El 16 de marzo de 1933 hizo su fugaz
aparición el número 1 de la revista El Fascio, subtitulada “Haz
Hispano”. Hitler había llegado al poder 45 días antes. Las
circunstancias en las que nació eran, pues, de máxima tensión internacional por
no hablar de la situación específicamente española, marcada por la “sanjurjada”
y la “matanza de Casas Viejas”. Sobre esa efímera publicación de apenas 16
páginas, se ha dicho todo lo que podía decirse, salvo en tres temas: la
presencia considerable de Ramiro Ledesma, la intencionalidad de la revista y el
por qué sus fundadores renunciaron inmediatamente a seguirla editando. Este
artículo pretende contestar a estas cuestiones. Veamos, inicialmente, el
contexto.
El clima republicano en marzo de 1933
Cuando aparece (o, más bien, intenta
aparecer) el número 1 de la revista El Fascio, se están a punto de cumplir los
dos años de régimen republicano. El camino hasta allí había sido complicado,
difícil y caótico. Muchos de quienes, inicialmente, habían apoyado el
advenimiento de la República, empezaban a considerar que no estaban los tiempos
maduros y simplemente que aquella República no era, exactamente, una panacea.
El régimen recién estrenado estaba experimentando una pérdida de base social
generada por dos episodios antagónicos que tendieron a “recortar” su influencia
entre las masas de los dos extremos del arco político: el frustrado golpe
militar del general Sanjurjo y los incidentes de Casas Viejas, colofón de un
proyecto, igualmente frustrado, de huelga general anarcosindicalista.
1) La “sanjurjada” y sus implicaciones
En año 1932 había terminado con el sabor
amargo y premonitorio de la “sanjurjada”. Los únicos combates de aquella
jornada se habían producido en Cibeles, justo bajo la ventana del Ministerio de
la Guerra desde donde Manuel Azaña observaba. El triunfo de Sanjurjo (1) en
Sevilla no pudo extenderse al resto de capitanías y el golpe se agotó pronto
seguido por apenas 145 oficiales. Sanjurjo intentó huir a Portugal en donde se
establecieron algunos civiles comprometidos con el pronunciamiento, entre ellos
Onésimo Redondo. Sin embargo, Sanjurjo resultó detenido en Ayamonte, pasando
una temporada en el penal del Dueso. Tal como Curzio Malaparte había enunciado
en su Técnica del Golpe de Estado, la CNT utilizó el arma de la huelga general,
no para derribar a la República, sino para defenderla del golpismo. El
presidente de la República Alcalá Zamora consiguió que se le pusiera en
libertad tras serle conmutada la sentencia de muerte. Fue entonces cuando pudo
alcanzar Portugal residiendo cómodamente en Estoril hasta el estallido de la
Guerra Civil. Justo al volar para asumir la dirección del banco nacional, si
avión se estrelló el 20 de julio.
El fracaso del golpe de Sanjurjo
evidenciaba que la extrema-derecha (los grupos carlistas dirigidos por el Conde
de Rodezno y por Manuel Fal Conde, pero también círculos de la derecha
monárquica e incluso núcleos que intentaban estructurar un incipiente
movimiento de carácter fascista, como el núcleo vallisoletano de Redondo) ya
estaba pensando en la vía de la conspiración como alternativa a la República.
En los cuatro años que mediarán hasta el estallido de la guerra civil, este
sector irá aumentando cada vez más su peso.
2) La matanza de Casas Viejas. La
República contra la CNT
Pero si la República perdía base social
por la derecha, le ocurría otro tanto en su izquierda. A principios de enero de
1933 nadie hubiera pensado que una pequeña localidad gaditana iba a
desencadenar una formidable crisis que consiguió derribar al gobierno presidido
por Manuel Azaña. Era mucho más previsible, desde los incendios de conventos
que siguieron a la proclamación de la República, que los elementos más
radicales del anarcosindicalismo, tratarían de impedir la “consolidación de la
república burguesa”. Desde diciembre de 1931, los radicales de la CNT pedían
que la organización declarase la “huelga general” y si otros dirigentes se
oponían era porque no estaba claro que se produjera un seguimiento masivo. Sin
embargo, el Comité Regional de Cataluña de la CNT, dirigido por Juan García
Oliver, optó por practicar una “gimnasia revolucionaria” que incluía una
“acción insurreccional” para el 8 de enero de 1933. Pero no ocurrió gran cosa
en Cataluña y sí, en cambio, en la Comunidad Valencia, en donde los disparos de
la Guardia Civil y de la Guardia de Asalto, ocasionaron la muerte de 10
personas en Pedralba.
