Vaya por delante que considera el
independentismo catalán desde muy joven acaso como la expresión más extrema de la
estupidez. Pero vaya también por delante que, más que orgulloso, estoy
abochornado de ser español. Pocos países del mundo han estado tan mal
gobernados en los últimos años, reflejo de un mal que se viene arrastrando
desde hace siglos. Venga al caso decir que ese desgobierno no ha sido solo cosa
de “Madrid” (como afirma el independentismo) sino el desastre generado por
gentes procedentes de todo el Estado, incluida Cataluña.
La diferencia que hay entre el actual momento
histórico y cualquier otro anterior es que, en otro tiempo había espacio para
la esperanza de que un movimiento de regeneración nacional pusiera en pie a
este país. Hoy esa esperanza ya se ha disipado. No veo “fuerzas sanas” en todo
el Estado Español capaces de abordar una tarea de reconstrucción. Y en lo que
se refiere a Cataluña, tampoco veo una clase política dirigente, digna de tal
nombre, con inteligencia, decisión, lucidez, envergadura y capacidad para
liderar un proceso independentista.
Entre un Artur Mas que no pasa de ser una especie
de reverendo Jim Jones capaz de envenenar con sus ambigüedades, su
aventurerismo y su irresponsabilidad a toda una comunidad, hasta esas malas
copias de Herri Batasuna (CUP), pasando por los sandías integrales (“rositas
por dentro, verdes por fuera”) de ICV y, por supuesto, por una ERC digna
heredera de Luís Companys en su primitivismo y en su rústica simplicidad, el
independentismo catalán da miedo, no da miedo por lo que es (una mala broma de
la historia, un chiste, la caricatura de un movimiento nacional de liberación),
ni siquiera por lo que puede llegar a ser (una nulidad histórica cuyos
representantes son de una lacerante mediocridad, exponente de la mediocridad
general que hoy domina entre la clase política española).
Lo que da miedo no es el independentismo
catalán sino el gobierno central. Todos sabemos cómo acabará esta crisis: con
una negociación entre Mas y Rajoy, unos euracos regalados y la seguridad de que
ningún dirigente de CiU entrará en la cárcel por delito de corrupción. A la
incapacidad del independentismo catalán corresponde la nulidad y la bajeza del
gobierno central. Dicho de otra manera: el gobierno del Estado es poco menos
que nada, el independentismo catalán es el cero absoluto.
No importa quien se siente en La Moncloa, un
socialista o un conservador, todos ellos, en los últimos 35 años han demostrado
no servir más que para constituir una casta política miserable y depravada,
amparada y justificada por el
texto constitucional, del que la clase política catalana ha sido otro de sus
máximos beneficiarios.
El electorado español ha tragado carros y
carretas votando ininterrumpidamente a esta clique provista de una rapacidad
propia de reyezuelos tribales africanos. Y el electorado catalán ha hecho
justamente lo mismo. Desde el Caso Banca Catalana el nacionalismo catalán ha
estado deslegitimado para hablar de honestidad y de cualquier otro valor que no
sea los de la piratería o del salteador de caminos. Tras las
manifestaciones contra la LOAPA lo que se escondía era una dribling a la justicia, el primero en el que Pujol presentaba lo
que era una investigación sobre su gestión al frente de la entidad como un
“ataque a Cataluña”.
Porque el nacionalismo catalán no es más que
eso: el blindaje del que se han provisto las 200 familias que desde hace dos
siglos consideran el territorio catalán como propiedad exclusiva con privilegio
para hacer y deshacer a su antojo. ¿O es que ignoras que el nacionalismo es un
invento de la alta burguesía para justificar su dominio económico mediante razones
emotivas y sentimentales aptas sólo para tontorrones? Por que, en efecto, es de
tontos de los que hay que hablar: esto se creen los argumentos; los listos se
llevan los beneficios. Tú, independentista, tú figuras entre los pobres tontos.
