Digámoslo desde
el inicio: la película que se ha estrenado con el nombre de Barbie es
una de los despropósitos más estúpidos, mediocres, adoctrinadores y malintencionados de la historia del
cine. Se suma a ese tipo de películas, estilo La forma del agua, que
quieren transmitir los valores de la postmodernidad transhumanista y de la "cuarta ola feminista", culminación de las tres anteriores. Si
en La forma del agua lo que se "vendía" era el “amor trans-especie” (desdramatizando el enamorarse de cualquier cosa viviente, un
perrito, un monstruo de laboratorio), en Barbie, la idea es transmitir a través de
lo que hasta ahora ha sido el arquetipo de la feminidad estúpida (no en vano, Barbie
llegó de los EEUU y responde a los rasgos del fetiche sexual WASP de los años
50), un mensaje ultraprogresista y ultrafeminista. Barbie es, nadie
puede dudarlo, un producto que vende los nuevos planteamientos más radicales de
la “cuarta ola” feminista. Y, además, un producto de calidad nula.
CUATRO OLAS PARA
UNA MISMA OBSESIÓN
La primera ola
feminista aspiraba solamente a conseguir el voto para las mujeres. Las miembros
del movimiento “sufragista” se dejaron la piel para conquistar el derecho tan
simbólico como inútil de depositar un papel en una urna. La posición
correcta no era la de las sufragistas, conquistadoras de lo inútil, sino la de
autores como Ibsen que ya a finales del XIX realizaron una crítica demoledora a
la “democracia cuantitativa” en la que el voto de 49 premios nobel o de 49
santos del santoral, pesaba menos que el de 51 violadores, 51 locos o 51 ignorantes.
El voto femenino, hoy, está normalizado y unánimemente aceptado. Pero, de
hecho, el problema de fondo es que lo que verdaderamente hemos aceptado es
el “fetichismo del voto” (la creencia de que la “cantidad” puede generar “calidad”).
La segunda
ola feminista abundó en la misma dirección, pero con una intencionalidad
muy diferente. Es el movimiento del “women’s lib”, la ideología de la “liberación de
la mujer” aparecido en los años 60, junto con otros fenómenos de la cultura
pop de la época: la píldora anticonceptiva y los “derechos reproductivos”, la
minifalda, la liberación sexual. Aquí estaba más patente un error que también
estaba presente en la ola anterior: había mujeres que, lejos de aspirar a
ser “mujeres”, querían ser “como los hombres” o, lo que era peor todavía, como
la imagen que se habían forjado de los hombres. Para ellas, la naturaleza
femenina, con su capacidad para concebir vida, era una molestia incómoda y humillante:
la rechazaban porque, lo que a ellas les atraía era vivir como el varón, ser
lo que el varón era, compartir con el varón lo que hasta ese momento había sido
función propia y exclusiva de la mujer. Ya no se trataba solo de “votar”, sino
de ejercer las mismas funciones del varón. Eran los tiempos del “nosotras
parimos, nosotras decidimos” y de la lucha por la “igualdad sexual”.
El que una mujer pudiera llegar a general del ejército o marine en primera línea de fuego, juez, o bombero eran
considerados conquistas irrenunciables. La maternidad, la educación de los
hijos, el mantenimiento del hogar, todo eso, pasaba a segundo plano o, incluso,
podía negarse porque, a fin de cuentas, la segunda ola feminista había
traicionado a la mujer, negando su propia naturaleza y sustituyéndola por una imitación pura y simple del varón.
