Infokrisis.-
No es, sin duda por casualidad que el símbolo de “lo español” sea la silueta
del toro de Osborne. Y sin embargo la llamada “fiesta nacional”, está presente
también en otros países. Es, pues, algo más que “nacional”. En Portugal, por
ejemplo. Y en todo el Mediodía francés. ¿Cómo podría extrañarnos? Hubo un
tiempo en que en toda Europa se realizaban rituales similares. Lo que vamos a
defender en este artículo es que la fiesta de los toros es una parte esencial
de nuestra identidad. Que la fiesta nacional es un rito de origen religioso.
Que la fiesta nacional deriva de prácticas rituales de la casta guerrera. Y,
finalmente (en un próximo artículo), que en la historia de España, se tiene
constancia del toreo desde el siglo XII y que siempre han sido los personajes
más conflictivos de nuestra historia –ayer el conde de Aranda, creador de una
masonería independiente en España y hoy ZP, ayer Fernando VII y casi todos los
borbones y hoy Carod-Rovira- quienes se han opuesto a las corridas de toros. Sirva
este artículo, pues, como voz en defensa de la “fiesta”.
Estar
en el “mundo moderno” y ser del “mundo moderno”
Practicado
el exorcismo ritual, añado: “soy español –mire usted por donde- y me gustan las
corridas de toros”. Lo gracioso del caso es que las mejores “faenas” en el
sentido alegórico, se las he visto a hacer a camaradas y las faenas taurinas,
por paradójico que pueda parecer, las he visto en Nimes de Provenza y una de
las más memorables en el festival taurino de mayo del 99 a un torero francés,
Stephan Fernández Meca. Y aunque el “Olé” en francés, en toda la Camargue y en
Las Landes, suena con otro acento, hay en el Mediodía francés tanta afición
como en España, lo que demuestra que, lejos de ser “español” o “andaluz”, es
europeo.
De
ahí que mi razonamiento sea: en la medida en que un sistema de identidades se
basa en tres niveles (la patria, la tierra natal o “patria chica” y Europa),
tiene narices que en las tres el noble arte del toreo esté presente. Por que el
toreo está presente en Catalunya, en el País Vasco y en cualquier otro lugar de
la Península. Su radio de acción abarca hasta el mediodía francés pero hay algo
en los toros que fascina en Europa. No lo tenía muy claro hasta que un día,
Alain de Benoist en un restaurante taurino en Barcelona, me dio la clave
mientras se zampaba una tabla de fiambres: “Las corridas de toros están en el
mundo moderno, pero no son del mundo moderno”. Y siguió con su morcón de Ávila…
Los intelectuales son así, incluso en comiendo y bebiendo, te aclaran
problemas. A partir de aquí era fácil elaborar una línea de comprensión sobre
el fenómeno taurino.
Para
los que tenemos cierta tendencia a valorar la Tradición por encima de cualquier
otra cosa, la cuestión está muy clara. Lo que es “tradicional” ha existido
siempre, lo que es “moderno” ha aparecido solamente en un período reciente,
¿hemos de pensar que toda la humanidad ha estado antes equivocada? Si algo es
tradicional, es esencial –necesario para la vida-; si algo es “moderno”, es
accidental –la vida puede desarrollarse sin eso 1y es posible prescindir de
ello. Las sociedades han prescindido en la mayor parte de su historia del bidé,
sin ir más lejos, pero siempre han tenido ritos. Los ritos unen a las
comunidades, las afianzan, les dan un sentido y forman la expresión más
auténtica de los pueblos, a través de los cuales cristaliza su identidad. Los
toros son un rito. Solamente es espectáculo muy en segundo plano.
Los
toros como ritual y sus huevos…
Un
rito es una “operación mágica”, a través del cual se hace posible aquello que
desafía a las leyes de la física. La transubstanciación generada durante
la misa, por ejemplo. Una liturgia es la forma en la que se desarrolla un rito.
Rito y liturgia suelen referirse hoy al cristianismo pero, en realidad, todo
movimiento religioso o con una base religiosa (del latín “religare”, volver a
unir, ¿el qué? Lo físico con lo metafísico, tal es la esencia del fenómeno
religioso) dispone de un ritual y de una liturgia propia.
