La imagen del odiador corresponde a la de un tipo obsesivo que, por algún motivo, la ha tomado contigo y es lo más parecido a una ladilla culera: no hay forma de zafarse de él. A diferencia de la ladilla, terminas habituándote a su constante hostigamiento. De la misma forma que la ladilla tiene a la zona púbica como teatro de operaciones, el odiador ha hecho de Internet su campo privilegiado de actuación. Constituye un fastidio y una molestia, pero poco más, especialmente para los que nos sentimos queridos y arropados por nuestros amigos y familiares.