Cuando a Oriol Junqueras se le preguntó qué le parecía andar de la mano de un partido como CiU, carcomido por la
corrupción, todo lo que has sido capaz de argumentar es “primero independencia,
luego ya nos ocuparemos de eso”... Nada diferente a lo que argumentaba Carod-Rovira
hace diez años a los empresarios catalanes alarmados por la discusión sobre el
“Nou Estatut” que ocupó la friolera de los siete años de gobierno “tripartito”
en Cataluña: “¿Qué ocurrirá después de la independencia?” le preguntaron: “A
nosotros solamente nos importa la independeia”, contestó. Que era como decir,
una vez conseguida la meta, poco importa que esté instalada en el precipicio.
Tú, independentista, no ignoras, pero prefieres
no recordar, que la actual ofensiva soberanista se ha producido solamente por
la inyección de fondos públicos que Artur Mas realizó en los medios
independentistas inmediatamente llegó a la Plaza de San Jaime. Antes, apenas
había independentismo, porque nadie con dos dedos de frente podía apostar por
unos insolventes políticos como son vuestros movimientos.
Fue Artur Mas quien revitalizó a ese ambiente
agónico con la esperanza de poder utilizarlo como moneda de cambio en su
primera negociación por Rajoy: más techo autonómico a cambio de desactivar el
independentismo. Algo así como entrar diciendo: “Si no me concedes lo que pido,
tendrás que negociar con estos que son primitivos, tontorrones y no se avienen
a razones”, para terminar en un “dame euros y no me preguntes en qué los gasto
y, sobre todo, no se te ocurra procesar a ningún vástago de las 200 familias”. La
novedad después del 11-S de 2011 fue que “Madrid” ya no tenía dinero; España no
era ni siquiera dueña de su soberanía económica; en lo peor de la crisis de la
deuda pública, el gobierno estaba sometido a fiscalización por parte de la
Unión Europea y no había forma de acceder a las exigencias de Mas.
Y Artur Mas se encontró, desde entonces, con la
imposibilidad de desmontar el independentismo que él mismo había creado. Poco a
poco, dada su baja estatura política y la necesidad que tenía del apoyo de ERC
para seguir gobernando, dejó de controlar el independentismo para ser cada vez
más controlado por él. Este fenómeno supone una mutación histórica: y tú,
independentista, la has logrado; puedes estar satisfecho porque va a ser tu
único y pírrico logro.
Por primera vez, el nacionalismo catalán ya no
está bajo el control de la alta burguesía barcelonesa de la que Mas es apenas un
“valido”. Eres tú quien controla la maquinaria, pero no por tu capacidad, sino
porque Artur Mas es un auténtico pigmeo político. Tanto tú, independentista,
como Mas, pensáis que, al final, os llevaréis el gato al agua y que
conseguiréis ser hegemónicos, tú en una Cataluña independiente y
Mas… en cualquier escenario en el que salga beneficiado.
Dicho de otra manera, lo único que impide que
os matéis a navajazos, como, por otra parte, siempre habéis hecho (entre
distintas facciones nacionalistas, entre nacionalistas e independentistas,
entre independentistas moderados honestos, moderados desaprensivos, radicales,
ultra-radicales, radicales éste o aquel pueblo, etc.), es que cada uno de
vosotros cree que, finalmente, saldrá beneficiado y que cada cual tiene algún
as en la manga que podrá utilizar contra el otro. En realidad, todos vais de
farol y, antes o después, chocaréis con la realidad.
¿Y cuál es la realidad? Te la voy a resumir:
La realidad es que habéis inventado una bandera
sin tradición y sin raíces, a la que es imposible tener respeto. Habéis colgado
esos trapos de mala calidad fabricados en China, descoloridos a los pocos días,
deshilachados sin heroísmo ni grandeza a las pocas semanas, rotos por el tiempo
en pocos meses. ¿Cuántos habéis tenidos que sustituir ya tres e incluso cinco
veces desde el 11-S de 2012 esos trapos? De momento, los únicos que se han
beneficiado con vuestra estupidez son los chinos.