Digámoslo
ya: el origen del toreo es el viejo paganismo europeo. Su origen no es, pues,
crueldad, ni violencia gratuita contra un animal indefenso, ganas de putearlo y
hacerlo sufrir… sino la traslación de una visión del mundo de origen muy
remoto, muy anterior al nacimiento de “lo español” y, esto es lo importante,
que estuvo presente en todo nuestro ámbito étnico, antropológico y cultural. El
rito de enfrentarse a un toro se encuentra a partir de la Edad del Bronce
presente en muchos lugares de Europa, distantes de nuestra tierra.
¿Qué tiene el toro para que sea el centro de un ritual? Los testículos y la cornamenta ¿qué va a ser, sino? Mirad los huevos de un toro colgando y ya me diréis sino es el símbolo de la virilidad. Mirad su cuello y no os extrañará que sea el símbolo de la fuerza. Mirad sus cuernos y veréis en ellos el símbolo de la agresividad y del ataque. Ved como carga un toro contra un caballo y veréis fuerza y potencia.
¿Qué tiene el toro para que sea el centro de un ritual? Los testículos y la cornamenta ¿qué va a ser, sino? Mirad los huevos de un toro colgando y ya me diréis sino es el símbolo de la virilidad. Mirad su cuello y no os extrañará que sea el símbolo de la fuerza. Mirad sus cuernos y veréis en ellos el símbolo de la agresividad y del ataque. Ved como carga un toro contra un caballo y veréis fuerza y potencia.
En
la antigua Roma, los iniciados en los misterios de Mitra, habitualmente
legionarios romanos, en el momento de su iniciación en la cofradía, se situaba
en una cámara oscura sobre la cual en otra sala era degollado un toro cuya
sangre caía sobre el aspirante a recibir la iniciación. Era un rito de transferencia
a través de la sangre por el cual la agresividad y el valor del toro pasaban al
guerrero. Decía la leyenda de Mitra que éste dios venció a un toro cabalgando
sobre él, cuando Mitra apuñaló al toro, su sangre cayó sobre la tierra y la
fructificó (nuevo símbolo sexual, la sangre del toro, a modo de semen, fecunda
a la madre tierra) de ahí que en sus representaciones iconográficas la escena
de la muerte del toro mitraico en el lugar donde cae su sangre, aparecen
espigas.
Hay
que recordar que el mitraismo fue la religión mistérica rival del cristianismo
que, en cierta medida incorporó sus temas. Uno de los grandes estudiosos del
mitraismo fue Julius Evola y a sus artículos y estudios remitimos a ellos para
mayores aclaraciones. Quede constancia de que la religión que ejecutaba a un
toro fue la de las legiones romanas y que, antes de que el mitraismo irrumpiera
en Roma, ya en el Circo, no sólo los gladiadores, sino los hijos de las
familias patricias romanas (la casta guerrera) luchaban contra los uros (el toro
que en otro tiempo pobló toda Europa) y lo consideraban el mayor honor en
tiempos de paz.
Antes,
en el mundo griego, los pueblos mediterráneos cretenses y minoicos ya “jugaban”
con toros y se arriesgaban a cogerlos por los cuernos o saltar sobre ellos. Esa
tradición, casi sin alteraciones ha llegado hasta nuestros días en el rito
portugués de “Os forçados”, en el cual, un grupo de jóvenes se sitúa delante
del toro; van provistos de un gorro frigio –el gorro de los iniciados con el
que se representa a Mitra- y se sitúan ante el toro, aguantando su ataque
frontar a manos descubiertas e inmovilizándolo. La tradición nos habla en el
presente con ecos del ayer.
Luego,
cuando irrumpieron los pueblos indo-arios, dorios y aqueos, estas tradiciones
prosiguieron. La muerte del toro en el laberinto de Dédalo es otro episodio que
recuerda la perennidad del mito de la muerte del toro. Estamos hablando, pues,
de algo que “nos pertenece”, que pertenece a nuestro patrimonio antropológico y
cultural, a nuestra identidad y que, de paso, mira por donde, es una tradición
europea.
