Lo que está ocurriendo en
Cataluña es significativo: el
independentismo se está rompiendo y, contrariamente a lo que la lógica y el
sentido común hubiera inducido a pensar, no lo está haciendo en función de una
decantación entre moderados nacionalistas y radicales independentistas, sino
entre una loca carrera por demostrar cuál de las dos candidaturas es “más
independentista”, si la de Puigdemont o la de Junqueras. Esto no es una
novedad en el nacionalismo catalán, pero si resulta en cualquier caso
significativo el que, después de una derrota como la sufrida por todos los
partidarios del “procés”, en la que no se ha cumplido ni una sola de sus
previsiones, sigan pensando como hace dos meses, como si aquí no hubiera pasado
nada.
LO QUE EL INDEPENDENTISMO NO HA ASIMILADO
El cálculo independentista se
basaba en cinco premisas que se han demostrado erróneas una tras otra:
1) Que el gobierno Rajoy era
débil como para no afrontar la secesión.
2) Que existía una “mayoría
social independentista” y que el “unionismo” había desaparecido.
3) Que la secesión no produciría “efectos
económicos”.
4) Que los resultados del referéndum
del 1-O serían claros y determinantes y
5) Que lloverían los apoyos
internacionales.
Nada de todo esto se ha dado en
realidad: el gobierno del Estado, sin excesivo esfuerzo, ni dramatismo ha
cortado la secesión en seco, simplemente llamando a declarar a unos cuantos consellers; se ha desatado expontáneamente
la mayor oleada de “españolismo” en Cataluña que se haya visto, probablemente
desde los años 40; el 1-O no demostró absolutamente nada más que lo que había
demostrado el 9-N o los seudoreferendums locales de la principios de la década;
más de dos millares de sedes sociales de empresas han cambiado de sede social y
un millar de sede fiscal; nadie, absolutamente nadie, ni en Europa ni en lugar alguno,
se ha interesado por la “república catalana”, salvo outsiders tan remunerados como anecdóticos (desde Julian Assange
hasta Pamela Anderson…).
LAS CANDIDATURAS INDEPENDENTISTAS: VERDADEROS MOSAICOS
El “frente independentista” está
roto y ha aparecido en su interior un fenómeno nuevo: los partidos
independentistas ya no han sido capaces de organizar candidaturas con sus
propios recursos y afiliados sino que
han tenido que recurrir a figurones del independentismo. La antigua CDC ha
desaparecido por completo: en su lugar emerge una candidatura en torno a “Cipollini”
que, estratégicamente, es el mayor error que ha podido cometer hasta hora (pero
al que seguirán, sin duda, otros de igual calibre antes de que afronte los
problemas judiciales y las multas que tiene por delante). El “president de la república catalana” no se ha dado cuenta de que al
encabezar una candidatura de partido deja de ser “president” para convertirse
en simple candidato de una formación política que él mismo encabeza… a falta de
algo mejor.