El Comité Nacional de la CNT se desvinculó de la
insurrección, pero no la condenó y reiteró su voluntad revolucionaria en cuanto
existieran condiciones para ella. Fue en Cádiz en donde se produjeron algunos
conatos insurreccionales tardíos, así que el 10 de enero, el gobierno decidió
enviar una compañía de Guardias de Asalto dirigida por el capitán Manuel Rojas
que llegó al día siguiente a Jerez de la Frontera. Allí se les informó de que
los revolucionarios de Casas Viejas (pueblo de apenas 2.000 habitantes) habían
cortado la línea telefónica habiendo proclamado el “comunismo libertario” en la
noche del 10 al 11 de enero. Al día siguiente por la mañana, armados con
pistolas y escopetas, asaltaron el cuartel de la Guardia Civil, asesinando a un
sargento, hiriendo a un guardia y reteniendo a los otros dos. Al día siguiente
llegaron 12 Guardias de Asalto y 4 Guardias Civiles, cuando parte de la
población había huido al monte temiendo represalias. Fueron detenidos varios
vecinos que acusaron a la familia “Seisdedos” de ser los instigadores de los
sucesos. Estos se atrincheraron en una casa de piedra y adobe, matando a otro
Guardia de Asalto e hiriendo a otro.
En la noche del 11, llegó el capitán Rojas
con 40 Guardias de Asalto con la orden de actuar sin piedad contra quienes
dispararan a las fuerzas del orden (2). La choza fue ametrallada e incendiada,
pereciendo “Seisdedos”, sus dos hijos, su yerno y su nuera. Pero la cosa no
terminó allí. Rojas ordenó que fueran detenidos los militantes anarquistas más
destacados de la población y que cualquier resistencia, por pequeña que fuera,
se castigara con la muerte. Un anciano que nada tenía que ver con los
anarquistas resultó muerto y otras doce personas resultaron detenidas y luego
fusiladas sin contemplaciones (3). En total habían muerto 19 hombres, 3
mujeres, 1 niño y 3 Guardias. Otras dos personas murieron víctimas de palizas y
otras dos más sufrieron sendos infartos. En total 28 personas.
A poco de callar las balas se inició la
investigación y en el parlamento se exigieron, tanto desde la derecha como
desde la izquierda, responsabilidades políticas. El gobierno Azaña eludió
responsabilidades y achacó todas las muertes a la irresponsabilidad de la
Federación Anarquista Ibérica (4). La comisión de investigación formada al
efecto, exculpó al gobierno (5), se produjeron destituciones en el Ministerio
de Gobernación (6). El capitán Rojas terminó condenado a 21 años de prisión.
Otros 26 campesinos fueron juzgados como insurrectos y 16 condenados a diversas
penas de entre 5 y 1 año de prisión (7).
El impacto de los sucesos fue inmenso
porque demostró, no solamente la fragilidad del gobierno, sino por el intento
de ocultación de lo que había ocurrido en realidad (lo que se consideró como
una muestra de hasta qué punto la corrupción se había insertado en el nuevo
régimen. El propio Azaña debió reconocer que había actuado incorrectamente en
el episodio (8). Los incidentes de Casas Viejas sirvieron para que
definitivamente la CNT se insolidarizara con el destino de la República y
siempre –incluso durante la guerra civil- la considerase ajena a los intereses
de los trabajadores.
Por si esto fuera poco, en enero de 1933,
núcleos de la extrema-derecha fundarán Renovación Española cuyo denominador
común fue un sentimiento monárquico que difícilmente podía encajar con la
República (9). En las elecciones municipales de abril, los partidos marxistas
obtuvieron 1585 concejales, los republicanos de centro y de izquierdas 5.918 y
los de las derechas 4.337. Así pues, un tercio del total, los procedentes de la
derecha, albergaban la más profunda desconfianza hacia la República, mientras
que los marxistas (y anarquistas que, siguiendo su tradición, no se presentaron
a las elecciones), la consideraban como una “etapa de transición” hacia un
gobierno proletario (10).