Lo que evitan
explicar las feministas de la época es que sus campañas y los ecos que
despertaron en los medios de comunicación habían sido subsidiados y promovidos
por las grandes fundaciones capitalistas. A lo largo de
los “treinta años gloriosos de la economía mundial” (1943-1973) la
creciente industrialización había elevado los salarios (el sueldo de un padre
de familia bastaba para realizar el “sueño americano”, o su traducción al “sueño
español” con piso en propiedad, Seat 600 en la puerta y terrenito para
construir una segunda residencia). Y se temía que eso pudiera redundar en un
aumento mayor de los salarios y en procesos inflacionistas, así que el remedio
para las multinacionales y la patronal era introducir en el mercado laboral al
50% de la población, con lo que la ley de la oferta y la demanda operaría su “magia”:
los salarios, como así ocurrió, se reducirían ante el aumento del número de
personal que solicitaban un puesto de trabajo. Y, en efecto, a partir de finales
de los 60, la introducción masiva de la mujer en el mercado laboral,
paradójicamente, generó el que los sueldos empezaran a perder capacidad
adquisitiva, y ya ha mediados de los 80, a pesar de que los dos miembros de la
familia, hombre y mujer, trabajaran, los “sueños” americano y español, se habían
evaporado. Para mantenerlos vivos era preciso renunciar a algo y se optó por
renunciar a los hijos. A finales de la década estaba claro que se había
entrado en el “invierno demográfico”.
Pero aun tenía
que llegar la tercera ola feminista para dar un paso más al frente.
Hasta entonces, los movimientos de liberación femenina habían aceptado
colaborar con otros movimientos “progresistas” en la realización de fines
comunes, pero a partir de finales de los 90, Rebecca Leventhal, más conocida
como “Rebecca Walker”, hija de una feminista afroamericana y del abogado judío
Melvyn Leventhal, fundó “Third Wawe Action Foundation”, que promovió el
“feminismo de la tercera ola”: se trataba, no solamente de “igualar” a las
mujeres en el terreno del voto (primera ola) y del trabajo (segunda ola), sino
que extendía su análisis al terreno económico-social, a la igualdad de género y
a la lucha contra cualquier tipo de discriminación étnico-racial. “Ser
mujer”, implicaba serlo dentro de una clase social y de un grupo étnico. Por
tanto, si se aspiraba a la “igualdad” había que reconocer, necesariamente, que determinados
grupos étnicos y clases sociales estaban sometidos a una discriminación que no
sufrían mujeres, por ejemplo, WASP (blancas, anglosajonas y protestantes). Por
tanto, había que estudiar lo que implicaba “ser mujer” teniendo en cuenta estas
connotaciones étnico-sociales.
Y es así como llegamos
a la “cuarta ola”, para la que todo lo anterior demuestra solamente una cosa:
la superioridad de lo femenino sobre lo masculino, la necesidad de destrozar la
masculinidad (reducida al arquetipo machista y violento) y e afirmar como
norma social universal lo femenino, precisamente desprovisto de todos los
atributos naturales de la feminidad. La feminista de la “cuarta ola” es una
mujer inadaptada: no solamente odia al varón y el acto sexual, en el que ve una
simple muestra de agresividad, sino que se odia también a sí misma y a su
naturaleza como mujer. No solamente está dispuesta a destruir lo que
representa el “varón” y la masculinidad, sino también a “deconstruir” lo que es
la naturaleza femenina y su papel social.
De ahí la
importancia de que esta “cuarta ola” se fije más en los “derechos trans”, en los
“nuevos modelos familiares”, en el "wokismo" y en los “estudios de género” antes que en la “condición
femenina”. A fin de cuentas, nos dicen, “todo son construcciones sociales”, el
sexo es biológico, pero -cuenta el cuento- "el género es una opción personal". Cada cual
será lo que quiera, sin importar, ni su vida anterior, ni los determinismos genéticos.
Y cada forma de ser merecerá un "respeto": aquel, por ejemplo, que se sienta gato
habrá que tratarlo como tal, un maullido será una muestra de educación si te lo
cruzas, mientras que un “buenos días” será una odiosa muestra de machismo
reduccionista y violento.
Lo que en la primera ola era atender a un aspecto muy secundario, casi banal, como era el voto, en la segunda se convirtió en una reivindicación centrada especialmente en el mundo laboral, pasando a ser en la tercera ola un análisis sobre la opresión étnico-social y, finalmente, en la cuarta ola, una negativa explícita a reconocerse como mujer, a ser mujer y sugerir que podemos huir de los determinismos biológicos, acompañada, paradójicamente de un sentimiento de superioridad sobre lo masculino que debe ser "doblegado" en forma de "nuevas masculinidades", esto es, en una feminización de lo viril.
