La inmigración ha sido uno de los factores que
han contribuido a aumentar la crisis de la enseñanza; no el único, pero sí el
factor exógeno que más impacto ha tenido. Nadie, en su sano juicio, puede
pensar que la inyección de un porcentaje altísimo de nuevos alumnos, muchos de
los cuales ni siquiera dominan el castellano y llegados de horizontes muy
distintos y que con distinto interés a la educación, puede realizarse sin pagar
un alto coste. Nadie había previsto en 1996 la llegada masiva de inmigrantes en
el país y la forma en la que repercutiría en todos los servicios (sanidad,
consumo de energía, accidentes laborales y de tránsito, prisiones, administración
de justicia y, por supuesto, educación).
En 2011, la American Sociological Association realizó un estudio en
más de 13 países occidentales sobre una muestra de 7.000 adolescentes
inmigrantes, procedentes de 35 países distintos. Se trataba de establecer
si los jóvenes inmigrantes se ven afectados en sus estudios por las influencias
que sobre ellos ejercen los países de origen. La respuesta es que sí, existen
esas influencias y actúan negativamente en el rendimiento académico de los
escolares inmigrantes. Los hijos de inmigrantes procedentes de países
políticamente inestables tienen un rendimiento académico más bajo que el de
otros niños inmigrantes. El nivel de abandono escolar es bastante más alto y su
porcentaje de ingreso en la universidad mucho más bajo.
Pero hay otra observación más importante: los alumnos de origen
inmigrante de segunda generación obtienen peores resultados escolares que los
de primera generación, cuando en principio debería de ser todo lo
contrario, a medida que una comunidad inmigrante y todos sus miembros aumentan
la permanencia en el país debería de producirse un fenómeno de integración
progresivo.
En España el nivel de fracaso escolar entre la inmigración es alto. Mucho
más alto que entre los alumnos autóctonos cuyo fracaso es superior a la media
de la Unión Europea. En un informe publicado el 31 de enero de 2012 por la Comisaría Europea
de Educación sobre las estadísticas de fracaso escolar en la UE muestran que cada
año más de seis millones de jóvenes abandonan
los estudios en la UE sin concluir la ESO, lo que a
su vez comporta un gran obstáculo para el normal desarrollo económico y social.
El informe explicaba que la situación se agrava en el caso de los jóvenes de
origen extranjero, ya que hay una mayor concentración de fracaso escolar entre
los inmigrantes, con unas tasas que doblan las de los nativos.
El 26% de
los inmigrantes de los países de la UE de entre 18 y 24 años abandonan el
sistema escolar sólo con el título de Primaria o habiendo cursado parte de la
Secundaria, mientras que ese porcentaje se reduce al 13% entre los autóctonos,
pero en España las cifras son muchísimo más altas: un 45%
de los inmigrantes no concluyen sus estudios cuando el fracaso escolar es del
30% entre los alumnos autóctonos (teniendo solamente por delante a Malta y
Portugal). El mayor porcentaje de abandono de los
estudios a edades tempranas es en general mayor entre los inmigrantes que entre
los nativos en prácticamente toda la UE. Todo esto se atribuye a las
condiciones socioeconómicas familiares y las de adaptación entre los jóvenes
extranjeros de entre 10 y 15 años. A nadie se le escapa el coste económico que
supone para España el fracaso escolar: alumnos que reciben servicios gratuitos
pero que no los aprovechan. El responsable de educación de la Unión Europea,
Androulla Vassiliou definió este coste como “inasumible”.
Las explicaciones al fracaso escolar parecen no reconocer los factores culturales y se centran solamente sobre los económicos. No reconocen que los magrebíes, por ejemplo, apenas otorgan importancia a la educación, apenas ven rentable e interesante cualquier otra cosa que no sea el que sus hijos empiecen a trabajar inmediatamente y no atribuyen –dada su cultura fatalista- importancia a la formación. Y ante este factor no hay absolutamente nada que hacer: es como un muro ante el cual cualquier presupuesto, toda inyección de fondos, cualquier medida de discriminación positiva, son completamente inútiles e ineficaces. Véase por ejemplo la medida con que el Ayuntamiento de Barcelona intenta beneficiar a la inmigración.
A partir de 2012, Barcelona reserva en cada centro plazas escolares para
hijos de inmigrantes. Los padres de alumnos que inscribieron a sus hijos a
partir del curso 2012-2013 se reservan plazas para alumnos inmigrantes tanto en
escuelas públicas como concertadas. En cada clase deberá haber dos plazas para
alumnos con “necesidades educativas especiales”, es decir, para inmigrantes.
