En
1929, algunos sectores políticos y sociales empezaron a pensar que el principal
responsable del crack bursátil (y de la crisis que inevitablemente le
seguiría) era la extraordinaria proliferación de capital especulativo o de lo
que Marx llamaba “capital ficticio”. En efecto, la economía productiva
había sido sustituida a lo largo de la segunda fase de los “felices años
veinte” por la economía especulativa.
Marx
lo había previsto e incluso observado en el temprano capitalismo que pudo
analizar y estableció que el crecimiento del capitalismo especulativo estaba
sometido a ciclos. En estos ciclos podía observarse un primer período de
preparación de la “burbuja” y de auge en el cual aparece una demanda de capital
y una búsqueda de beneficios.
Poco a poco, el capitalista se da
cuenta de que los mejores beneficios son los que se generan rápida y
fácilmente: no se trata tanto de producir y situar en los mercados tangibles,
vender y administrar los beneficios, como de especular, esto es, vender algo
intangible a lo que se le atribuye un valor irracional pero siempre creciente.
Para esto precisa capital, y por eso, la demanda de crédito se vuelve febril,
pero no para producir bienes tangibles, sino para adquirir cada vez más
acciones intangibles no vinculadas a riquezas reales y objetivamente mesurables.
La bolsa que, en principio, era el
método por el que las empresas podían financiarse sin recurrir a los créditos
bancarios, vendiendo participaciones en sus beneficios a través de los cuales
recibirán un capital que podrán utilizar para expandir sus actividades, pasó a
ser un foro meramente especulativo: ¿para qué introducirse en los complicados
–y no siempre seguros– mecanismos de producción y consumo para los que hay que
conocer la realidad de sectores económicos concretos si se quiere invertir con
garantías, si se pueden obtener beneficios más rápidos comprando y vendiendo
acciones que suben como la espuma?
Además, en los períodos
especulativos se genera espontáneamente un clima psicológico entre los
inversores que parece decir: “si no inviertes hoy te quedarás atrás y
perderás la ocasión de enriquecerte de un día para otro”. La bolsa, pasa de
ser un mecanismo de financiación de empresas, a convertirse en un hipotético juego
en el que solamente se puede ganar… al menos mientras la burbuja no pincha. En
esos meses, la masa de “capital ficticio” adquiere una imagen de solidez
que en realidad no tiene al no disponer de bienes tangibles que lo avalen. En otras palabras: las acciones compradas y
vendidas en bolsa ya no tienen ninguna relación con su valor real ni con su
rentabilidad, son un mero producto especulativo sin ningún tipo de tangibilidad
más allá del papel sobre el que están impresas.
Y esto constituyó lo esencial en
el punto de inflexión entre los años 20 y los 30: que, frente a la economía
liberal, bajo cuya tutela se había desarrollado la economía especulativa y que
era el leit–motiv de las potencias que habían vencido en 1918, habían aparecido
otras fórmulas económicas. Es significativo, en principio, que la crisis
afectara solamente al mundo capitalista; la Unión Soviética permaneció
completamente al margen de la misma y ni siquiera experimentó pequeñas alteraciones.
Mientras que el nivel de vida en
los EEUU caía en picado, en la URSS la actividad económica desbordante generada
por los “planes quinquenales”, convirtió, en esos mismos años, a aquella
sociedad agraria en una sociedad industrializada. No es raro, por ello que
cuando y el paro alcanzó el 27% en EEUU, el 44% en el Reino Unido y el 44% en
Alemania, en la URSS existía prácticamente pleno empleo. Mientras que el
comercio mundial disminuyó un 40%, la URSS triplicó su producción industrial, entre
1929 y 1940, que pasó del 5% del total mundial en 1929 al 18% en 1938. De pasar
a ser la onceava potencia industrial, pasó al tercer lugar en ese período, se
configuró como la cuarta potencia en extracción de carbón (cuando antes ocupaba
el décimo lugar) y pasó al tercero en producción de acero.
Es evidente que la URSS se vio
libre de la crisis económica en la medida en que no se trataba de una economía
de mercado sino de un sistema económico casi completamente cerrado al exterior.
Pero, al mismo tiempo, la URSS era la nación portaestandarte del comunismo y,
por tanto, la difusión de los logros económicos de este país por parte de los
partidos comunistas de Europa Occidental, tuvo como resultado el que amplias
franjas de trabajadores asumieran esa militancia como respuesta a la crisis del
sistema capitalista occidental.