Además, esa pobre exhibición de banderas indica
perfectamente cuántos sois. Y sois pocos, muchos menos de los que os creéis y
muchos menos de los que dicen los medios de comunicación catalanes amamantados
por la Generalitat.
Una bandera de mala calidad, fabricada con
productos de mala calidad, para un proyecto de malísima calidad, improvisado y
fabricado sobre una Cataluña que nunca ha existido: porque Cataluña nunca en su
historia ha sido independiente, ni nunca en su historia ha sido “nación”.
La entidad que vosotros conocéis como “Cataluña”,
como máximo estuvo compuesta por una serie de condados feudatarios del Imperio
Carolingio o de la Corona de Aragón, nunca constituyeron una entidad unitaria.
El término nación es relativamente reciente,
procede de finales del siglo XVIII cuando los reinos se transformaron en
naciones. Y esa “federación catalano-aragonesa” de la que tanto os gusta hablar
jamás existió más que en vuestras mentes.
Por lo demás, las naciones son el resultado de
procesos históricos, no de la “voluntad popular” de una generación concreta en
un momento dado de la historia expresada mediante referendo. Ninguna nación se
ha creado así.
En 1978, vuestros dirigentes proclamaron que
Cataluña era una “nacionalidad”, algo que se podía asumir a condición de
ponerse de acuerdo en los contenidos de ese término. Con la excusa de la “descentralización”
(en aquel momento necesaria), se introdujo el término “nacionalidad” en el
texto constitucional y pretextando el respeto a las “nacionalidades históricas”
(confundiendo la Historia con mayúsculas, de la pobre, triste y esperpéntica
historia de la Segunda República Española), se restablecieron las tres
autonomías de Cataluña, País Vasco y Galicia.
Luego vino el “café para todos” de Suárez y
surgió ese engendro inviable, apto sólo para consumo de las castas políticas
regionales, que devora en tiempos de crisis al Estado del Bienestar y que se
dio pomposamente en llamar “Estado de las autonomías”.
Ya por entonces, era evidente que el
nacionalismo que había participado en la elaboración del texto constitucional
había deslizado esos pequeños detalles que luego se convertirían en esenciales:
confundir “nacionalidad” con “nación”. Así pues, donde el texto constitucional
y los estatutos de autonomía decían “nacionalidad”, los nacionalistas entendían
“nación”. Y el destino de toda Nación es la independencia de cualquier otro
poder... Así pues, era evidente que la siguiente vuelta de tuerca sería la
independencia. Estamos ahora en ese punto.
No olvidéis que Cataluña ha estado dirigida en
los últimos 35 años por el nacionalismo y no por el hecho de que el nacionalismo
haya sido mayoritario en Cataluña, ni porque el sentimiento catalanista esté
generalizado, sino por circunstancias muy concretas:
1) La posición histórica del PSC, partido que estuvo dirigido por una camarilla surgida de la alta burguesía catalana nacionalista y
cuyas bases mayoritariamente procedían de la inmigración de otras partes del
Estado Español. Mirad el mapa lingüístico de Cataluña y lo comprobaréis.
2) Cuando Cataluña estaba harta de
nacionalismo, corruptelas, políticas mediocres y presión lingüística, en 2003,
y el PSC obtuvo la mayoría (si no la había obtenido antes fue precisamente
porque el nacional-catalanismo que proclamaba, casaba mal con su electorado de
origen español y castellanoparlante) tuvo que apoyarse en ERC e ICV en una
coalición inexplicable, con un Maragall con salud y claridad mental ya muy
deterioradas que no fue más que un títere en manos de Carod-Rovira.
3) No hubiera ocurrido nada, de no ser por el
marasmo que supuso el 11-M y el vuelco electoral que llevó a un personaje
nefasto, absurdo y hueco como José Luis Rodríguez Zapatero al gobierno de la
Nación. Zapatero no creía en las fronteras y por lo tanto no le importaba que
se crearan fronteras interiores, así que accedió a todas las propuestas de un
siempre errático Maragall que no eran otras que las sugerencias de Carod.