Con ello se pretendía evitar las llamadas “escuelas gueto”, mayoritariamente
públicas, donde el porcentaje de inmigrantes llega hasta el 95%. No se trata de
un “regalo”, sino de una imposición. Si se considera, por ejemplo, que un
alumno tiene una “condición social desfavorable” al desconocer el catalán y el
castellano, podrá obligarse a los padres a que lo matriculen en otro centro
donde existan plazas de reserva. Con ello se pretende ir equilibrando la
distribución de estudiantes inmigrantes… Lo que ha ocurrido es que en
aquellos centros en donde hasta ahora la enseñanza no se veía ralentizada por
la presencia de alumnos inmigrantes, a partir de ese momento empezaron a tener
problemas por la inclusión de este alumnado. Una vez más el “mal de todos”
se convertirá en el “consuelo de tontos”… Pero como el que no se conforma es
porque no quiere, fuentes de la Generalitat de Catalunya indicaron el 11 de
octubre de 2011 que "El 75% de los niños inmigrantes de colegios
públicos son culés"… así que ¿para qué
preocuparse?
En el curso
2000-2001 estaban matriculados 141.916 niños hijos de inmigrantes en las
escuelas españolas. La mayoría de
ellos habían llegado en la primera oleada de inmigración que se dio entre 1997
y 2000, durante la primera legislatura de José María Aznar. Parecían pocos,
pero eran muchos si tenemos en cuenta que en aquel momento el número de
inmigrantes presentes en el país estaba -oficialmente- en torno al millón y se
tenía la sensación de que los recién llegados eran varones jóvenes en edad de
trabajar. En realidad, inmediatamente asentados, traían a sus familias (algo
que se ocultaba a la población para no generar “alarma social”.
En el curso
académico 2001-2002, a los anteriores, se unieron 100.039 alumnos más y, desde
entonces, no habían dejado de crecer hasta llegar en el curso 2011-2012 a ser
770.384, tal como puede verse en el siguiente
cuadro procedente del documento Datos y
Cifras. Curso escolar 2011-2012, publicado por el Ministerio de Educación:
En este
cuadro puede percibirse que el número de alumnos en Enseñanza Infantil
(pre-escolar) aumentaron casi seis veces, mientras que los alumnos inmigrantes
en Educación Primaria aumentaron casi cinco veces y los de bachillerado seis
veces. El mayor aumento, sin embargo, se dio entre los alumnos de Formación
Profesional: aumentó doce veces en apenas diez años…
En el
informe del Curso escolar 2018-2019 publicado por el Ministerio de Educación,
se omite deliberadamente el número de alumnos procedentes de la inmigración. Y
en un informe anterior se reconoce que Aragón y la Rioja con las comunidades
con más porcentaje de alumnos procedentes de la inmigración (más del 13%),
mientras que en la costa mediterránea solamente se alcanza del 9 al 13% y en
Andalucía menos del 5%, cifras completamente irreales, o, mejor dicho, trampas
estadísticas que eluden la espinosa cuestión de son varios millones de antiguos
inmigrantes los que han obtenido nacionalidad española, a pesar de que sigan
apegados a sus tradiciones étnicas y culturales originarias. En la puerta de cualquier colegio del Mediterráneo puede advertirse
que los porcentajes son, como mínimo, el doble de los registrados en la
estadística e, incluso, en algún colegio del Casco Antiguo de Barcelona, no
quedan prácticamente alumnos del grupo étnico autóctono desde hace una década.
Oficialmente en el curso 2015-2016, los alumnos inmigrantes que seguían
teniendo la nacionalidad de los padres eran 299.385.
El golpe
asestado por la inmigración, brusca, ilegal y masiva, a la escuela española,
especialmente a la pública, fue demoledor. En apenas un lustro, los alumnos
inmigrantes, la mayoría con un bajo nivel en el dominio del castellano, o
ignorándolo por completo, se integraron en aulas. A esto se unía, el que casi el
40% de los magrebíes que vienen a España carecen completamente de formación y
tampoco entienden que sus hijos necesiten formación académica para abrirse paso
en el futuro. Pero, la enseñanza en España es obligatoria, por tanto, deben
acudir a clase hasta los 16 años, a pesar de que no tengan interés, ni sean
conscientes de la utilidad de las enseñanzas que están recibiendo.
No todos
los grupos étnicos responden a la enseñanza de la misma forma. Los asiáticos,
por ejemplo, resultan alumnos eficientes, a poco que aprenden el idioma, pero
la principal bolsa de conflictos se sitúa entre los procedentes de países
árabes y los de países andinos y centroamericanos. La aparición de bandas
étnicas se ha convertido en un fenómeno endémico. Apareció a principios del
milenio y ha sido otro de los elementos desencadenantes de fenómenos como el bullyng,
el aumento de la difusión de toxicomanías en las escuelas y de la aparición de
focos de violencia étnica protagonizado por bandas.
¿Alguien
puede dudar de que la inmigración masiva se ha convertido en un factor
coadyuvante en la crisis de la enseñanza primaria?