El Frente Popular llegó al poder
en Francia aplicando medidas muy parecidas a las del New Deal de Roosevelt.
Si entre 1934 y 1937 existió en Francia un auge de los movimientos fascistas,
no se debió tanto a la profundidad con que la crisis económica se manifestó allí
como a los desajustes del sistema democrático y especialmente a la mala gestión
y a los casos de corrupción que afloraban continuamente. En cuanto al fascismo
francés, si bien tuvo una vertiente proletaria (el Partido Popular Francés de
Jacques Doriot antiguo alcalde comunista de Saint Dennis) lo cierto es que fue
limitada y no pasó de ser un movimiento anticomunista financiado por
industriales, y solamente en muy contadas ocasiones[1] tuvo
un verdadero peso específico en la política interior francesa.
En el Reino Unido, inmediatamente
estalló la crisis se devaluó la libra esterlina y se creó la Commonwealth,
un espacio económico propio para la libra y favorable a los intereses
británicos. En realidad, el Reino Unido apenas había salido de la etapa de
crisis en que se encontraba desde 1921. En
ese contexto apareció el aristócrata Sir Oswald Mosley, fundando la British
Union of Fascist. Mosley, antiguo ministro del gobierno laborista de Ramsay Mac
Donald, había publicado en 1930 un memorando sobre la crisis en el que proponía
medidas que anticipaban lo que sería el keynesianismo posterior, en buena
medida orientadas a combatir el desempleo. Precisamente el rechazo de este
memorando por parte del Partido Laborista fue la razón por la que Mosley lo
abandonó para formar el New Party. Esta formación cada vez se vio más
influenciada por el fascismo y en enero de 1931, el propio Mosley tuvo la
ocasión de conocer a Mussolini. En abril de 1931 se constituyó el BUF, partido
específicamente fascista, con buenas bases en los barrios obreros de Londres
(especialmente en el East End) y del sudeste del Reino Unido. Llegó a contar
con 50.000 militantes entre los cuales se encontraban líderes sindicales y
también miembros de la aristocracia británica antes de 1935 cuando empezó su
declive. Así pues, el fascismo británico no se benefició especialmente de la
crisis de 1929, como tampoco pudo hacerlo de manera significativa el Partido
Comunista.
En Italia las repercusiones fueron
bastante menores a pesar de que descendieron los salarios y quebraron algunos
bancos. La respuesta italiana a la crisis de 1929 fue aumentar la intervención
del Estado en la economía y acelerar los pasos hacia la economía autárquica
basada en una fuerte industria militar. Mussolini caminó en esa dirección
reduciendo importaciones, aumentando la producción y fortaleciendo la moneda.
Se acometió lo que Mussolini llamaba “grandes batallas”, la del trigo la
primera de todas, fue un ensayo para reducir importaciones y aumentar la
producción interior. La reevaluación de la lira desincentivaría las
importaciones. Y finalmente se acometieron obras públicas (en redes de
comunicaciones, monumentos y urbanismo en las grandes ciudades). La conquista
de un Imperio en Abisinia, Libia y Albania, tenían como objetivo el generar más
riquezas y materias primas[2].
Todas estas medidas constituyeron la “respuesta fascista” a la crisis, pero no
contribuyeron ni a asentar un régimen que ya estaba asentado desde hacía un
lustro, sino solamente a acelerar su proceso de institucionalización.
En España, las repercusiones de la
crisis del 29 y de la depresión fueron también palpables aunque de menor
intensidad que en otros países a causa del secular atraso de nuestra economía.
La gestación y el inicio de la crisis tuvieron lugar en España durante el ciclo
de la dictadura de Primo de Rivera[3]
(1923–1930) un período de reformas en la administración y de grandes
inversiones públicas que generó un alto nivel de endeudamiento, a pesar del
cual se obtuvieron buenos resultados económicos y se recuperó algo del tiempo
perdido en industrialización y modernización del país.
