sábado, 16 de octubre de 2010

El Duque de Warthon y los Clubs del Fuego del Infierno

Infokrisis.- En 1996 elaboramos este artículo que fue reproducido por la revista Próximo Milenio y, posteriormente, nos sirvió como material para el primer capítulo de nuestra obra Gaudí y la Masonería. Recientemente, nos hemos acordado de este artículo al visionar una extraña película producida en los años 60 por la Hamer que lleva precisamente el mismo nombre: "El club del fuego del infierno". Se alude en este artículo a la juventud del Duque de Warthon, importante para nuestro país, pues, no en vano, fue el fundador de la primera logia masónica sobre la Península. En la actualidad, la Logia de Investigación adscrita a la Gran Logia de España lleva el nombre de "Duque de Warthon". Por lo demás, el personaje murió en España y fue enterrado en la abadía de Poblet.


    A principios del siglo XVII la sociedad londinense se encontraba en plena transformación. Si probablemente fue uno de los períodos mas libertinos de la historia inglesa, no hay duda que fue la época en la que se bebieron más y más pintas de cerveza. Las tabernas eran los lugares de reunión de las más variadas asociaciones y círculos intelectuales. Algún crítico ha dicho que las tabernas no es lugar más adecuado para la espiritualidad, sin embargo, fue en esos centros -en la Taberna del Ganso y la Parrilla- donde nació la masonería. Cuando Wren dimitía y los protestantes realizaban su sigiloso entrismo en las logias, en algunas tabernas de alta alcurnia se concentraban jóvenes libertinos con ganas de alternar orgías con bromas pesadas. Se llamó a estos centros "Hell Fire Clubs", Clubs del Fuego del Infierno. Para hacer gala a su nombre, blasfemar era una obligación a la que se comprometían sus miembros; ateos impenitentes, se daban a sí mismos nombre "iniciáticos" relacionados con sus cualidades amatorias ("Jhonny pijo largo", "Lady Vagina", "Mary Orgasmos", etc.) e imponían a sus miembros un brindis al diablo en noche de luna llena y en el interior de un cementerio, como rito de admisión. A partir de 1720 los Clubs del Fuego del Infierno experimentaron un crecimiento espectacular en un tiempo que la masonería seguía casi con sus mismos efectivos que a principios de siglo.

    El ídolo de todos estos clubs no era otro que el joven Duque Philip de Warthon. Se trató de un personaje, oportunista, provocador, alcohólico, libertino y, globalmente, depravado. Sus vaivenes políticos le llevaron de jurar fidelidad a Jacobo III en Avignon, cuando apenas tenía 18 años, aprovechando la ocasión para sacarle 2000 libras a la viuda de Jacobo II, en Saint Germain, que hicieron de él el mejor conocedor de los burdeles de París. Pero nada le impidió, de regreso a Inglaterra, tomar partido por la causa contraria. Su comportamiento fue progresivamente más escandaloso, sin duda, trastornado por su progresivo alcoholismo. Tan escandaloso comportamiento, conocido de todos, no fue óbice para que fuera admitido en la masonería. No tardaría en crear problemas a la recién creada institución.

    Se ignora la fecha en la que Wharton ingresó en la masonería, se sabe, eso sí, que logró escalar, muy pronto, hasta la cúpula. El 25 de marzo de 1722, la Gran Logia de Londres sostuvo la candidatura del Duque de Montagu para ocupar el cargo de Gran Maestre. Montagu no era santo de la devoción del Duque de Wharton, así que éste tomó la iniciativa para impedir la elección. Clavel, historiador masónico por excelencia, cuenta la significativa anécdota: "El 21 de junio [Wharton] convocó una gran asamblea, para la cual había hecho preparar un suntuoso banquete. Estando ya en los postres, y por consiguiente, cuando ya las cabezas estaban algo acaloradas con los vapores del vino, que se había servido con profusión, los partidarios de Wharton, tomando a un tiempo la palabra, atacaron vivamente la reelección del Duque de Montagu, que reputaron como un acto impolítico y suficiente para desalentar a los hermanos, cuyo acto e influencia social podían ser empleados en beneficio de la masonería (...) Los partidarios de Wharton obtuvieron un triunfo completo, resultando aquél elegido pro unanimidad".

