a comunidades musulmanas.
Tal como analizaremos en otro punto, el problema de la sociología “políticamente correcta” es que parte de una base científicamente incorrecta: excluir de partida la responsabilidad de las comunidades musulmanas en la segregación que experimentan y que afectan de manera infinitamente menor a otros colectivos inmigrantes. Así pues estamos obligados a una conclusión: la brecha antropológica que existe entre el Islam y Europa es de tal magnitud que cualquier intento de reducirla es vano e infructuoso. Las cosas se agravan con la pretensión del Islam de ser la única religión verdadera y la revelación divina más completa y perfecta. La existencia de la brecha antropológica objetiva lleva a una inadaptación radical a la modernidad y a todo lo que representa: tolerancia, igualdad de la mujer, democracia, libertad de expresión, competitividad, etc., provoca la inevitable marginación de la inmigración islamista. El único punto de apoyo para evitar el complejo de inferioridad permanente, lo da la religión islámica: marginados, si; poco competitivos, también; ocupando puestos de trabajo subalternos y sin cualificación… todo lo que se quiera, pero “Alá es grande y recompensa a sus fieles”. Siempre queda superar el complejo de inferioridad real o supuesto, con la contrapartida de poseer la única religión verdadera. Así pues, el ciclo de la marginación se cierra con una especie de revancha espiritual, inseparable, por lo demás, del rechazo y la desconfianza hacia el no islamista. Situación endiablada y sin posibilidades de ser reconducida.
© Ernesto Milà Rodríguez – infokrisis – infokrisis@yahoo.es – 10.05.06


[1] Hace falta meditar sobre este acuerdo, especialmente si tenemos en cuenta que, a partir de mediados de 2005, los contingentes de inmigración ilegal que están llegando a España procedentes del África Subsahariana tienen un notable porcentaje de enfermedades infecciosas e, incluso, por lo que se refiere a los afectados por el SIDA, el reclamo no es otro que el de acogerse a los tratamientos gratuitos contra esta enfermedad. Si tenemos en cuenta que se calcula que el número de africanos contagiados por el SIDA oscila entre 30 y 50 millones, nos daremos cuenta de que el “efecto llamada” no deriva solo de la posibilidad de ganarse la vida trabajando, sino también de acceder a unas condiciones sanitarias infinitamente mejores que en el país de origen. Pero el derecho de toda persona a recibir un tratamiento médico, no puede de ninguna manera hacer olvidar que la Seguridad Social española está actualmente excesivamente sobrecargada por tratamientos de este tipo. Las sucesivas reformas de la Ley de Inmigración deberían haber tomado como modelo la legislación alemana de los años sesenta sobre esta materia en lugar de aceptar el hecho consumado y violento de las regularizaciones masivas de ilegales. El ilegal ha forzado una ley y, por tanto, como cualquier infractor debe ser castigado. No hacerlo, simplemente, y plegarse al hecho consumado de su presencia en España, constituye el “efecto llamada” más radical, tal como ha demostrado l hecho de que un año después de la regularización masiva de febrero-mayo de 2005, en un año haya llegado otro millón de inmigrantes ilegales que, sin duda, serán regularizados tras las elecciones de 2008….