Pequeña historia del toreo:
La esencia del rito taurino
Todo
rito tiene un significado deliberado. En los ritos de tránsito, se amputa al
adolescente de una parte de su anatomía (normalmente el prepucio o se le
realiza una escarificación o un tatuaje), se le lanza a una “aventura
iniciática” y, cuando ha regresado, ya se le considera “hombre”, se integra en
la hermandad de los hombres y se aleja del mundo de la madre. Ayer lo hacían en
las civilizaciones tradicionales: al niño africano ve como le cortan el
prepucio y debe adentrarse luego en la selva para cazar a algún animal
totémico. Hoy lo hacen los skins (el rapado del pelo es su “mutilación” y con
la “aventura iniciática” en el estadio de fútbol contra la hinchada rival). Ya
lo decía Julio Caro Baroja: “cuando se cierran las puertas a lo iniciático, lo
iniciático entra por la ventana”.
¿Cuál
es la función del rito taurino? Inicialmente, en las civilizaciones antiguas,
el mitraismo nos ha dado la clave: muerte del toro y renacimiento del guerrero
convertido en miembro de la cofradía mitraica. En el toreo actual la clave
iniciática se ha perdido. El toro sigue muriendo pero el torero ignora
explícitamente el por qué. Aunque no todo el sentido del rito se ha perdido.
En los ritos muerte-resurrección, siempre se produce una transmutación: la cualidad de la víctima propiciatoria se traslada al oficiante, esto es, al torero. Al igual que en la muerte de Cristo hay unas etapas detalladas en los misterios del rosario, también en la muerte sacrificial del toro existe el mismo proceso: tres tercios, banderillas, varas y espada. El tres es el número de la fiesta de los toros: tres tercios, tres miembros de la cuadrilla, tres pares de banderillas, y un largo etcétera. Quien esté tentado por investigar en esa dirección, le recomiendo la lectura de la primera obra de Fernando Sánchez-Dragó, “Gárgoris y Habidis” en donde se detalla todo esto.
En los ritos muerte-resurrección, siempre se produce una transmutación: la cualidad de la víctima propiciatoria se traslada al oficiante, esto es, al torero. Al igual que en la muerte de Cristo hay unas etapas detalladas en los misterios del rosario, también en la muerte sacrificial del toro existe el mismo proceso: tres tercios, banderillas, varas y espada. El tres es el número de la fiesta de los toros: tres tercios, tres miembros de la cuadrilla, tres pares de banderillas, y un largo etcétera. Quien esté tentado por investigar en esa dirección, le recomiendo la lectura de la primera obra de Fernando Sánchez-Dragó, “Gárgoris y Habidis” en donde se detalla todo esto.
Algunos
toreros –en realidad muchos- han sido extremadamente religiosos. Siempre, antes
de ir a la plaza, en el hotel, han rezado sus oraciones. Las han vuelto a
repetir en la plaza antes del paseíllo. Lo sagrado no se ha retirado
completamente de las plazas de toros, simplemente se ha alterado como el Dies
Natalis Solis Invictus, la fiesta de Mitra, se transformó en la Fiesta de
Navidad, natalicio de Jesús.
Un
rito no apto para almas sensibles
¿Qué
es un símbolo? Un símbolo es la expresión sensible de una idea. La idea de la
agresividad y de la virilidad, por ejemplo, se expresó a través del símbolo del
toro en todas las civilizaciones tradicionales (del toro o de sus avatares: el
uro, el búfalo, etc.). En las civilizaciones tradicionales, la ética del
guerrero sintetizaba: “Más enemigos, más honor”, esto es, matar a una hormiga
tras “dura lucha” no aporta honor, matar al más fiero de los guerreros, en
cambio, sí. Matar a un toro que es, a la postre el símbolo de la virilidad
guerrera, es el límite al que puede otro guerrero puede aspirar.