Detrás de estas
cuatro oleadas, lo que se evidencia son estados crecientes de ignorancia:
ignorar que la mujer es algo más que un elector con derecho a voto (incluso,
ignorar la banalidad del voto), ignorar la ley de la oferta y la demanda y la
división de funciones necesaria en todo organismo social, ignorar que la
cultura, la educación, y la voluntad y, finalmente, la identidad, son elementos
muchos más determinantes del estatus social que el factor étnico y que las “discriminaciones
positivas” apenas falsean mínimamente los datos suministrados por el ADN.
Para colmo, las
tres primeras olas feministas no han conseguido que la mujer se sienta mejor;
es justo lo contrario lo que ha ocurrido. De hecho, hoy los tratamientos
por depresión, la soledad, la tristeza, las patologías asociadas y los remedios
paliativos (desde la farmacopea hasta la promoción de mascotas) no han hecho
más que agravar la situación de la mujer y -por lo mismo- desestabilizar
también al varón, hacer imposible la creación de nuevas familias, impedir que
las creadas tengan descendencia y los que la tienen estar obligados a enviar a
sus pocos hijos a centros de “enseñanza oficial, laica y obligatoria”. El hecho de que,
visiblemente, la identidad femenina se haya ido difuminando cada vez más
desde la aparición del sufragismo, no ha sido óbice para que ninguna de las
apóstoles del feminismo haya pensado en dar un paso atrás y reconsiderar si lo
andado ha hecho avanzar la causa de la mujer o la hoya colocado en el borde del
abismo.
Con películas como Barbie, se intenta dar el último empujón hacia el vacío.
BARBIE COMO PUNTO
FINAL A MEDIO SIGLO DE DESPROPÓSITOS
Barbie es una mala
película. Aburre y solo en muy escasas ocasiones tiene una chispa de ingenio o provoca una sonrisa. Película con fines de adoctrinamiento para menores, apta
solamente para ultrafeministas convencidas, para mujeres “con problemas” de
identidad. Para ignorantes de lo que es la “condición femenina”. Para quienes quieres
deconstruir los sexos, transformarlos en “géneros de libre opción” y realizar
una fuga hacia un mundo construido con la misma materia que las frustraciones,
las decepciones, los miedos y los autoengaños. Eso es Barbie. Más
que satisfacer a “feministas”, ha sido concebida para dar un paso al frente en
la “aceptación” social del mundo trans y admitir que, en una sociedad “libre” se
trata de admitir cualquier opción, salvo una: ser Hombre o ser Mujer. Barbie,
la película nace en un contexto de ignorancia de la verdadera masculinidad y de
la verdadera feminidad. Es un producto de la crisis de nuestra civilización, concebida,
no para rectificar esa vía disolvente, sino para acentuarla.
Las críticas “profesionales” -esto es, pagadas- que ha recibido la película son unánimemente elogiosas, sin distinción en medios de la “derecha” y de la “izquierda”. Obsérvese, la crítica de El Mundo dice: "Gerwig sorprende con una comedia con alma de manifiesto tan divertida como provocadora con un Ryan Gosling descomunal”. En El Periódico puede leerse: "Es magnífica. Pocas películas veremos en mucho tiempo tan definidas, tan concretas, tan perfectas, tan militantes y tan graciosas (...) [Gerwig] ha conseguido que (...) su película sea conmovedora”. La Vanguardia ilustra el tema con estas palabras: "Una comedia de momentos estelares y discursos abrumadores”. Y La Razón resume: "'Barbie' es una fiesta (...) su tono [es] de una energía luminosísima y de una frivolidad que es pura inteligencia (...) Margot Robbie parece haber nacido para el papel (...) irresistible Ryan Gosling”. Para El País, lo esencial es “la divertida recreación del universo de Barbieland”, mientras que su hermano mediático, la SER añade: “Gerwig ha creado la comedia perfecta. Una de esas películas que tienen capas y capas de análisis y escenas divertidas llenas de tirones de orejas a la sociedad actual”. ¿Qué dice el arquetipo de la prensa monárquica y de derecha bienpensante? Lo mismo; en efecto, ABC titula: “La fábula no es ningún prodigio de intelectualidad y finura, pero en su brochazo, resulta eficaz, comprensible y hasta angelical”… Sin embargo, esta unanimidad de la crítica profesional, contrasta con la recepción que le ha deparado el público.