4) En ese tiempo fue cuando la idea de que
Cataluña era una “nación” pasó a ser indiscutible y cuando se aprobó, sin que
existiera la más mínima demanda social, el “Nou Estatut” que, no solamente
paralizó durante 7 importantes años la política catalana, sino que, además,
como era previsible, embarrancó en el Tribunal Constitucional.
5) Luego vino la crisis económica, se evidenciaron las
consecuencias más nefastas de la globalización y ahora Cataluña no es más que
una de las zonas más deprimidas del Estado, rivalizando con Andalucía –esa
Andalucía de la que el nacionalismo siempre se ha presentado como antagónica–
en los puestos de cabeza en corrupción, paro juvenil, inmigración,
desertización industrial y en la cola de la educación.
Tal ha sido la génesis indiscutible de la
situación a la que hemos llegado. Ahora el problema es que no hay dinero
suficiente para satisfacer las ambiciones de todas las castas políticas
situadas en los distintos escalones administrativos del Estado y que están ahí,
no para servir a la democracia, ni al pueblo, sino para medrar.
No es que “España” robe a Cataluña. Es que la
clase política catalana, la clase política española, ROBAN al ciudadano.
Vuestra mezquindad a la hora de confundir “España” con “clase política” es tan
repugnante que no os extrañe que algunos os percibamos como la peor sífilis de
esta Nación ex aequo con la
partidocracia en que entran vuestros dirigentes con tanto derecho como los de
Andalucía, Madrid o Ceuta.
Vuestras banderas indican donde estáis. No es
una amenaza –¿quién quisiera amenazar a algo que es de por sí esperpéntico,
risible y cuya caída se producirá por el mero paso de las semanas y los días? –,
es simplemente la constatación de que sois pocos y de que ni siquiera sois los
mejores y, en muchas ocasiones, indica simplemente que algunos de vosotros, no
os habéis dado cuenta, pero estáis sitiados. Sí, sitiados.
En barrios magrebíes de la costa
catalana, verdaderas bolsas de inmigración inintegrable, en algún balcón
aparece una bandera “estelada” que
recuerda más al Fort Apache sitiado por los indios que a una proclama
independentista. Casi indica un SOS “Estoy aquí, hacer algo por favor. Salvadme
que se me van a comer”. Porque os voy a explicar cuál es vuestro verdadero
problema. Y no es España…
Vuestro problema es que tenéis sobre vuestro
suelo a millón y medio de inmigrantes. Diréis que no, que son menos, que no son
tantos y que todos hablan catalán. Es falso. ¿Creéis que en el Raval un
inmigrante tiene que hablar catalán para hacerse entender? Es más bien un
catalán el que tendría que hablar árabe para hacerse entender. El nacionalismo
catalán está sobre todo presente en dos zonas: Barcelona y algunas áreas
rurales. Minoritario en cinturón industrial, ignora lo que se cuece socialmente
en esas zonas. Algunos de vosotros creéis que el independentismo y el
nacionalismo es algo tan excelso que podrá realizar lo que no se ha hecho en
lugar alguno de Europa: integrar a la inmigración islámica en un proyecto
nacional europeo. Imposible. Y se os comerán.
Carod Rovira solía hablar en términos muy
elogios del “Islam catalán”, satisfaciéndose de su existencia, demostrando con
ello su absoluta ignorancia de lo que es el Islam. ¿Creéis que un solo
islamista, por mucha inmersión lingüística con la que le presionéis va a
cambiar el árabe, lengua sagrada en la que está escrito el Corán, por el
catalán? ¿Creéis que al Islam le interesa vuestra nacióncilla pequeñita y redondita
ante la Umma que tiene carácter
universal, expansivo y mesiánico? El
islam es el sector mayoritario entre la inmigración en Cataluña. Son vuestros
jefes quienes así lo quisieron en los años 90. Fueron ellos los que trajeron a
magrebíes, pakistaníes y africanos islamistas para evitar que los inmigrantes
latinos desequilibraran el mapa lingüístico catalán todavía más en beneficio
del castellano.
