Después de que el pasado 11-S la “vía
independentista” formara una cadena humana desde la frontera francesa hasta
Vinaroz, existía expectación por ver cómo sería la respuesta “estatalista”. Lo
ocurrido ayer 12-O en Barcelona es lo que esperábamos y confirma nuestro
análisis.
El pasado 11-S demostró demasiado claramente
que los independentistas carecían de “fuerza social” suficiente como para
arrastrar una escisión de Cataluña del resto de España. Cuando decimos “fuerza
social” queremos decir, seguimiento y apoyo por parte de la población. El
nacionalismo, por su naturaleza, solamente puede progresar en sectores de la
población catalanoparlantes; un 35% de la población catalana utiliza habitualmente
esta lengua como vehículo de expresión, así pues, digan lo que digan las
encuestas más o menos maquilladas por la Generalitat o pagadas con cargo a sus
presupuestos, la “fuerza social” del independentismo catalán deben ser, como
mínimo, inferior al 30% (si tenemos en cuenta que hay un cierto número de
catalanes que se expresan en esta lengua que, por unos u otros motivos, están
desvinculados del independentismo). Con un tercio de la población no se puede
alcanzar una meta que solamente sería realizable mediante un amplio consenso.
Y, aún en ese 30% habría que aludir a fanáticos independentistas,
independentistas moderados, nacionalistas, catalanistas y federalistas…
La manifestación del 11-S se realizó en forma
de “cadena” por dos rezones: por el elemento emotivo que implica el darse la
mano y que sirvió para galvanizar a los que creen que el independentismo es la
solución para Cataluña y porque el año anterior, imprudentemente, los medios de
comunicación pagados por la Generalitat dieron como cifra de asistentes a la
manifestación en la misma fecha ¡hasta 1.500.000 de personas! Era evidente que
si este año se daba una cifra menor, parecería un fracaso y una cifra mayor
aumentaría la sensación de bluf.
En nuestra opinión, el independentismo catalán
está “echando los restos”. Tocó techo y ahora sólo le queda remitir. El momento
histórico de ese “techo” fue el 11-S de 2012. Desde entonces, el panorama,
lejos de aclararse, se va oscureciendo para el indepentismo. En 2012 se podía
hablar de “Cataluña, nuevo Estado europeo”, hoy ya no. En 2012 se podía pensar
en la integridad y honorabilidad de las propuestas nacionalistas, luego
vinieron los procesamientos e imputaciones en el entorno de la familia Pujol,
los casos de corrupción y la sensación, que incluso alberga ERC, de que sus
parteners independentistas de CiU son carne de presidio y corruptos
vocacionales. Las organizaciones independentistas subsidiadas pisaron el
acelerador y exigieron a sus bases militantes una tarea mucho mayor de la que
están en condiciones de realizar y que, sin duda, no habría logrado
movilizaciones apreciables, de no ser por los “almogávares mediáticos” al
servicio de la Generalitat y por la constante inyección de fondos.
Artur Mas se encuentra indeciso entre pasar a
la historia como el “segundo Companys” (con tránsito por un penal, incluido) o
bien seguir su vocación de ser un “Pujol con cara de póker” especializado en
extorsionar al gobierno central, llevándose, por supuesto, su comisión
correspondiente. Todo induce a pensar que el realismo impuesto en la Plaza de
San Jaime lleva a la segunda opción. El gasto de 5 millones de euros en plena
crisis para comprar urnas electorales y diseñar un sistema de recuento
electrónico parece el último “farol” de un jugador angustiado por la calidad de
sus cartas. Porque lo que Artur Mas desea y ha deseado siempre, no es la
independencia, sino una situación en la que la Generalitat tenga las llaves de
la caja y todas las ventajas de un Estado económicamente independiente (que
nadie fiscalice sus gastos, que nadie le exija solidaridad inter-territorial y
que pague solamente un “alquiler” por las infraestructuras creadas por el
Estado en Cataluña) y ninguno de los inconvenientes que implica la
independencia (negociar con la UE, negociación imposible mientras España
mantuviera el veto, mantenimiento de fuerzas armadas, presencia en organismos
internacionales con el pago de cuotas subsiguiente, etc.).
Por otra parte, la imposibilidad de fijar una
fecha para el referendo hace que las tensiones entre CiU y ERC aumenten e
incluso en el interior de CiU la crispación entre las dos siglas que componen
esta coalición es cada vez más notable. UDC está más con la “tercera vía” del
PSC (organización que está acelerando su auto extinción) que con las tesis de
CDC y, por otra parte, el “federalismo” del PSC no convence a los nacionalistas
que abominan de un “Estado Federal” en el que todas las partes tendrían los
mismos derechos. Sin olvidar, que el tránsito del PSC a las tesis
independentistas, implicaría el corte de vínculos con el PSOE. Así pues, el
panorama del nacionalismo, del independentismo y de la “tercera vía”, no puede
ser más complejo.
Entre las fuerzas estatalistas las cosas
tampoco van mucho mejor. La última carta de Alicia Sánchez-Camacho para
evidenciar que “trabaja por Cataluña”, pidiendo más dotación fiscal, ha sido rechazada
bruscamente por Génova 5. Su partido no avanza y da la sensación de
estancamiento e incluso de confusión interior. Ciutadans, por su parte, crece y
atrae simpatías, especialmente porque carece de vínculos con el gobierno de
Madrid (a diferencia del PPC) y de responsabilidad en la mala gestión de la
crisis económica. Por otra parte, C’s está evidentemente royendo la base
electoral del PSC y, de seguir así este partido, en las próximas convocatorias
electoral ya no se podrá hablar de que siga “royendo”, sino de asestar “zarpazos”
al desmantelado PSC, especialmente en el cinturón industrial de Barcelona.