Si las críticas realizadas por los espectadores y colocadas en la web de referencia en España, la web Filmaffinity, indican algo es el ¡CASI UNÁNIME RECHAZO! Con el que los espectadores han acogido esta cinta. No es la primera vez que ocurre una contradicción de este tipo: la “crítica oficial”, esto es, pagada, va en una dirección y la “crítica del espectador” circula por otra, en dirección justamente opuesta. Esto explica, de por sí, porqué los medios de comunicación convencionales han caído en el descrédito.
Si no fuera por su insistencia en enviar un mensaje
propio de la “cuarta ola feminista”, la película sería un auténtico
despropósito sin pizca de gracia. No se le hubiera prestado atención, y lo
invertido en el lanzamiento, no habría servido para levantar un producto de muy
escasa calidad. Pero lo esencial era vehicular en la muñeca Barbie
todas las ideas de la “cuarta ola feminista”: superioridad de la mujer sobre el
varón y sometimiento de este, renuncia y odio hacia la maternidad, consideración
de que cualquier cosa que no sea “inclusión” es “machismo” y que todo machismo
es violencia contra “lo diferente”, y que la “inclusión” debe ser cualquier
renuncia a admirar algo en detrimento del resto, exaltación de todo lo que ha
sido marginado, olvidado, despreciado y desconsiderado como “feo”, “anormal”, “diferente”.
Inversión, en una palabra, de todos los valores. Esto se hace mediante
diálogos poco ingeniosos, en ocasiones, incluso groseros, las más de las veces
hechos con “sal gruesa” y con recursos repetidos en el curso de la película en
varias ocasiones para que quedara claro el “mensaje”.
La referencia es “Barbie”, la muñeca de Mattel. Por tanto, valdrá la pena aproximarse un poco a lo que es y supone “Barbie” en la cultura pop.
BARBIE COMO ARQUETIPO DE LA MUJER AMERICANA
Ruth Handler, hija de Ida Rubenstein y de Jacob Mosko, ambos de origen
judío-polaco, fue presidenta de la empresa Mattel, creada junto a su marido y
recordada especialmente por el lanzamiento de algunos de sus productos, en
concreto la muñeca Barbie. En los años 50, las muñecas con las que jugaban las
niñas tenían formas infantiles, pero Ruth Handler se propuso crear un nuevo
estilo con el que las niñas pudieran imitar a sus madres. Era una copia -o mejor,
una evolución americanizada- de una muñeca lanzada unos años antes en Alemania:
“Bild Lilli Doll” que se fabricó en la postguerra y se difundió solo en
Alemania. Inicialmente, era una tira cómica publicada por el Bild-Zeitung, un
tabloide de gran difusión en aquel momento. En el tabloide, “Lilli” era
desvergonzada, frecuentemente procaz, exhibicionista y dada a los chistes y a
las bromas de trasfondo sexual. Ruth Handler se limitó a “americanizar” la
figura que comercializaba el Bild-Zeitung: la tiñó de rubio, disminuyó sus
atributos sexuales, y la sofisticó con la idea de que las niñas proyectaran en
ella lo que querían ser de mayores. Tal era la idea inicial. Lanzada en 1959,
la acogida fue muy buena hasta el punto de que tres años después la empresa lanzó
a su compañero, “Ken”. Hoy es la muñeca más vendida de la historia.
Barbie es un juguete, pero un juguete que encierra arquetipos: mujer
blanca, rubia, burguesa, vestida a la moda, pero de forma convencional,
elegante y con complementos que se pueden ir incorporando hasta el infinito
siempre que estén de moda en la sociedad. Cuando se lanzó era la época de las
grandes y exuberantes actrices rubias de amplias hechuras, muchas de ellas hoy
olvidadas: Jan Sterling,Barbara Nichols, Lana Turner, Anne Francis, Janet
Leigh, Barbara Lang, Barbara Eden, Kim Novack, Elizabeth Montgomery, Jane
Mansfield, Grace Kelly, June Haver, Mamie Van Doren, y, por supuesto, Marilyn
Monroe. Los años 50 fueron los de las grandes actrices norteamericanas cuyos
rasgos que encuentran sintetizados y compendiados en la figura de Barbie.