La irrupción del “fascismo alemán” y
sus implicaciones
Si ese era el clima puntual que se daba
en España en el primer trimestre de 1933, a nivel internacional también se
habían producido vuelcos importantes. Menos de tres semanas después de que se
produjeran los sucesos de Casas Viejas, en Alemania se producía el Machtergreifung,
la subida al poder de Hitler. El partido comunista más fuerte de Europa había
sido derrotado y pocas semanas después sería prohibido tras el incendio del
Reichstag el 27 de febrero siguiente, así mismo, la socialdemocracia que
parecía intocable y uno de los partidos destinados por la constitución de
Weimar a alternarse en el poder, se desplomaba. El fascismo se hacía con el
control de otro país europeo. El impacto de este episodio entre la izquierda
española fue extraordinario y tendía a demostrar que ninguna democracia quedaba
fuera del radio de acción creciente del fascismo.
Era evidente que las autoridades
republicanas se alarmaron por la posibilidad de que existiera la posibilidad de
un contagio en España. Hasta ese momento solamente el Partido Nacionalista
Español del Doctor Albiñana (11) y la intentona polarizada en torno a Ramiro
Ledesma Ramos y a sus JONS (12). La fundación de Renovación Española dio algo
más de cuerpo al entonces débil fascismo español, pero la formación liderada
inicialmente por Goicoechea y luego por Calvo Sotelo tras el regreso de su
exilio, entonces era solamente un partido monárquico de preponderancia
alfonsina y en sus primeros momentos distaba mucho de haber culminado su
proceso de “fascistización” que alcanzaría su clímax cuando se produjo el
asesinato de Calvo Sotelo a mediados de julio de 1936. La República estaba,
pues, dispuesta, no solamente a detectar, sino también a “aplastar en el
huevo”, al fascismo español.
Las iniciativas periodísticas de Ledesma se habían
visto obstaculizadas por la policía, mientras que a Albiñana se le había hecho
prácticamente imposible que las convocatorias de sus mítines recibieran la
autorización gubernamental. Existía, pues, un clima de contención del fascismo
en el gobierno republicano-radical de Azaña. Y fue en estas circunstancias y en
ese preciso momento cuando se difundió la noticia del lanzamiento de una
revista de amplia tirada (las de Ramiro, nunca habían pasado de 6.000
ejemplares y los medios de Albiñana era, igualmente limitados, en ambos casos
impropios de un trabajo político de envergadura) y nombre provocador: El
Fascio.
Es importante, pues, situar la aparición de esta publicación dentro del contexto que le es propio: crisis de la república por la derecha (“sanjurjada”) y por la izquierda (Casas Viejas) y presión psicológica por la subida al poder del NSDAP.
Es importante, pues, situar la aparición de esta publicación dentro del contexto que le es propio: crisis de la república por la derecha (“sanjurjada”) y por la izquierda (Casas Viejas) y presión psicológica por la subida al poder del NSDAP.
NOTAS
(1) Para una biografía sobre el general Sanjurjo puede leerse el folleto de César González Ruano, Sanjurjo, Publicaciones Españolas, Madrid 1959 y, con más detalle, El general Sanjurjo, su vida y su gloria, José María Carretero, Ediciones Caballero Audaz, Madrid 1940. Sobre el episodio específico de la “sanjurjada” puede recurrirse a Las sublevaciones contra la Segunda república, la sanjurjada octubre de 1934, julio de 1936 y el golpe de Casado, Francisco Márquez Hidalgo, Editorial Síntesis, Madrid 2010.
(2) Cfr. Julián Casanova. De la calle al frente. El anarcosindicalismo en España (1931-1936). Barcelona 1977, pág. 111-112
(3) Todavía se ignora exactamente el motivo por el que el capitán Rojas realizó aquella masacre. En el juicio que siguió se limitó a declarar: “«Como la situación era muy grave, yo estaba completamente nervioso y las órdenes que tenía eran muy severas, advertí que uno de los prisioneros miró al guardia que estaba en la puerta y le dijo a otro una cosa, y me miró de una forma..., que, en total no me pude contener de la insolencia, le disparé e inmediatamente dispararon todos y cayeron los que estaban allí mirando al guardia que estaba quemado. Y luego hicimos lo mismo con los otros que no habían bajado a ver el guardia muerto que me parece que eran otros dos. Así cumplía lo que me habían mandado y defendía a España de la anarquía que se estaba levantando en todos lados de la República», Manuel Ballbé (1983). Orden público y militarismo en la España constitucional (1812-1983). Madrid: Alianza Editorial, pág. 358.