En 1927 empezaron a experimentarse
problemas de financiación y el sistema impositivo, muy afectado por la fuga de
capitales, no logró estabilizarse. En enero de 1930, Primo de Rivera dimitió
presionado por Alfonso XIII. No fueron una crisis económica –relativa– la que
propició la caída de la dictadura de Primo de Rivera, sino la actitud de los
intelectuales, la pusilanimidad del monarca, la defección de los regionalistas
catalanes, todo lo cual, mucho más que la crisis del 29, llevaron al
advenimiento de la República. Hoy se acepta unánimemente que el contagio
internacional tuvo más relevancia en la gestación de la recesión económica en
España. Si la República apenas pudo afrontar esta situación se debió a los
habituales problemas de asentamiento de un régimen recién establecido y a las
políticas sectarias y anticatólicas que abordó en sus dos primeros años de vida
que convencieron a la “otra España”, la monárquica, católica y conservadora, de
que la convivencia era imposible.
Tampoco hay motivos suficientes
como para pensar que la crisis económica tuviera una importancia decisiva en la
irrupción del “fascismo español” que siempre fue muy limitada y que, hasta la
guerra civil, no alcanzó el nivel de fenómeno de masas. Y en cuanto a la guerra
civil, sus motivaciones distan mucho de estar relacionadas con la crisis del 29
y con la depresión que siguió.
Se
suele convenir[4]
que la moderación del impacto de la crisis en España se debió al atraso de la
economía española y a su carácter eminentemente agrícola (el sector primario
ocupaba al 40% de la mano de obra). No era, pues, la crisis bursátil, sino los
ciclos de la agricultura, las sequías, los años de buena cosecha, lo que
marcaban las oscilaciones importantes. En 1930 hubo una mala cosecha que
arrastró hacia abajo el PIB mucho más que la crisis bursátil de Nueva York. El
sector textil aumentó la producción y los salarios. Cuando en 1932 hubo una
excelente cosecha se recuperó lo perdido dos años antes y el PIB aumentó. Al
año siguiente cayó (mala cosecha) y en 1933 volvió a mejorar (… la cosecha
había sido buena). La Bolsa de Madrid se había recuperado completamente en
1935. En ningún momento hubo pánico bancario y solamente quebró el Banco de
Barcelona, el resto de instituciones permanecieron indemnes gracias a sus
escasas inversiones industriales y a sus pocas operaciones internacionales.
Lo limitado del comercio exterior
español en la época hizo que las repercusiones de la crisis fueran también
limitadas. Existía una política económica proteccionista con altos aranceles y
una valoración alta de la peseta. Disminuyeron las exportaciones y se redujo la
inversión extranjera. La II República aumentaría la protección arancelaria en
1933 cuando la apertura del país a las importaciones era en España muy inferior
a la media europea, así pues, aunque existieron repercusiones y disminución del
comercio exterior (que cayó a la mitad entre 1930–35). Las exportaciones
disminuyeron más que las importaciones y así aumentó el déficit comercial. Volvieron
muchos inmigrantes que se habían ido a países americanos y, por tanto,
disminuyeron las remesas. Para colmo, la República se negó a realizar
devaluaciones competitivas de la peseta con lo que perjudicó a las
exportaciones.
Otro
factor que contribuyó a que la crisis del 29 se notara en España, pero sin
comparación con otros países europeos, fue el descenso de la inversión privada.
Es cierto que la crisis internacional retrajo las inversiones, pero en España
se producía otro fenómeno que era todavía más descorazonador para el capital:
la inestabilidad política que se remontaba a los últimos dos años de la
dictadura, al período de Berenguer, y que se prolongó hasta 1936. Si bien ese
descenso de la inversión privada fue decisivo para que en España se notaran los
efectos de la depresión internacional, la incapacidad de la República por
asentarse, la inestabilidad social (con un movimiento obrero fuertemente
radicalizado, prácticamente el único en el mundo desarrollado en el que el
anarcosindicalismo era hegemónico), las oleadas de huelgas y de violencias que
siguieron inmediatamente al establecimiento de la República (con las quemas de
conventos, la inestabilidad política permanente y la violencia generalizada de
carácter político–social), coincidieron con la llegada a Europa de los efectos
de la depresión.