Eso por lo que respecta al arquetipo estético. Obviamente, si sus atributos
sexuales hubieran sido del tamaño de los de Jane Mansfield, por ejemplo, los
padres se hubieran resistido a regalarlo a sus hijas, por demasiado explícito.
Así pues, se trataba de disminuir esos rasgos, acentuando, en contrapartida, su
sofisticación: era una muñeca que debía estar constantemente a la moda. Ella y,
por supuesto, su novio. Ambos constituían la pareja de jóvenes típicamente
americana… de los 50. Pero era mucho más que eso.
Era el modelo de la mujer americana. Obsesionada por su físico, con una belleza que pronto se marchitaba -a diferencia de la muñeca que siempre se mantenía en una eterna juventud-, irascible, convencional, permanentemente hecha para agradar, no solamente a su novio, sino, en general, al varón y, no tanto para mantener con él una relación sexual satisfactoria o formar una familia, sino para sentirse bien consigo misma, para ser protagonista a través de su físico.
No puede extrañar, por tanto, que el segundo gran negocio de Ruth
Handler, inventora de Barbie, fuera el crear una industria de implantes de pecho…
BARBIE PRELUDIABA EL MUNDO DE LAS INFLUENCERS
El gran logro de Mattel ha sido ir variando el perfil de Barbie a
medida que iba pasando el tiempo. Hoy tenemos una gran variedad de Barbies,
incluso este año se ha distribuido una que la representa con el Síndrome de Down. En su afán de “inclusión”, todas las razas tienen su versión
de Barbie en este nuevo milenio: la “Barbie hispana”, la “la
Barbie afroamericana” y, por supuesto, en esta época en donde nadie es
alguien si no tiene como principal compañero a su mascota, las Barbies
han tenido 40 mascotas diferentes, incluyendo una cebra y un panda. La empresa
entendió que lo más oportuno era insinuar que Barbie puede ser cualquier
cosa que quiera ser, incluso astronauta. Esta película nos muestra que, además,
puede ser gorda, transexual, cualquier cosa menos madre de un ser humano
tangible. Es más, la primera escena que remeda el inicio de 2001 una odisea
espacial, en la que una niña destroza contra el suelo una muñeca bebé es
seguramente la más estremecedora de toda esta muestra de “adoctrinamiento
recreativo”.
La cuestión de fondo es que Barbie se creó con la idea de ejercer como “influencer pop”, ante litteram: un modelo canónico de referencia para futuras mujeres reales, incluso para exportar el “modelo de mujer americana” a otros países. Luego, llegó Internet y los cambios que generó esta nueva forma de comunicación. Y es ahora, cuando un modelo único de mujer -que ya no es solamente “americano” sino universal- ha conseguido extenderse urbi et orbe. Barbie debería ser nombrada hoy “santa patrona de las influencers”, la primera de todas ellas, la primigenia, la auténtica. La influencer es una vocación que acompaña a la protagonista de la "cuarta ola feminista": ella dicta, no solamente la moda, sino que marca la pauta entre lo aceptable y lo inaceptable, entre la corrección política y el machismo.
Todas las influencers parecen cortadas con
el mismo patrón. No responden exactamente al inicial “modelo Barbie”, pero sí a
sus evoluciones posteriores: labios atiborrados de botox, resaltados por
pómulos retocados y cejas perfiladas, mentón afilado, implantes en cualquier
parte de su cuerpo procedentes de la propia fábrica de Ruth Handler, pelo
lacio, con raya en medio, teñido de cualquier color neutro, ahora ya no necesariamente
rubio, sino más bien distintos tonos de castaño, es importante que las caderas
sean extremadamente anchas, el pecho desmesurado y desmesuradamente retocado
como en la “Barbie rellenita”: todas sugieren el mismo aroma
plastificado, falso, inauténtico. Pero, eso sí, "empoderadas".