(4) En su discurso parlamentario, Azaña se expresó en estos términos: “No se encontrará un atisbo de responsabilidad en el gobierno. En Casas Viejas no ha ocurrido, que sepamos, sino lo que tenía que ocurrir. Se produce un alzamiento en Casas Viejas, con el emblema que han llevado al cerebro de la clase trabajadora española de los pueblos sin instrucción y sin trabajo, con el emblema del comunismo libertario, y se levantan unas docenas de hombres enarbolando esa bandera del comunismo libertario, y se hacen fuertes, y agreden a la Guardia Civil, y causan víctimas a la Guardia Civil. ¿Qué iba a hacer el Gobierno? (…) Nosotros, este Gobierno, cualquier Gobierno, ¿hemos sembrado en España el anarquismo? ¿Hemos fundado nosotros la FAI? ¿Hemos amparado de alguna manera los manejos de los agitadores que van sembrando por los pueblos este lema del comunismo libertario? (J. Casanova, op. cit., pág. 113)
(5) La comisión declaró falso el rumor sobre la famosa orden que habría dado Azaña: “Ni heridos, ni prisioneros: tiros a la barriga” (Gil Pecharromán, La Segunda República. Esperanzas y frustraciones. Madrid 1977: Historia 16. pp. 68). Al parecer dicho rumor había tenido como origen al capital Rojas quien alegó que había recibido esa orden para descargarse de la responsabilidad de los fusilamientos. Sin embargo, otros testigos aseguraron que habían recibido la misma orden en los mismos términos.
(6) El comandante Arturo Menéndez, director general de Seguridad cuando se produjeron los hechos, sería destituido. En la noche del 19 al 20 de julio de 1936, fue detenido en Calatayud, trasladado a Pamplona y fusilado por los sublevados (J. Casanova, op. cit., pág. 114). El capitán Rojas en la cárcel alegó que Menéndez le había visitado en su celda ofreciéndole un millón de pesetas para que no le involucrara a él y a Azaña.
(7) El capitán Rojas sería liberado tras el 18 de julio de 1936 e incorporado al ejército de Franco como capitán de artillería. Otro capitán que participó en los hechos, Bartolomé Barba, figuro entre los fundadores de la Unión Militar Española, participando luego en la administración franquista (J. Casanova, op. cit., pág. 114). En cuanto al general Cabanellas, director de la Guardia Civil en la época, al ser el militar de mayor edad entre los sublevados, presidió la Junta de Defensa Nacional que luego entregaría el mando a Franco. En el juicio tuvo una actitud dubitativa y su declaración no contribuyó a reforzar la posición del gobierno (M. Ballbé, op. cit., pág. 358).
(8) Cfr. Diarios completos. Monarquía, República, guerra Civil, Manuel Azaña, Introducción Santos Juliá, Editorial Crítica, Barcelona 2000, págs. 546-570.
(9) Sobre Renovación Español, Calvo Sotelo y la influencia del pensamiento de Charles Maurras en España puede leerse Revista de Historia del Fascismo, nº II, La influencia de Maurrás en España, E. Milá, págs. 90-113, y nº III, El campo monárquico durante la Segunda República, E. Milá, págs. 154-179.
(10) Tal como quedaría ampliamente demostrado en los sucesos de octubre de 1934 especialmente en Asturias. Véase: Octubre de 1934, obra colectiva, Editorial siglo XXI, Madrid 1985. Y, desde la perspectiva de la extrema-derecha puede consultarse: El golpe socialista del 6 de octubre de 1934, Enrique Barco Teruel, Dyrsa, Madrid 1984.
(11) Cfr. Revista de Historia del Fascismo, nº XVI, Albiñana y el Partido Nacionalista Español, paleo fascismo, I parte, E. Milá, págs. 94-143 y II parte, nº XVII, págs. 68-93
(12) Cfr. Revista de Historia del Fascismo, nº XX, La concepción estratégica de Ramiro Ledesma, E. Milá, págs. 4-128.