Con todo, la manifestación de Plaza de Cataluña
evidenció que, sin haber grandes masas, la asistencia, fue superior a la del
año anterior, lo que evidencia que el pueblo castellanoparlante de Cataluña,
quienes se quieren “catalanes y españoles”, van perdiendo el miedo a salir a la
calle y cada vez se muestra más hostil y militante ante las salidas de tono
independentistas. Las mismas cifras de asistentes a la manifestación son
significativas: oscilan entre 30.000 y 160.000. Lo sorprendente es que las
fuentes de la Guardia Urbana que el año anterior indicaron 6.000 asistentes,
este año aluden a 30.000. Por lo demás, las cifras de asistentes a este tipo de
eventos, no son decisivas, indican solamente tendencias y “correlaciones de
fuerzas” sociales y las dadas entre el 11-S y el 12-O indican:
1) que el independentismo remite por advertir
cada vez sectores más amplios de la sociedad catalana que la independencia vale
solamente como salida utópica, pero que no hay en ella ni pizca de realismo.
2) que el “españolismo” crece a pesar de que
dista mucho de haber conseguido movilizar al grueso de sus efectivos, sin duda
por la excesiva presencia de partidos en la convocatoria.
3) que el grueso de la sociedad catalana
permanece al margen de las luchas nacionalismo-estatalismo y que aspira
solamente –como, por lo demás, el resto de la sociedad española- a salir
adelante.
Ahora, con este análisis, quizás se comprenda
mejor lo que decíamos al principio de que el independentismo carece de “fuerza
social” para poner España en la centrifugadora.
El hecho mismo de que en los días previos al
12-O la Generalitat intentara a través de sus medios de comunicación (y
especialmente de Cadena Z) confundir a la opinión pública lanzando datos equívocos
sobre la “concentración ultra” el 12-O y la manifestación de las entidades
cívicas en Plaza de Cataluña, indica el miedo que genera en Plaza de San Jaime
una reacción “españolista”. En cuanto a la marcha ultra, tal como se podía
prever, registró cifras de asistencia parecidas a otros años, ligeramente
engordadas por la afluencia de no más de 150 activistas llegados de otras
provincias. Nada, en definitiva, que pueda influir en la situación, salvo para
que la Generalitat siga “vendiendo” la identificación de ultras = estatalistas.
Los empujones de la librería Blanquerna en Madrid, la soledad marcha ultra de
ayer y algún artículo de prensa el próximo 20-N, es todo lo que tendrá esta
nueva experiencia de unos grupos ultras cada vez más pequeños, más aislados y
más replegados en sí mismos.
¿Alguna conclusión? Cataluña va mal. Ni el
independentismo puede triunfar, ni el “estatalismo” podrá borrar de un 20% de
la población el anhelo independentista, al menos mientras subsista la actual
crisis económica. La actual tensión independentista no podrá durar mucho más
allá de 2015, pero aunque ya está remitiendo, dejará secuelas.
Hay que realizar un aparte. La inmigración en
Cataluña sigue sin disminuir. Si bien disminuye el número de inmigrantes, no es
tanto porque se estén yendo, como por el hecho de que están adquiriendo la
nacionalidad española y siguen residiendo en Cataluña. Y están subvencionados
en función de los habituales sistemas de “discriminación positiva”. Es curioso
saber que si una familia valenciana o andaluza se traslada a Cataluña dejará de
cobrar la ayuda familiar en caso de tener a algún miembro minusválido o anciano
a su cargo. Pero esa misma norma no se cumple si se trata de una familia
inmigrante. Esto, sin olvidar, que olvidando que en toda Europa, las bolsas de
inmigración permanecen completamente al margen de la política local y se
inhiben en convocatorias electorales evidenciando así su desinterés y su falta
de sintonía con el país de acogida, la Generalitat pretende que los inmigrantes
voten en el referéndum “por el derecho a decidir”, como una forma de ganar “fuerza
social” y a la vista de que las bolsas castellanoparlantes se han hecho
absolutamente impermeables a su propaganda.
Detrás de esta actitud hay algo más que
oportunismo: es la sensación de miedo que tiene la Generalitat cuando percibe
que en Cataluña ya hay zonas con mayoría inmigrante en las que los Mossos d’Esquadra
difícilmente se atreven a entrar y no lo hacen sino es como “operación militar”.
¿Qué ocurrirá el día en que disminuyan las ayudas a la inmigración y estas
bolsas estallen? No van a ser los Mossos d’Esquadra, ciertamente, quienes
podrán detener las revueltas.
En 1909, la “revuelta de quintas” protagonizada
por la clase obrera catalana, demostró a la alta burguesía local, que sus
intereses solamente podrían ser salvaguardados por el ejército español. Fue así
como cambiaron su actitud y archivaron su independentismo. Cien años después,
nada ha cambiado solamente que la “nueva clase obrera”, la inmigración, se encargará
de recordar a la Generalitat que las realidades son tozudas.
Nada en Cataluña va bien y el hecho de que el
proyecto independentista sea irrealizable no quita dramatismo a la situación.
© Ernesto Milá – infokrisis – ernesto.mila.rodri@gmail.com