Estáis obsesionados con la lengua –quizás
porque es el único elemento auténtico del nacionalismo catalán y todo lo demás
es una acumulación de falsificaciones, temas elaborados hace cien años y
presentados como “tradicionales”– y os basta que un magrebí diga “Bona tarda” para que veáis en él a un
“catalá de soca i arrels”. Se os comerán como la clase obrera española estuvo
a punto de comerse a la burguesía catalana en 1909, salvada in extremis por la
intervención del ejército español en la Semana Trágica. Ahora ya no hay textil
en Cataluña, y la clase obrera es una especie en vías de extinción. Los nuevos
“proletarios” son los inmigrantes, pero así como los emigrantes del resto del
Estado eran muy parecidos a los nacidos en Cataluña y existía entre unos y
otros una evidente contigüidad, con los nuevos inmigrantes llegados, en cambio,
lo que existe es una brecha antropológica, cultural y religiosa que todavía no
has advertido a pesar de que la tienes brutalmente ante tí.
Ellos son más fuerte que tú: proceden de
pueblos jóvenes con unas tasas de natalidad a las que tu gente ni se aproxima.
Incluso aunque nada cambiara en Cataluña y esta siguiera formando parte del Estado
Español, Cataluña tendría un problema: las tasas de natalidad de los
inmigrantes no pueden competir con las del grupo étnico catalán que figura
entre las más bajas del mundo, sino es la más baja. En 20 ó 30 años estaréis en
minoría y ni vosotros, ni el Estado Central ha previsto las tensiones que a
partir de entonces se pueden desarrollar. Tensiones que van a ser muy difíciles
de soportar por el Estado Español, pero que serían imposibles para una Cataluña
independiente.
Tiene gracia que en algunas de las zonas con
más arraigo independentista –Arenys de Munt, por ejemplo o Vic– coincidan con
zonas de más presencia inmigrante. Vuestros jefes han alardeado de querer
integrar a la inmigración en su proyecto independentista: créedme, os arrasarán,
y no creo ni por un momento que los Mossos d’Esquadra estén en condiciones y
con coraje de afrontar las revueltas étnicas que se aproximan. ¿Me entiendes
ahora cuando te decía que en algunas zonas vuestras banderas independentistas aisladas
colgadas en los balcones en barrios de fuerte presencia islámica suenan más a
SOS que a proclama soberanista?
Hagamos un análisis de clase, de esos a los que
eran tan aficionados los marxistas. El nacionalismo nunca ha sido una emanación
de la “conciencia nacional de Cataluña”, ni de país alguno, sino la expresión
de la voluntad de su alta burguesía para que la independencia mejore sus
negocios y estabilice ad infinitum su
hegemonía de clase. Esa alta burguesía, para justificar lo que no es más que
mero interés económico, encarga la creación de una superestructura emotiva y
sentimental con la que realzar y acompañar sus aspiraciones nacionalistas. Todo
eso fue hecho en el último tercio del siglo XIX.
Pero en los últimos años se ha generado un
problema.
La alta burguesía ya no tiene al territorio
catalán como escenario preferencial para sus inversiones. Cataluña no ofrece
los buenos y fáciles beneficios de otro tiempo. La globalización ha matado a
las naciones y mucho más a quienes se creían naciones cuando apenas sólo eran
nacionalidades. Esa burguesía a la que se le llena la boca hablando de “Nació”,
de “Catalans, Catalunya” y demás, ha desplazado sus inversiones y negocios a
Iberoamérica, al norte de África, a cualquier otro escenario… salvo a “su
Catalunya”. Por supuesto, algunas sedes sociales de sus empresas están en
paraísos fiscales, empezando por el más próximo, Andorra. ¿Creéis que la
existencia de una “hacienda catalana” hará que retornen todos esos capitales?
En absoluto: lo que servirá es para crujirte a ti, pobre incauto, nuevamente
con la excusa emotiva de que “hay que pagar la independencia”… y la pagarás tú.
