info-Krisis.- La última semana ha registrado una excepcional densidad de noticias sobre “la boda”, a todas luces desmesurada con el papel efectivo jugado por la Casa Real. En efecto, la monarquía española es un residuo de la transición, ni reina, ni gobierna. Se limita a estar ahí. Pero este papel mínimo no impide que el protagonismo de la boda real ha llegado a ser asfixiante hasta para quienes nos tiene absolutamente sin cuidado el tema. Vale la pena realizar algunas reflexiones sobre la institución monárquica y su papel en la España moderna.
LA MONARQUIA QUE QUISO FRANCO Y LA MONARQUIA QUE QUISO LA DEMOCRACIA
La monarquía reina en España porque Franco lo quiso así. No por otra cosa. Franco impuso al “príncipe heredero” en 1967 como culminación de la tarea de articulación institucional realizada a partir de la Ley Orgánica del Estado. Cuando Franco murió, el franquismo sociológico, los poderes fácticos y buena parte de la sociedad española se identificaban con el sucesor “nombrado por Franco”, el rey. Dado que la “oposición democrática” carecía de fuerza social suficiente para promover la “ruptura democrática”, era evidente que había que llegar a un “consenso”.
El franquismo aceptó la democracia “inorgánica” y los partidos políticos sin restricciones, a cambio de que la oposición democrática aceptara que España era una monarquía y Juan Carlos el “rey legítimo”. Así se pactó y así se ha cumplido hasta hoy.
A decir verdad, tampoco Franco confiaba excesivamente en las capacidades de la monarquía para regir los destinos de España. Confiaba mucho más en instituciones como el Consejo del Reino. Así que la monarquía de Franco ya tenía unos poderes muy disminuidos que luego, la constitución, se encargó de atenuarlos todavía más. Todos los poderes reales, sin excepción, o eran simbólicos o meramente representativos y ejercidos –como el mando sobre las FFAA- en función de las directrices impuestas por otras instancias.
LA INSOPORTABLE LEVEDAD MONARQUICA
En Rey se limitó a firmar los decretos que Suárez le puso delante y así pudo establecerse la ficción del “rey como motor del cambio”. En realidad, el rey iba a remolque de lo que le decía Suárez, como fue a remolque de lo que le dijeron sus consejeros entre las 18:22 y las 24:00 horas del 23-F. A partir de ese momento, el papel de Juan Carlos I se difuminó aún más. Preocupado –como Carlos IV- por sus festividades, ligoteos y vacaciones, lo menos que puede decirse es que el Rey apenas se ganó el jornal. Poco importaba por que a mediados de los años 80 su fortuna ya se contaba entre las más importantes del país, amasadas y administradas por cortesanos de la catadura de Diego Prado y Colón de Carvajal, en los que los De la Rosa y los Mario Conde tuvieron arte y parte en su acumulación.
Esto no era éticamente un ejemplo para el país, pero tuvo sus aspectos positivos: el Rey era un cero a la izquierda en la gobernabilidad del Estado y poco importaba que el país fuera monárquico o republicano, en la práctica era una república sin jefe del Estado o una monarquía vaciada de funciones. Juan Carlos I ni siquiera servía como moderador de los enfrentamientos políticos, su tendencia a colocarse por encima del bien y del mal, en la práctica suponía un situarse fuera de la política y procurar no liarse en las trifulcas de partidos. El plotter firmaba cada día lo que un secretario abnegado colocaba en la bandera. Tal es la situación que dista mucho de ser dramática y que, en cualquier caso, es la que hay.
La monarquía hoy apenas aporta otra cosa que un contenido del corazón a la cosa pública y al imaginario colectivo de los españoles. Nada más.
En este sentido las bodas reales siempre excitan el interés de un público que se siente seducido por la pompa, el boato y el lujo. No afecta en absoluto a la política, sino al corazón, su lugar no es el de los informativos sino el de los programas del colorín.
Esto, en sí mismo, no es bueno ni es malo. Sólo que debería ser limitado y sus opacidades clarificadas: entre las leyes firmadas por el famoso plotter de la Zarzuela debería de estar una sobre los “regalos” (los empresarios baleares no pueden “regalar” al monarca un yate no precisamente barato, así como así, sin duda esperan algo a cambio), o una ley sobre las cuentas de la Casa Real que deben ser públicas: en el fondo, el dinero es de los españoles y, por tanto, los españoles tenemos derecho a saber en qué se gasta.
La corte de amigotes, espabilados, pelotas y cobistas, rodea siempre a las monarquías modernas. La española en esto no ha sido una excepción. Todos los individuos que componen esa corte son de una mediocridad exasperante y, en el fondo, salvo Sabino Fernández de Campos, todos los que han ocupado un puesto relevante en el entorno de la monarquía se han limitado a ser “yes men”.