Las
civilizaciones tradicionales indo-europeas son “estamentales” y
“trifuncionales” (Dumezil lo demostró hasta la saciedad). Están organizadas en
función de un principio psicológico: hay caracteres distintos y no se puede
pedir a todos las mismas aptitudes y esfuerzos; existen fundamentalmente tres
tipos psicológicos de caracteres. Existe gente más dotada para la meditación y
la contemplación (en las sociedades tradicionales hay constancia de “órdenes
religiosas” desde el segundo milenio antes de Cristo en Egipto y antes en
Sumer). Existe, así mismo, gente más dotada para la acción (las “órdenes
militares” que en mi opinión fueron las primeras en constituirse porque desde
que el primer homínido bajó del árbol fue preciso dotarse de armas para
defenderse) y, finalmente, gente más dotada para manufacturas (“gremios” cuyos
miembros trabajaban con sus manos). Los ritos de cada estamento son distintos y
quienes pueden “entender” la liturgia de cada rito son aquellos a quienes su
psicología le hace tender hacia una de las tres formas de psicología: función
productiva, función sacerdotal y función guerrera. Meditación, acción y
creación son las tres vías de acceso a la realización personal de los hombres
en las civilizaciones tradicionales.
El
arte del toreo hasta las puertas de la modernidad siempre ha sido patrimonio de
la casta guerrera. No es por casualidad que la “religión” de las legiones
romanas fuera el mithraismo que situaba la muerte de un toro en su centro, ni
que hasta principios del siglo XVIII se toreara solamente a caballo –hoy rejoneo-.
El uso del caballo y el hacer la guerra sobre el corcel era patrimonio de la
casta guerrera y, por tanto, de la aristocracia.
¿Os
imagináis a un legionario del Tercio o a cualquiera de los que se han alistado
voluntarios en las COE rechazar el toreo porque el “toro sufre”? Quien lleva en
su sangre el combate, el enfrentamiento, la prueba de fuego, el choque de
voluntades, la exaltación de la acción, no puede sino amar el toreo; es normal.
Por lo mismo, quienes pertenezcan a otros grupos psicológicos o estamentos (de
hecho, la gran pregunta que plantea las doctrinas tradicionales es ¿quién soy
yo? ¿qué llevo dentro? ¿para qué sirvo?) tengan reacciones diferentes ante el
toreo. Por eso hay taurinos y anti-taurinos y por eso los argumentos de unos y
otros tienen poco que ver con la racionalidad, sino más bien con su espíritu
profundo y con su ser más íntimo.
El
juego del amor y de la muerte
Quizás
la mejor película de Almodóvar (y en mi opinión la única que no merece ser
tirada al basurero) es “Matador”, una verdadera reflexión sobre el amor sexual
y la muerte, con un fondo argumental mucho más profundo e interesante que
cualquier otra de sus fatuas películas posteriores. El tema de “Matador” es la
fascinación que el torero experimenta por la muerte (que no es muy diferente de
la que se deja traslucir en el Tercio con aquello del “novio de la
muerte”) y la mujer asesina –una encantadora Assumpta Serna- que relaciona
orgasmo sexual con muerte. Algo de todo esto está presente en el toreo.
Aunque
los antitaurinos lo cuestionen, son constantes las declaraciones de toreros,
novilleros y rejoneadores que afirman “amar al toro”. Son muchos también
quienes han expresado que durante la faena experimentan un placer similar al
orgasmo. Los códigos sexuales aparecen en múltiples facetas del toreo. Se diría
que el diseño de los pantalones del torero (la taleguilla) está ideado para que
a cada pase, el lomo del astado friccione el pene del torero, así que no es
rara esa sensación de excitación que han reconocido muchos toreros, ¿pura
física? Hay algo más.
Otros
toreros han resaltado que, de la misma forma, que algunos ritos religiosos
implican un período de ayuno y abstinencia, ellos se abstienen de tener
prácticas sexuales, incluso de masturbarse. Uno de ellos –posiblemente fuera
Paco Camino, disculpad si me equivoco- decía que “el toro lo sabe” (como la
mujer cuyo marido se ha ido con una amante y sin pruebas objetivas, sino por
puro instinto “sabe” que ha sido engañada). El toro es el partener simbólico
del torero, sin el toro, como sin la mujer, no habría posibilidades de amar y
morir en el orgasmo.