Las “curvies” no son una remota evocación de la "Venus de Willendof" y
de las “grandes madres” del paleolítico, cuyas formas delataban fecundidad,
maternidad, generación. No son representaciones vivientes de la “diosa madre”,
sino que, siendo deliberadamente estériles, se consideran, a sí mismas, "diosas". En la película Barbie,
se exalta ese modelo femenino: hay que aceptar sus hechuras, hay que amarla por
haberse atrevido a desafiar el canon estético próximo a la perfección y al ideal
de belleza indo-europeo, creado por Polícleto, mejorado por Lisito y convertido
en perfección plástica por Fideas y Praxíteles. Pero, hay que ser “inclusivo”: aceptarlo
todo, ni exaltar la perfección, ni rechazar lo que no se corresponde con el
canon: “lo gordo es hermoso”, tal es la “nueva ley”, a pesar de que salud y
gordura entren en contradicción y que la gordura sea el resultado de malos
hábitos alimentarios. Antes la “inclusión” que la “salud”. Mejor la fealdad que la admiración de la belleza que genera, inmediatamente -nos dicen- "exclusión".
Si hasta hace poco las anchas cadenas y los pechos voluminosos se asociaban
a la maternidad, ahora, esos atributos proceden están más bien vinculados a la negritud
(esteatopigia en nalgas) o del simple culto a la “cantidad” por encima de la “calidad”
(hipertrofia mamaria) que, en otro tiempo eran consideradas enfermedades y/o
deformidades y, en la actualidad, son cada vez más frecuentes entre las “influencers”
y entre los miles de aspirantes a tales, incluso en el mundo trans. Todas ellas
están cortadas con patrones “inclusivos” derivados de la saga de las Kardashian:
retocadas hasta la saciedad, puros productos de quirófano, convertidos en
estándares de una belleza artificial, falsa, que no solamente han creado
empresas comerciales, sino que han convertido su propia vida en un producto
comercial. Son adoradas por las adolescentes norteamericanas (y de todo el mundo) que, de
mayores, sólo ansían ser como ellas. En varios países iberoamericanos y, por
supuesto, en los EEUU, hemos detectado que, a partir de los 12 años, los padres
tienen tendencia a “regalar” a sus hijas operaciones de cirugía estética…
Mattel ha tenido que tomar la iniciativa ante la competencia que ejercer sobre la empresa juguetera estas “influencers”. A fin de cuentas, Mattel lanzó el primero de estos arquetipos a seguir. Barbie y todo lo que reside en Barbieland es perfecto, pero el mundo real no lo es. Así pues, los dos guionistas del a película, Greta Gerwig y Noah Baumbach, recordaron la historia del Buda Sakyamuni. Sus padres lo habían recluido en un mundo de belleza, lujo y perfección, pero cuando se interesó por lo que había en el exterior de los muros del palacio vio que el mundo estaba compuesto de dolor, vejez y muerte. A partir de ahí elaboró su fórmula para liberarse de estos males (el reconocimiento de la falsedad y artificialidad del Ego y la consiguiente renuncia al Ego).
Por su parte, los guionistas de Barbie, constatada
la anormalidad de poder vivir sin tacones y con el pie plano, enviaron a la protagonista desde
Barbieland al mundo de la realidad en el que la gordura, la fealdad y la locura están muy presentes; pero la moraleja es muy diferente: Barbie
no renunciaría a su Ego, sino que impone al varón la renuncia a su sexo. Dejando el hombre de ser hombre, feminizándose, acabarían todos
los problemas que se ciernen sobre la mujer (y lo más sorprendente es que la productora haya contratado a Ryan
Gosling para hacer el papel de “Ken”, un actor canadiense casado y que lleva
una vida perfectamente normal e, incluso, burguesa). Solamente así podrá convertirse en “influencer”
de las nuevas generaciones. Que es de lo que se trataba.
Barbieland ya suponía la creación de un mundo irreal tamizado por el “american dream” y el “american way of life”. Al enviarla al “mundo real del siglo XXI” y hacerle compartir sus valores, ha caído un peldaño más en la escala involutiva: la época en la que la “Gran Madre” del paleolítico vuelve a su papel de diosa, pero sin el único atributo que le permitía encarnar ese papel: el poder de la generación de vida.