La República reavivó la inversión
pública (en 1931–32) para compensar la caída de la privada del período 1929 a
1932. Se reemprendieron obras públicas que habían sido paralizadas con la caída
de la dictadura. Entre 1931 y 1934, los ministros de Hacienda incrementaron el
gasto público en un 25% para combatir el desempleo e invertir en
infraestructura y educación. La presión fiscal también aumentó, pero la
política fiscal apenas tuvo repercusiones sobre la producción y el empleo,
porque el gasto público jamás superó el 13,5% del PIB, si la crisis se notó fue
en gran parte porque España mantuvo una alta cotización de la peseta
perjudicando a sus propias exportaciones.
En
conclusión, la política económica republicana no causó depresión ni esta
desencadenó la Guerra Civil, corolario que sacan algunos historiadores
económicos. El origen de la Guerra Civil no fue económico sino político, aun
cuando no tuviera nada que ver con el ascenso del “fascismo español”. La
inestabilidad política hizo que la República jamás estuviera en condiciones de
superar lo que generó a lo largo de toda su existencia una situación de
inestabilidad que terminó en el estallido bélico y, a partir de ese momento, sí
apareció un fascismo español que antes solamente estuvo presente de manera
masiva en la Universidad.
Queda analizar el “caso alemán”. Y
aquí parece que las cosas si dan la razón a quienes opinan que el
nacional-socialismo llegó al poder gracias a los efectos de la crisis de 1929.
Pero también aquí hay que matizar. El ascenso del nacionalsocialismo se inicia
con la celebración del III Congreso de 1927 en Núremberg que sigue a la
refundación oficial de 25 de enero de 1925. En las elecciones de 1928 cosecha
800.000 votos, el 2,6%, y 12 escaños. A partir de aquí se inicia el ascenso
vertiginoso. Inmediatamente antes del crack bursátil tienen lugar nuevos
avances electorales del NSDAP con la consigna “Pan y trabajo”, que
aumentarán en los años siguientes, queda por establecer si esos avances se
deben a la situación de crisis que vivía Alemania en ese momento o a otros
factores.
La crisis del 29 empobreció a
Alemania y a Austria. Los capitales norteamericanos que habían llegado después
de la guerra se retiraron. Quebraron varios bancos y cayó la producción
industrial. En diciembre de 1931 los parados llegaban a 6.000.000 a los que
había que añadir otros 8.000.000 de trabajadores que solamente podían hacerlo a
tiempo parcial.
En este clima, el canciller
Brüning, miembro de Zentrum, aumentó los impuestos y recortó los
servicios especialmente sociales, generando disturbios sociales y el aumento de
las fuerzas extremistas de derechas e izquierdas. Pero mientras que el NSDAP
disponía de un porcentaje muy alto de agricultores y clases medias y una
presencia proletaria menor, el KPD y las demás formaciones de izquierda
radical, eran casi exclusivamente una suma de proletarios (con un gran número
de parados) e intelectuales; estos se movían con dos ejes de propaganda: el
ejemplo de la URSS que había resultado indemne frente a la crisis económica y
las reivindicaciones de los trabajadores en esos momentos. El NSDAP, por su
parte, mantenía otros temas: la “puñalada por la espalda”, “la abolición de
la servidumbre del interés”, “la ruptura del Tratado de Versalles”, la
“reunificación del Reich” y… la lucha contra los efectos de la crisis de
1929.
Si
bien es innegable que el crack de 1929 generó retirada de capitales
americanos, empobreciendo a las clases medias y creando millones de parados y
subempleados, lo cierto es que la respuesta a la crisis era solamente uno de
los puntos ante los que el NSDAP daba su particular visión.
Los
principios económicos del NSDAP eran “socialistas” en el sentido de que
priorizaban la intervención del Estado para aplicar políticas de creación de
empleo mediante el estímulo de la obra pública, la renegociación de la deuda
contraída en el Tratado de Versalles y la defensa de los agricultores mediante
una política de defensa de la propiedad agrícola y precios subsidiados por el
Estado. No era una forma de keynesianismo en el sentido de que esa política no
era solamente para tiempos de crisis, sino para regular toda la actividad
económica, incluso en ciclos de bonanza.
Por otra parte, la crítica al
patrón–oro y la defensa del patrón–trabajo, la renegociación con los inversores
que aceptaran retrasar la percepción de sus intereses reinvirtiendo en
Alemania, todo ello, era muy diferente del keynesianismo (y de sus variantes).