Todo esto es de una levedad tal, que, antes o después “caera como madura”. La construcción europea hace aún más irrelevante la existencia de casas reales a cargo de los presupuestos generales del Estado. Es evidente que la UE tendrá una estructura federal y republicana.
EL FUTURO DE LA MONARQUIA CON FELIPE Y LETICIA
No soplan vientos particularmente favorables para la monarquía. Y mucho menos para la sucesión de Juan Carlos I. El príncipe Felipe tiene fama bien ganada de ocioso y desocupado. Es así de simple. Se parece, en este sentido, mucho a su abuelo, Don Juan de Borbón que nunca jamás se preocupó por el país. Después de una vida sentimental propia de un hijodepapá o de un play boy sin responsabilidades de ningún tipo, se encandila con una locutora de TV, hasta entonces irrelevante y, finalmente, se casa en medio del mayor boato y circunstancia. ¿Gobernará algún día Felipe? Ni parece que él tenga mucho interés en hacerlo, ni parece que el hecho de que gobierne o no, tenga una importancia trascendental para España.
La monarquía o es tradicional o no es nada. O se rige por unas normas de estilo y comportamiento que enlacen con la historia, o bien el monarca es un tipo campechano y como otro cualquiera, preocupado por las banalidades más irrelevantes del mundo y, por tanto, no es nada. Los matrimonios reales o sirven para reforzar las orientaciones del Estado, o son bodas entre chicos bien que en nada afectan a la comunidad nacional. Es evidente que la monarquía española de hoy es una forma de no-monarquía sin ser república. No es nada.
El hecho de que una muchacha llegue o no virgen al matrimonio es completamente irrelevante en la sociedad moderna... salvo para una pareja “regia” en la que el centro de la monarquía es, precisamente, la continuidad del linaje real fuera de toda duda. Claro está que, a partir de Isabel II –cuyo marido utilizaba bragas de encaje- no se sabe muy bien si sus descendientes corresponden al linaje real o a la del “mozo Puigmoltó” o a la cualquier palafrenero de palacio. Y en cuanto a los hijos bastardos de Alfonso XIII, son varios y suficientemente conocidos. Así pues, no es raro que la institución monárquica relaje la tensión sobre este espinoso asunto.
Leticia la locutora, Leticia la divorciada, ¿será algún día reina de España? No es evidente. De hecho, el día en que algún partido encuentre aliciente en realizar una campaña antimonárquica, tanto Felipe “El ausente” (ausente de las tareas de gobierno) y Leticia “La divorciada del telediario”, hará tambalear con un par de editoriales, la institución. Y aquí nadie moverá un músculo para defender a la institución monárquica. Con Leticia o sin Leticia.
EL PAPEL DE LOS AGUAFIESTAS
Resulta difícil entender para los que roceden de una tradición antimonárquica (falangistas, republicanos de estricta observancia) asumir el hecho de que sus protestas y declaraciones sobre la boda real interesan tan poco a buena parte de los españoles como la misma boda. Por Internet han proliferado declaraciones y llamamientos a la movilización con banderas republicanas para el día de la boda. En realidad, en los últimos años el llamamiento a la república ha sido el refugio de quienes no tenían otra cosa que ofrecer y se les había parado el reloj en 1975. La elección entre una u otra forma de gobierno es hoy absolutamente intrascendente a la vista de la levedad de la institución monárquica.
Por lo demás, los “aguafiestas” republicanos se empeñan en popularizar un tema que precisamente ese día, el 22 de mayo, no va a ser el más adecuado. Por que, hay que reconocer que, en su inmensa mayoría, entre las gentes que se lancen a la calle para contemplar de cerca la boda real, lo harán con curiosidad e interés morboso o voyerista, ni se tratará de monárquicos fanáticos, ni de gentes dispuestas a entregar ni un pelo en defensa de la institución.
Se puede acusar de ingenuos a los que aplaudan a los novios... pero en el fondo lo que pretenden es compartir algo que se ha planteado como un acontecimiento alegre. En cambio, los republicanos “radikales” apenas pueden ocultar su avinagramiento y su voluntad de “dar la nota”. A pesar de que en las instrucciones que han difundido figuran genialidades del género “no enseñéis las banderas republicanas hasta que pase la comitiva o de lo contrario la policía os las quitará”, la realidad es que más vale que no enseñen las banderas republicanas, por que mucho nos tememos que va a existir un desequilibrio numérico entre quienes ondeen esas banderas y quienes estén allí para asistir a un espectáculo.
Francamente, es muy molesto que cuando alguien acude al estreno de “El Señor de los Anillos”, unos majaderos vayan vestidos de “Star Treks”.
© Ernesto Milà – krisis.info –infokrisis@yahoo.es