Otros
toreros como Manolete estuvieron fascinados literalmente por la muerte. Mataban
al toro pero intuían que ellos estaban vivos y regenerados por la muerte del
morlaco. Es sorprendente también que otros toreros (Dominguín) tuvieran
relaciones sexuales compulsivas – no fue el único- como si hubieran desatado
mediante el rito, una fuerza profunda que eran incapaces de controlar.
A
partir de todo esto, extraña menos el amor con el que el torero habla del toro,
y la relación con la muerte que casi resulta de la misma intensidad como la
pareja que yaciendo en el acto sexual grita palabras en pleno éxtasis amoroso:
“mátame”, “Me muero”, “Me matas”… Por eso, podemos afirmar que en el acto del
amor está presente esa dualidad “vida – muerte”. Finalmente, la crisis del
orgasmo es esa sensación de que el suelo falta bajo los pies, de abandono
total, a lo que sigue la quietud, el reposo… como el de la muerte.
Esas
mismas sensaciones son las que “poseen” al torero en la plaza: también él
quiere vencer al toro, como el amante quiere dejar rendida a su compañera; en
las grandes faenas en el ruedo, siempre se tiene la sensación indeleble de que
no es el consciente ni la racionalidad lo que guía la muleta del torero, sino
que éste se encuentra en un estado de éxtasis profundo. El rito termina,
como en el acto del amor carnal, con la muerte del toro (o del torero).
Las
razones de los antitaurinos
Nunca
he entendido la obsesión de los antitaurinos, ni mucho menos la forma de
expresarse, pero no me cabe la menor duda de que tiene mucho que ver con todo
esto. ¿Cómo interpretar el que Alaska no hace mucho, posara con toda su
humanidad celulítica desparramada y retocada con sobredosis de Photoshop, con
unas banderillas en la espalda en un posado antitaurino? ¿Qué pensar de los
PETA norteamericanos protestando contra las corridas de toros desnudos? ¿O de
otros antitaurinos apareciendo en el ruedo durante una corrida en el lugar más
adecuado para que nadie les haga caso exponiéndose a las iras de gente que ha
pagado para ver un espectáculo y que unos intemperantes importunan?
Todas
estas actitudes tienen una impronta psicológica y a la vez sexual: son formas
de protesta que solamente pueden ser ejercidas por masoquistas. El masoquista,
en general, tiene un complejo de culpabilidad que, una vez sublimado, le hace
amar su autodestrucción. No es mi problema analizar a los antitaurinos, pero me
da la sensación de que muchos de ellos están como las maracas de Machín. Por
eso los “taurinos” tienden a reírse y despreciar estas protestas, ante lo
evidente del desorden mental de quienes gritan al público: “Asesinos,
asesinos”…
Por
otra parte, los toros pueden gustar o no, incluso puede ser comprensible que
alguien haga de lo antitaurino una “cruzada”… pero, a partir de determinados
límites y formas de expresarla, la protesta se convierte en algo extremadamente
ilustrativo sobre la psicología profunda de quien la ejerce: masoquismo,
exhibicionismo, animalismo, carencias afectivas, frustraciones personales,
traumas, depresiones, desengaños…
Por
tanto, no me pidan que me tome muy en serio los argumentos antitaurinos: ¿qué
el toro sufre? Igual es verdad, serán los veterinarios quienes se pronuncien,
pero su sufrimiento no será en ningún caso como el de un ser humano, por algo
tan simple como que el toro carece de principio de la personalidad, mientras
que el ser humano tiene sentido de su propia existencia (de hecho la
“humanidad” empieza a partir de que un homínido tomara conciencia de sí mismo)
y de su presencia. Me resulta incomprensible que alguien iguale el sufrimiento
de un ser humano al de un animal.
Y
por lo demás hay una noción que está por encima de la extensión del humanismo a
los animales: la noción de jerarquía. Lo metafísico es superior a lo físico. El
sufrimiento del toro, en caso de poder definirse así, sería algo físico. El
arte del toreo posee, en cambio, como todo lo que es iniciático, identitario y
tradicional, una metafísica que está por encima.
(c)
Ernesto Milà - infokrisis - infokrisis@yahoo.es - http://infokrisis.blogia.com
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