Por otro parte, una vez en el poder, la promesa en la reunificación de los
territorios alemanes en un solo Reich hizo que pronto el Tratado de Versalles
saltara por los aires y que se desarrollara una industria de guerra que, a
pesar de ser menor a lo que generalmente se cree, tendría importancia decisiva
(junto con la creación de infraestructuras y la modernización general del país)
en la superación de las consecuencias de la crisis de 1929[5].
El NSDAP llegó al poder porque era
“nacionalista” y “socialista” y ambos conceptos sintonizaban con la sociedad
alemana de la época. La humillación de Versalles no había sido digerida por la
sociedad alemana diez años después de la afrenta y Hitler prometió resarcir al
pueblo alemán. El nacionalismo estaba en el ambiente e incluso a la izquierda
comunista le era difícil escapar a él. En cuando al “socialismo” se le
consideraba como la priorización de los intereses de toda la sociedad frente a
los intereses particulares. Y esa parte podía ser perfectamente entendida por
los afectados por el paro, por los obreros y por las clases medias. Además,
existía un último factor que coincidía con los intereses de la gran patronal:
el NSDAP era la única fuerza capaz de batir a la revolución bolchevique. Lo
había demostrado desde los freikorps hasta las batallas de cervecería.
Así pues, no había dudas: había que apoyarles para que limpiaran Alemania de
“rojos”; tal era la idea que iluminó las mentes de muchos alemanes de la época.
Todos estos factores se dieron
cita en un período que sólo coincide formalmente con la crisis de 1929. De no
haber existido, lo más probable es que Hitler hubiera llegado igualmente al
poder y los episodios históricos posteriores se hubieran producido de la misma
forma en que ocurrieron. Una vez instalado el nacional–socialismo en el poder y
concluido el ciclo de la “sincronización”[6], el
sector público se había convertido en el mayor inversor y el mayor consumidor
en Alemania, arrinconando a la economía de mercado cada vez más desdibujada por
el intervencionismo estatal. A parte de esto, los grandes beneficiarios de la
política económica del III Reich fueron los agricultores y terratenientes
prusianos y los grandes consorcios industriales[7]… sin
embargo, el hecho de que el Estado fuera “socialista” (en la jerga
nacionalsocialista esto implicaba que tenía una vocación y una responsabilidad
social) impedía que los grandes capitalistas aprisionaran a las clases
trabajadoras y que el capital fuera un instrumento especulativo desconectado
completamente de la economía productiva. Tal fue la esencia de la respuesta
nacionalsocialista a la crisis del 29.
[1] Cfr. Revista de
historia del Fascismo, nº I, artículo 1934–París: las Ligas
Fascistas contra la República, págs. 76–85 y Revista de historia del Fascismo, nº VIII, artículo Georges
Valois, el Círculo Proudhom y Le Faisceau, págs.4–57.
[2] Cfr. Introducción a la economía internacional,
Sergio A. Berumen, Esic Editorial, Madrid 2006, especialmente el capítulo
dedicado a la Economía Fascista, págs 120–123.
[3] Cfr. Un siglo de España. La economía. José Luis García
Delgado y Juan Carlos Jiménez, Editorial Siglo XXI, Madrid 2001, especialmente
el parágrafo La dictadura de Primo de Rivera. Intervencionismo frente a la
crisis y reactivación industrial, pág. 62 y siguientes; a pesar de su
hostilidad manifiesta del autor, puede consultarse sobre este período La
dictadura de Primo de Rivera (1923–1930). Textos, de Jordi Cassasas Ymbert,
Anthropos, Barcelona 1983; Ideología y educación en la dictadura de Primo de
Rivera, Ramón López Martín, Universidad de Valencia, Valencia 1995.
[4] Cfr. La Gran Depresión y la II República, Francisco
Comín, El País, 2 de enero 2012, edición digital
http://elpais.com/diario/2012/01/29/negocio/1327845145_850215.html
[5] El gasto militar subió del 3% del PIB en 1933 al 23% en
1939. Cfr. http://es.wikipedia.org/wiki/Gran_Depresi%C3%B3n
[6] Cfr. Revista de
Historia del Fascismo, nº XIII, artículo La noche de los
cuchillos largos, págs. 4–87, especialmente el parágrafo dedicado a la
“sincronización” en donde se explica ampliamente esta fase del III Reich
[7] Cfr. http://es.wikipedia.org/wiki/Gran_Depresi%C3%B3n