En cuanto a ERC, la cantidad de
militantes que aparecen en su lista y que no son militantes del mismo (un cura,
un productor musical, una corredora, el director del RAC1, el hermano de
Maragall que no quiere abandonar la primera fila política, una entrenadora de
natación sincronizada… odiada además por deportistas que estuvieron a su cargo)
crean un problema adicional: se trata de militantes sin compromiso de partido
que no se sabe cómo reaccionaran en votaciones o cuando tengan la poltrona…
Otro tanto le ocurre a la candidatura de “Cipollini”. Sin olvidar que la gran
debilidad del independentismo ha sido precisamente acceder a presentarse a las
elecciones: en efecto, desde el mismo momento en el que lo decidieron,
desapareció toda sombra de legitimidad del 1-O y la ya de por sí virtual
república catalana se esfumó…
A no olvidar que Joaquín Forn
(hoy en prisión) ha declinado ir en las listas de “Cipollini”, como también ha
hecho Lluís Corominas (presidente del grupo de Junts pel Si), o la exconsellera
Maritxell Boarràs (hoy en Bruselas a la vera de “Cipollini”) o Anna Simó (ERC)
ayer miembro de la Mesa del Parlament y hoy con ganas como todos los anteriores
de hacerse olvidar. En cuanto a la CUP, las exigencias de Teresa Forcades eran
muy superiores a lo que ésta estaba dispuesta a dar, o que Anna Gabriel no
repetirá ateniéndose a los estatutos de la CUP…
CUANDO LOS AMATEURS FATANATIZADOS SUSTITUYEN A LOS POLÍTICOS PROCESADOS
En estas circunstancias, el
independentismo hubiera debido de cambiar su “relato”. Dar marcha atrás y
renunciar a lo imposible. Pero el problema es que la clase política catalana ha
ido degenerando en las últimas décadas por distintas circunstancias: en primer
lugar porque, una vez más quedó demostrado que el “nacionalismo” era la “última
trinchera de los mangantes”, mera excusa emotiva y sentimental para captar
votos de creyentes e incautos, mientras ellos seguían con sus corruptelas: así
fue el pujolato y todo lo que le acompañó. La introducción de nuevas fuerzas
políticas en el parlamento del Estado hizo, a partir de 2010 que la presencia
del “grupo catalán” ya no fuera decisiva y en tránsito del “bipartidismo
imperfecto” al “pluripartidismo”, permitió que la fiscalía atacara a CiU en
distintos frentes y terminara embargando sedes y patrimonio. La clase dirigente del nacionalismo
moderado se perdió allí entre líos judiciales y solamente quedaron… ¡los que, a
fuerza de repetirla, se creían la cantinela nacionalista! Estos son los que han
dirigido el “procés”: aficionados, tipos emotivos, fanatizados y obsesivos con
el nacionalismo y creyentes en los dogmas proclamados durante el pujolato a
través de los medios de comunicación oficiales de la gencat…
El político, calcula, valora,
analiza y, a partir de todo esto, percibe si su ideal tiene o no posibilidades
de llevarse a la práctica. El aficionado cree que la razón la asiste y, de manera
mística, tiene la convicción de que un “poder superior” (llámese “poble catalá”,
llámese “soberanía catalana”, llámese “construcción nacional de Catalunya”) le
asiste y le llevará a buen puerto… En el
nacionalismo ya no quedan “políticos” sino una extraña mezcla de radicales
dogmáticos incapaces de realizar una reflexión estratégica, inútiles para
enunciar nuevas tácticas que no supongan una fuga hacia adelante y arribistas que
creen que su situación personal mejorará en el marco de la independencia.
Eso es todo. Y eso es lo que se va a presentar a las elecciones del 21-D.
LA GUERRA CIVIL NO SERÁ ENTRE INDEPENDENTISTAS Y UNIONISTAS, SINO ENTRE
LOS PRIMEROS
Las dos candidaturas
indepedentistas van a competir entre sí. Pero lo que quede ya no será, a un
lado los votos de CDC y a otro los de ERC, sino una mixtura híbrida en cada
bando, repleta de diputados con ideas propias de cómo hay que hacer las cosas y
sin compromisos de partido. Desde hace
décadas en Cataluña se cree –erróneamente- que el “más nacionalista” es el que
se lleva más votos. En esa loca carrera participó incluso el PSC de
Maragall convencido de que iban a ser capaces de desbordar al nacionalismo. En
la campaña del 21-D veremos a las dos formaciones indepes insistiendo en que ellos
lo son más que los otros. Será inevitable que, antes o después empiecen a caer
en los reproches mutuos sobre por qué ha fracasado en “procés”
El problema del independentismo es que no ha advertido todavía su
fracaso histórico: incluso se niegan a reconocer que los editoriales que
cada día publica, no sólo La Vanguardia,
sino incluso el Ara, describen una
situación mucho menos triunfalista. En estos últimos meses, el sector “unionista”
se ha ido reforzando y ganando confianza en sí mismo. Hoy son relativamente frecuentes
las manifestaciones de apoyo a la unidad del Estado, incluso en poblaciones catalanas
de segunda filas. En ese tiempo, son
muchos los nacionalistas e independentistas que están empezando a considerar
que alguien les ha estafado, que lo que les proponían como factible ya no lo es
tanto y que, nadie, por cierto, les está diciendo nada nuevo. Sin olvidar
que en todo el Estado, la actitud de Rajoy ha contribuido a reforzarlo y que
las próximas elecciones generales las tiene ganadas por anticipado por mucho
que la corrupción haya acompañado al PP.