    Todo volvió a la normalidad cuando la Gran Logia declaró nulo e irregular un procedimiento tan expeditivo de nombrar Grandes Maestres que había fraccionado en dos a la masonería. Montagu se comportó moderadamente y, en la asamblea convocada para resolver el contencioso, renunció a su cargo en beneficio de Wharton. Clavel explica que "su administración fue sumamente favorable para la sociedad. El número de logias se aumentó considerablemente en Londres y en los demás condados y la Gran Logia se vió obligada a crear el oficio de Gran Secretario, a fin de poder despachar la correspondencia" .

    En junio de 1725,Wharton, viajó al continente y tomó contacto con los medios jacobitas romanos y españoles. En 1728, llegó a España y junto con otros ingleses residentes en Madrid fundaría la logia "Las Tres Flores de Lis", situada en la fonda del mismo nombre, en la calle San Bernardo, esquina con la calle de la Garduña. La logia es conocida como "Logia Matritense"  e, históricamente, a pesar de que algunos hayan puesto en duda su existencia en los últimos tiempos, puede ser considerada como la primera logia establecida en España. A fines de 1728 volvió a Francia y permaneció en París entre septiembre de 1728 y abril de 1729, federando varias logias existentes en la capital del Sena. Wharton es tenido por algunos, como el primer Gran Maestre de la Masonería francesa. En 1729 regresó a España muriendo en el monasterio de Poblet.

    Por motivos que se desconocen, su nombre fue borrado de las Actas de la Gran Logia de Inglaterra en 1768. Wharton murió al poco tiempo con el cuerpo desgastado por todo tipo de excesos. Su recuerdo se mantiene aun en la masonería española cuya Logia de Investigación lleva su nombre.

    A pesar de esta tarea misional en España, el Duque de Wharton pasará a la historia por ser el representante mejor conocido y más representativo de los "Clubs del Fuego del Infierno". Puede entenderse entonces el interés que puso el pastor Anderson y Teófilo Desaguliers en denunciar a los "estúpidos ateos" en sus "Constituciones". Efectivamente, el Artículo I del reglamento establecido por en 1723 obligaba al masón "a obedecer a la ley moral; y si comprende bien el Arte, nunca será un estúpido ateo ni un religioso libertino". Estas frases han hecho verter ríos de tinta, pero, conociendo el dato de los Clubs del Fuego del Infierno, mas parecen dardos dirigidos contra el Duque de Wharton que principios dictados por la tradición ancestral de los maestros masones, como hubiera sido de esperar.

    El 20 de abril de 1721, el dean de Windsor, un proyecto de ley contra los clubs blasfemos. El proyecto era excesivamente radical y permitía perseguir a cualquier indiferentista religioso o disidente de la iglesia anglicana. Wharton fue el principal opositor con que contó dicho proyecto. En ese ocasión actuó como un cínico redomado. Extrajo una biblia del bolsillo y leyó distintos fragmentos de los Hechos de los Apóstoles, adoptando las poses de un predicador. El proyecto fue rechazado y el propio duque blasfemó a gusto esa misma noche en su Club.

    Un año después de estos episodios Wharton ingresaba en la masonería y se hacía elegir Gran Maestre, bajo la tutela, bien es cierto, de Teófilo Desaguliers quien le impidió que condujera la masonería, como conducía cualquier otro asunto propio, desordenadamente. Al cabo de pocos años, desposeido de su cargo, terminó siendo expulsado de la masonería, su mandil, guantes y joyas quemados ritualmente. Fundó una asociación, la de los "Gorgomones", en la que caricaturizó a la masonería. Abandonadas las Islas Británicas, volvió a contactar con el pretendiente jacobita. Más tarde hay que ubicar su peripecia española. Murió a los 33 años con el hígado deshecho. Anderson y Desaguliers quisieron asegurarse estatutariamente de que nadie de las mismas características volviera a ostentar un alto cargo en la Orden.

    Para Wharton la exaltación del mal, la hebriedad y lo satánico, no parece que fuera otra cosa que un ejercicio diletante. Más adelante el affaire Taxil, si bien volvió a unir el nombre de la masonería al del satanismo, demostró ser igualmente fatuo (aunque no para todos, como veremos).

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