Por supuesto la capacidad económica de la
Generalitat sigue siendo atrayente y sirve para crear una estructura clientelar
y para que los hijos de esa alta burguesía hagan negocios a la sombra de la
institución, también para alimentar a una corte de segundones que precisan de
ingresos aceptables que solamente pueden obtenerse en las inmediaciones del
poder.
Pero hay otra novedad. El actual proceso
independentista demuestra que esa alta burguesía de la que Artur Mas es delegado
y detenta su representación, no constituye la fuerza hegemónica ni la que
mantiene la iniciativa dentro del nacionalismo. A partir del 11-S de 2012 y de
la inyección de fondos que Mas orientó hacia el independentismo, otros sectores
del nacionalismo están empujando, de tal manera que Mas ya no está hoy donde
quisiera estar, sino donde ERC, ICV y CUP se están arrastrando. Independentistas
radicales, ecologistas-rosados y émulos de Herri Batasuna. Ellos arrastran. Mas
avanza, no por sí mismo, sino porque le empujan. Es el resultado de ser un
enano político.
La alta burguesía catalana está hoy confundida.
Por primera vez, otras fuerzas nacionalistas pueden cuestionar su hegemonía y
alterar el equilibrio de fuerzas de manera brusca y extemporánea. Ahora viene
el tiempo del crujir de dientes, de las traiciones, de los “políticos
prestigiosos” que defraudan a sus electores, de las peleas entre fracciones, de
los arreglos bajo cuerda por unos euracos de mas o de menos, de los golpes
bajos entre fracciones nacionalistas, de la decepción…
Hoy todo el problema es quien traicionará a
quién antes y quién se quedará con la parte más grande del pastel. Estamos en
la antesala de cambios históricos en Cataluña y de que el independentismo
muestre lo que es. Porque el nacionalismo y el independentismo solamente
prosperan en territorios amables, nunca en la clandestinidad, en la lucha o
ante cualquier pequeña dificultad. La negociación, el cambalache y la
componenda es el territorio en el que mejor se mueve el nacionalismo moderado.
Y Mas negociará y os traicionará. Que luego se hunda o no es harina de otro
costal. Ya hoy parece un personaje político acabado y de pocos vuelos. Él cree
que siempre, estando en medio, podrá decidir acostarse con quien le ofrezca más
garantías. Se equivoca, naturalmente: quien le ofrecerá más garantías,
indudablemente será el Estado Español (y habrá que ver hasta que punto Rajoy
acepta negociar ofreciendo una salida airosa al embrollo en el que se ha metido
Mas).
Por lo demás, la historia del independentismo
catalán es la historia de fracciones, peleas de corral, divisiones indecibles,
personajillos con ideas propias, escisiones y traiciones. No creáis que ese
tiempo ha concluido. Estáis en él y os falta conocer lo más duro: el acuerdo
final entre Mas y Rajoy. Alguna competencia cambiará de manos, unos cientos de
millones harán el tránsito digital de Madrid a Barcelona y acabarán en
bolsillos del entorno del poder… y poco más. Esta historia va a ser tan triste
como la del Plan Ibarreche: cinco años paralizando la tarea de gobierno para
ser liquidado en una tarde parlamentaria.
Cuando quede claro que el Estado considera el
referendo como ilegal y prohíba la convocatoria, Mas se plegará escenificando
su descontento, el CUP llamará a la insurrección y ERC declarará algo parecido
a la revuelta cívica… excusas que Mas utilizará para “romper el consenso
independentista”. Que luego CiU perderá votos, que ERC, muy en su tradición,
los ganará para volver a perderlos en las siguientes elecciones, que el CUP
vivirá de los detritus que se irán desprendiendo de ERC sin pasar de la etapa
de incipiente émulo de HB, es la evolución más posible que vivirá Cataluña en
los próximos años.