Porque el gran problema del independentismo es que en las posiciones en las
que se encuentra hoy no están en condiciones de elaborar un programa político
completo, sino solamente, o bien una reiteración de la vía independentista
(impracticable) o bien una renuncia a ella (impensable antes de las elecciones).
Lo que vamos a ver en la próxima campaña electoral es un cuadro en el que, no
solamente habrá una lucha entre el bloque independentista y el unionista, sino
que, además los primeros tendrán una guerra civil en su interior.
Lo único que les unirá a falta de un programa realista es… el
victimismo y radicalismo indepe
cansino, reiterado, inviable... Que si a un tipo le volaron ojo el 1-O,
que si las fotos de una abuela en el suelo, que si otro tipo sangrando, que si
las fotos de “los dos jordis” y de los exconsellers presos, que si “Cipollini”
está harto de comer patatas fritas con mejillones en las braserías de Bruselas…y
poco más. Mientras en el bloque unionista, lejos de existir decepción lo que
hay es exaltación (incluso demasiado optimista), en el bloque indepe lo que se
ha difundido en algunos sectores es la desmoralización y la sensación de que
alguien ha estafado a alguien. Parece claro, quién ganará votos y quién los
perderá. Porque para el independentismo, no romper su techo de 2015 supone perder las elecciones.
EL PNV PODRÍA ILUSTRAR AL INDEPENDENTISMO CATALÁN
No puede extrañar el silencio del
PNV que a lo largo de toda la peripecia de "Cipollini" ha permanecido mudo, sino atónito, ofreciéndose solo para "mediar", no fuera a ser que el efecto del "caso catalán" generase una epidemia antinacionalista que les afectase: este silencio se debe a que allí todavía quedan “políticos” que conocen perfectamente lo que puede “hacerse”
y lo que no puede “hacerse”. El fracaso del Plan Ibarretxe les enseñó mucho.
Nunca más volverán a intentar una aventura parecida que tardó años en
solventarse pero cuando lo hizo (con la presencia de Ibarretxe en Madrid y una
votación parlamentaria que rechazó su plan…) quedó claro que insistir por el
mismo camino sería un suicidio. Eso es lo que no ha comprendido el nacionalismo
independentista catalán. Es significativo que en la crisis catalana, el PNV
haya permanecido mirando a otro lado, mientras dejaba a Otegui y los exetarras
que se pasearan por la tierra de Hipercor jaleados por los independentistas…
otro de los grandes errores del “procés”: las malas compañías.
Quienes sostienen que el riesgo
de las próximas elecciones es que todo quede igual se equivocan: eso es a lo
que aspiran los independentistas. Si se da esa “igualdad” y el independentismo
no logra romper la barrera del 50% con amplio margen de votos y diputados, el
resultado es simplemente, prolongar los efectos de la derrota, seguir con el
155… lo que implica, en la práctica que el independentismo seguiría sin tener
las llaves económicas de la gencat y perder progresivamente su “clientela”
subsidiada y la totalidad de sus medios de comunicación no oficiales. Y si lo
que, finalmente, se forma, es algo parecido a las viejas fórmulas tripartidas
de la década anterior, la derrota no será menor: será un paso atrás que
precederá al siguiente. Nadie apoya
eternamente en las urnas a las causas perdidas.
El problema para Junqueras (“Cipollini”
pasará a ser una anécdota después del 21-D y lo que quede del PDcat terminará
por deshacerse de él) será bañarse en las aguas del realismo político o bien
arriesgarse a políticas testimoniales. Y estas, como se sabe, siempre tienden a
ir reduciendo el propio campo de aplicación. Porque si la independencia es
imposible hoy y el nacionalismo sigue insistiendo una y otra vez en ella, por
presión de los “amateurs”, lo que se emprende es una vía muerta en la que al
del camino lo único que hay es lo que los viejos romanos más temían: “la extinción sin gloria en el Hades”…