Pero todo esto dejará secuelas. Y serán
duraderas. El independentismo tendrá la amargura de saberse incapaz y de haber sido
traicionado desde dentro. En realidad, mientras la fetidez ideológica del
nacionalismo no desaparezca completamente seguirá retroalimentándose del odio
que él mismo suscita contra “España”.
Cataluña será “grand i plena” el día que el
nacionalismo, en lugar de atribuir el origen de todos sus males a fuera de
Cataluña, reconozca que su alta burguesía no está exenta de responsabilidades,
que la Generalitat ha constituido un fracaso histórico y no ha servido para
mejorar en absoluto la vida de los catalanes y que cualquier otra gestión que
se hubiera realizado utilizando los mismos fondos hubiera obtenido, como
mínimo, los mismos resultados.
El independentismo no habrá servido absolutamente
para nada más que para generar una nueva tormenta en un vaso de agua. Solamente
una cosa sería deseable: que la crisis que ha generado sirviera para reconocer
que el texto constitucional está caducado. En realidad, nunca ha servido para
gran cosa, pero hoy ya no sirve para nada. Que todo un pueblo, toda España,
entienda que es preciso un nuevo enfoque y que ese no puede ser una
prolongación de los actuales errores y mitos: la partidocracia, la corrupción,
el Estado de las Autonomías, la globalización, etc.
¿Y cuál va a ser tu futuro? La amargura de
haber creído en un proyecto imposible, de tener una nación de “todo a 100” como
tus banderas esteladas, la sensación de estar dirigido por cretinos,
oportunistas y sin escrúpulos. No te creas, es una sensación similar a la que
tengo yo. Ya te he dicho que más que “orgulloso de ser español”, estoy
abochornado de serlo. No encuentro en ninguno de los rasgos de mi país, nada,
absolutamente nada que me haga sentir orgulloso de pertenecer a una nación
digna.
Esta Nación, España, dotada de una clase
política miserable, con una constitución ineficiente, con unas estructuras
educativas quebradas, en manos de privatizadores profesionales de centro-derecha
o centro-izquierda, comisionistas de la política, travestidos ideológicos, inútiles
amparados en la cerrilidad del electorado, con una población que ha perdido la
noción de pueblo y que solamente se siente “patriota” cuando gana la selección
de fútbol, pero que permanece apática, abúlica, volcada a lo individual, ajeno
a cualquier cosa que sea una tarea nacional, esta Nación no es el escenario más
adecuado para sentirse orgulloso de nada. Quizás ahora entiendas a lo que se
refería José Antonio cuando hablaba del “patriotismo crítico”.
Cada uno tiene su drama. Yo también tengo el
mío. No tengo patria, porque lo que actualmente es España apenas es una mezcla
de impotencias, corruptelas, caos, desorganización, en manos de comisionistas,
banqueros psicópatas y arribistas de todos los pelajes. Ni tú, ni yo tenemos “patria”.
La única diferencia es que tu nación nunca ha existido y España es el resultado
de un proceso histórico.
El año 2014 va a ser triste para ti, pobre
independentista, se van a desvanecer muchos de tus sueños y todas tus fantasías
de independencia. Quizás así aprendas a mirar de frente la realidad y a
despojarte de toda la carga de emotividad y sentimentalismo que te han
insuflado para que olvides la triste realidad de la Cataluña moderna, que no es
más que el reflejo de la triste realidad de España e incluso, la realidad de
una Europa que no es competitiva ante la globalización y que solamente lo sería
si se declarara “territorio libre” de la globalización y del neocapitalismo.
Es curioso: tú, independentista, vas en
dirección contraria a las necesidades históricas actuales. Tiendes a
fraccionar, cuando de lo que se trataría es de constituir un bloque sólido para
afrontar la globalización. ¿Y todavía te extraña que en el primer párrafo de
esta carta abierta te declarara mi desprecio y te considerara como lo más tonto
que ha parido madre?
Cómete feliz el turrón, que en 2014 te vas a
comer muchas cosas más que te gustarán menos.
Ernesto Milá
© Ernesto Milá – infokrisis – ernesto.mila.rodri@gmail.com